Intervención en el TALLER INTERNACIONAL «DEMOCRACIA Y EL PAPEL DE LOS GOBIERNOS LOCALES Y NACIONALES» Universidad «Camilo Cienfuegos», Matanzas Hablar de democracia aquí y ahora exige ante todo decir algo sobre el momento que vive Cuba. Dejaré a un lado, esta vez, la guerra económica que hace 45 años se nos impone y las numerosas […]
Intervención en el TALLER INTERNACIONAL «DEMOCRACIA Y EL PAPEL DE LOS GOBIERNOS LOCALES Y NACIONALES»
Universidad «Camilo Cienfuegos», Matanzas
Hablar de democracia aquí y ahora exige ante todo decir algo sobre el momento que vive Cuba. Dejaré a un lado, esta vez, la guerra económica que hace 45 años se nos impone y las numerosas agresiones, incluyendo el terrorismo que ha sufrido nuestro pueblo durante este largo período.
Limitaré mi exposición a explicar algunos aspectos fundamentales de un documento de más de 450 páginas aprobado por el gobierno de Estados Unidos y que fue publicado el pasado 6 de mayo con el titulo «Plan para ayudar a una Cuba Libre».
Es tan agresivo y provocador que ha sido criticado incluso por individuos e instituciones bien conocidos por haber dedicado parte importante de sus vidas a denigrar a la Revolución cubana. Uno de ellos lo calificó de «aterrador» y como lo «más explosivo en las relaciones Estados Unidos-América Latina en los últimos 50 años».
Veamos que contiene el famoso documento y para ello tomaré sus propias palabras. En primer lugar anuncia que su propósito es «poner fin rápidamente al régimen cubano» y precisan que «la piedra angular de nuestra política para acelerar y ponerle fin al régimen de Castro es fortalecer las políticas de apoyo pro activo a los grupos que respaldamos dentro de Cuba» y que a ese fin el presupuesto actual de 7 millones será elevado a 59 millones de dólares.
Con esas medidas y la intensificación del bloqueo económico y sus acciones agresivas confían en derrotar la Revolución e instaurar aquí lo que llaman un régimen de transición el cual estaría dirigido por un funcionario estadounidense que empezaría a trabajar desde ahora y cuyo cargo es el de Coordinador de la Transición.
La naturaleza de esa transición y su contenido la describe el Plan hasta el mínimo detalle. El primer paso, que deberá concluirse en menos de un año será la devolución de las propiedades -viviendas, tierras, etc.- a sus antiguos dueños, lo que califican como «el nudo gordiano» de la transición. No dejan de señalar, por supuesto, los procedimientos a aplicar para efectuar desalojos y desahucios, disolución de cooperativas y pagos acumulados de alquileres leoninos. El Plan aclara quien se ocupará de este engorroso asunto:«el gobierno de Estados Unidos establecerá una estructura para dirigir la devolución de propiedades, la Comisión para la restitución de los derechos de propiedad, para acelerar el proceso».
La economía nacional, todas sus ramas y todos los servicios sociales -entre ellos la salud pública y la educación- serán privatizados. De esa ingente tarea se ocupará también Washington. El Plan lo puntualiza así: «el gobierno de Estados Unidos establecerá un Comité Permanente de Estados Unidos para la reconstrucción económica».
Es un Plan detalloso. Me detendré apenas en el tema de la seguridad social. Leeré lo que el Imperio anuncia a nuestros jubilados: «la economía cubana y el presupuesto del Gobierno después de la transición no podrán sostener el nivel inmerecido y los relajados requerimientos de elegibilidad que el Sistema Comunista permitía». En otras palabras no más chequeras ni pensiones. Pero no alarmarse, sigamos leyendo el Plan yanqui: «Crear el Cuerpo de jubilados cubanos que dará trabajo a aquellos sin recursos si tienen buena salud». Y para que no falte ningún detalle aclara que a ese Cuerpo correspondería «desarrollar un amplio programa de obras públicas a gran escala».
Despojar al pueblo de todo, arrasar con cada una de sus conquistas, imponerle semejante explotación sabemos que es imposible, sencillamente jamás ocurrirá porque nosotros nos encargaremos de impedirlo.
Los redactores del Plan, por su parte, apuntan pudorosamente que «no será fácil» ejecutarlo.
Por eso subrayan lo siguiente: «Como prioridad inmediata, el gobierno de los Estados Unidos ayudará a establecer una fuerza policial civil, realmente profesional y ofrecerá asistencia para su entrenamiento técnico por parte del Departamento de Estado de Estados Unidos, quien tendrá la responsabilidad de su total organización y dirección».
Entre las principales tareas de ese órgano represivo «totalmente organizado y dirigido» por Washington, estaría y cito otra vez del Plan: «Procesar a los ex funcionarios y miembros del Gobierno, del Partido, de las fuerzas de seguridad, de las organizaciones de masas y otros ciudadanos progubernamentales, también a muchos miembros de los Comités de Defensa de la Revolución, la lista pudiera ser larga».
El Plan norteamericano no olvida nada, abarca todos los aspectos de la vida. No se trata solamente de dominar a Cuba y poner bajo el control estadounidense la economía, los servicios, todas las actividades sociales y, de hecho, llevar a cabo la anexión del país que tendría apenas unas imaginarias autoridades locales totalmente sometidas a un poder extranjero.
Cuba habría perdido cualquier atributo de soberanía e independencia. Los cubanos además habrían sido despojados no sólo de las conquistas alcanzadas con la Revolución sino de absolutamente lo más elemental. No sólo perderían para siempre la libertad y la dignidad y el derecho a la salud, la educación, la cultura, la seguridad social; les serían arrebatadas sus viviendas, sus tierras, sus empleos y además estarían obligados a trabajar para pagar una inventada deuda a los antiguos explotadores. Se impondría sobre ellos, en otras palabras, una nueva y brutal servidumbre. Cuba dejaría de existir y los cubanos serían convertidos en esclavos.
Por eso la Asamblea Nacional del Poder Popular lo caracterizó como lo que es, un Plan para aniquilar a la Nación cubana.
Llama la atención por ello que sus redactores se hayan tomado el trabajo de describir al detalle como sería esa Cuba futura e incluso que le hubiesen dedicado un capítulo completo a su supuesto ordenamiento político. ¿Para qué si ya Cuba habría desaparecido? ¿Cómo explicar esa aparente contradicción?
La única explicación posible es que se proponen aniquilar a Cuba pero también matar su ejemplo. Hacer que desaparezca nuestro país y eliminar hasta su recuerdo de la mente de los pueblos.
Por ello dedican tantas páginas a un descomunal ejercicio del embuste. A los cubanos evidentemente no pueden siquiera intentar confundirlos. El mensaje hacia ellos no puede ser más claro y directo: acabar con los cubanos y las cubanas, con las actuales y las futuras generaciones, quitarles todo, reducirnos a la nada. ¿A quién pudieran confundir aquí? ¿A los campesinos que otra vez serían desalojados de sus tierras? ¿A las familias que serían expulsadas de sus viviendas? ¿A unos y otros que además tendrían que pagar, hasta el último centavo, lo que, según Washington, ellos adeudan a los antiguos propietarios? ¿A los jubilados que perderían sus pensiones y serían obligados a trabajar hasta la muerte? ¿A todo un pueblo que dejaría de tener escuelas y hospitales y no volvería a recibir gratuitamente, como un derecho sagrado, la atención médica y la educación?
En Cuba no pueden engañar a nadie. Aquí la respuesta unánime es de rechazo total, firme, sin vacilación alguna. Aquí encontrarán a un pueblo que peleará hasta con uñas y dientes, que luchará hasta el último hombre y la última mujer, de cualquier edad y luchará hasta el final pero jamás volverá a la esclavitud.
Que no se proponen en modo alguno engañar a los cubanos lo hace aun más obvio el hecho de que, como parte del plan, incluyeron un conjunto de medidas que ya están ejecutando y todas ellas se definen por su odio hacia nuestro pueblo, castigan de modo cruel, despiadado e ilegal a quienes viven en Cuba y a los emigrantes residentes en Estados Unidos. Miles de familias acá y allá sufren absurdas prohibiciones que les impiden visitarse y hacen imposible la comunicación normal, prohibiciones que no se aplican a nadie más, que son violatorias de las normas internacionales de derechos humanos y de la propia Constitución norteamericana. Quien así actúa ¿pretende acaso atraer la simpatía de sus víctimas? Lo que está demostrando, más allá de cualquier duda, es que nada le importan lo que sienta o padezca ningún cubano. Sólo el odio irracional, sin límites ni frenos, explica esa conducta.
El propósito es engañar a otros y mienten y falsifican la realidad porque quieren impedir a toda costa que en el futuro otros pueblos busquen también su liberación, luchen por conquistar la justicia. Tiemblan ante la idea de que el proyecto cubano los persiga como un fantasma, incluso después que hubiesen conseguido destruirlo, algo que jamás podrán realizar. Por eso el embuste llega a niveles delirantes. Como cuando hablan de vacunar a nuestros niños o de combatir el analfabetismo. Estas propuestas absolutamente ridículas no son las únicas asombrosas fantasías de este Plan que contiene muchas otras, no menos sorprendentes. Estas dos, sin embargo, han alcanzado notoriedad por proceder de un país donde más de 45 millones, entre ellos muchos niños, carecen de servicios de salud, en el que hay una severa ausencia de vacunas y cuyos problemas en el sector educacional son notorios, incluyendo la urgente necesidad de alfabetizar a muchos de sus políticos.
Veamos, aunque sea someramente, algunas de las cosas que se atreven a mencionar en el capítulo referido a lo que denominan futuras instituciones democráticas en Cuba.
Primero que todo -y seguramente nadie se sorprenderá- el punto de partida es que ese ordenamiento futuro de nuestro país sería dictado por Washington. Ellos, desde luego, saben como hacerlo, tienen experiencia y lo dicen con una franqueza que es de agradecer. Citemos sus palabras contenidas en el capítulo tercero del Plan: «las lecciones aprendidas en Afganistán e Irak serán la guía para cualquier participación de Estados Unidos en el proceso de reforma constitucional en Cuba».
Como consecuencia de lo anterior ustedes desaparecerían. Nada quedaría del Poder Popular. Nada del proyecto hermoso, noble y creador que nació aquí, precisamente aquí, en esta comarca cuya belleza se nutre de la naturaleza tanto como de la historia. La experiencia de Matanzas sería reemplazada por la triste y sórdida que nos traerían de Afganistán e Irak. ¿Lo imaginan ustedes, siquiera por un instante? ¿Fallujah y Abu Grahib aquí, aunque fuera por un momento, un solo segundo?
Matanceros, olvídense de Matanzas. El señor Bush, el todopoderoso que todo lo sabe y puede hacer lo que se le antoje tiene su plan y dice que nos lo va a imponer a sangre y fuego.
Olvídense de eso de que todo el mundo puede votar, aunque sea negro, aunque sea un humilde trabajador. Olvídense de que cualquiera pueda proponer a quien sea como candidato, aunque uno u otro sea un negro o un humilde trabajador. ¿Y que los elegidos vivan como sus electores y además les rindan cuenta de su labor? ¿Y que no vivan unos a costa de los otros, ni reciban prebendas o privilegios?
El señor Bush tiene otras ideas, tiene nada más y nada menos que un plan, su plan. Sigamos revisándolo para ver que más nos anuncia.
Ya no tendrían los electores el poder para proponer directamente a los candidatos. De eso se encargarían los partidos electorales es decir las maquinarias controladas por el dinero que en las llamadas «democracias representativas» suplantan a la voluntad popular. Pero no aluden a cualquier tipo de partido. El Plan deja en claro que serían los mismos grupos que Washington ha estado fabricando y financiando desde 1959 mediante la CIA y el Programa Cuba. Según el texto del Plan «el Programa Cuba se ampliaría grandemente para apoyar directamente en la creación y desarrollo de partidos políticos y grupos de interés». Los grupúsculos mercenarios inventados por la CIA se mutarían en los futuros partidos que seguirían siendo pagados y dirigidos por la Agencia, ya que para ello «el gobierno de Estados Unidos» vuelvo a citar del Plan «llevaría a cabo programas específicos a nivel nacional, provincial y municipal para crear y organizar -desde la base- los partidos políticos»
Ya no serían los electores quienes tendrían la capacidad de nominar y seleccionar, por ellos mismos, a los candidatos. Tampoco podrían hacerlo para la Nación y las provincias, las organizaciones que agrupan y representan al conjunto de la población. Ni correspondería postular a estos últimos a las Asambleas Municipales integradas totalmente por ciudadanos que, como sabemos, fueron propuestos y elegidos directamente por los propios electores. De todo eso se ocuparían los partidos que, como ya vimos, habrían sido fabricados y estarían siendo dirigidos y pagados por el gobierno de Estados Unidos.
Desde luego que el Plan elimina completamente la obligación de los delegados y diputados de rendir cuenta periódica y regularmente a quienes los eligieron, como elimina el principio de revocación y todas las formas y vías de participación popular y de vinculación entre la población y sus representantes. Todo ello desaparecería. Puesto que el gobierno de Washington escogería a los candidatos, los dirigiría y les pagaría, sería ese gobierno extranjero el que controlaría todo el proceso y usurparía totalmente la soberanía popular. Hay que decir que en este aspecto se refleja de un modo particularmente descarnado el carácter anexionista y colonialista del Plan. Ni en los propios Estados Unidos, ni siquiera en Puerto Rico, ejerce el Gobierno federal semejante injerencia en las elecciones locales.
Pero tampoco los cubanos tendrían el derecho al voto. Si el Plan es ridículo cuando anuncia planes de vacunación infantil y de alfabetización, en este aspecto llega a ser patético. Sencillamente los cubanos perderían su derecho natural a convertirse en electores automáticamente al arribar a la edad establecida. Ya no existiría la inscripción electoral automática, universal, gratuita en un registro electoral público y accesible. Resultaría según el Plan, y vuelvo a citarlo, «necesario confeccionar una lista de electores completamente nueva» y habría que hacerlo, oiganlo bien, «como se hace en Estados Unidos».
En este punto llegamos a un cinismo francamente grotesco al definir el sistema norteamericano con las palabras«voluntarily self-enrollment» algo que podría traducirse como «voluntaria autoinscripción» ¿Qué oculta esa extraña frasecita? ¿Acaso cualquier norteamericano se convierte en elector simplemente porque quiere serlo y se inscribe a sí mismo en la lista de electores?
La realidad es exactamente lo contrario. La historia electoral de ese país es, en gran medida, la de una serie ininterrumpida de batallas que millones de norteamericanos han tenido que librar y aun deben hacerlo para ganar el derecho a inscribirse y si logran hacerlo conseguir después que les permitan votar y finalmente, por si fuera poco lo anterior, realizar el sueño de que su voto sea contado. En Estados Unidos las autoridades federales, estaduales o locales no tienen entre sus responsabilidades la de garantizar o siquiera facilitar al ciudadano su inscripción en el registro electoral.
En el país que gasta centenares de millones de dólares en propaganda electoral y que destina cuantiosos recursos públicos para las campañas de republicanos y demócratas – engañosas facciones de un sólo, único, aparato electorero- no se dispone de mecanismos para facilitar la franquicia electoral. La inscripción simplemente no es algo que interese a las autoridades. Que los ciudadanos se inscriban si pueden vencer las diversas restricciones y regulaciones establecidas por las autoridades, que de eso sí se ocupan: de implantar restricciones y regulaciones que dificulten la inscripción a los ciudadanos
Algunos autores han destacado que Estados Unidos es el único país desarrollado que nada hace para que los ciudadanos se inscriban.
Hace mucho, eso sí, para despojarlos de su franquicia y excluirlos de los listados electorales. El mundo entero recuerda las bochornosas elecciones del año 2000 y son muchas ya las denuncias de los que temen su repetición el próximo mes.
Diversas organizaciones defensoras de los derechos civiles y representantes de la población afroamericana no han cesado de denunciar las amenazas que hoy se ciernen sobre ellos. Decenas de miles de negros son sacados del registro electoral en la Florida sin posibilidad alguna de apelar frente a esa arbitraria manipulación de supuestos antecedentes penales (una idea del racismo allá imperante: según la prensa esa situación afecta a 22 mil negros, unos sesenta latinos y no menciona a un solo blanco). Empleo de mecanismos de votos diferentes, incluyendo máquinas de votación de dudosa eficacia o que hacen imposible el recuento se unen a otras trampas de las que la más notoria es el derroche mediático de una competencia entre la demagogia y la banalidad.
En estos momentos numerosas instituciones de todo tipo, entre ellas destacadas personalidades del arte y la cultura, despliegan una intensa campaña por todo el país para tratar de inscribir personas en el registro electoral y suministrarles la información y los medios necesarios para hacerlo.
¿Por qué deberían dedicar tiempo y recursos a esa faena? ¿Hace falta prueba mayor de que para una parte sustancial de la población norteamericana, para millones de personas, adquirir la condición de electores equivale casi a realizar una proeza?
Los que pretenden imponer a los demás el modelo electoral norteamericano tienen un problema insuperable. En él no cree la mayoría del pueblo. Encima de todo lo anterior, en todas sus elecciones no concurre a votar ni siquiera el 50 por ciento de los que disfrutan del difícil privilegio de aparecer en el registro electoral. Y la cifra de los que cuentan como votantes está inflada por el fraude que hace que algunos voten varias veces, entre ellos no pocos visitantes de ultratumba.
Para asegurar la completa reconversión del sistema electoral, el gobierno de Estados Unidos dictaría leyes y reglamentos, designaría asesores y entrenaría funcionarios y empleados a todos los niveles. Y recuerden que para aplastar cualquier protesta estaría la nueva policía, esa que estaría bajo la completa dirección y control del Departamento de Estado.
Antes de concluir quiero regresar a la declaración de la Asamblea Nacional de Poder Popular del pasado primero de julio: «Ciertamente les resultará imposible convertir en realidad sus siniestros planes.
Primero tendrían que invadir este país, ocuparlo militarmente y con posterioridad aplastar la resistencia de nuestro pueblo, y esto jamás podrán lograrlo. Estamos preparados y dispuestos a combatir hasta el último hombre y la última mujer para impedirlo. Si nos atacan, aquí encontrarán un pueblo unido, culto, dueño de una gloriosa historia de heroísmo, luchas y sacrificios por la libertad, que jamás renunciará a su independencia ni a sus ideales de justicia y solidaridad; que jamás renunciará a la obra hermosa, noble y profundamente humana que ha sabido edificar pese a la agresiones del imperio. Si nos atacan, aquí sufrirán su mayor y más vergonzosa derrota».
Que el Imperio no se equivoque. Se lo decimos desde esta ciudad que hasta en su nombre recuerda cinco siglos de resistencia, desde esta provincia fundada en la rebelión contra la esclavitud, desde esta tierra que jamás volverá a ser envilecida y humillada. Por ella pelearemos hasta el final todos los cubanos. Los cubanos de hoy y los de mañana y también nuestros padres y nuestros abuelos. Porque «!Nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía!» lucharemos hasta la victoria siempre.
Matanzas, Octubre 10, 2004
* Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba