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Para el fin de una “democracia”

Fuentes: Carcaj (Foto: @pauloslachevsky)

Junto con vivir un periodo crítico en términos sanitarios y económicos, enfrentamos en nuestro país una crisis de carácter político y moral, ya denunciada por el movimiento social de octubre del 2019, así como por distintos actores sociales y políticos a lo largo de las últimas décadas. Como respuesta a esta crisis se ha instalado una demanda de transformación del sistema político, sobre el cual se entiende que aún después de 30 años del retorno a la democracia, no ha logrado resolver las múltiples demandas que se han levantado desde la sociedad progresivamente por décadas.

JDemandas que no solo apuntan a resolver problemas puntuales ligados a la educación, la vivienda, las pensiones o la salud. Cuestionan en este momento y a un nivel más profundo el carácter de la democracia criolla, así como las formas económico – políticas que la han sustentado desde el fin de la dictadura en Chile.

Como resultado de la movilización social que comenzó en octubre, así como de las diferentes acciones gestionadas desde el Estado para encauzar (y limitar) las demandas del movimiento social, es que se consensuó la realización en octubre del 2020 de un plebiscito mediante el cual se busca dar inicio (o no) al proceso constitucional.

Considerando tal contexto político, es que resulta necesario en los albores de este referéndum, reflexionar sobre aquello que parece indiscutible, el hecho de que sea cual sea su resultado será la democracia (una forma de ella) el sistema político que resultará de este momento constitucional. Sin embargo, frente a esta afirmación resulta pertinente preguntarnos qué entendemos por democracia, qué contenido le damos a este término, qué referencia nos da la historia reciente de nuestro país para reflexionar y proyectar el futuro del sistema político de nuestro país.

En las siguientes páginas esperamos poder abrir un espacio de reflexión sobre lo que es y puede llegar ser una de las cuestiones centrales a decidir mediante el ejercicio constituyente, es decir, cuál será el carácter del sistema político que prevalecerá. Aunque para ello sea necesario en primera instancia como afirma Alain Badiou “destituir el emblema democrático”. 

¿El emblema democrático?

Al enfrentar la reflexión sobre la democracia no solo nos instalamos frente al problema de su carácter, sino que también a una serie de discursos que sobre ella se enuncian, en los cuales cabe una amplia diversidad de concepciones y criterios de lo que se entiende que pertenece a este sistema político.  Así es como podemos observar, a modo de ejemplo, como en nuestro pequeño terruño en nombre de ciertos principios democráticos (libertad de circulación, diálogo, consenso político) se despliegan las fuerzas del orden para reprimir de forma brutal a las masas que exigen cambios en el sistema, y a su vez se justifica desde el gobierno el paro de un sector del gremio de transportistas que corta la principal vía de conexión del país en el contexto de una crisis sanitaria sin precedentes, omitiendo argumentos ya usados para reprimir a otros manifestantes. También es posible observar a ciertos personajes del espectro político nacional que en nombre de sus libertades democráticas incitan a la discriminación y violencia, y se sienten ofendidos hasta el alma cuando son interpelados por tales declaraciones, pues su libertad de opinión (de decir lo que se le venga en gana) y la tolerancia que merecen sus palabras son necesarias en todo buen sistema democrático. La democracia parece ser a ratos una suerte de comodín discursivo que en momentos de necesidad justifica valores, acciones y una diversidad de principios muchas veces antojadizos y contradictorios.

En este sentido Alain Badiou sostiene que la democracia contemporánea puede ser comprendida como un emblema, es decir, es lo intocable de un sistema político. Por esto señala que para llegar a tocar lo real de nuestras sociedades, cabe a priori destituir su emblema, pues “(…) solo se hará verdad del mundo en que vivimos dejando de lado la palabra “democracia”, asumiendo el riesgo de no ser un demócrata y de ser realmente visto “por todo el mundo”. En este caso, “todo el mundo” sólo se dice con respecto al emblema. Por lo tanto “todo el mundo” es demócrata. Es lo que se podría denominar el axioma del emblema.” (Badiou, 2009).

Mediante esta afirmación Bardiou nos alerta que la democracia se constituye también como una frontera, en la que “todo el mundo”, es decir los demócratas, se instalan en oposición a un otro, aquellos que viven fuera de las fronteras de la democracia, y a su vez convierten a su sistema político en una suerte regla mediante la cual se mide al resto del mundo y a quienes quieren integrarse a él. El emblema democrático se constituye en este sentido como un discurso y así también como una memoria, en tanto sus principios se perpetúan y guardan en el tiempo, heredándose como medio para la perpetuación y corrección del del sistema. Sin embargo, ¿de qué democracia es de la que se habla, que hitos y características la constituyen? ¿quién nos incentivas a recordarla?

¿Y si nunca hemos vivido en una democracia?

La historia republicana de Chile ofrece en los anales de su historia política una serie de eventos han permitido a un parte de la historiografía observar ciertas tensiones entre el discurso que se ha construido sobre la tradición democrática y lo que realmente parece ser.

El historiador Sergio Grez sostiene que el sistema político chileno en su historia republicana, en cada uno de sus momentos fundacionales o refundacionales jamás ha logrado dar al contenido de sus principios políticos una legitimación democrática, en tanto cada una de las instancias que ha dado surgimiento a las constituciones de nuestra república se han sostenido en el trabajo de unos pocos sujetos, siempre pertenecientes a cúpulas militares, así como a las clases dominantes. El pueblo en este sentido jamás ha logrado instalar su opinión, ni intereses en los momentos constitucionales del devenir político nacional, lo que permite afirmar a Grez la permanente ausencia de un poder constituyente democrático en la historia de Chile (Grez, 2004).

Tales afirmaciones permiten a Grez caracterizar a la “democracia” chilena como semidemocrática con una ciudadanía restringida, argumento sostenido en la ausencia de participación de gran parte de los ciudadanos en la formulación de los principios políticos de la nación en cada una de las constituciones de este país.

Gabriel Salazar en un sentido similar sostiene que la ausencia de la democracia para el sistema político chileno a lo largo de su historia republicana ha sido permanente, pues las clases populares han sido marginadas de la construcción del sistema político de forma constante a largo de la historia nacional. Es por lo que afirma Salazar que el resultado de esta marginación y de la ausencia de participación política efectiva se traduce en un sistema que, aunque estable y autodenominado democrático no es más que una cáscara normativa vacía, sostenida por valores espurios garantizados por la misma fuerza armada que le dio origen, y equilibrada sobre una masa ciudadana incrédula, desmotivada y marginal (Salazar, 2012).

Esta marginación, vale mencionar, se expresa también en la construcción de la memoria histórica nacional, en que las masas populares han sido relegadas en desmedro del protagonismo instalado de los héroes de la oligarquía; representantes del orden político conservador y económico liberal, como el recordado padre de la Patria Bernardo O Higgins o el ministro Diego Portales. En ningún rincón de la memoria histórica, así como del panteón de héroes de la patria, aparece el pueblo y/o la masa ciudadana como el principal actor de su destino o el único héroe que debió y debe ser. Nunca el orden portaliano (en cualquiera de sus tres o cuatro avatares) ha dado paso libre al poder soberano de la ciudadanía. Razón por la que ésta no sólo no tiene recuerdos de sí misma (como no sea el recuerdo de sus mártires y deudos) sino tampoco conciencia clara de su soberanía (sólo tiene recuerdos variopintos de la omnipresente ‘clase política’). (Salazar, 2012).

¿El retorno a la democracia?

El fin de la Dictadura cívico – militar marcó la posibilidad de retomar los causes de la democracia chilena interrumpidos por dictadura. Este periodo fue llamado transición en tanto fue comprendido como un proceso de avance hacia el “restablecimiento democrático”. Sin embargo, nuevamente la pregunta sobre la democracia se hace presente, pues, ¿a qué democracia retornamos si es que realmente lo hicimos?   

Algunos comentaristas sostienen que para que este proceso fuese posible era necesaria la conjunción de una serie de elementos que posibilitaron el tránsito de una dictadura cívico – militar a un sistema democrático representativo. En primer lugar, fue necesaria la reconstrucción de los consensos básicos que permitiesen acercar posiciones tanto a nivel económico (descarte del proyecto socialista y apoyo al proyecto neoliberal), social (fin de la movilización social y primacía de lo político, entendido ello como la preeminencia del sistema de partidos) y político (consenso mínimo entre el proyecto democrático de la dictadura y del régimen militar). En segundo lugar, fue necesario el restablecimiento de la legitimidad del procedimiento democrático, lo cual se logró con la eliminación de la incertidumbre mediante el establecimiento de consensos básicos, la recuperación del procedimiento electoral y el respeto por parte de los militares a los resultados de las urnas. En tercer lugar, los partidos políticos y las organizaciones sociales jugaron un rol relevante en tanto las protestas de comienzos de los años 80 forzaron una apertura que se amplió a la esfera política. Junto a ello la organización de los partidos, su táctica y capacidad de conducción permitió la ejecución de un plebiscito que llevó al triunfo del NO, con un carácter libre, limpio y transparente. En cuarto lugar, la evolución de la economía y el crecimiento sostenido que se generó desde 1986 permitió un consenso en torno al orden económico futuro, con lo que los sectores de derecha se sintieron tranquilos sobre las posibilidades de un vuelco radical al sistema económico y la concertación en consideración de esta realidad enfocó su programa en los puntos débiles de la dictadura, ligados a la dimensión social. Finalmente, el factor externo también influyó en tanto facilitaron el fin de la dictadura de la mano de el contexto internacional ligado al fin de la guerra fría, y del cambio de la doctrina internacional estadounidense, ahora enfocada en la promoción de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Junto a ello el fin de las dictaduras latinoamericanas convirtieron al caso chileno en un “anacronismo” en la región (Boeninger, 1997).

Tales afirmaciones de Edgardo Boeninger, exministro del expresidente Aylwin, nos llevan a considerar que el término de la dictadura fue de hecho un proceso de negociación y concesión ideológica en el que, el gran ganador en términos sistémicos fue modelo neoliberal y sus promotores, en tanto se instaló de forma predominante ahora sostenido por la legitimidad de la democracia. El sistema político por su parte se encausó en los límites de la representación, aunque con la particularidad de la instalación de enclaves autoritarios (senadores designados, sistema binominal, tribunal constitucional, quorum de ¾ para cambios a la constitución) que permitieron a la derecha, mantener un control sobre la agenda legislativa con el fin de evitar cambios que trastocasen el orden del sistema.

Sin embargo, remozada la constitución con diversas reformas que eliminaron algunos de los enclaves autoritarios legados por la dictadura y afirmado este esfuerzo con la simbólica firma del documento constitucional por el expresidente Ricardo Lagos el año 2005 (con la cual se reemplazaba la firma del dictador Pinochet), se dio por finalizada la transición (Chile: “Fin de la transición”, 2005) por algunos sectores con lo que Chile cerraba un ciclo de “profundización democrática”. También este fue el periodo en que se levantó la leyenda de la exitosa democracia chilena: de los “jaguares de Latinoamérica”, de los “ingleses de Latinoamérica”, del “oasis de estabilidad” en medio del caos político-económico de nuestros hermanos latinoamericanos o del país con “menos corrupción” de américa latina (2010).

Aún a pesar de lo que sobre nuestra historia reciente se nos ha querido contar, parece ser insuficiente para la ciudadanía, pues derribados los enclaves autoritarios, finalizada la transición y siempre presente la historia de nuestra estable democracia, por alguna razón los habitantes de este país parecen estar disconformes.

¿Pensar la democracia?

El movimiento social de octubre puede ser comprendido como el resultado de tensiones acumuladas por un largo tiempo, como bien dice la esclarecedora consigna vociferada por los manifestantes a lo largo del país: ¡no son 30 pesos, son 30 años!. Aunque también es posible ir más allá y afirmar que no son ni 30 pesos, ni 30 años; es la historia política y económica de una sociedad que no ha sido construida por y para sus ciudadanos, sino que es el reflejo del esfuerzo de quienes detentan el poder para moldear el sistema, así como a nosotros mismos en concordancia con sus intereses.

En este sentido la pregunta por la democracia se vuelve fundamental, pues no es solo relevante identificar las características del sistema político que está por venir, sino que cuestionarnos hasta que punto al hablar de democracia no usamos una palabra que como mantra hemos repetido incansablemente, sin considerar siquiera su contenido, así como los principios tal como nos los han contado pueden realmente permitirnos alcanzar ese mundo que anhelamos. Para Badiou un paso esencial mediante el cual pensar el sistema político que está por venir es identificar el emblema democrático y derribarlo, y con ello también derribar las subjetividades que se desprenden de su instalación, para también derribar las relaciones económicas capitalistas que subyacen a nuestra subjetividad democrática. Es necesario en este sentido comprendernos como parte de un sistema, como el resultado de su funcionamiento y desde esa postura crítica derribar también a ese “demócrata”, para poder tal vez repensar la democracia.  

Bibliografía

  • Badiou, A. (2009). El emblema democrático. En Agamben, G, Badiou, A, Bensaid, D, Brown, W, Nancy, J-L, Rancière, J, Ross, K, Žižek, S Agamaben, G., Bodiou, A., Bensaid, D. Brown, W(Eds). Democracia ¿En qué Estado?. Buenos Aíres: Prometeo Libros.
  • Boeninger, R. (1997). Democracia en Chile. Lecciones para la Gobernabilidad. Santiago: Editorial Andrés Bello.
  • Chile: «Fin de la transición». (14 de julio de 2005). BBC. Recuperado de http://news.bbc.co.ok/hi/spanish/latin_america/newsid_4682000/4682157.stm
  • Grez, S. (2009). La ausencia de un poder constituyente democrático en la historia de Chile. Revista Izquierdas. Año (5). Recuperado de http://bibliotecadigital.academia.cl/handle/123456789/406
  • López, E. (26 de octubre de 2010). Chile es el país menos corrupto de América Latina, dice Transparencia Internacional. DW. Recuperado de https://www.dw.com/es/chile-es-el-pa%C3%ADs-menos-corrupto-de-am%C3%A9rica-latina-dice-transparencia-internacional/a-6150926
  • Salazar, G. (2012). Movimientos sociales en Chile, trayectoria histórica y proyección política. Santiago: Uqbar editores.

http://carcaj.cl/para-el-fin-de-una-democracia/