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Imágenes Soviéticas en Cuba

Para mirar desprejuiciadamente el arte posrevolucionario

Fuentes: La Jiribilla

A finales de la década de los 80 en Cuba, luego de que comenzaran a sentirse las más fuertes estridencias de la glásnost, las imágenes e iconografía soviéticas que llegaron por años al país a través de publicaciones periódicas, filmes y noticias televisivas comenzaron a diluirse poco a poco. Las transformaciones perestroikas, la proclamada transparencia […]

A finales de la década de los 80 en Cuba, luego de que comenzaran a sentirse las más fuertes estridencias de la glásnost, las imágenes e iconografía soviéticas que llegaron por años al país a través de publicaciones periódicas, filmes y noticias televisivas comenzaron a diluirse poco a poco. Las transformaciones perestroikas, la proclamada transparencia informativa a todos los niveles y la posterior desaparición del modelo socialista del Este de Europa, hicieron que se quebraran no solo vínculos sociales y políticos, sino también, los flujos de intercambio simbólico que se habían hecho más frecuentes entre la URSS y Cuba luego de 1959.

La glásnost supuso una escisión en la voluntad socialista de defender el imaginario, la mística y las matrices culturales del pueblo. Se produjo, como apunta el filósofo Rubén Zardoya, «un oportunismo feroz y un desdibujamiento de los colores de aquel proyecto social: de rojo a rosado, de rosado a amarillo y de amarillo a blanco». La Revolución Cubana, que no abrazaría banderas desteñidas durante la construcción del socialismo, comenzó a desligarse de aquel proceso de descomposición final, que terminaría en un aborrecimiento indiscriminado del pasado soviético.

En la Isla, sin embargo, la crítica a la corriente real socialista que había invadido oportunistamente el arte en aquellas repúblicas – y que logró filtrarse en cierta medida también en algunas de nuestras producciones culturales – , así como la sobresaturación a causa del exceso de sovietismo en la estética y la información, tuvieron marcada influencia en que aquel desvanecimiento paulatino de imágenes y carteles acuñados por la hoz y el martillo, no provocara demasiada añoranza entre los cubanos.

Aunque los autos Moskvich pululan todavía por nuestras calles, y hasta hace poco equipos domésticos, muebles y adornos provenientes del «campo» predominaban en los hogares cubanos, objetos más efímeros como las revistas y las postales, hoy son casi exclusivos de coleccionistas, bibliotecas y vendedores de libros raros. A más de dos décadas del derrumbe socialista, el cubano – que se fue despojando de aquellos bienes de aspecto mayormente rudimentario – recuerda, melancólicamente y casi siempre con humor, cualquier reminiscencia que le haga volver a los años del apadrinamiento soviético.

Por ello, la nueva exposición transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) en la perfecta circunstancia del verano, atraerá, sin duda, un gran interés por parte del público. Una parte de los fondos del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dedicados al arte soviético se mostrarán en La Habana hasta el 18 de septiembre en el edificio de Arte Universal. Los coordinadores de esta exhibición, que según la restauradora española Maité Martínez, ha venido itinerando por varios países latinoamericanos, tuvieron el tino de seleccionar uno de los períodos más florecientes de la plástica en las repúblicas socialistas: el de la conocida vanguardia estética.

El ciclo que, luego de la victoria del 17, cierra los primeros carteles de la guerra de 1941, ha quedado solapado injustamente detrás de las manifestaciones de un mal llamado arte militante que convirtió a la mayor parte de la producción artística de la URSS en un encogido y mimético Frankenstein armado con consignas y cuerpos macizos. La impronta del realismo socialista opacó lo que por estos días el centro valenciano y el MNBA intentan revelar: la importancia decisiva de una circunstancia artística que impactó en las concepciones posteriores sobre el diseño, los formatos y el lenguaje de la plástica.

Los diez artistas que se reúnen en la sala del Museo (Alexander Rodchenko, El Lissitzky, Gústav Kúcis, Valentona Kulágina, Várvara Stepánova, Liubov Popota; Nathan Alman, Vladimir Roskin, Borís Itgánovich y Salomón Telíngater) estructuraron su obra creativa a partir de las nuevas condicionantes del auge masscomunicativo y lograron transpolar a las portadas de revistas, pancartas y libros, los conceptos del suprematismo, el constructivismo, el cubismo, el futurismo y otros hitos del arte de vanguardia.

Sin desconocer que las artes aplicadas, de manera general, se favorecieron por la creatividad de estos artistas, la exposición del IVAM-MNBA se concentra en los momentos de esplendor del collage, el fotomontaje y la fotografía. Los curadores pretenden demostrar que, al ser incluidas con frecuencia estas expresiones dentro de las «artes menores», no ha sido reconocido el verdadero aporte de este legado al arte universal.

 

La indiferencia – ha sucedido también en Cuba – tiene que ver además con que las piezas de estos artistas han sido confinadas a la sombría clasificación del arte político y, peor aún, al erróneamente proclamado arte comunista. Sin embargo, las vanguardias soviéticas merecen, como apunta esta nueva exposición, una mirada más distendida a una realidad artística que quiso acompañar a la revolución del proletariado desde la experimentación, sin los vicios de la enfermedad descriptiva aupada por el estalinismo. Ojalá también la exposición permita que vuelva a mirarse la impronta de estas vanguardias en los artistas cubanos, un fenómeno que tiene sus raíces mucho antes del triunfo rebelde en la Isla.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2011/n531_07/531_22.html