El pasado 17 de enero conmemoramos el 55º aniversario del accidente nuclear más importante hasta Chernóbil (1986). Desde 1945 no habían caído bombas nucleares en una población. Por fortuna, los EE.UU. no le pusieron una playa a Madrid, en caso de haber explotado las cuatro bombas, tal como bromeó el capitán general Agustín Muñoz Grandes al abogado de la USAF, Joe Ramírez.
Podemos contarlo y debemos recordarlo; es justo y necesario. Sí, porque desde 1966, los vecinos de Palomares, Villaricos y Vera en particular, más los almerienses y españoles en general, no han hecho más que sufrir afrentas desde 1966. El Gobierno de Johnson y la Dictadura de Franco, engañaron a todos a través de su ministro Fraga Iribarne: Puedo asegurar rotundamente que no hay en la tierra, ni en el mar, ningún tipo de contaminación. Gracias también a la labor de encubrimiento, o del silencio cómplice de los distintos gobiernos democráticos (UCD, PSOE, PP), cuyos dirigentes vivían con sus familias muy lejos de Palomares. El secular centralismo que padecemos en este país ha obrado en contra. La provincia de Almería está muy lejos de Madrid y Sevilla. Ello se ha traducido en un grave déficit, no solo con la descontaminación pendiente, también en infraestructuras, dotaciones, servicios e inversiones públicas.
Ni la denuncia interpuesta desde 2017 por Ecologistas en Acción en la Audiencia Nacional por la inacción del Consejo de Seguridad Nacional, ni el apercibimiento de la Comisión Europea para que España informe de las medidas adoptadas, de cara a un plan de rehabilitación. Nada hace a este y anteriores Gobiernos avanzar para cumplir con el sagrado derecho que posee toda comunidad de poder vivir en un entorno libre de radiactividad. Esto a pesar de incumplir numerosas leyes de ámbito autonómico, nacional y europeas, sin olvidar la Constitución. Parece que esta y el cacareado Estado de Derecho, solo se enarbolan de cara a los terroristas y al soberanismo. Mientras, la casa sin barrer.
Por último, recordar que lo acaecido durante estos 55 años en parte de Vera, Palomares y Villaricos, es un claro exponente de cuando en su sino no ha influido solo la voluntad, capacidad o esfuerzo de los vecinos. El estigma, la deshonra de la radiactividad, la pesada losa que arrastran, está condicionado por los intereses de otros y también, ¿por qué obviarlo?, de una parte significativa de los afectados que callan, desdoblándose como víctimas y cómplices, al tiempo que sojuzgan al resto. Una palomareña nos dijo hace quince años con firmeza: Aquí, en Palomares, el dinero antes que la salud…Y con eso está to dicho.
¿Qué legado medioambiental se les está dejando a las generaciones futuras?. Del silencio e inhibición institucional, al silencio de la población, que huye de los daños a corto plazo de una vindicación popular, frente a los innegables, eternos, beneficios de una descontaminación completa y eficaz.
Ahora, en la zona afectada, muchos miran esperanzados el fin de la etapa Trump y la llegada de Biden, pero no podemos condicionar otro medio siglo a la voluntad de los EE.UU., a que no pase de largo la comitiva, como en la película de Berlanga, «Bienvenido Mr. Marshall». Está más que demostrado que España tiene sobrada capacidad técnica y financiera para proceder de inmediato a la descontaminación. Por tanto, creo que ya es hora de instar y apoyar a nuestros políticos locales y provinciales, para el arranque de la limpieza, estructurada en el Plan de Rehabilitación de Palomares (2010), sin esperar al país causante, ni otras excusas dilatorias.