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Oslo, ¿presagio macondiano?

Fuentes: Rebelión

En el imaginario nacional y en nuestras cabezas llenas de fabulas y duendes damos un especial significado a las señales especiales que captamos de las cosas y hechos más inverosímiles y distantes pero que en un momento determinado de la vida o de la historia parecen ligados por un hilo mágico señalando un camino, respondiendo […]

En el imaginario nacional y en nuestras cabezas llenas de fabulas y duendes damos un especial significado a las señales especiales que captamos de las cosas y hechos más inverosímiles y distantes pero que en un momento determinado de la vida o de la historia parecen ligados por un hilo mágico señalando un camino, respondiendo una duda o proponiendo algún reto vital con la vida o con la naturaleza. Las conversaciones de paz que se instalan esta semana en Noruega tienen un esperanzador revoletear de mariposas amarillas que parecen exorcizar la desconfianza y los temores de tantos pactos traicionados y palabras incumplidas y que en el cuerpo agujereado a tiros de Guadalupe Salcedo tienen la mas clara expresión de la desconfianza pero que además no ha sido la única en la accidentada geografía de nuestros largos conflictos, guerras y sublevaciones y las ilusiones de resolverlos civilizadamente sin la trampa tendida a Guadalupe, a Pizarro a los hermanos Rojas o la inmensa traición que significó el genocidio contra la Unión Patriótica.

Se encuentran estas nuevas conversaciones con una fecha que podría no ser arbitraria. Octubre. Exactamente treinta años atrás en esas tierras nórdicas un 20 de octubre nuestro Gabriel García Márquez recibió el premio Nobel de literatura en momentos en que las acusaciones presidenciales de que financiaba a la guerrilla lo tenían en el obligado exilio. Y en ese 20 de octubre de hace 30 años el discurso del Nobel estuvo cargado de premoniciones. Un discurso más para estas épocas que para aquellas. Parecieran que fueran Evo, Pepe Mujica, Correa o Chávez quienes hoy dijeran a Europa lo que García Márquez dijo hace 30 años:

«¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? Y simplemente, agregarían ellos, nos llaman dictadores, déspotas o populistas?

Y coincidiendo con los que tercamente han ayudado a abrir el camino de Oslo y de La Habana expresó el novelista:

«La violencia y el odio desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a tres mil leguas de nuestra casa».

Los y las trabajadoras por la paz que abundan con indomable terquedad en todos los rincones del país pueden hacer suyas con total y absoluta propiedad intelectual esta afirmación con la que bien se podrían encabezar los acuerdos a que se llegue en este proceso que está comenzando:

«Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho a creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra».

Gabriel García Márquez, mamagallista profesional, leyó en Estocolmo hace treinta años un discurso que él sabía eran para Oslo pero para treinta años después.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.