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Entrevista con Francisco Fernández Buey, filósofo y profesor, a propósito de la publicación de Por una universidad democrática

«Para mí la democracia no es un régimen, no es un sistema o un conjunto de normas procedimentales, sino que es un proceso en construcción.»

Fuentes: El Viejo Topo/Sin Permiso

Doctor en filosofía con una tesis sobre Galvano della Volpe (Contribución a la crítica del marxismo cientificista), filósofo marxista, escritor, ensayista, luchador antifranquista represaliado, militante renovador del ideario comunista, uno de los más destacados introductores de la obra de Antonio Gramsci en España, profesor de Metodología de las Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona […]

Doctor en filosofía con una tesis sobre Galvano della Volpe (Contribución a la crítica del marxismo cientificista), filósofo marxista, escritor, ensayista, luchador antifranquista represaliado, militante renovador del ideario comunista, uno de los más destacados introductores de la obra de Antonio Gramsci en España, profesor de Metodología de las Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona y Valladolid, alma de Materiales y mientras tanto, autor de más de una decena de libros imprescindible (Marx (sin ismos), Escritos sobre Gramsci, Leyendo a Gramsci, Ni tribunos (con Jorge Riechmann), La barbarie, La gran perturbación, Albert Einstein. Ciencia y consciencia, Discursos para insumisos discretos, Guía para una globalización alternativa, Utopías e ilusiones naturales,…), catedrático de filosofía moral y política en la Universidad Pompeu Fabra, Francisco Fernández Buey es un referente político-cultural de varias generaciones de ciudadanos, no sólo universitarios, y, en opinión de este entrevistador que tiene a gala intentar ser discípulo suyo, una de las personas con mayor capacidad de análisis político radical desde una atalaya marxista informada, argumentada, resistente y nunca entregada a los innumerables desmanes de los agitadores del caos, la injusticia y la explotación.

Vuelves de nuevo, en tu reciente libro, a reflexionar sobre la Universidad. ¿Qué te ha motivado a regresar a uno de tus temas más recurrentes?

El motivo principal ha sido la movilización universitaria del último curso a propósito del llamado Proceso de Bolonia. Varios amigos me pidieron que recogiera en un libro los artículos y ensayos que había ido escribiendo sobre universidad y movimientos universitarios a lo largo de muchos años. Y así lo he hecho, pensando que podrían ser útiles también a los estudiantes de ahora.

Dedicas el primer capítulo del libro al SDEUB, al Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Acaso los lectores más jóvenes puedan sorprenderse. ¿Un sindicato democrático en años de dura represión franquista? ¿Cómo pudo ser posible? ¿Erais tan hábiles y democráticos en tiempos de silencio y forzada clandestinidad?

El SDEUB fue para mí la primera experiencia de participación activa en un movimiento social crítico y alternativo. Y sin duda esa experiencia, a los veintitantos años, me marcó mucho. He escrito sobre el SDEUB desde el recuerdo personal y como aficionado a la historia de las ideas. El SDEUB fue posible por la vocación y actuación radicalmente democráticas de la mayoría de los estudiantes activos en aquella época, pero también por el apoyo que recibimos, en Barcelona, de una parte del profesorado y de la ciudadanía. De hecho el SDEUB fue declarado ilegal por la Dictadura, pero nunca fue clandestino; clandestinas eran, dada la situación, las organizaciones políticas antifranquistas que había detrás, pero no la actuación del sindicato democrático, que operó siempre a la luz del día. Y hábiles, lo que se dice hábiles, no creo que fuéramos; éramos jóvenes estudiantes antifascistas, por lo general buenos estudiantes, con ilusiones fundadas y mucha pasión política.

De esta insólita experiencia, de la que hablas en el capítulo 2, ¿qué te parece más destacable? ¿Quedó huellas de ella en el movimiento universitario posterior?

Me parece que lo más destacable de aquella insólita experiencia fue construir una organización sentida como propia por la gran mayoría de los estudiantes bajo una dictadura que reprimía duramente todo tipo de disidencia. Y, desde luego, que aquella organización se mantuviera, a pesar de la represión, durante casi dos años. El éxito más importante del SDEUB fue lograr reunir a quinientos delegados estudiantiles, que representaban a muchos más estudiantes, en su asamblea constituyente el 9 de marzo de 1966. Hay muy pocos precedentes de tal cosa en movimientos sociales que hayan actuado bajo un régimen dictatorial. Eso exigía mucha capacidad de organización, mucho apoyo externo y bastante tacto en el trato entre las diversas corrientes y posiciones. Y esto último vale para cualquier movimiento social amplio que se precie, independientemente del contexto. Por eso el SDEUB dejó huella, no sólo en Cataluña. Y por eso aquella experiencia se ha puesto como ejemplo muchas veces en los movimientos estudiantiles posteriores.

Los tres siguientes capítulos del ensayo están dedicados al Mayo de 1968. ¿Qué pasó en aquel año? ¿Cómo pudieron irrumpir en lugares alejados movimientos estudiantiles (aunque no sólo) con finalidades bastante similares?

He dedicado un ensayo al antes y al después de 1968 porque, aunque esta fecha se ha convertido en un símbolo, la rebelión estudiantil en EEUU, América Latina y Europa no se redujo a lo que ocurrió en mayo de 1968 en Francia, ni siquiera a las movilizaciones que tuvieron lugar aquel mismo año en diferentes países del mundo. Y también porque, además de concomitancias entre los varios movimientos estudiantiles de la segunda mitad de la década los sesenta, hubo diferencias derivadas de los distintos contextos nacionales. No es lo mismo lo que pasó en Berkeley en 1966 que lo que pasó en Barcelona en la misma fecha; ni es lo mismo lo que pasó en Berlín en 1967 que lo que pasó en París en mayo de 1968 o en México y en algunas universidades italianas alrededor de esa misma fecha. De todas formas, desde el punto de vista ideológico-político creo que se puede decir que hubo dos rasgos compartidos por todos los movimientos estudiantiles de aquellos años: anti-autoritarismo (en las aulas) y anti-imperialismo (en la calle). La protesta contra la guerra de Vietnam acabó siendo el elemento central aglutinador de los distintos movimientos.

Mayo del 68, ¿qué fue en tu opinión? ¿Rebeldía juvenil? ¿Un movimientos revolucionario que no alcanzo el clímax? ¿Una especie de movimiento altermundista avant la lettre?

Se ha discutido mucho sobre eso y se sigue discutiendo. Como por lo general la historia la hacen los vencedores, se suele llamar rebeldía a las revoluciones derrotadas y revolución a las rebeldías triunfantes. En Francia, el movimiento de mayo de 1968 empezó siendo, efectivamente, expresión de la rebeldía juvenil, sobre todo universitaria, pero en el transcurso de los acontecimientos acabó convirtiéndose en un movimiento inequívocamente revolucionario. No hay que olvidar que el momento crítico se produjo cuando los estudiantes enlazaron con los obreros, cuando a la ocupación de las universidades se unió la ocupación de las fábricas y a éstas las grandes manifestaciones conjuntas en París. Eso fue un gran susto para los distintos sectores de las clases dirigentes. Y lo fue también para el PCF y para los sectores sindicales que se habían acostumbrado ya a usar de manera ritual la palabra revolución como flatus vocis. Climax hubo. Lo que ocurrió es que la burguesía y sus aliados, con el apoyo de la policía y del ejército, fueron más fuertes que las fuerzas entonces partidarias de un cambio radical. Y por eso, y porque las capas medias de la población no se recuperaron del susto, el movimiento de mayo del Sesentayocho fue derrotado.

Si por altermundismo se entiende un movimiento inequívocamente anticapitalista, no hay duda de que el movimiento de mayo del Sesentayocho lo fue; fue un antecedente de lo que luego se llamaría altermundismo.

¿Qué influencia tuvo el Mayo del 68 en España? ¿Hubo aquí algún movimiento estudiantil que se produjera en paralelo?

Las ideas del mayo francés del Sesentayocho llegaron a España cuando en Francia se había producido ya la derrota en la calle y en las elecciones. Hubo aquí, sí, un movimiento estudiantil, entre 1968 y 1970, inspirado en el mayo francés; un movimiento estudiantil que adoptó bastante miméticamente eslóganes, formas de actuación y formas de organización procedentes de París; un movimiento que creyó al pie de la letra aquello de que no es más que un comienzo, la lucha continua. Hubo, entre nosotros, cierta obnubilación política, precisamente por mimetismo. Por ejemplo, al criticar y despreciar la lucha anterior en favor de la democracia como mero reformismo. Basta con pensar en el hecho de que tal desprecio se manifestaba aquí mientras la Dictadura había decretado un larguísimo estado de excepción, que duró casi todo el año 1969, se sucedían los cierres de universidades y cuando la universidad no estaba cerrada se encontraba ocupada por la policía. En esas condiciones la vanguardia estudiantil sesentayochista quedó aislada y se fue separando del sentir de la mayoría de los estudiantes. Se hizo irrealista exigiendo lo imposible, por parafrasear un eslogan muy conocido.

¿No se ha exagerado su importancia? ¿Cuáles fueron sus conquistas? ¿Qué ha quedado de todo aquello en tu opinión?

Más que exagerar, yo creo que se ha tergiversado por completo lo que fue tanto el mayo francés como el postsesentayochismo aquí. Sobre la tergiversación de lo que había representado el mayo francés ya Guy Debord escribió en su momento lo esencial al reconsiderar la sociedad del espectáculo. Y sobre el pronunciamiento estudiantil de esos años en general, hay que remitir a lo que escribieron por entonces Manuel Sacristán y Agustín García Calvo, que sabían de lo que hablaban. Los estudiantes de ahora harían bien recuperando esas cosas hoy casi ignoradas. En cambio, todo aquello siguió teniendo mucha importancia desde el punto de vista socio-cultural. En ese ámbito las ideas no sólo del mayo francés sino también de los estudiantes críticos alemanes y norteamericanos sirvieron para abrir muchos ojos y para hacer cambiar prácticas y costumbres ñoñas y conservadoras.

¿Por qué la derecha, especialmente la francesa, atribuye todos los males posteriores al Mayo de 68 y vindica la necesidad de romper con esa herencia arrojándole con urgencia política al archivo de los trastos inservibles?

Porque todavía recuerda el susto que se dio entonces. Por primera vez en décadas la derecha había visto peligrar en serio sus privilegios. Y no sólo en Francia, también, aunque no tanto, en Alemania y en Italia. Incluso aquí la idea aquella de que los hijos de la burguesía han dicho basta implicaba un riesgo para los sacrosantos privilegios. Si hay algo que la burguesía no puede tolerar es que sus hijos se vayan del redil y encima para juntarse con los obreros de las fábricas. Que la derecha quiera enterrar aquel recuerdo es comprensible. Lo que es ridículo, y hasta patético, es la contribución a la ceremonia de la confusión sobre el mayo francés de tantos y tantos estudiantes que entonces no paraban de llamar a hacer tajadillas del burgués y que luego dicen que la esencia de aquello fue la imaginación al poder y que ellos eran la imaginación. De éstos (luego ya instalados en los podercitos) habría que decir lo que decía mi abuela Guadalupe ante visiones así: que santa Lucía les conserve la vista…

Dedicas también varios capítulos al movimiento de los PNN, de los profesores no universitarios españoles. ¿Quién formó parte de aquel movimiento? ¿Cuáles fueron los principales objetivos de ese movimiento de profesores universitarios?

Sí, el movimiento de profesores no-numerarios fue importante aquí sobre todo entre los años 1972 y 1984. Tanto lo fue que el término penene llegó a entrar en el lenguaje político institucional. No-numerarios eran todos los docentes universitarios sin cátedra, o sea, todos los no-funcionarios. Y en aquellos años representaban entre el setenta y ochenta por ciento, según las universidades, del total del profesorado. Teníamos sueldos de miseria, contratos administrativos precarios o leoninos, y al principio ni siquiera seguridad social. Nos considerábamos trabajadores de la enseñanza y reivindicábamos, en consecuencia, un contrato laboral. Muchas de las personas más activas en este movimiento lo habíamos sido también antes en los sindicatos democráticos de estudiantes o en los comités de acción que surgieron en las universidades en 1968. Se puede decir que el objetivo central del movimiento de penenes era de carácter sindical, pero al hacer historia de esos años no hay que olvidar que, junto a eso, estaba siempre la reivindicación político-social de una universidad democrática en una sociedad democrática. Y cuando hablábamos de democracia entonces pensábamos casi siempre en una democracia material. Así que hasta 1977 al menos, el movimiento de profesores no-numerarios tenía que ser, por necesidad, radicalmente antifranquista.

En el curso 1974-1975 hubo una larguísima huelga de profesores no numerarios que acabó con tu expulsión de la Universidad y con la de Miguel Candel. La huelga duró casi un año, todo un curso. ¿Cómo fue posible? ¿Cómo pudisteis sostener y alimentar una lucha tan prolongada?

Bueno, el curso 1974-1975 fue excepcional: era ya de dominio público que el dictador se estaba muriendo y, como es natural, las expectativas de un cambio político eran muy grandes. El régimen franquista estaba dando los últimos coletazos y algunos de esos coletazos fueron especialmente bárbaros. Así que, en general, las huelgas se multiplicaron y había una tendencia a la prolongación de las mismas. En ese contexto no es extraño lo que pasó en la universidad. En las universidades de Barcelona la huelga de los no-numerarios fue, en efecto, particularmente larga. La reivindicación del contrato laboral estaba en primer plano. Pero, además, algunos, creo que bastantes profesores, pensábamos que era posible enlazar nuestra huelga con una huelga general en la enseñanza y con las huelgas obreras en curso, de manera que todo eso junto significara el impulso definitivo para acabar con la dictadura. Como es notorio no fue así, y no voy a entrar aquí en las causas, pero algunos (insisto: bastantes) hicimos lo que estaba en nuestras manos para intentar el engarce entre los varios movimientos antifranquistas de la época. Perdimos y a varios nos echaron temporalmente de la universidad, como dices, pero por poco tiempo porque casi nada más morirse Franco nos readmitieron. Otros, en otras universidades, no tuvieron tanta suerte…

¿Qué papel jugaron en todos estos movimientos universitarios las personas organizadas en partidos u organizaciones comunistas? ¿El SDEUB fue un movimiento levantado básicamente por el PSUC? ¿Los PNN existieron porque el PCE y otras fuerzas de izquierda comunista se pusieron en pie de organización y combate?

Vayamos por partes. En la creación, organización y desarrollo del SDEUB el PSUC jugó un papel central. Eso es conocido y no seré yo quien lo ponga en duda. El porcentaje de afiliados al PSUC fue muy alto entre los delegados y consejeros de las facultades y escuelas universitarias. Y también, aunque no tanto, entre los profesores que ayudaban, inspiraban o cubrían a los estudiantes rebeldes. Dicho eso hay que añadir que el SDEUB no habría sido posible sin la colaboración activa, en la universidad, de estudiantes de otras organizaciones menores, socialistas, libertarias, cristiano-demócratas y catalanistas, y, fuera de la universidad, sin el apoyo constante de personalidades del mundo de la cultura y de un montón de curas declaradamente antifranquistas. Esto que digo vale para Barcelona; no vale (o sólo parcialmente) para otras muchas universidades españolas. Después de 1968 la cosa cambió: en el movimiento estudiantil posterior a esa fecha jugaron ya un papel relevante otras organizaciones comunistas, socialistas y anarquistas que se situaban a la izquierda del PSUC y del PCE. En el caso del movimiento de los profesores no-numerarios el PSUC y el PCE volvieron a jugar un papel casi hegemónico, pero el espectro político-ideológico entre los docentes más activos era muy amplio. Una de las diferencias entre 1966 y 1975 es que en el SDEUB, por lo general y por abajo, no se sabía si tal o cual delegado o consejero estaba afiliado a un partido (por las normas estrictas de la clandestinidad), mientras que en el movimiento de profesores no-numerarios, incluso antes de la muerte de Franco, era habitual declarar la afiliación.

Algunos han sostenido que todas esas luchas la Universidad importaba poco, que era más bien una excusa. A nadie le importaba de hecho que los claustros fueron más o menos democráticos. De lo que se trataba era de herir y acabar con el franquismo. ¿Es así en tu opinión?

Como es lógico, yo no puedo hablar por todos. Cuando era joven, como delegado en el SDEUB o en la coordinadora estatal del movimiento de profesores no-numerarios, intentaba hablar en nombre de los que me habían elegido. Ahora que soy viejo, al hacer historia, no sé siquiera si vale la pena que hable de eso por mí mismo. Pero, en fin, a la gente que yo conocí y con los que estuve en asambleas y manifestaciones les importaba tanto que los claustros fueran democráticos como acabar con el franquismo. Las dos cosas iban juntas: democratización de la universidad y democratización de la sociedad. Siempre ha habido instrumentalizadores y manipuladores de lo que hacen los demás, sobre todo a posteriori, después de los hechos, pero, salvo que yo no haya aprendido nada en todos estos años (que podría ser), mi opinión es que quienes sostienen tal cosa, o sea, los que tratan de instrumentalizar, manipular e incluso «encauzar» lo que se hizo, para hacerlo cuadrar con lo que vino después, no pintaban gran cosa en aquellos movimientos. Tal vez pintaban en otros ágoras menos públicos, pero no allí.

Dedicas un capítulo a la función de la Universidad reflexionando sobre los análisis de Ortega y Sacristán. ¿Qué función tiene la Universidad en estos momentos? ¿Qué función debería tener en tu opinión?

Sigo pensando que en los análisis de Ortega y de Sacristán, con las diferencias de tiempo y de enfoque que son conocidos, está lo esencial para conocer las funciones de la universidad. Y que la lectura de esos análisis es aún estimulante en un momento, como el actual, en el apenas se presta atención a esa función de la universidad que es la del formar para el mandar o para crear hegemonía. Sobre la transmisión de los conocimientos y sobre la formación para las profesiones hay hoy en día un acuerdo muy amplio entre los analistas de la universidad, pero, en cambio, apenas se habla de la otra función social. Replantear la necesidad del análisis de la función social de la universidad es clave, me parece, en esta fase en la cual la privatización indirecta de la universidad pública, la aceleración del proceso de mercantilización y la implantación de las universidades privadas, con el consentimiento de los poderes políticos, están contribuyendo de una manera decisiva al desplazamiento de la sede (o sedes) de creación de hegemonía.

Llevas casi cuarenta años de tu vida dando clases en la Universidad. ¿Qué cambios te parecen más destacables en todo este período? ¿Ha habido «progreso» universitario?

Claro que ha habido progreso. Y hasta podemos poner eso sin comillas. Cuando pienso en la universidad en la que fui estudiante sólo siento nostalgia al recordar las clases de unos cuantos profesores extraordinarios a los que conocí y traté. Y a los que hay que honrar no sólo porque lo que nos enseñaron lo hicieron en tiempos sombríos sino también, y sobre todo, porque eran sabios. Si hay una cosa que me interesa resaltar de este libro sobre la universidad es precisamente que ese progreso se ha debido a las luchas (primero de resistencia y luego con propuestas alternativas claras) de los movimientos universitarios. Sin ellas no habrían caído parcialmente las barreras clasistas que impedían a los hijos de los trabajadores llegar a la universidad. Sin ellas no habríamos tenido claustros con una representación notable de los estudiantes y del personal de administración y servicios. Sin ellas no habría mejorado sustancialmente la investigación, como ha mejorado. Sin ellas no habría cambiado el tipo de relación entre profesores y estudiantes, como ha cambiado. Sin ellas no habría habido la autonomía universitaria que hay. Sin ellas no se habría dignificado, al menos parcialmente, la función docente. Y sin ellas habríamos tenido menos medios y menor financiación de la que hoy tenemos.

Lo diré de otra manera: se ha progresado en el sentido de crear las condiciones de posibilidad para una universidad pública democrática propiamente dicha. Lo que falta es hacer realidad plena esas condiciones de posibilidad. Como decía la broma de la Monty Python en El sentido de la vida: «Nosotros, a diferencia de los otros, podríamos blá, blá, blá. Y, sí, el único problema es: ¿pero de verdad lo hacemos?…»

Dedicas el último capítulo del libro a Bolonia, «Bolonia como pretexto y como oportunidad» lo has titulado. ¿De qué hablamos realmente cuando hablamos de Bolonia?

Eso depende, claro está, de quien está hablando sobre el llamado Plan Bolonia: las autoridades ministeriales hablan mayormente de unificación de títulos, grados y másteres y de promover la movilidad de estudiantes y profesores para lograr una universidad de calidad en el espacio europeo y competitiva en el ámbito internacional; los estudiantes y profesores críticos hablamos también de eso, naturalmente, pero denunciamos la instrumentalización de este Plan para hacer depender a las universidades de lo que manden las empresas, someter la docencia y la investigación que se hace en las universidades públicas a los intereses empresariales, potenciar la privatización directa e indirecta, subir las tasas que pagan los estudiantes, sobre todo en los estudios de postgrado, y recortar o liquidar las conquistas democráticas en el gobierno de la universidad pública. El Plan Bolonia podía haber sido una oportunidad para reflexionar en serio y desinteresadamente sobre el futuro de nuestras universidades pero, por lo visto hasta ahora, se ha convertido en un pretexto para que banqueros y empresarios dicten lo que hay que hacer en la universidad pública. Y de momento son pocos los rectores que han levantado la voz para oponerse a ese dictado; más bien la han levantado para oponerse a las críticas de los estudiantes y de los profesores.

Lo realmente paradójico y lamentable es que muchas veces las lecciones acerca de lo que hay que hacer en la universidad pública y cómo gestionarla vienen de sectores que han contribuido decisivamente a la crisis económica y financiera que sacude al mundo actual…

Los planes made in Bolonia, ¿representan algún cambio de orientación sustantiva respecto a lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años?

En cuanto a la orientación de la política universitaria en general, no hay, en mi opinión, un cambio sustancial: lo que se está haciendo es la continuación, con matices, de las políticas neoliberales que se impusieron desde la década de los ochenta. Los cambios más importantes tienen que ver con la organización de la docencia en los grados (las antiguas licenciaturas) y con el papel que ahora van a tener los másteres. La idea de sustituir parcialmente la antigua clase magistral por seminarios y trabajos en grupos, para así facilitar la participación activa de los estudiantes, es buena, aunque no es por sí misma una novedad. En cualquier caso, en un medio con tendencia a la rutina hay que dar la bienvenida a las innovaciones didácticas y pedagógicas. De eso no tengo duda. Lo que pasa es que ahora se pretende innovar en la docencia poco más que a coste cero, lo cual previsiblemente obligará a echar mano, una vez más, de un profesorado en situación de precariedad. Eso es algo que ya se está notando. Por otra parte, muchos de los másteres ad hoc, pensados para facilitar la entrada por la vía rápida de los estudiantes en el mercado laboral, son sólo la continuación, con otro nombre, de las antiguas licenciaturas, y a un coste muy superior para los estudiantes. Lo diré en forma moderada: la proliferación de másteres de este tipo, de un año de duración, tendrá mucho que ver con la creación de fuerza de trabajo flexible para las empresas (privadas y públicas), pero no creo que vaya a contribuir precisamente a mejorar la calidad de la enseñanza en la universidad pública ni va a contribuir, desde luego, a hacer mejores investigadores. Si a eso añadimos que estamos en una fase caracterizada por la introducción de serios recortes en los fondos dedicados a la investigación científica (que, como sea sabe, se hace en grandísima parte en las universidades públicas) no veo motivo para el optimismo con que las autoridades académicas vienen presentado el Proceso de Bolonia.

Gracias Paco, gracias por tus palabras. ¿Quieres añadir algo más?

Ya que me das la oportunidad, querría añadir algo sobre el título del libro, Por una universidad democrática, para evitar equívocos. En primer lugar, ese título es un pequeño homenaje a los estudiantes del SDEUB: así se titulaba el Manifiesto, escrito por Manuel Sacristán y aprobado por aclamación en la asamblea constituyente de 1966. Pero además quiero recoger con él una preocupación varias veces manifestada por los estudiantes críticos de ahora, quienes, a la vista de lo ocurrido durante el último curso, se preguntan si realmente la universidad que tenemos es democrática. Como he escrito otras veces, al referirme a la noción de democracia en general, para mí la democracia no es un régimen, no es un sistema o un conjunto de normas procedimentales, sino que es un proceso en construcción.

De la misma manera que se puede decir con razón que lo que hay socialmente es una democracia demediada, así también la universidad de hoy es democrática a medias, es una aproximación, todavía con muchos tics autoritarios y paternalistas. Para que se pueda hablar con propiedad de universidad democrática hay que seguir fomentando y potenciando la participación de todos los colectivos que componen la comunidad universitaria, no limitarla; hay que garantizar que los acuerdos aprobados por mayoría en los claustros se respetan; hay que garantizar la meritocracia en el acceso de los estudiantes y en la selección del profesorado; hay que escuchar y dar cauce a las opiniones disidentes de estudiantes, profesores y personal de la administración, aunque estas opiniones sean minoritarias o precisamente por ello; hay que potenciar la igualdad de género y, en consecuencia, tomar medidas para que la igualdad sea una realidad; hay que distinguir bien entre gestión y gobierno de la universidad y acabar con las tendencias al ordeno y mando en la gobernación; y hay que mejorar las relaciones entre profesores y estudiantes dentro y fuera de las aulas, tratando a éstos como personas adultas que, como tales, tienen mucho que decir sobre la mayoría de las medidas que configuran las políticas universitarias.

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2959

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.