Catedrático de Filosofía Medieval en la UNED, Andrés Martínez Lorca es actualmente catedrático emérito, y antes fue profesor de la Universidad de Málaga.
Académico de número de la Academia Ambrosiana de Milán (Italia), Martínez Lorca es también académico correspondiente de las siguientes academias: Real Academia de Córdoba (1995), Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (2010), Real Academia de la Historia (2011) y Real Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona (2014). Miembro también de la Société Internationale pour l’Étude de la Philosophie Médiévale (SIEPM), con sede en Lovaina (Bélgica).
Entre sus numerosas obras cabe citar aquí: Tomás de Aquino, Exposición de la Política de Aristóteles, revisión de la traducción, prólogo, introducción y notas, Madrid: UNED, 2019; Hacia un nuevo Averroes. Naturalismo y crítica en el pensador andalusí que revolucionó Europa, Madrid: UNED, 2017; La filosofía en Al-Andalus, editor, Córdoba: Editorial Almuzara, 2017; La filosofía medieval. De al-Farabi a Ockham, Barcelona: Editorial Batiscafo, 2015, traducida al italiano y al portugués; Averroes, el sabio cordobés que iluminó Europa, Córdoba: Editorial Utopía Libros, 2015, 4ª edición… Su último libro publicado por UMAeditorial lleva por título Sobre la melancolía, por la diversidad cultural, contra la guerra. Un diálogo con Aristóteles, Kant, Gramsci y Russell. En él centramos nuestra conversación.
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Nos habíamos quedado en este punto. ¿Qué aspectos te interesan más de la obra de Tomás de Aquino? ¿No se le ha menospreciado un poco en el ámbito de la izquierda filosófica?
Comenzando por el final, la izquierda ilustrada ha despreciado la Edad Media filosófica siguiendo a Hegel; la izquierda no filosófica simplemente ha ignorado estos siglos reduciéndolos a época de barbarie. Dada mi especialidad, he estudiado el pensamiento filosófico tomista, en algunos casos a fondo (la política, la ética y la psicología), dejando de lado la teología y siguiendo algunas sugerencias de Marx al comienzo de la Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel.
Fue un innovador en su época: introdujo junto con Alberto Magno el aristotelismo en la Escolástica; fue el verdadero receptor de la Política de Aristóteles en la Edad Media, pues los árabes desconocieron esta obra; defendió la distinción formal entre filosofía y teología dejando claro que la primera se basa en la razón y la segunda en la fe. En contra de la doctrina teocrática hasta entonces dominante en el cristianismo, ofreció una visión positiva del Estado como la comunidad humana más perfecta; criticó con severidad la tiranía o dictadura como el peor régimen; presentó como modelo un régimen mixto de base democrática en el que todos podían ser elegidos y electores; consideró la política como perfeccionamiento de la filosofía.
Como es evidente, este pensamiento no tiene nada que ver con la bazofia, ni aristotélica ni tomista, que había que tragar en la caverna del franquismo.
Hablas de tres interpretaciones posibles de la obra de Gracián. ¿Cuál es la tuya? ¿A cuál de ellas te encuentras más cercano?
Seguir interpretando a Gracián como modelo de la ortodoxia jesuítica es insostenible. Dejar de reconocer su espíritu crítico e inconformista calificando de contradictoria su obra, tampoco es coherente. Se impone, pues, reconocer en él una evolución intelectual que le llevó a la marginalidad en la Compañía de Jesús después de tener que publicar con pseudónimo sus libros, entre ellos El Criticón, una de las mejores novelas en castellano. Esta tercera opción, que sigo, ha sido documentada con rigor por el profesor Miguel Jordá en una magnífica tesis doctoral que tuve el honor de dirigir.
Agarrarse a algunos textos suyos de inspiración contrarreformista y conservadora para devaluar el conjunto de su obra, sería coger el rábano por las hojas. Todos los escritores del Barroco tenían que hacer expresa declaración de fe católica para protegerse de la Inquisición.
Dedicas el capítulo 10 del libro a Kant, al problema de Dios en la Crítica de la razón pura. ¿Por qué te interesa especialmente ese nudo de la primera Crítica? ¿Está justificado el agnosticismo kantiano? Russell Hanson afirmaba que en estos asuntos solo cabían dos posiciones razonables: la del creyente o la del ateo; el agnóstico, sostenía este epistemólogo e historiador de la ciencia que falleció muy joven, no se atreve a dar el paso que debería dar.
Escribí este trabajo hace muchos años aprovechando la celebración del segundo centenario de la publicación de la Crítica de la razón pura, obra fundamental en la historia de la filosofía. Elegí ese tema por su interés especulativo y por insertarse en la crítica a la religión que, según escribió, “pretende de ordinario escapar a la misma”. El objetivo principal de Kant era refutar las pretensiones de la Metafísica como ciencia y dentro de este marco analizar la aparente validez de las pruebas de la existencia de Dios. Descartadas las pruebas cosmológica y físico-teológica, se centra en el argumento ontológico “basado exclusivamente en conceptos puros de la razón”. Su conclusión es que resulta imposible tal argumento ya que “el ser no es un predicado real, es simplemente la posición de una cosa”, y lo que queda sin demostrar es la existencia de ese ser supremo a posteriori. Esta crítica racionalista sostiene su agnosticismo en la Crítica de la razón pura. Pero la existencia de Dios fue reintroducida posteriormente por él en su Ética como postulado de la razón práctica.
Desde Protágoras, considero razonable el agnosticismo. No estoy de acuerdo con Russell Hanson. Dado que la ciencia no puede demostrar no-existencias, como recordaba Sacristán, entre las dudas que mantienen muchos humanos antes y ahora se encuentra la referida a la existencia divina, pues no olvidemos que el creyente se basa en la fe, no en la razón, ni en la experiencia.
El capítulo 11 lleva por título: “Antonio Gramsci: pensar y crear desde la cárcel”. Tú has sido uno de nuestros primeros gramscianos, a su pensamiento dedicaste tu tesis doctoral. ¿Es Gramsci el gran pensador marxista del siglo XX? ¿Sigue teniendo vigencia su obra (sin excluir su praxis) para nuestro hoy? ¿Cómo fue posible una obra como los Quaderni en las condiciones a las que estuvo sometido? ¿Fue acaso un ‘milagro’ materialista?
Para mí fuel el principal renovador de la teoría marxista. Entrevió que el camino insurreccional para el triunfo del socialismo se había agotado con la experiencia soviética. Incluso la revolución china con su Larga Marcha fue la progresiva toma de conciencia del campesinado, basada en una nueva organización social incluida en ella la defensa y el posterior ataque militar.
El fracaso del llamado bloque socialista dirigido por la URSS no significa que el capitalismo global dirigido por el imperialismo estadounidense y caracterizado por el neoliberalismo sea la solución, como se ve en América Latina, en África e incluso en la propia Europa. La propuesta de Gramsci subraya el historicismo absoluto de la filosofía de la praxis y la necesidad de impulsar la actividad teórica. Al mismo tiempo, implica un trabajo a fondo de las fuerzas socialistas en el seno de la sociedad y no tanto en el aparato del Estado, una lucha en el terreno de las ideas en busca de la hegemonía, una articulación más amplia y armónica con los partidos antifascistas, la apertura a otras tradiciones culturales ajenas al movimiento obrero.
Que desarrollara su gran obra teórica encerrado en la cárcel y con severos problemas de salud es un hecho excepcional en la historia del pensamiento. Llevó a sus límites la resistencia física, moral e intelectual ante la siniestra condena del fascismo. Un milagro “materialista”, sí.
Dedicas otro capítulo a Gramsci. Tiene su origen en una comunicación que presentaste en un Congreso Internacional gramsciano celebrado en la UPF, en 2009, en vida de Paco Fernández Buey. ¿Qué relación has tenido con este amigo tuyo, un gran gramsciano también? ¿Qué valoración haces de su obra?
Coincidimos en el potente movimiento de los profesores no-numerarios de universidad en la lucha por un contrato laboral, donde destacó por ser el mejor estratega. Dentro de esa ola reivindicativa, en el Colegio Universitario de Málaga donde yo enseñaba, conseguimos después de una huelga el primer contrato laboral en la universidad española. Tras decidir hacer la tesis doctoral sobre Gramsci, viajé a Barcelona y me entrevisté con él. Me acogió muy amablemente, me recomendó algunos estudios italianos sobre el tema, subrayó la importancia de su escrito anterior a la cárcel titulado “La Cuestión Meridional” e incluso me indicó la mejor librería de la ciudad sobre el tema.
Después, he seguido durante largos años su producción teórica y su lucha de vanguardia en los movimientos sociales. Continuó con talento el camino trazado por Manuel Sacristán y lo amplió en diversos campos de conocimiento, como el ético-político, el pensamiento utópico, el ecologismo, el pacifismo, la vena libertaria del marxismo y los estudios gramscianos.
Destacaría de él “su honda sabiduría, su espíritu insobornablemente crítico, sus sólidas dotes de escritor y su fuste, nunca debilitado, de luchador político revolucionario”, reproduciendo con gusto las palabras que sobre Fernández Buey escribió Jacobo Muñoz, compañero y amigo de ambos, en una entrañable necrológica.
Otro capítulo de tu libro está dedicado a Antonio Machado. ¿Se puede hablar propiamente de Machado como filósofo? No se suele hablar de él en las Facultades de Filosofía, con excepciones notables eso así. José Mª Valverde, por ejemplo, nos hablaba mucho de Machado en sus clases.
En un texto memorable, su proyectado discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, Machado confesó: “No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. (…) Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura”. A partir de Los Complementarios, después en De un Cancionero Apócrifo y finalmente en Juan de Mairena elaboró una fecunda y moderna prosa de ideas, “sin retórica y con ironía”, contrapuesta a la prosa de Ortega y Gasset “vestida de luces”, como bien anotara Valverde. En ella se opuso frontalmente al elitismo y antisocialismo de Ortega.
A través de una exposición fragmentaria y problemática de sus propias ideas, a semejanza de Gramsci, reelaboró el concepto de creencia, propuso una lógica nueva o poética, defendió la esencial heterogeneidad del ser, desarrolló el concepto de cultura popular, criticó el positivismo vulgar y el economicismo marxista, profundizó en el problema del tiempo y enriqueció el concepto de humanismo. Con razón se han dedicado a su pensamiento varias tesis doctorales en las facultades de filosofía, habitualmente temerosas de acoger lo nuevo y más si viene del republicanismo de izquierda.
Valverde, excelente profesor de Estética, poeta y ensayista de calidad, penetrante crítico literario, acreditado y prolífico traductor, brilló con luz propia en la universidad española, incluso con su insólita renuncia a la cátedra en solidaridad con los profesores expulsados.
Tú le dedicas dos capítulos del libro, pero, hablando en general, ¿hemos hecho justicia filosófica con la obra de Adolfo Sánchez Vázquez? ¿No es en cierta medida otro marxista olvidado?
Sánchez Vázquez fue el último ilustre representante del exilio español en México. En España tuvo una cierta difusión su obra en los medios académicos gracias en buena parte a la ayuda de Javier Muguerza, querido maestro y colega recientemente fallecido, siempre solidario y generoso. La Universidad Complutense y antes la UNED lo nombraron Doctor “honoris causa”.
En México fue un reconocido maestro en la UNAM, la más importante universidad del mundo hispánico y gozó de amplia influencia en los medios culturales y de la izquierda latinoamericana.
Su marxismo antidogmático, crítico de la escolástica soviética y del mecanicismo althusseriano, ha fecundado lo mejor del pensamiento socialista en América. A los que no hayan manejado sus obras, les recomendaría estos dos libros suyos: Filosofía de la praxis (Barcelona, Crítica, 1980) y A tiempo y destiempo. Antología de ensayos (México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2003).
Titulas así el capítulo XVII: “Crítica y renovación en tres pensadores árabes contemporáneos”. ¿Por qué nos sigue siendo tan desconocida la filosofía árabe? ¿Por el idioma? ¿Por nuestros prejuicios occidentalistas?
El problema no es la lengua árabe. Tenemos suficientes y preparados arabistas como para afrontar la tarea de la traducción. El problema central es la consigna del establishment de reducir el mundo árabo-islámico a las corruptas y dictatoriales monarquías árabes. Se organizan allí torneos deportivos, ferias comerciales, intercambios turísticos, sustanciosos contratos petroleros, pero no se pueden difundir las ideas de sus intelectuales que, como es de esperar, son críticos con el poder establecido. Siendo mi especialidad el mundo islámico medieval, preparé con dificultad este trabajo sobre tres pensadores árabes contemporáneos para no contribuir con mi silencio a esa indecente farsa.
Ellos dialogan críticamente con el discurso islámico, llevan a cabo una renovación de sus mejores tradiciones culturales de las que Averroes es un símbolo y abogan por una democracia moderna en suelo árabe.
El último capítulo está dedicado a Bertrand Russell. ¿Es el filósofo del ámbito analítico que más te interesa? ¿No fue también, como en el caso de muchos autores marxistas, un filósofo que combinó teoría y praxis transformadora?
Russell fue un personaje histórico: aristócrata de cuna, hombre de ciencia, filósofo original, escritor de talento e intelectual comprometido con las grandes causas del mundo contemporáneo, como el pacifismo y el antifascismo. Curioso siempre, llegó a viajar en mulo a la Alpujarra para encontrarse con Gerald Brenan y años después fue uno de los primeros turistas en bañarse en la playa de Torremolinos. Dado el amplio espectro de sus intereses intelectuales, ha sido en efecto el filósofo analítico que más me atrajo.
El origen de este artículo se debe a la publicación por la universidad canadiense de MacMaster de los Collected Papers of Bertrand Russell cuyos primeros volúmenes incluían como novedad sus más tempranos escritos (1914-1918), olvidados por los estudiosos. Su oposición a la Gran Guerra provocó su expulsión de la universidad, la confiscación de su biblioteca personal e incluso la cárcel. Creo que he sido el primero en España en investigar sus escritos de este conflictivo período.
Unió pensamiento y pasión política, no ocultando sus contradicciones ideológicas, ni eludiendo el peligro de ser calificado, incluso en su vejez, de “enemigo público”. Su permanente búsqueda de conocimiento, su admirable dignidad, su sensiblidad al abordar nuevos problemas sociales ajenos al mundo académico y su lucha permanente por la paz convierten el conjunto de su obra en un legado humanista que perdurará.
Hay un filósofo español, muy querido y estudiado por ti, que aparece muchas veces citado en el libro, en notas al pie de página y en ocasiones en el desarrollo de algún capítulo (en el dedicado a Russell, por ejemplo). Hablo de Manuel Sacristán. ¿Qué significa para ti la obra y la praxis del autor de Panfletos y Materiales?
En 1988, en el prólogo a mi libro Átomos, hombres y dioses escribí lo siguiente: “Obligado me parece manifestar mi admiración por Manuel Sacristán, cuya obra y cuyo testimonio de coherencia moral e intelectual han de prevalecer sobre la mediocridad de nuestra vida académica. Su recuerdo no se borrará de mi memoria”. Suscribo de nuevo aquellas lejanas palabras de elogio.
Dos de las principales corrientes filosóficas contemporáneas echaron raíces en España gracias a él: el marxismo y la filosofía analítica. Respecto del marxismo, hay que reconocer que ha sido el primer teórico marxista español digno de tal nombre, más allá de nuestra tradición obrerista decimonónica y del mecanicismo socialdemócrata, llegando a recrear un marxismo crítico, abierto a la ciencia y a la evolución de la sociedad.
Su último proyecto docente fue incorporarse a nuestra Facultad de Filosofía de la UNED como catedrático de Metodología de las Ciencias Sociales. A tal fin viajó a Madrid y se entrevistó con nosotros que estábamos felices de añadir su nombre al de nuestros ilustres compañeros Emilio Lledó y Javier Muguerza. Le ayudé a buscar piso cerca del Hospital Puerta de Hierro donde pensaba acudir a las obligadas sesiones de diálisis. Solo la muerte liquidó el proyecto de enseñar en su ciudad natal.
¿Quieres añadir algo más?
¡Larga vida a “El Viejo Topo”! Le deseo que siga abriendo galerías de luz y caminos de lucha.
Muchas gracias, así obraremos.
Primera parte: https://rebelion.org/me-siento-ligado-a-la-tradicion-de-marx-a-esta-tradicion-ilustrada-y-revolucionaria-aunque-no-solo-a-ella/
Fuente: El Viejo Topo, septiembre de 2021