Realidades surgieron a los ojos de quienes no las percibían de forma cruda. La cercanía a la muerte trajo imágenes de las sobras que la infamia vomita al sistema de salud. Sin embargo, el sistema de salud siempre ha estado así, sin salud, sobreviviendo. Solo que ahora las realidades han golpeado porque la individualidad capitalista, sobrevivir y pagar deudas sin importar nuestro entorno, se derrumbó.
El egoísmo colapsa cuando quienes creían garantizado un sueldo, o la posibilidad del rebusque precario, no tienen qué comer, ocasionando que el espejismo de los estratos sociales se derrumbe.
Estar encerrado en cuarentena es un privilegio, o una fortuna para quienes tienen empleos con la rama estatal, única en capacidad de garantizar trabajo remunerado de forma masiva durante los seis meses que durará la crisis de este brote, mientras aguardamos que Rusia, según sus cálculos, tenga lista una vacuna en octubre.
Pero hablar del colapso del egoísmo y derrumbe de la individualidad capitalista, no implica su desaparición. Esos mismos métodos del segregacionismo económico y social serán ahora empleados para sobrevivir, pues lo urgente es conseguir comida para no morir de hambre, eso es lo que importa, no existe ninguna otra prioridad: sobrevivir como familia o como individuo.
Esto sucede mientras análisis y vdeoforos en Facebook Live se programan para tratar de distraernos, no perder rutinas de discusión e intercambio de ideas sobre ésta y otras crisis de fondo, para recordar al mundo nuestras líneas ideológicas que comprueban el fracaso y horrores del capitalismo, pero todo, al fin y al cabo, con la imposibilidad de detener el hambre, porque hasta estar concentrado en Facebook Live, con la angustia en tu cabeza de cómo conseguirás comida para tu familia, ahora es un privilegio.
Si no hemos sido capaces de derrotar al sistema en las calles, es claro que durante el confinamiento esto no será posible. Suena absurdo que algo tan obvio, y que sabemos, deba recordarse. Pese a ello, debe hacerse para entender que la prioridad en estos momentos no es si nacionalizaremos la banca privada durante la crisis y recuperaremos los servicios públicos y el sistema de salud, algo que no pasará porque nuestra correlación de fuerzas ya demostró que no está en capacidad de hacerlo, y porque la Fuerza Pública está con sueldo y paga por el Estado para contener cualquier posibilidad menguada de inconformidad.
Ahora la prioridad es no dejar morir de hambre a la gente, gestionar comida de forma solidaria, algo que no requiere de claridades ideológicas sino del corazón y el sentir humano, pues es claro que renta básica, decretada por el Estado, no vamos a tener durante esta crisis. Y fundamental buscar el congelamiento del pago de servicios públicos sin distingo de estrato, o por lo menos su prórroga de pago no por 36 meses, sino por 72. Establecer metas puntuales y precisas para garantizar la supervivencia.
Los golpes sarán duros para el movimiento social, integrado por un porcentaje muy bajo de personas con capacidad económica para sobrellavar el confinamiento y posteriores efectos de la crisis. Pero el espectro que se abrirá para la lucha es amplio.
Es cierto que el individualismo y egoísmo que la peste capitalista dejó en el alma de las personas –parafraseando a Camus–, quedará desnuda y no desaparecerá y seguirá con sus horrores; sin embargo, la cercanía a la muerte, a la situación de pobreza compartida, la solidaridad para sobrellevar la crasis, también generará sensibilidades en gran parte de la población que, por lo menos, sabrá la importancia de defender lo público.
No es ni será fácil, habrá que conseguir comida y sobrevivir a un sistema y una pandemia que mata. No obstante, ese ha sido nuestro oficio: sobrevivir a la adversidad teniendo todas las posibilidades en contra. Mucha fuerza y nos volveremos a ver en las calles.