Al cumplirse 120 años del nacimiento del poeta Pablo de Rokha, vapuleado y discriminado en su época, su obra sobrepasa las fronteras del tiempo. Dos botones de muestra: Editorial DasKapital ha publicado el libro de Daniel Rozas, Pablo de Rokha y la revista Multitud y Arnaldo Delgado, junto al grupo Canto Crisol, musicaliza sus poemas. […]
Al cumplirse 120 años del nacimiento del poeta Pablo de Rokha, vapuleado y discriminado en su época, su obra sobrepasa las fronteras del tiempo. Dos botones de muestra: Editorial DasKapital ha publicado el libro de Daniel Rozas, Pablo de Rokha y la revista Multitud y Arnaldo Delgado, junto al grupo Canto Crisol, musicaliza sus poemas. Esto, en el marco de una serie de actividades para celebrar al vate y el anuncio de próximas publicaciones.
Por otro lado, estudiantes y centros culturales de distintas poblaciones recuerdan a De Rokha en sus medios. La identificación de un sector importante de jóvenes estudiantes y trabajadores, vinculados a la comunidad literaria y desde variadas instancias con la obra rokhiana, ha ido en aumento en los últimos años. ¿Razones? Puede ser que al releer su obra, resaltan algunos motivos principales: su honestidad poética, su discurso sin pelos en la lengua, su insurgencia ante el capitalismo, su sentido de lo popular, su manifestación ideológica sin complejos, su ruptura -en la teoría y en la práctica-, con un canon académico-social de la poesía que desde siempre el stablishment político y literario del país ha querido imponer desde las aulas universitarias.
Pero lo importante, más que lo que otros pudieran decir sobre Pablo de Rokha y su obra, es lo que él mismo dice o expresa en sus poemas. De Rokha abarcó múltiples temas, siempre desde una perspectiva social, política, ideológica y cultural. Consideraba la poesía, y el arte en general, como una herramienta de lucha, una herramienta para denunciar los abusos patronales y del capitalismo. Su canto buscaba crear conciencia social, aportar en el camino de liberación del ser humano. Liberación de las cadenas impuestas por una minoría dueña de las armas, impulsada por la avaricia y el afán de poder. Lo mejor para celebrar estos 120 años del poeta, es dejarlo hablar a través de sus textos. Uno de ellos, «Epitafio en la tumba de Juan, el carpintero», publicado en 1922, sintetiza muy bien su concepción del deber ser:
«Aquí yace ‘Juan, el carpintero’; vivió setenta y tres años sobre la tierra, pobremente, vio grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la honorabilidad del hombre decente, odió al capitalista imbécil y al peón canalla, vil o utilitario; -juzgaba a los demás según el espíritu-.
Las sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer explicando a sus hijos el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente junto a la tumba del rorro, – un olor a virutas de álamo o quillay, maqui, litre, boldo y peumos geniales perfumaba el ambiente rústico de la casa – , su mujer sonreía; no claudicó jamás, y así fue su existencia, así fue su existencia.
Ejerció diariamente el grande sacerdocio del trabajo desde el alba, pues quiso ser humilde e infantil, modesto en ambiciones; los domingos leía a Kant, Cervantes o Job; hablaba poco y prefería las sanas legumbres del campo; vivió setenta y tres años sobre la tierra, falleció en el patíbulo, POR REVOLUCIONARIO. R. I. P.»
ESCUELAS PRIMARIAS
Respecto a otros temas, he aquí algunas muestras. Sobre las escuelas primarias chilenas, escribió:
«Como un copihue agropecuario de condición frutal es un panal de abejas o nido de calandrias en un camino real, la Escuela Primaria Chilena.
Brama el río funeral de la miseria por adentro de sus cimientos y en su barco flamea el pabellón de lo épico.
El coraje forestal del profesor defiende a la desnutrida criatura proletaria, y la niña maestra es una gran paloma del saucedal obrero, en el cual Chile se define como lo heroico y su categoría.
Los quillayes, los boldos, los peumos, los maitenes cantan la tonada de la nacionalidad en la guitarra de la entraña escolar y el roto relumbra en su corazón.
La batalla social de los desamparados la plantea como vivencia y lenguaje de multitudes y adentro de sus techumbres desesperadas se están criando las semillas de las banderas del porvenir, como grandes potros».
Pablo de Rokha era parte del pueblo, vivió como tal y asumió su voz, su defensa, su condición. Dice en el poema «Canto del macho anciano»:
«Caduco en ‘la República asesinada’
y como el dolor nacional es mío, el dolor
popular me horada
la palabra, desgarrándome,
como si todos los niños hambrientos de Chile
fueran mis parientes;
el trágico y el dionisíaco naufragan en este
enorme atado de lujurias
en angustia, y la acometida agonal
se estrella la cabeza en las murallas
enarboladas de sol caído,
trompetas botadas, botellas quebradas,
banderas ajadas, ensangrentadas
por el martirio del trabajo mal pagado;
escucho la muerte roncando por debajo
del mundo
a la manera de las culebras, a la manera
de las escopetas apuntándonos
a la cabeza, a la manera
de Dios, que no existió nunca…» (…)
«Tranqueo los pueblos rugiendo libros,
sudando libros,
mordiendo libros y terrores
contra el régimen que asesina niños, mujeres,
viejos con macabro
trabajo esclavo, arrinconando en su ataúd
a la pequeña madre obrera en la flor
de su ternura,
ando y hablo entre mártires tristes y héroes
de la expoliación, sacando
mi clarinada a la vanguardia de las épocas,
oscura e imprecatoria
de adentro del espanto local que levanta su
muralla de puñales y de fusiles».
EL AMOR POR WINETT
Otro tema inevitable en la obra rokhiana es el amor hacia Winétt, su idolatrada esposa y poeta, fallecida en 1951. En el poema «Oleaje de eternidades», le canta:
«El sexo, el hambre, el vino y la justicia,
Winétt, enarbolaron las catedrales y los
estandartes, y ‘Dios’ es alcohol terrible,
los cantos son mando tronchado y libertad acumulada.
Cuando te nombro, Luisa Anabalón, se remece la especie,
todos los muertos paran la oreja en lo
infinito,
y del árbol del mundo caen lágrimas
grandes, pálidas como truenos solos,
y águilas sin cabeza,
familias horriblemente heridas por la divina
cuchillada de lo bello tremendo,
porque tu nombre es el amor vestido de
abismo, el dolor trayendo un recuerdo
de fabulosa heroína moribunda o pájaro
oceánico,
y la naturaleza y la materia echando flor
ogaño…».
LA REBELION ROKHIANA
En el poema «Grano de pólvora a una cigarra», también dedicado a Winétt, el amor y el sentido de rebelión ante la injusticia se hace latente con fuerza y furia, mostrándonos a Pablo de Rokha con toda su consecuencia literaria y política desatada. Además de la vigencia de los versos, podemos constatar su vigencia poética, porque, en realidad, 120 años no son nada, apenas el inicio.
«Empuña el sol tocando y desparramando su cuerno de fuego, y en los surcos maduros el pan estalla entre gaviotas y vasijas…
Todo está hecho así, Luisita: vihuelas y cadenas, y somos materia que habla, materia que llora, materia que canta y enormes categorías de espanto; cae el hombre y se levanta la sociedad huracanada, rompiendo esclavitud adentro y congojas grandes como espigas o como estruendos de eternidades que batallan arrojándose montañas a la cara; amor, aquí estoy cuidando tu sueño como un tigre rojo o un soldado de basalto de centinela en las avanzadas del mundo.
Sobre el hambre del régimen levantan los imperios económicos la bandera negra de la piratería internacional, enarbolada por los Caínes y traidores, y el águila de los infiernos desgarra y aplasta vientres de mujeres de miel y niños atroces con la pata macabra de la guerra y la inflación rugiente de cadáveres».
(…)
«Entre el ilustre mar y tú, la relación de profundidad es enorme; es por aquello que no es tu recuerdo quien va adentro de mí, sino yo mismo íntegro adentro de tu recuerdo porque yo soy tu recuerdo; desde mi congoja llueve tu nombre, y voy como Galvarino con los brazos cortados a la altura del corazón.
Llora la ojota nacional, y el país hambriento y desesperado aguanta la patada del gran imperio del dólar tallada en la bota del patrón, y el peón apenas se puede la miseria; tranco a tranco, empujo mi alma como un carretón viejo; y estos renglones echan humo y pena de gran incendio, como si se quemasen todas las montañas del mundo; sobre las ruinas tremendas alto y ancho retumba el trueno; aguarda un momento Winétt: ¡voy a golpear la Eternidad con la cacha de mi revólver…!»
Publicado en «Punto Final», edición Nº 815, 17 de octubre, 2014