La Revolución contra Machado tuvo un cronista singular en Pablo de la Torriente Brau, valiente revolucionario de aquella etapa convulsa de la historia patria.
«Recuerdo un libro de Pablo de la Torriente Brau, eso no se me ha olvidado… y decía que había determinados lugares en que, con un fusil, un hombre podía detener un ejército. Esa frase de Pablo de la Torriente Brau nunca se me olvidó.» Fidel
«He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española… Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos.» Pablo.
Existen temas y personajes de nuestra historia que se convirtieron imperceptiblemente en argamasa de nuestra personalidad. Han pasado muchos años y ellos rondan, siempre rondan, como inseparables compañías. Así ha pasado con Pablo de la Torriente Brau, con su persona y obra, que se quedó eternizado en los recuerdos.
Fue en los años cincuenta cuando conocí de la obra de Pablo a través de las publicaciones auspiciadas por Raúl Roa, revolucionario y alma gemela de Pablo, desde la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación y aquellas lecturas impactaron mi sensibilidad para siempre.
Pasó el tiempo y fue en la emisión del programa radial La hora rebelde del sábado 26 de septiembre de 1959 que abordé la significación de Pablo en el proceso revolucionario cubano. Expresamos entonces por la radio:
La Revolución contra Machado tuvo un cronista singular en Pablo de la Torriente Brau, valiente revolucionario de aquella etapa convulsa de la historia patria. Pablo narró todos los episodios heroicos de aquella lucha. Descolló entre los hombres de aquella generación porque dejó escritas para la historia las páginas más palpitantes de su tiempo. Conoció de las injusticias cometidas contra la gente del pueblo, y las denunció y combatió con valentía y vehemencia. Subió las lomas, se adentró en las sierras para conocer los problemas de los campesinos y para dar a conocer las injusticias que los esquilmaban y los despojaban de sus tierras. De Pablo de la Torriente Brau son los párrafos siguientes, que bien pudieron servir de advertencia a los hombres de la tiranía y a los que se empecinan en hacer el mal a nuestro pueblo y a nuestros campesinos.
«Pero si alguien quiere subir a las lomas en son de guerra, que tenga mucho cuidado. Que por allí Flor Crombet y Guillermón Moncada y Periquito Pérez y Antonio y José Maceo, hicieron filigranas con sus machetes contra los máuseres de los españoles. ¡Que tenga mucho cuidado el que quiera subir a las lomas en son de guerra, porque detrás de un indomable caguairán un hombre, con su rifle, puede hacerle frente a diez, sin miedo a las balas; y al paso por las cañadas una sola ametralladora puede acabar con mil hombres! Que no tenga mucha fe en los aeroplanos quien quiera subir en son de guerra a las montañas, porque allí hay cuevas capaces de ocultar a quinientos rebeldes, y, por último, que piense quien quiera arrojar de allí a los guajiros que ellos son también como árboles de su monte, que están arraigados a la tierra de tal modo, que ellos son tierra también; que nada hasta ahora ha podido arrancarlos de allí y nada podrá nunca hacerlos salir de aquello, que guarda toda la historia de sus miserias y de sus luchas; de vida sencilla, de su valor legendario. Saben que son también árboles del monte y prefieren morir desgarrados en él, en medio de la salvaje esplendidez de la naturaleza, a morir de anemia y de hambre desalojados por los avaros y egoístas.
Y entonces concluimos con esta frase: Donde hay lomas y montañas, allí están hoy los campesinos, que son fieles soldados de la Revolución.»
Y es que muchos años después se hizo realidad lo narrado por Pablo, que tal parece fue un calco futurista de lo ocurrido en Cuba a partir del inicio de la lucha armada por el Ejército Rebelde dirigido por Fidel en la Sierra Maestra y en el resto de las regiones montañosas del país.
Fidel hubo de referirse a su lectura de los pasajes descritos por Pablo, los cuales le sirvieron como experiencias para la lucha guerrillera, en que 300 hombres guerrilleros llegaron a enfrentar a 10 000 soldados de la tiranía.
En el discurso pronunciado en el acto por el trigésimo segundo aniversario del asalto al Cuartel Moncada, celebrado en la provincia de Guantánamo, el 26 de julio de 1985, Fidel explicaba:
«A lo largo de esos años de aquella república mediatizada, los guantanameros lucharon, y los campesinos de Guantánamo lucharon; se hizo famoso el Realengo 18. Realengo era algo que se originaba de la forma en que los españoles repartieron el territorio: hacían unos círculos de no sé cuántos metros o kilómetros, y las partes que quedaban entre los círculos se llamaron realengos. Esas áreas se dice que no tenían propietario hasta que aparecían los aspirantes, y los campesinos del Realengo 18 escribieron páginas gloriosas de resistencia contra la opresión y contra los latifundistas y geófagos, que inspiraron las hermosas páginas escritas por Pablo de la Torriente Brau, sobre el Realengo 18 (APLAUSOS), como escribió brillantemente sobre la prisión que conoció allá en la que es hoy Isla de la Juventud; y, por cierto, que aprendí bastante de esos escritos de Pablo de la Torriente, porque recuerdo que cuando él describía este territorio, decía que era un terreno tan apto para la lucha que un hombre con un fusil era capaz de detener un ejército. ¡Cuánto me ayudó después, cuando se nos presentó la tarea de cómo resistir, luchar y derrotar a un ejército, aquella frase de Pablo de la Torriente Brau, de que en esas montañas un hombre con un fusil podía detener un ejército! Y fueron proféticas sus palabras (APLAUSOS).»
En otra ocasión señaló «Recuerdo un libro de Pablo de la Torriente Brau, eso no se me ha olvidado, cuando hablaba de las luchas por allá, por donde estaba después el Segundo Frente, por la zona de Guantánamo, creo que del Realengo 18, y decía que había determinados lugares en que, con un fusil, un hombre podía detener un ejército. Esa frase de Pablo de la Torriente Brau nunca se me olvidó; como tampoco se me han olvidado las experiencias en la retaguardia de las líneas españolas que aparecen en la novela de Hemingway».
Fidel se refiere a la novela “Por quién doblan las campanas”.
En el artículo “El prólogo que me solicitaron”, de fecha 20 de enero de 2014, Fidel concluyó:
«Pablo de la Torriente Brau murió en una trinchera de primera línea que defendía uno de los frentes de la República española, donde más de mil compatriotas cubanos se afirma que participaron en aquella guerra. Yo había leído varios de sus escritos que ayudaron a forjar una conciencia política. ¡Qué falta me habría hecho hablar con un hombre como Pablo de la Torriente, de cuyo libro sobre las luchas en el “Realengo 18”, ubicado en la región de Guantánamo, extraje conocimientos tan útiles!»
Pablo de la Torriente Brau, nacido el: 12 de diciembre de 1901, en San Juan, Puerto Rico, cayó heroicamente el 19 de diciembre de 1936, en el cerro madrileño de Majadahonda, enrolado como comisario en el ejército que defendía a la República española contra el fascismo. Escribía así una página gloriosa del internacionalismo cubano. El poeta y Premio Nobel Juan Ramón Jiménez dijo sobre el suceso: «Como español del mundo que él soñaba, me inclino ante el ejemplo generoso de su muerte.»
Es inolvidable la carta del 6 de agosto de 1936, días después de que se había desencadenado la Guerra Civil Española, que Pablo escribe desde su exilio neoyorquino, donde expresa con tanto enardecimiento su idea de viajar a España.
«He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: «No te mueras sin ir a España». Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación. […] Pero ahora yo me voy a España, a ser arrastrado por el gran río de la revolución. A ver un pueblo en lucha. A conocer héroes. A oír el trueno del cañón y sentir el viento de la metralla. A contemplar incendios y fusilamientos. A estar junto al gran remolino silencioso de la muerte.»
Y para eternizar al revolucionario, al escritor y al periodista en forma de poesía quedará como recuerdo eterno el poema Elegía segunda de su compañero poeta y miliciano Miguel Hernández:
A Pablo de la Torriente, comisario político
“Me quedaré en España, compañero”, / me dijiste con gesto enamorado. / Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero / en la hierba de España te has quedado.
Nadie llora a tu lado: / desde el soldado al duro comandante, /
todos te ven, te cercan y te atienden / con ojos de granito amenazante, / con cejas incendiadas que todo el cielo encienden.
Valentín el volcán, que si llora algún día / será con unas lágrimas de hierro, / se viste emocionado de alegría / para robustecer el río de tu entierro.
Como el yunque que pierde su martillo, / Manuel Moral se calla
colérico y sencillo. / Y hay muchos capitanes y muchos comisarios /
quitándote pedazos de metralla, / poniéndote trofeos funerarios.
Ya no hablarás de vivos y de muertos, / ya disfrutas la muerte del héroe, ya la vida / que no te verá en las calles ni en los puertos /
pasar como una ráfaga garrida.
Pablo de la Torriente, / has quedado en España / y en mi alma caído: / nunca se pondrá el sol sobre tu frente, / heredará tu altura la montaña / y tu valor el toro del bramido.
De una forma vestida de preclara / has perdido las plumas y los besos, / con el sol español puesto en la cara / y el de Cuba en los huesos.
Pasad ante el cubano generoso, / hombres de su Brigada, / con el fusil furioso, / las botas iracundas y la mano crispada.
Miradlo sonriendo a los terrones / y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos / a nuestros más floridos batallones / y a sus varones como rayos rudos.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan. / No temáis que se extinga su sangre sin objeto, / porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan / aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
En fin, Pablo se nos quedó en España tras «ser arrastrado por el gran río de la revolución. A ver un pueblo en lucha. A conocer héroes. A oír el trueno del cañón y sentir el viento de la metralla. A contemplar incendios y fusilamientos. A estar junto al gran remolino silencioso de la muerte.»
Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.
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