Doctor en Historia por la UNED, Enrique González de Andrés se ha especializado en las políticas del PCE durante el franquismo y la transición, sobre la evolución de la clase obrera y la economía española a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y sobre la temática de las transiciones políticas. Aparte de […]
Doctor en Historia por la UNED, Enrique González de Andrés se ha especializado en las políticas del PCE durante el franquismo y la transición, sobre la evolución de la clase obrera y la economía española a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y sobre la temática de las transiciones políticas. Aparte de artículos publicados en revistas especializadas y en obras colectivas, es autor de La economía franquista y su evolución. Los análisis económicos del PCE y Las transiciones políticas. Enfoque ideológico y discurso académico. Una mirada crítica.
Me centro básicamente en tu último libro. Lo ha publicado El Viejo Topo recientemente. Mi enhorabuena. Muchas aristas de interés. Me voy a tener que dejar muchas preguntas en el tintero. Muchas.
Multitud de archivos, revistas, literatura primaria y secundaria. ¿Cuándo tiempo de trabajo te ha llevado? ¿Por qué has elegido este tema de investigación?
En primer lugar, quiero agradecerte la oportunidad que me brindas para explicar mi último trabajo, que es una síntesis de mi tesis doctoral, defendida en el año 2016, y cuyo comienzo data alrededor de los años 2008-2009. La temática escogida responde a un intento consciente por esclarecer, siquiera modestamente, uno de los capítulos de la historia de España en donde subyacen, aún hoy, no pocos interrogantes, excesivos mitos y una cierta escasez de estudios rigurosos desde un punto de vista científico. El papel desempeñado por el PCE durante aquel periodo, en la medida que fue «el partido del antifranquismo», debe ser analizado de forma escrupulosa, lo cual implica una aproximación crítica, al objeto de evitar que sigan existiendo demasiados interrogantes y excesivos mitos.
¿Cómo debemos entender los conceptos de reforma o ruptura que usas en el título del libro?
No resulta fácil, en tan breve espacio, contestar la pregunta que me formulas.
Inténtalo por favor
A mi juicio, para comprenderlos desde un punto de vista global, es ineludible partir de una consideración. No se trata tanto de adentrarnos en los conceptos en sí sino, en aquel contexto histórico concreto, sobre qué se aplicaban. Si nos referimos al régimen político vigente, la dictadura franquista, la reforma consistía en cambiar ciertos rasgos de aquélla sin trastocar sus fundamentos esenciales. La ruptura, por el contrario, trataba de subvertir dicho régimen, para configurarlo en línea con los establecidos en las democracias occidentales más avanzadas. Este tipo de ruptura fue el preconizado por el PCE.
Sin embargo, dichos conceptos aplicados al sistema dominante, el capitalismo, poseen otro contenido. Así, la reforma se basaba en modificar las políticas económicas de los gobernantes franquistas, propugnando la participación de los líderes obreros de la oposición antifranquista en su diseño e implementación, mientras que la ruptura suponía la transformación del capitalismo y la implantación de un sistema socialista. Este tipo de ruptura fue rechazado por el PCE.
De acuerdo. Es interesante esta distinción que señalas. El interrogante del título parece apuntar a que era posible una política distinta, una política que apuntara claramente hacia la ruptura. ¿Es así? ¿Las fuerzas antifranquistas estaban en condiciones de aspirar a más?
En mi modesta opinión, sí fue posible otra política. En el libro, examino algunos de los acontecimientos políticos y sociales más relevantes que jalonaron el periodo que va desde 1973 hasta 1977, centrándome en los factores que los propulsaron y los resultados que depararon. Se puede inferir que las políticas llevadas a cabo por los líderes de las organizaciones obreras antifranquistas, entre las que destacan el PCE y Comisiones Obreras (CCOO), fueron un elemento crucial en el desenvolvimiento de aquellos eventos y en cómo finalizaron. Esas políticas, evidentemente, estuvieron muy condicionadas por una determinada estrategia y por un específico programa.
Uno de los múltiples ejemplos que he escogido se vio con la alternativa que proponía el PCE ante la crisis económica que, en aquellos años, se estaba instalando en España. Aunque la correlación de fuerzas hubiera sido desfavorable para las formaciones que luchaban por cambios radicales, argumento que fue utilizado hasta la extenuación -y que no comparto-, eso no tiene por qué llevar conllevar la renuncia a la exposición de un programa anticapitalista, en línea, por cierto, con los estatutos del PCE. Podría haber explicado, públicamente, que no era factible su implementación en esos instantes. El problema fue que abanderó un programa que asumía con absoluta nitidez la lógica del funcionamiento del sistema capitalista.
¿Y por qué no compartes ese argumento que, según dices, fue usado hasta la extenuación?
Antes de responder concretamente, es necesario realizar una puntualización. Si uno observa el empleo de esta argumentación a lo largo de la historia centenaria del PCE, partido en el que me he centrado en este trabajo, comprobará que sus líderes nunca han estimado que se diera una correlación de fuerzas en España favorable para que la clase trabajadora derribara el capitalismo. Ya fuera en la II República, en la Guerra Civil, a lo largo del franquismo o en el periodo de la transición hacia la democracia, la dirigencia comunista estimaba que las condiciones existentes en cada uno de dichos periodos no eran proclives para un cambio revolucionario de esa naturaleza. En consecuencia, sostengo que el rechazo del PCE a impulsar dicha transformación no provenía, en lo fundamental, de la constatación de obstáculos objetivos y subjetivos que la imposibilitaran en la fase histórica objeto de estudio.
Es más, fijémonos en la ruptura democrática abanderaba por el PCE. Los líderes comunistas consideraron que, debido al desarrollo de los acontecimientos que se fueron produciendo en España y a la evolución de la situación internacional coetánea, no fue factible implementar la precitada ruptura, teniendo que desistir de ciertas reivindicaciones fruto de la debilidad de los apoyos sociales a las fuerzas políticas rupturistas. Sin infravalorar estos condicionantes, una explicación más profunda se hace imprescindible. Si el objetivo era la consecución de un régimen democrático de corte occidental con un PCE legalizado y con tareas de gobierno para intentar que aquél se consolidara, si el instrumento era la negociación y unas movilizaciones que no colisionaran con los fundamentos del sistema económico, si había que pactar el alcance de la ruptura con los poderes fácticos del país, si era menester aparcar determinadas reivindicaciones para atraerse, o no atemorizar al menos, a los «sectores democráticos» de la burguesía, el resultado tendería a asemejarse a la «crónica de una muerte anunciada».
En esos precisos momentos, se podía observar que el régimen franquista mostraba serias grietas en su funcionamiento, cuya máxima expresión era el tono tan virulento y público de las desavenencias que se daban entre sus partidarios, que las divisiones de la clase dominante comenzaban a emerger debido a que comprobaban que el control social, que antaño garantizaba el aparato estatal, se estaba resquebrajando, que las fuerzas sociales y políticas que luchaban contra la Dictadura tenían un predicamento cada vez mayor con zonas vitales del país (Euskadi, Cataluña, Madrid) agrupando a sectores amplios y muy influyentes de la sociedad. Por tanto, la «correlación de fuerzas» no podía ser analizada de una manera estática y, mucho menos, mecanicista. En determinados acontecimientos de indudable trascendencia, algunos de los cuales están expuestos en el libro, las organizaciones e individuos presentes en los mismos desempeñaron funciones decisivas que i nfluyeron en el balance de dicha correlación, de ahí, que resulte obligado captar su intrínseco dinamismo y su evolución dialéctica.
Haciéndome eco de una opinión coetánea, coincido con que se utilizó la «correlación de fuerzas desfavorable» más para zanjar buena parte de las discusiones sobre su verosimilitud que para caracterizar un determinado momento tras una pormenorizada evaluación, teniendo en cuenta que, para calibrar la verdadera fuerza de la clase obrera, no parece un buen método disuadirla de ejercerla en los momentos en que se puede inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro.
¿Por qué el período 1973-1977? ¿Por la muerte de Carrero Blanco? ¿Por las primeras elecciones legislativas?
Como suele ocurrir con la delimitación de períodos históricos, cualquier elección adolece de cierta arbitrariedad. Sin embargo, estas acotaciones temporales, debidamente fundamentadas claro está, nos posibilitan enmarcar dinámicas sociales, políticas, económicas que nos ayudan a comprenderlos. Desde el punto de vista político, la muerte del que fuera considerado delfín de Franco, el almirante Carrero Blanco, en 1973, supuso un serio varapalo para la continuidad de las principales señas de identidad del régimen. También en dicho año, comienzan a emerger claros síntomas de ruptura con el ciclo alcista de la economía española, el denominado milagro español, en consonancia con la finalización del auge de la economía internacional.
En cuanto a 1977, la celebración, como tú muy bien dices, de las primeras elecciones legislativas marcó un claro cambio con las pautas intrínsecas de la Dictadura. Asimismo, la colaboración de los líderes obreros con representación parlamentaria en las políticas económicas de la incipiente democracia, los archiconocidos como Pactos de la Moncloa, constituyó una diferenciación sustancial con el periodo pretérito a la hora de intentar resolver los problemas endémicos del capitalismo.
Finalmente, en el ámbito social y durante dichos años, observamos una irrupción muy notable de la clase trabajadora en la escena pública, aspecto que se puede corroborar observando las estadísticas oficiales franquistas, además, naturalmente, de otros sectores sociales como la juventud, las capas medias, etc. Asimismo, se visualizaban serias fisuras tanto entre las llamadas «familias» políticas del régimen como entre sectores de las clases dominantes, fundamentalmente grandes empresarios y banqueros nacionales e internacionales, en lo tocante a qué opción política era la más conveniente para seguir manteniendo su poder y sus privilegios sin la presencia física del dictador.
Te centras en este período como has comentado pero abres tu exposición con unos apuntes históricos previos y con el debate Claudín-Semprún-Vicens. Dos preguntas sobre ello si me permites. ¿Por qué fue tan importante la política de reconciliación nacional que propugnó el PCE? ¿Fue aceptada por todo el partido? ¿Dio sus frutos? ¿Lo analizado por ti está vinculado de algún modo a esa política?
Bueno, no son dos preguntas.
Tienes razón. Son muchas más. Disculpas.
En cualquier caso, intentaré darte una contestación que englobe todos los interrogantes. La denominada Política de Reconciliación Nacional (PRN), aprobada en 1956 por el Comité Central del PCE -máximo órgano entre congresos-, es considerada en medios políticos «oficiales» e instancias académicas como el punto de inflexión de las políticas de la citada organización. Creo que esta valoración no se ajusta a la realidad histórica. La PRN fue un giro táctico que tuvo implicaciones en las actuaciones que, posteriormente, llevó a cabo el partido, especialmente en lo concerniente al abandono de la lucha armada para derrocar al franquismo y a la reinstauración de las instituciones republicanas. Sin embargo, la estrategia revolucionaria en la que se enmarcaba la PRN siguió inalterable y ésta es una cuestión esencial, ya que no podemos olvidar que el PCE justificaba su existencia por ser el instrumento de la revolución socialista. Consideraba que para conseguirla había que pasar, al menos, por una etapa previa en la que era menester liquidar las reminiscencias feudales y precapitalistas existentes en el país. Para ello, era indispensable una política de alianzas interclasista, cuyo punto nodal era la incorporación de los sectores «progresistas» de la burguesía española. Esto significaba que aquellas políticas, actuaciones y reivindicaciones de la clase obrera que tuvieran un componente anticapitalista deberían eliminarse o, cuando menos, esconderlas, al objeto de no atemorizar a los precitados sectores. La propia dirigencia comunista señalaba que había una continuidad en sus propuestas aliancistas, dado que su estrategia se mantenía incólume. La Alianza Obrera y Campesina en 1934, el Frente Popular entre 1936-1939, la Unión Nacional entre 1939 y 1945, el Frente Nacional Antifranquista tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la PRN a partir de 1956, sin olvidarnos de la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura y el Pacto para la Libertad que completaron la PRN a finales de los años sesenta, eran jalones de un mismo camino. Podemos apreciar que, a pesar de los distintos escenarios históricos que se fueron atravesando, la apuesta fundamental no varió ni un ápice.
Visto con ojos de hoy: ¿quién tenía razón en la polémica Claudín-Semprún-Vicens? ¿Había para tanto? ¿No quedaba otro procedimiento organizativo que la expulsión?
Lo que he querido reflejar en mi investigación ha sido el inadecuado tratamiento que se hace de la polémica, lo que nos incapacita para su debida comprensión. En un primer acercamiento, resulta imprescindible partir del conocimiento de las fuentes primarias que sustentaban el debate, es decir, de los textos de los promotores del marxismo-leninismo. Cuestión que, estudiando la amplia bibliografía sobre esta controversia, solo puede ser tachada de muy deficiente. En segundo lugar, el aspecto central de la contienda, que no único por supuesto, reposaba en la diferente estrategia revolucionaria que tenían ambos grupos contendientes. Mientras que, la mayoría de la dirección del PCE, encabezada por Santiago Carrillo, defendía la teoría de las dos etapas para alcanzar la revolución socialista, a la que ya me he referido en la anterior contestación, Claudín apostaba porque la única revolución pendiente en España era, precisamente, la socialista. Sin embargo, esta distinción tan relevante es omitida en la mayoría de los trabajos e investigaciones realizados a tal efecto.
En cuanto a la expulsión
¡Por supuesto que había otras opciones antes que la expulsión! El problema es que estas polémicas en las organizaciones comunistas que validaban el ideario estalinista, como era el caso del PCE, se solían «arreglar» usando estos métodos organizativos.
Pero, en aquellos momentos, salvo error por mi parte, el estalinismo no estaba muy bien visto en los partidos comunistas. El XX Congreso del PCUS abría otros escenarios.
Mi opinión, a este respecto, no he podido incluirla en el libro por falta de espacio. Intentaré responderte escuetamente.
Adelante, cuando quieras.
El XX Congreso del PCUS se centra en el rechazo a Stalin y a su legado, pero no desde una perspectiva de régimen político, en el que se hiciera una autocrítica de la estrategia aplicada, de los programas aprobados y de las actuaciones practicadas por dicha formación política, sino como producto de las perversiones y desenfrenos personales del que fuera secretario general hasta esos momentos. Así, una cuestión tan decisiva como la teoría de la viabilidad del socialismo en un solo país no se cuestiona en modo alguno. El diseño, elaboración y ejecución de los planes quinquenales, espinales dorsales de un modelo basado en la planificación económica, prosiguen con los mismos rasgos que antes de la muerte de Stalin. Asimismo, la aplicación de una determinada concepción del «centralismo democrático» se mantiene plenamente vigente.
Una de tus reflexiones: «Vamos a huir de ejercicios endogámicos, por cuanto consideramos que una historia interna, en su acepción literal, resulta insatisfactoria para cumplir los objetivos descritos». ¿Qué hubiera sido entonces una «historia interna»?
Una historia en la que se prima desmesuradamente el devenir personal de cada una de las personas que han tenido un rol importante en el desarrollo del partido, confiriéndole unas atribuciones casi taumatúrgicas. Una historia que enfatiza las cuitas internas de la organización, hasta el punto de que su trayectoria solo es comprensible desde esta óptica. Una historia en la que los acontecimientos van por derroteros totalmente diferentes a las actuaciones y prácticas de la militancia de estas organizaciones. En definitiva, una historia con la que no lograríamos entender las políticas del Partido Comunista de España.
¿Cuál fue el programa del PCE durante esos años? ¿La conquista de la democracia?
El programa, como ya he apuntado, estaba basado en una perspectiva revolucionaria cuyo punto de apoyo central descansaba en la imposibilidad de alcanzar el socialismo en ese período. El PCE pensaba que, en aquellas coordenadas históricas, la única alternativa posible al régimen franquista era la consecución de una «democracia política y social» que se mantenía dentro del sistema capitalista. Manifestó, de manera reiterada, que no quería abolir la propiedad privada, ni tampoco implantar el socialismo, sino un poder democrático de todas las fuerzas antimonopolistas, entre las que incluía capas de la burguesía española.
Y al analizar este período, en tu opinión, ¿habría que tener en cuenta la intervención de los grandes poderes internacionales? Pienso, por ejemplo, aunque no únicamente, en Estados Unidos.
Es un aspecto muy relevante que, desgraciadamente, no he podido abordar en mi investigación. La intervención activa de los grandes potencias internacionales, especialmente los Estados Unidos, en el proceso de transición a la democracia en España es constatable a través de múltiples documentos internos que ya han sido consultados y publicados. Intentaron propiciar un recambio a la dictadura franquista, cuando ya no hubo más remedio por cierto, que fuera conveniente para con sus intereses. Ahora bien, en aquellos momentos, también lo ambicionaron en otras zonas del mundo y sus resultados no siempre se congraciaron con sus expectativas y deseos. Así, en Chile consiguieron derrocar a Salvador Allende en 1973 pero fracasaron totalmente en la intervención en Vietnam con una derrota clamorosa y sin precedentes. Inclusive, en el Portugal de 1974, no pudieron evitar un proceso revolucionario aunque sí «encarrilarlo» no sin atravesar serias dificultades.
Te cito de nuevo: «Entendemos que «la explicación histórica» debe adoptar un carácter probabilístico, al incorporar el por qué no se produjeron otros escenarios diferentes al relato de los hechos que fueron aconteciendo y sus manifestaciones». ¿Qué es esto del carácter probabilístico al que haces referencia? ¿Podemos responder de hecho a la pregunta de por qué no se produjo lo que no se produjo? ¿Cómo? ¿Con qué documentación¿ ¿No resulta muy conjetural toda respuesta?
Requería una contestación muy extensa pero, dada su trascendencia, no me resisto a esbozar algunas consideraciones. Los hechos históricos no hablan por sí solos, hablan cuando el historiador les requiere, es decir, los elige, los prioriza, los contextualiza. Podríamos decir que historiar supone interpretar, y eso incluye a las fuentes documentales. El historiador ya fallecido Julio Aróstegui planteaba que la explicación histórica tiene un carácter probabilístico. ¿Qué quería decir? Por un lado, estar orientada hacia un objetivo que condensase los procesos que, finalmente, se materializaron, pero, por otro lado, contener el «por qué no» de la materialización de otras alternativas potenciales, inscritas en la propia situación histórica. En este sentido, sintetizaba que la verdadera explicación de lo histórico debía centrarse en «(…) Dar cuenta de la probabilidad de que la alternativa materializada lo fuese». Así, pues, he apostado por relatar, desde un enfoque dialéctico, la dinámica de los procesos que se fueron manifestando a lo largo de un «tempo» histórico delimitado -en este caso, el final del franquismo y los inicios de la transición a la democracia-, centrándome en las actuaciones del PCE, a la vez que he incluido el por qué no se materializaron otros escenarios potenciales diferentes.
En el apartado II del libro analizas tres huelgas. Una en Navarra; otra en Navarra y en el País Vasco, y la tercera en Madrid. ¿Fue tan decisiva la lucha obrera de los trabajadores vascos y navarros? ¿El PCE fue importante en esas luchas?
La elección de los tres conflictos sociales que mencionas no responde, en lo esencial, a las propias luchas en sí. Por supuesto, fueron huelgas sobresalientes, secundadas masivamente y que pusieron en serios aprietos al régimen dictatorial. Las he escogido, sobre todo, para que el lector pueda tener una idea más cabal y precisa del alcance de la intervención del PCE en aquel periodo. En el caso de las huelgas de Madrid de enero de 1976, la organización comunista tenía un peso decisivo a la hora de orientar dicho conflicto, puesto que, una parte notable de la dirigencia sindical madrileña militaba y/o simpatizaba con ella. En lo referido a la huelga navarra de 1973, el PCE participó activamente pero sin liderar dicha movilización. Las CCOO navarras estaban dirigidas por la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), de ideología marxista-leninista pero aplicada según los criterios del maoísmo.
Sí, recuerdo bien lo que dices.
Finalmente, en la huelga general del 11 de diciembre de 1974 en Euskadi, el PCE se opuso a la convocatoria llevada a cabo por el Movimiento Comunista de España (MCE), también de inspiración maoísta, la citada ORT y, en menor medida, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), de tendencia trotskista. A través de estas tres movilizaciones, en las que el PCE tuvo posiciones muy diferentes, he podido observar ciertos denominadores comunes.
¿Qué denominadores comunes?
Las reivindicaciones propuestas a la clase trabajadora debían ceñirse a aspectos laborales y «democráticos», rechazando aquellos que contuvieran elementos anticapitalistas. De ahí, que no apoyara la huelga general del 11 de diciembre de 1974. También apostaba porque la dirección de las movilizaciones debía recaer en los cargos legales de los sindicatos verticales franquistas, enlaces y jurados de empresa, oponiéndose, en no pocas ocasiones, a que recayera en representantes votados directamente en las asambleas de trabajadores, tal y como se pudo presenciar en las huelgas de enero de 1976 en Madrid. EL PCE proponía, por norma, que las luchas no se alargaran en demasía, para no «quemar» a los trabajadores, independientemente del ambiente existente entre los huelguistas, de las posibilidades de generalización del conflicto, de la correlación de fuerzas, etc. Por ello, en la introducción de mi trabajo, sostengo que un número apreciable de luchas obreras tuvieron unos desenlaces muy similares producto, fundamentalmente, de la orientación conferida por parte del PCE-CCOO.
Respiremos un momento si te parece.
De acuerdo.
Fuente: El Viejo Topo, núm. 361, febrero de 2018.