Los días 23 y 24 de julio de 1975 se publicaron en Chile listas con los nombres de 119 opositores de la dictadura, casi en su totalidad militantes del MIR, además de socialistas y comunistas, los cuales, según la prensa oficialista, se eliminaron mutuamente en el extranjero. Sacados de combate por medio de un sórdido […]
Los días 23 y 24 de julio de 1975 se publicaron en Chile listas con los nombres de 119 opositores de la dictadura, casi en su totalidad militantes del MIR, además de socialistas y comunistas, los cuales, según la prensa oficialista, se eliminaron mutuamente en el extranjero. Sacados de combate por medio de un sórdido montaje de inteligencia y a 30 años de su desaparición, familiares y amigos de «los 119» preparan un acto artístico ante el que ni el más escéptico de los apolíticos podrá quedar indiferente.
Desde los centros de detención clandestinos de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), Londres 38, José Domingo Cañas y Villa Grimaldi. Desde sus hogares, lugares de estudio o trabajo, 119 las siluetas, a escala humana y cada una con el rostro de una víctima de la denominada Operación Colombo, se trasladan en micros y vagones del Metro para reunirse en medio del ajetreo del centro cívico del país e ingresar por los cuatro costados de la Plaza de la Constitución, además de Alameda con Morandé y Teatinos.
Esta intervención de arte casi surrealista -que se realizará el próximo 28 de julio- no puede entenderse sin tener en cuenta a los familiares y amigos de estos 119 hombres y mujeres del MIR, el PS y el PC, fundamentalmente, cuyo destino permanece oculto tras uno de los más sórdidos operativos de inteligencia registrados en la dictadura encabezada por el general (R) Augusto Pinochet. Serán ellos quienes trasladarán a estas reencarnaciones de sus muertos hasta la conmemoración que hasta el 30 de julio les tendrá como protagonistas, en el marco de una serie de presentaciones culturales destinadas a revivir en el imaginario colectivo sus vidas truncadas.
El escenario descrito no deja de tener simbolismo para los deudos, pues como bambalina de la horrorosa escena del Palacio de La Moneda en llamas tras el bombardeo del 11 de septiembre de 1973, estaba precisamente la Plaza de la Constitución, recordada por su ocupación con armamento y material bélico para anular la resistencia al propósito golpista.
Se trata de un caso con desconcertantes paradojas. Un solo ejemplo: «En una reunión de familiares de detenidos desaparecidos fuimos todos sorprendidos cuando uno nos preguntó qué otra lectura podíamos encontrar al número 119. No se nos ocurría nada», recuerda Roberto D’Orivald, hermano de Jorge Humberto D’Orival Briceño, víctima de la Operación Colombo y uno de los voceros del colectivo que agrupa a sus familiares. Y entonces él dijo: «11 del 9; o sea, 11 de septiembre. Yo no quiero deducir la lógica de que se haya hecho desaparecer a 119 personas en la Operación Colombo, pues esa cifra parece no tener ninguna coherencia. Sin embargo, ¿no puede imaginarse que esa coincidencia numérica tal vez obedeció a un plan de la dictadura para intimidar subliminalmente a la población?».
LA VERSIÓN OFICIAL DEL HORROR
Dado que tras el golpe militar todos los diarios y periódicos opositores fueron cerrados, lo que se escribiera en los que quedaban sería «la» versión oficial de los hechos. Fue por eso que si bien el golpe de gracia de la Operación Colombo se registró a fines de julio de 1975, la sociedad chilena venía desde hace semanas conociendo «noticias» que permitían dar como aceptable el relato de una matanza masiva de «extremistas» de su propia mano.
Así, un primer antecedente de este operativo -montado con una sagacidad que aún asombra y que contó con la coordinación de las dictaduras del cono sur en el marco de la Operación Cóndor- se remonta a abril, cuando en Argentina se encuentra un cadáver descuartizado y sin manos que correspondería al militante socialista David Silberman, «dado de baja» por un comando del MIR, de acuerdo con los antecedentes de la DINA. La verdad era que tras ser recluido en el centro clandestino de José Domingo Cañas, pasaría a engrosar las listas de detenidos desaparecidos.
Pero como el operativo perseguía un destino más global, la dictadura involucró a sus diarios afines. De este modo, cuando el 11 de julio aparecieron cerca de Buenos Aires otros dos cuerpos que serían de chilenos acribillados e igualmente «dados de baja por el MIR», según se dio a conocer en nuestro país, la campaña comunicacional ya estaba desatada. Incluyó la divulgación de un ejercito guerrillero que se estaría conformando al otro lado de los Andes, pero a la vez también aseguraba «sangrienta vendetta interna», según un titular de la época, en el MIR.
Aquí la historia adquiere su tono más aterrador. Es el 15 de julio y en Argentina aparece un primer -y único- número de la revista «Lea», la que en su interior reseñaba: «Alrededor de 60 extremistas chilenos han sido eliminados en los últimos tres meses por sus propios compañeros de lucha en un vasto e implacable programa de venganza y depuración política». Lo singular es que la noticia, surgida de un cable proveniente de México, explicaba que los muertos estaban «a lo largo de las tres Américas y Europa», para terminar publicada en Argentina. A la semana, los diarios chilenos se hacían cargo del lista, como reseñaría «El Mercurio» (23/07/73) titulando «Identificados 60 miristas asesinados».
Pero la apoteosis de este plan fue la información que ese 24 de julio entregó «La Segunda». Sin duda que convirtiéndose en el más revelador del clima que las autoridades buscaban generar, se utilizó el siguiente titular sobre la noticia de portada que daba a conocer otra lista con 59 nuevos muertos: «Exterminan como ratas a miristas», decía el vespertino en un enunciado histórico del periodismo nacional.
El círculo estaba completo y la Operación Colombo se había concretado, pero esta vez con la reproducción de un listado proveniente del diario brasileño «O’Día», editado, al igual que «Lea», sólo para dar a conocer un informe que circunscribió los asesinatos a la transandina provincia de Salta.
119 chilenos y chilenas pasaron a convertirse así en detenidos desaparecidos de la dictadura. En general, eran muy jóvenes: 101 de ellos tenían menos de 30 años y de los restantes sólo había dos de la tercera edad, con 60 y 63 años.
No deja de resultar llamativo el último hecho de esta causa, tan llena de vicisitudes: recién el pasado miércoles 22, la Corte de Apelaciones de Santiago decidía si daba o no curso al desafuero de Augusto Pinochet, precisamente por el caso Operación Colombo, que sustancia el juez Víctor Montiglio. Pero la vista fue suspendida hasta el 28 de este mes. ¿La razón? Un microinfarto cerebral que afectó al ex dictador, a sólo un día del voto judicial.
RÉQUIEM AL HORROR
Desde hace tres meses, el autodenominado Colectivo de los 119 trabaja en la concreción de las actividades recordatorias de los 30 años de la desaparición de sus familiares. Para ese entonces, no habían advertido la vorágine que se les venía con el repentino aporte de diversos grupos culturales, mientras avanzaba un año con altos y bajos en lo judicial para los activistas de derechos humanos. Todo eso les convenció para concretar una serie de intervenciones artísticas y testimoniales que fueran más allá de un recordatorio. «Crímenes de esta magnitud, asociados con tortura, secuestro, asesinato, inhumaciones ilegales y desaparición de cuerpos, no son prácticas que merezcan la impunidad en una sociedad civilizada», explica Kathia Espejo, encargada principal de las actividades de esta conmemoración.
Para canalizar las múltiples manifestaciones que iban surgiendo, se dio pie a una «coordinadora artística». En ella, estudiantes universitarios y destacados profesionales de la cultura se concentrarían en cada área. Es el caso de Valentina Pavez (danza), Carolina Holzapfel (música), Ernesto Orellana (teatro), Soledad Silva (producción documental), Francesco Sciolla (producción audiovisual) e Ignacio Becerra por la FECH.
Su táctica fundamental consistirá en tomar de improviso a los transeúntes y sorprenderlos con las intervenciones que ocurrirán en esos tres días (del 28 al 30 de julio) en puntos al azar de la Plaza de la Constitución, ya que no habrá escenario central. Y para incrementar el impacto público se obviará todo calendario previsible en la presentación de los artistas.
Si bien tomarán parte grupos musicales y cantantes, malabaristas, mimos y artistas de teatro, realizadores audiovisuales y miembros de la Agrupación de Pintores y Escultores de Chile, sin duda una de las intervenciones más relevantes será la de los 119 estudiantes de danza de la Escuela Espiral y las universidades Arcis y de Chile, quienes representarán los distintos estados del ser humano cuando se le tortura y hace desaparecer, todo enmarcado con una banda sonora especialmente compuesta y que alude al contexto histórico de la Operación Colombo.
Dado que también se busca dar a conocer a las actuales generaciones el protagonismo de la prensa oficialista en este montaje del régimen militar, los diarios y revistas involucrados serán expuestos al escrutinio público en un quiosco. Todo este maremágnum de actividades será filmado con miras a una producción audiovisual de testimonio.
LAS VUELTAS DE LA VIDA
Cómo reencarnar a los desaparecidos de la Operación Colombo cuando la vida les fue tan violentamente mutilada era una de las interrogantes de los familiares. La solución sería elevarlos de la imagen fotográfica en blanco y negro, que fue su último retrato en el mundo, hasta devolverles la corporalidad. Así surgió la idea de las 119 siluetas que ocuparán la Plaza de la Constitución y cuyo emplazamiento será asesorado por Mario Soro, artista e instalador de vasta y reconocida trayectoria.
Por estos días, un grupo de artistas y estudiantes trabaja en el diseño de placas de madera que incluyen los rostros de las víctimas a partir de antiguos retratos. Su centro de operaciones está en la que fuera Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, a la que se entraba por calle José Carrasco Tapia (bautizada así en honor de este periodista asesinado en represalia por la muerte de cinco escoltas de Pinochet tras el atentado en su contra de 1986), y en donde hoy está la Federación de Estudiantes de esa casa de estudios (FECH).
Lo curioso es que para la fecha de publicación de la lista de «los 119» fue precisamente «Pepe» Carrasco, miembro del comité central del MIR, uno de los cabecillas de una huelga de hambre originada en el campamento de presos políticos de Puchuncaví, que se extendería a otros importantes centros de detención hasta que el mismo Pinochet accedió a investigar este caso.
Pero esto no pasaría de simples casualidades si la historia no fuera -como es a menudo- terrible: precisamente donde hoy está la FECH fue que funcionó el cuartel general de la DINA, conocido como «cuartel Belgrado», en donde tenía oficina su director general, Manuel Contreras. Reflexionando en ese historia, D’Orivald destaca su reverso: «Si pensamos que tal vez ahí se planificó la Operación Colombo, es significativo que donde se destruyó la vida es el escenario donde nosotros hoy la reconstruimos».