El pasado 1 de septiembre se cumplieron cuatro años desde la partida del Padre Liam Holohan. Ésta es una reflexión ante un pedido de los miembros de su Comunidad cristiana en la Sara Gajardo, Chile. Liam formó parte de una legión de aquellos hombres admirables que dedicaron su vida a la lucha por la justicia […]
El pasado 1 de septiembre se cumplieron cuatro años desde la partida del Padre Liam Holohan. Ésta es una reflexión ante un pedido de los miembros de su Comunidad cristiana en la Sara Gajardo, Chile.
Liam formó parte de una legión de aquellos hombres admirables que dedicaron su vida a la lucha por la justicia y que, desde la Iglesia de base, nos dieron una voz de esperanza en un mundo tan lleno de injusticias.
Él y otros sacerdotes en aquellos momentos difíciles de la dictadura se pusieron al frente de la defensa de la dignidad avasallada por botas y fusiles. En ese contexto supe de él, haciendo frente a la brutal represión en contra de los pobladores y que por cierto le costó golpizas, cárcel y finalmente la expulsión de nuestro país, en momentos en que luchar por la vida constituía un gran delito. Pero sólo llegué a conocerlo personalmente en otro contexto, cuando, a pesar de la «llegada de la alegría», cumplía su misión pastoral junto a los pobres de otro rincón del mundo y, en mi caso, junto a mi familia vivíamos en la permanente inseguridad obligados a una vida ilegal y clandestina.
Desde el primer momento que nos conocimos me hizo sentir que en él encontraba un compañero, un amigo dispuesto a brindar todo su apoyo y solidaridad. Nos sirvió de refugio material y espiritual, compartimos su modesta casa parroquial llenándonos de alegría y confianza, en particular en ese entonces hacia mis pequeños hijos.
A pesar de las distancias ideológicas, me fui dando cuenta que los valores y principios están por sobre ello y lo que al final prima es saber de qué lado estamos y qué derechos defendemos, independientemente de los caminos por los que cada uno ha optado.
Conocí de su acción con y en medio de los más pobres y humildes y no tan sólo llevando una palabra de aliento en situaciones difíciles, sino codo a codo resolviendo de manera terrenal aquellas consecuencias de un mundo injusto, incorporando a cientos de jóvenes en planes y proyectos de vida. Por cierto él, a su manera, luchaba por un cambio social en los lugares de mayor abandono por parte de gobernantes y políticos.
Me llamaba la atención su rostro siempre alegre y afloraba en sus conversaciones de manera permanente la picardía chilena. Tenía grandes recuerdos de nuestro país, al que sin lugar a dudas asumió como si fuese parte de esa tierra. Añoraba volver a Chile y reencontrarse con sus pobladores de la Sara Gajardo. Al borde de su final, cumplió su sueño y con mucha satisfacción veía crecer la semilla que años atrás había ayudado a plantar.
Compartimos largas jornadas donde disfrutaba de la música, los chistes y bromas y en más de una oportunidad lo escuché cantar canciones picarescas y a pesar de su enfermedad disfrutaba de la vida, con la alegría y tranquilidad que sólo tienen aquellos que caminan con la sensación del deber cumplido.
El haber conocido a Liam, me permite seguir soñando y constatar con su ejemplo que a pesar de las adversidades, la construcción de un mundo mejor es posible mientras existan hombres que no están dispuestos a someterse a tanta exclusión e injusticia.