No solamente Carabineros de Chile apunta a los ojos de los jóvenes sino que, además, se está estudiando la posibilidad de usar armas acústicas contra quienes se atrevan a manifestarse en la vía pública. O sea, no solamente los quieren ciegos, sino también sordos y, probablemente, mudos. No lo van a lograr. No lo van […]
No solamente Carabineros de Chile apunta a los ojos de los jóvenes sino que, además, se está estudiando la posibilidad de usar armas acústicas contra quienes se atrevan a manifestarse en la vía pública. O sea, no solamente los quieren ciegos, sino también sordos y, probablemente, mudos. No lo van a lograr.
No lo van a lograr porque son demasiados los que no están dispuestos a resignarse y porque las voces que día a día se expresan y dejan huella en la calle, en los muros, en los audios, en los videos que unos y otros graban y difunden, son voces claras, lúcidas, informadas. BRILLANTES. Están a años luz de lo que los comentaristas podemos llegar a escribir estrujando las pocas neuronas que nos quedan, ante una situación que día a día nos sobrepasa, por el horror, por la prepotencia, por el desprecio hacia el dolor ajeno, pero también por la esperanza que, en medio de este despelote, le ha nacido a la gente como algo nuevo, bueno, irremediable.
Los daños cometidos por quienes han reprimido las legítimas protestas en Chile son ya irreparables. El INDH actualizó sus cifras y son escalofriantes. ¿Qué más tiene que pasar? ¿Qué más tiene que pasar para que se entienda que la explosión de descontento en Chile no puede resolverse con más represión? Pero tampoco es una solución decirle a la gente que delegue y espere a que la vía institucional siga su curso porque ese camino ya lo conocemos y ha tomado la forma de una expropiación, de una confiscación de la política, que es cosa de todos, en manos de unos cuantos. No se equivocan los que están en la calle cuando en sus relatos hablan de los años 80. ¿O la Concertación no se hizo impulsada por el pavor que les causaba ver a la gente sin miedo, tomando a cargo su destino y a piedrazo limpio? Pero entre esos dos extremos que son la confiscación de la política por parte de quienes gobiernan de espalda a la calle, y la gente expresando directamente su rechazo, su angustia, su cólera ante tanto abuso, entre esos dos extremos, hay muchas otras instancias por explorar, y hoy tenemos la posibilidad de hacerlo por fuera de los esquemas tradicionales. Los partidos políticos no son la única forma de canalizar las demandas de la población. Los partidos políticos son una instancia histórica, que tiene fecha de nacimiento y quizás fecha de muerte. En estos días se la ve agonizante. No queda claro que haya que intentar revivir a ese muerto por más que uno pueda sentirse agradecido por servicios prestados en otras épocas.
El proceso constituyente que se inicia, el proceso constituyente en sentido amplio -incluyendo el proceso informal de cabildos abiertos que se ha dado en distintas ciudades del país- bien puede tener entre sus tareas buscar formas para perennizar, organizar y fortalecer la participación de la gente. Es decir para asegurar que se escuche y se atienda sus necesidades: ahora y siempre, a largo plazo, de manera constante. Porque eso es también lo que está en juego: otra forma de participación, otra forma de representación, otra forma de control ciudadano sobre lo que hacen los gobernantes porque las instancias que ya existen no han hecho eficazmente su trabajo.
Pero mientras todo esto sucede… importa salvar vidas. En la medida en que las diferentes iniciativas llevadas a cabo por parlamentarios, no son lo suficientemente rápidas para detener ya la acción de Carabineros, es necesario asumir como propio ese cuidado de todos los participantes: pensar otras formas de lucha que pongan a salvo los cuerpos, a todos y cada uno, pero en especial a los más jóvenes.
La población chilena ha dado cátedra en las últimas semanas respecto a nuevas formas de protestar. Quizás no sea un despropósito imaginar otras acciones. Por ejemplo: «Operación a grito pelao». Un estallido de voces y voluntades, en una de las fechas importantes de fin de año, en un horario determinado. Miles de voces levantadas en un gran NO, en LA plaza, o en las plazas, o desde cada casa. No la casa-repliegue, no la casa que separa. La casa de ese millón y medio de personas que se manifestó el 25 de octubre. Nada impide hacer de esa casa, como ya se hizo durante el toque de queda, algo más que una trinchera: un legítimo lugar de expresión, un lugar de articulación. Es también en casa donde unos y otros soñamos los sueños que soñamos, y somos parte de una familia y cuidamos a los hijos, y es con ellos, con los hijos, pensando en ellos que se nos ocurren las ideas que se nos ocurren, y es con los hermanos, y es con los padres, con los abuelos, con los amigos, que venimos forjando una forma de ser y de hacer. Un grito largo, prolongado. Un grito que vuelva a ser un NO. NO estamos ciegos. NO somos sordos. NO somos mudos. NO aceptamos estas reglas del juego. Un grito que sea también a favor de cuanto se busca construir todos juntos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.