La Audiencia Nacional ha dictado sentencias en el caso de la llamada «célula de Al Qaeda en España» muy inferiores a los que solicitaba el fiscal basándose en las imputaciones formuladas por el juez instructor, Baltasar Garzón. Por lo que he visto y oído esta mañana, hay reacciones para todos los gustos, pero la gran […]
La Audiencia Nacional ha dictado sentencias en el caso de la llamada «célula de Al Qaeda en España» muy inferiores a los que solicitaba el fiscal basándose en las imputaciones formuladas por el juez instructor, Baltasar Garzón. Por lo que he visto y oído esta mañana, hay reacciones para todos los gustos, pero la gran mayoría se dice estupefacta por el fallo de la Audiencia. «Estamos luchando contra el terrorismo del siglo XXI con instrumentos del siglo XIX», acabo de oír a un comentarista al que no he conseguido identificar. Se supone que «el terrorismo del siglo XXI» es la célula en cuestión y que los instrumentos decimonónicos son los que proporciona el vigente Código Penal. Un Código Penal que, como se sabe, es de muy reciente cuño.
No he leído la sentencia -me da que quienes la están comentando tampoco, porque es muy voluminosa- pero, por lo que afirman quienes sí la han leído, e incluso participado en su redacción, se limita a constatar que en el sumario no hay ni una sola prueba que permita implicar a los procesados en la comisión de los atentados del 11-S, que era el punto clave de las acusaciones de Garzón y el que motivaba la petición de penas de cárcel tan elevadas. La sentencia viene a decir que todas las hipótesis manejadas por Garzón a ese respecto son pura fantasía. Es más: hay quien sostiene -el editorial de El Mundo de hoy, sin ir más lejos- que algunos de los indicios que la sentencia sí ha tenido por datos determinantes carecen de consistencia real. De ser así, nos encontraríamos con que el tribunal habría realizado incluso un esfuerzo por dejar menos en ridículo la labor del juez instructor de lo que podría -y tal vez debería- haber hecho.
Yo no soy hombre de leyes, aunque tantos años en el periodismo de opinión en un país como éste me hayan dado algunos conocimientos en la materia, pero son demasiadas ya las veces que he oído comentar en petit comité a personas de sólida formación jurídica y de larga práctica acreditada que Baltasar Garzón es un desastre como juez instructor. Su empeño obsesivo por figurar y por obtener titulares le han conducido demasiadas veces a iniciar sumarios aparatosísimos que ha llevado retrasados y mal, porque su intensa actividad social no le permitía ni estudiar ni trabajar lo necesario. Por culpa de ello, unas veces ha llevado a juicios sumarios tan llenos de acusaciones terribles como vacíos de pruebas reales y otras ha presentado instrucciones que sí se referían a hechos reales muy graves, pero que él mismo malogró con su torpeza (el caso de la operación Nécora fue antológico).
En tales condiciones, no tiene nada de extraño que la Audiencia Nacional se vea obligada a desautorizarlo como lo ha hecho en esta ocasión. Lo preocupante es que no haya puesto también en evidencia sus patéticos macrosumarios sobre Euskadi, algunos de los cuales llevan años y más años dormitando el sueño de los injustos, sin despertar jamás a la vida. Es ahí donde se hace obligado contar con la influencia de factores políticos. Porque no hay un Garzón que instruye sobre Euskadi y otro Garzón que lo hace sobre las mafias de la droga y los atentados de Al Qaeda. Es siempre el mismo, con los mismos delirios de grandeza y las mismas chapuzas. Sólo que unas cabe echárselas en cara y otras conviene utilizarlas.