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El buque ingles recorrió en abril de 1939 el itinerario Alicante-Orán con más de 2.500 refugiados españoles

«Operación Stanbrook», 75 años después

Fuentes: Rebelión

Decenas de miles de personas que huían del avance fascista confluyeron en Alicante a finales de marzo de 1939. Iban a la busca de barcos con el fin de exiliarse. Uno de estos bajeles, un viejo carguero inglés -el Stanbrook- partió pasada la medianoche del 28 de marzo rumbo a Orán (en la Argelia colonizada […]

Decenas de miles de personas que huían del avance fascista confluyeron en Alicante a finales de marzo de 1939. Iban a la busca de barcos con el fin de exiliarse. Uno de estos bajeles, un viejo carguero inglés -el Stanbrook- partió pasada la medianoche del 28 de marzo rumbo a Orán (en la Argelia colonizada por Francia). A bordo, 2.638 pasajeros republicanos, los últimos en expatriarse, que en condiciones de insalubridad, hambre y hacinamiento vivieron su particular odisea. Pudieron huir. Los refugiados que permanecieron en Alicante acabarían en muchos casos, tras la ocupación militar de la ciudad por los expedicionarios italianos, en campos de concentración o víctimas de la prisión y las ejecuciones.

El Stanbrook recorrió penosamente el itinerario Alicante-Orán hace 75 años. Para conmemorar la efeméride, un grupo de profesionales, organizaciones sociales y pasajeros supervivientes del buque (las hermanas Helia y Alicia González) han organizado para el mes de marzo de 2014 -con el patrocinio del Gremi d’Editors del País Valencià- un viaje que reproducirá la singladura del Stanbrook. Está prevista, asimismo, la presentación de investigaciones sobre los últimos días de la República, conferencias, exposiciones, documentales y la edición de un Libro. Los actos centrales de la iniciativa consisten en un «Concierto Popular de la Memoria», en Orán, y la instalación de un monumento a la memoria republicana, que también reconozca el apoyo prestado por la población argelina.

Al periplo conmemorativo se ha apuntado Helia González, quien actualmente reside en Elche pero en 1939, a los seis años, se embarcó en el Stranbook con su familia (fue la pasajera número 2277). Helia ha participado en un homenaje a los últimos exiliados republicanos, pasajeros del Stanbrook, organizado por el Fòrum de Debats de la Universitat de València. Recuerda cómo «llegar al barco fue la salvación; cuando el capitán me subió en brazos por encima de la pasarela y pude entrar; en el buque nos juntamos mis padres, mi hermana y yo, después de estar separados por la guerra (mi padre permaneció movilizado en Madrid)». Evoca unos tiempos de hambre, miedo y angustia pero también «la alegría de estar juntos». También las noticias que llegaban a Argelia de los republicanos españoles, porque hubo quien les veía y se admiraba: «No tienen rabo». ¿Qué lecciones extrae de aquel drama vital? «Que sirva no sólo para recordar, sino también para aprender; personalmente, nunca he podido criticar a los inmigrantes que vienen a España, ni decir cosas como que nos quitan el trabajo o la sanidad».

Helia González ha publicado algunos de estos episodios biográficos en el libro «Desde la otra orilla. Memorias del exilio». Al llegar al destierro, «yo trabajé en seguida; aquello era luchar para vivir; pero al final, estudiamos, hacíamos jabón, teatro, de todo; estábamos bien. Fue mucho peor el regreso a la España franquista y lo que entonces pasamos».

El historiador Juan Martínez Leal publicó en 2005 un extenso artículo titulado «El Stanbrook. Un barco mítico en la memoria de los exiliados españoles», en la revista «Pasado y memoria», donde radiografía el acontecimiento histórico y su contexto. El mismo marzo de 1939, antes de que partiera el señero barco, habían salido del Puerto de Alicante rumbo al exilio el Winnipeg, el Marionga, el Ronwyn (otro mercante inglés con 716 pasajeros) y el African Trader (que llegó al Puerto de Orán con 859 personas a bordo). Desde los pueblos de la provincia (El Campello, La Vila Joiosa, Santa Pola y Torrevieja), también salieron numerosos barcos pesqueros.

Martínez Leal destaca la contribución de un dirigente socialista, Rodolfo Llopis, para facilitar la huida de los perseguidos. Incluso se dirigió a Orán para organizar una oficina de ayuda a los refugiados españoles. ¿Por qué a Orán? «Existían fuertes vínculos con esta zona colonial francesa, debido a la emigración de temporeros agrícolas desde el sureste español hacia esta ciudad, una tradición que se remontaba a finales del siglo XIX. En muchos casos la emigración se convirtió en definitiva, formándose una numerosa colonia de miles de residentes valencianos, sobre todo de las comarcas del sur, y especialmente de las marinas alicantinas. Se decía entonces que Orán era una ciudad de administración francesa, pero de alma española», apunta el historiador.

Al Stanbrook le ha acompañado durante muchos años la leyenda del capitán Dickson, patrón del buque carbonero, de quien se ha loado su altruismo y capacidad de empatía. La razón es que habría permitido el embarque de pasajeros hasta alcanzar el límite. Pero los testimonios recogidos, apunta Martínez Leal, «no permiten confirmar este extremo». El acceso al carguero ofrece una pintura vívida del drama: «Había refugiados que llegaban pertrechados de todo tipo de maletas y fardos con provisiones, y otros sin nada, directamente del frente y con lo puesto, con hambre y cansancio acumulados o con apenas algunos objetos de valor, pequeñas joyas, que pudieran ser intercambiados en el extranjero».

El socialista Cruz Merino ofrece un testimonio directo de los momentos previos al embarque, según se recoge en el libro de Martínez Cobo «La primera renovación (1939-1945). Intrahistoria del PSOE»: «El barco iba lleno hasta el palo mayor. En todos los lugares había alguien; en las bodegas, en el puente y sobre el techo de las cocinas y las máquinas; la línea de flotación estaba sumergida y se empezaba a levantar el ancla. Seguían llegando por miles los desesperados que no cesaban de gritar o llorar…Los carabineros impiden la entrada en el puerto y para subir al Stanbrook, tenemos que emplear una maroma; yo lo hice sobre los hombros de un compañero». Al poco de partir, un avión se aproximó y arrojó dos bombas, señala Juan Martínez Leal, que venturosamente impactaron lejos de la popa.

El Stanbrook tardó 48 horas en recorrer el itinerario Alicante-Orán. Lastrado por la sobrecarga, en zigzag y navegando por una ruta diferente de la regular, el buque sorteó eventuales bombardeos de la aviación franquista. Arribaron al puerto de la ciudad argelina (algunos pasajeros pensaron, ingenuamente, que se les recibiría como a héroes de la guerra de España, apunta el historiador). Pero comprobaron de inmediato que frente a los muelles se hallaba el African Trader (desde hace quince días), todavía con los pasajeros a bordo. También el Lezardrieux, que había salido de Valencia; el Campillo (un viejo petrolero que salió el 29 de marzo de Cartagena) y los refugiados que huyeron en barcos de pesca.

En el caso del Stanbrook, cuenta Juan Martínez Leal, se daba «un plus de dramatismo, debido al terrible hacinamiento y a las imposibles condiciones de vida dentro del buque; si bien las mujeres, niños, enfermos y ancianos fueron desembarcados en los primeros días, la mayoría de los refugiados -por increíble que parezca- tuvieron que esperar casi un mes más para poder desembarcar». Ante la dejación del gobierno francés, la solidaridad de primera hora vino de la inmigración española (se acercaban en pequeñas barcas y lanzaban bolsas de comida) y de muchos oraneses. Se sumaron al apoyo, además, los sindicatos franceses y la oficina de refugiados españoles. Hasta que no pasaron tres días, cinco o una semana, según los testimonios, las autoridades francesas no hicieron llegar a los refugiados -y aún así, de manera muy limitada- vituallas y bebida.

«Con todo, pasados unos días, la alimentación no fue lo peor. El hacinamiento humano y la imposible higiene convirtieron al Stanbrook en una inmunda prisión flotante. En el barco se carecía de agua potable excepto la que llegaba para beber, salobre y en cuentagotas. Sólo un único grifo a horas fijas que suministraba un chorrito sucio de agua racionada, ante el que se formaban largas colas. Para lavarse había que subir el agua del mar con cubos. En el barco sólo dos pequeños retretes podían utilizarse para una población de casi 3.000 personas, de forma que se producían esperas interminables de horas y horas», explica el autor de «El Stanbrook. Un barco mítico en la memoria de los exiliados españoles». Piojos y parásitos, vivir y dormir amontonados o discusiones políticas entre «casadistas» y «anticasadistas» tiznaban la cotidianidad del barco.

A las penalidades diarias se agregaban otros elementos de tensión, como la elaboración (desde el primer día) de listas políticas, en las que la administración francesa se mostraba muy interesada. Funcionarios del país galo ayudados por tripulantes (policías y funcionarios del Servicio de Información Militar) se aplicaban en el asunto. Entre los refugiados se sobreentendía, con preocupación, que un posicionamiento político más o menos a la izquierda podía condicionar el lugar de destino. Martínez Leal enuncia la pregunta capital formulada por los historiadores. ¿A qué respondía la demora (más de un mes) de las autoridades francesas en permitir el desembarco de los expatriados? Se alegaba que Francia ya contaba con cientos de miles de refugiados (dos meses antes llegaron verdaderas oleadas humanas desde Cataluña). Inglaterra también se negó a acoger a los refugiados españoles varados frente a los puertos argelinos, tal como pretendía el gobierno francés.

Otro pretexto consistió en afirmar que Francia no disponía de plazas suficientes de alojamiento. Fue muy importante para superar la cerrazón, apunta Martínez Leal, la presión de organizaciones como el Comité Internacional de Ayuda a los Refugiados Españoles, Solidaridad Internacional Antifascista y la Oficina Socialista de Ayuda a los Refugiados Españoles de Orán. En los primeros días -aunque el trámite se prolongó por una semana- desembarcaron mujeres, niños, ancianos y enfermos. A la mayoría de las mujeres se las condujo a la antigua cárcel de Orán. También se habilitó otro campo provisional de mujeres en Ain-le-Turk. Los primeros hombres (cerca de 500) no pisaron tierra argelina hasta las dos semanas. Se les llevó a un campo de concentración provisional en las cercanías del puerto, donde mejoraron las condiciones de higiene y comida. A mediados de abril el campo de internamiento ya acogía a 800 personas. El gobierno francés pretendía, sin embargo, limitar la presencia de expatriados españoles en Orán, por lo que habilitó otros campos en Beni-Saf, Orleansville y Camot.

¿Qué ocurrió con los 1.500 pasajeros restantes del Stanbrook? Otra excusa utilizada por el ejecutivo francés para evitar el desalojo, explica Juan Martínez Leal, fue la presencia en el carguero de muchos «indeseables» (en supuesta alusión a los «internacionales» que se hallaban a bordo). Más aún. Las autoridades francesas trasladaron al barco y sus pasajeros los gatos producidos por la alimentación, atención a mujeres, niños, ancianos y hospitalizados españoles. El pago, exigía el ejecutivo galo, debería ser previo al desembarco de los refugiados que permanecían a bordo. La Prefectura decretó, incluso, el embargo del bajel y (según apunta Rodolfo Llopis) la retención de los pasajeros en el buque hasta que no se efectuaran los pagos.

Conclusas las negociaciones, el Stanbrook se «liberó» finalmente por 170.000 francos de la época, remitidos por el SERE (organismo de ayuda a los exiliados dirigido por el gobierno de Negrín). Pero lo que realmente precipitó la evacuación el 1 de mayo de 1939, señala el autor de «El Stanbrook. Un barco mítico en la memoria de los exiliados españoles», fue la declaración de un brote de tifus en el buque, «hecho éste que se ocultó pero que sabemos a través de la información reservada que manejó Rodolfo Llopis».

Finalizado el vía crucis del mítico barco, los historiadores se han interesado por la caracterización de sus pasajeros, exiliados de la República que buscaron mejor puerto en el norte de África. Juan Martínez Leal esgrime los datos del profesor Juan Bautista Vilar, espigados en los Archivos Nacionales Franceses de Ultramar. Predominaban en el Stanbrook los hombres (2.240 frente a 398 mujeres). Tal vez los sometidos a mayor padecimiento fueron los 147 niños menores de 15 años, de los cuales 15 no habían cumplido el primer año de edad (entre estos, varios tenían entre uno y tres meses). Casi tres cuartas partes de los embarcados contaban con edades entre los 20 y los 40 años, lo que confirma las pautas de los fenómenos migratorios en la época. De procedencia urbana, los enrolados en el Stanbrook pertenecían mayoritariamente a las clases populares (empleados en todas sus variantes) y no eran ajenos a la militancia política (republicanos de izquierda, socialistas, anarquistas o comunistas).

Llegaron a ingresar en el Stanbrook prácticamente todos los comunistas alicantinos más destacados (no hubo «filtros» políticos para subir a bordo), liberados la mayoría poco antes de las prisiones. Martínez Leal destaca asimismo la labor altruista de los médicos y enfermeros, en el muelle de Orán y después en los campos de internamiento. En el carguero inglés viajaron personas comunes y corrientes en ese momento, que con el tiempo cobrarían fama y relieve historiográfico. Hecho el periplo Alicante-Orán, Amado Granell se incorporó a la Resistencia Francesa como teniente de la Segunda División Blindada del general Leclerc («La Nueve»), integrada por republicanos españoles y que liberó París en agosto de 1944.

Muchos de los desterrados españoles vieron frustradas sus expectativas. Porque 2.171 refugiados llegaron a Orán con pasaporte para continuar el viaje hasta América Latina y ello no fue posible. Les aguardaba una realidad mucho más dura: los campos de concentración en Argelia y Marruecos. El más conocido, relata Martínez Leal, el «Camp Morand». «En una desolada llanura sujeta a unas condiciones climáticas infernales, este campo llegó a tener entre 3.000 y 5.000 refugiados». «Para éstos y para los españoles de los otros campos, las opciones para salir de este cautiverio -cerrada la posibilidad para la inmensa mayoría de ir a terceros países- fue el enrolamiento en la Legión Extranjera (no en el ejército regular francés) o el reclutamiento -casi obligatorio- para las Compañías de Trabajadores».

En los campos de trabajos creados para la construcción del Transahariano (ferrocarril Mediterráneo-Níger), «se dejaron la vida o salud miles de españoles como mano de obra semiesclava», apunta Juan Martínez Leal en «Pasado y Presente. Revista de Historia Contemporánea». Quienes permanecieron en los campos de Bou-Arfa en Marruecos y de Colomb Bechar en Argelia «vivieron uno de los capítulos más trágicos del exilio español y de los más bochornosos para la República de Francia. Padecieron penalidades incontables, hacinados en tiendas de campaña en pleno desierto, trabajando bajo una severa disciplina a más de 50º durante el día, sometidos a frecuentes malos tratos, por una alimentación absolutamente insuficiente y por un mísero salario». Memoria histórica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.