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Pactos de la Moncloa, pactos del miedo

Fuentes: Público

Los Pactos de la Moncloa no fueron simplemente un acuerdo de lucha contra la inflación. Fueron una negociación desigual en un país donde Franco murió en la cama pero la dictadura murió en la calle. Entre 1974 y 1979 España tuvo las tasas de conflictividad laboral más altas de la historia. El franquismo se sabía muerto: «o hacemos el cambio nosotros o nos lo hacen», decía un Ministro de Franco en las exequias del Caudillo. Se juntó una crisis económica. La exigencia de Samuel Huntington para las transiciones (nunca la movilización popular debe exceder el marco institucional) estaba a punto de despeñarse.

La Transición era el intento desesperado del régimen franquista de homologarse en Europa con una formalidad democrática pero sin que cambiaran las estructuras económicas y sociales del franquismo. En 1974 había tenido lugar en Portugal la Revolución de los Claveles. Las universidades hervían. Franco murió en 1975. La Unión Militar Democrática estaba en los cuarteles, y trabajadores y estudiantes en las calles y en las fábricas. El PCE puso un millón de personas en las calles por los asesinatos de Atocha. Fraga mandaba en el Ministerio del Interior, la extrema derecha golpeaba y asesinaba y la policía disparaba a los trabajadores para que no se les fuera de las manos el régimen.

Además, la crisis de 1973 terminó de dinamitar un modelo que ya hacía agua por la competencia entre tres ejes que se hacían daño: la entonces CEE, Japón y los EEUU. La multiplicación por cuatro de los precios del petróleo puso en cuestión el modelo que había construido el Plan Marshall de rehacer la economía europea haciéndola dependiente del petróleo y de los dólares. El franquismo no respondió a la crisis del 73 y hasta 1979 no habría un plan energético. La productividad española y europea hacía tiempo que estaba por los suelos. El Plan de Estabilización de 1959 había dado de sí todo lo que podía.

¿Cómo respondió el capitalismo provinciano español? Como siempre: sobre las espaldas de los trabajadores. Eso eran los Pactos de la Moncloa.  Se trataba de recortar los salarios de los trabajadores. De poner en marcha el desmantelamiento industrial. De empezar la desregulación laboral. A cambio, se entregaban compromisos lógicos de democratización. Pensemos que hasta 1978 no tendríamos una Constitución. Migajas en la mesa de Homero.

Los Pactos de la Moncloa estaban atravesados de todas las trampas y restricciones de la Transición. Fueron preparados por gente del franquismo y avalados por los que querían hacer política con los mimbres heredados. Venían, por supuesto, con Rey. Un Rey que intentó la Transición con Arias Navarro pero que tuvo que virar corriendo hacia Suárez para que no naufragara la restauración borbónica. Los Pactos de la Moncloa se hicieron a partir de las elecciones del 77 que, como estaba planeado, ganó la UCD. Con un sistema electoral tramposo –que aún sigue- . Donde no pudieron presentarse partidos que llevaran el nombre de republicanos en sus siglas. Con la televisión, la única que había, manipulada. Con mucho dinero para que la derecha hiciera campaña. Donde, además, el Rey nombró a 42 Senadores reales como le dio la real gana para, así, blindar cualquier resultado electoral adverso a los que diseñaron la Transición. Y donde las elecciones municipales se retrasaron hasta 1979 para que las grandes ciudades, de izquierdas, no tuvieran margen de actuación. Trampas, trampas y más trampas.

¿Pudo ser de otra manera? Los contrafácticos son meros ejercicios intelectuales. Aunque alumbran. En España, ni el ejército ni la banca ni los Estados Unidos –que había dado en 1973 el golpe contra Allende en Chile- iban a permitir que fuera la izquierda quien pilotara la Transición. El Rey Juan Carlos, que ya apuntaba las maneras que ahora le conocemos en Suiza, era la pieza para que todo cambiara y todo permaneciera en su sitio. Los Pactos de la Moncloa son Juan Carlos I.

En vez de mirar la correlación de fuerzas, dijo Vázquez Montalbán, había que mirar la correlación de debilidades. El franquismo no era tan fuerte como para garantizar su continuidad –de ahí la caída de Arias Navarro- ni la oposición era tan fuerte como para exigir la ruptura –de ahí los Pactos de la Moncloa, el sistema electoral, los amagos de golpes de estado de los militares franquistas, la domesticación que pedía Carrillo-.

Los Pactos de la Moncloa fueron la capitulación de un país que salió del franquismo con las fuerzas sociales y políticas golpeadas. No olvidemos que Franco murió en noviembre pero nos dejó cinco fusilados en septiembre para que todo quedara atado y bien atado. Pese a todo, los trabajadores estaban en la calle. Seguramente se pudo ir un poco más lejos. Pero no creo que mucho más. Porque el PSOE de Felipe González tenía una agenda moderada. Porque el PCE de Carrillo tenía miedo. Porque el resto de la izquierda estaba fragmentada. Y porque la tutela americana y europea no iban a permitir muchos avances. Porque España se acostó franquista y se levantó demócrata.

Los Pactos de la Moncloa no fueron firmados por la patronal, pero fueron apoyados por el PCE y por CCOO con esa responsabilidad, no siempre sensata, que tiene la izquierda en España para compensar la irresponsabilidad histórica de nuestra burguesía. La patronal no firmó porque querían más y no estaban por la labor de poner en marcha un Estado social. Además, el que ruido de sables hacía una música que hacía bailar a los obreros al son que a ellos les gustaba. A los Pactos de la Moncloa le olían los pies a posdictadura.

Las cesiones de la derecha en los Pactos de la Moncloa eran las obligatorias en una democracia que quería homologarse en Europa. ¡Educación y sanidad públicas! Eran el adelanto de lo que después iba a decir la Constitución. Las cesiones de la izquierda, por el contrario, son las que explican por qué somos el país más desigual de nuestro entorno, por qué nuestro Estado social es más débil incluso que el de Portugal. Por qué tenemos esas tasas insultantes de desempleo que no trasladan sensación de fracaso a nuestro tejido empresarial.

Los Pactos de la Moncloa fueron un espejo de la correlación de fuerzas. Como ocurrirá ahora en cualquier pacto que alcancemos. Si en 1977 aquél acuerdo sirvió para que nuestro capitalismo fuera menos social que el de nuestro entorno, los acuerdos para después de esta guerra contra el covid-19 deberán expresar el consenso que está naciendo en España por un contrato social que no deje a nadie atrás.

En 1977, el PSOE, el PCE y CCOO mandaron a los trabajadores a dejar las calles y las huelgas y aceptar los recortes salariales. Ahora de lo que se trata es de obligar a los que más tienen a que ayuden a construir ese contrato social. Los Pactos de la Moncloa salvaron al viejo mundo que venía del franquismo. Ahora se trata de mirar mucho más lejos y con mucha más generosidad. Y, a diferencia de lo que pasó en 1977, sin miedo.

Fuente: https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2020/04/06/pactos-de-la-moncloa-pactos-del-miedo/