Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, tataranieto del Padre de la Patria, señalaba, en relación a Cuba, que haber llegado tarde a la hora de la Independencia respecto a América continental, sirvió para sacar lecciones de los convulsos procesos acaecidos al Sur del río Bravo y, confirmación de tal postulado está en el hecho de que ninguno de esos países, a diferencia de la Mayor de las Antillas, pudo hacer una revolución social como la de 1959.
Tal situación se repitió a finales del siglo XX; o sea, cayó el proyecto socio-político al cual se le dio por nombre «socialismo real» en la URSS y Europa del Este, dándole la oportunidad a Fidel Castro y otros muchos cubanos de entender las causas del fracaso y proponer soluciones, y si no es así, qué cosa es su testamento político:
1.-Revolución es sentido del momento histórico.
2.-Es cambiar todo lo que deba ser cambiado.
3.-Es Libertad y Justicia plena para todos.
4.-Es tratar a los demás y ser tratados como seres humanos.
5.-Es no mentir jamás ni violar principios éticos.
6.-Es reconocer el extraordinario poder de la verdad y las ideas.
7.-Es luchar contra poderosas fuerzas en el plano interno y externo.
8.-Es no renunciar a sueños de justicia y solidaridad humana, para Cuba y el mundo.
Cinco años después, en la Universidad de La Habana, reconoce de manera enfática que la Revolución podría ser destruida, más que por una invasión extranjera, por la repetición de los errores que llevaron al colapso del ¿socialismo real? Al año siguiente enferma y sale de la palestra política; pero, el pensamiento esquemático, ortodoxo y la herencia soviética, incapaz de reconocer, como hicieron los asiáticos de que el «movimiento es vida, la rigidez muerte» había calado de tal forma en las estructuras de poder en Cuba, que no hubo alternativa posible, ni siquiera, cuando los vietnamitas en 2011 llegaron a la isla para compartir su experiencia conocida como «Dumoi» (Renovación), que logró sacar a ese país de la miseria a pesar de los 4 millones de muertos en la guerra contra EUA, las bombas lanzadas (más que en toda la II Guerra Mundial) y la fumigación que hicieron los norteamericanos con el químico “Agente Naranja” que al día de hoy, sigue provocando el nacimiento de niños con malformaciones congénitas.
Alguien podría objetar que a partir de 1994 Bill Clinton levantó el bloqueo a Viet-Nam y la consideró nación más favorecida; empero, entre 1986, inicio de la Dumoi y 1994, la economía vietnamita creció a un ritmo casi del 6% anual y esas cifras son irrebatibles. Es cierto, la arrogancia de las estructuras de poder en cualquier parte del mundo, los lleva a negar la señales de los tiempos y desconocer el sentido común (no hay nada más parecido a este que «sentido del momento histórico»), confirmando el refrán de que nadie experimenta por cabeza ajena. El Estado/Gobierno/Partido cubanos experimentó por cabeza propia este 11 de julio. Eso esperamos, porque ese día fue La Güinera, mañana podría ser cualquier otro sitio de los tantos lugares preteridos en la geografía antillana como resultado de la desidia, el abandono y la insensibilidad burocrática que ha contaminado peligrosamente el entorno gubernativo insular.
Los cubanos nacidos después de 1959, deben tener la convicción absoluta de que Estados Unidos y, por varias razones, no van a quitar el bloqueo ni a menguar su postura hostil, a no ser que ascienda, con mayoría holgada a la presidencia, un gobierno de vocación humanista y eso, por el momento, está descartado. Perdimos una oportunidad con Barack Obama y ahora lo estamos pagando. Ello confirma los apotegmas martianos de que «Demorar es agravar» y «Demoras son derrotas»; pero de nada vale llorar sobre la leche derramada; debemos aceptar esa dura realidad, hacer lo que nos toca hacia lo interno y combatir la agresividad norteña «con audacia, inteligencia y realismo». Se impone ahora, recobrar la compostura, abrir el diálogo de manera definitiva, ciudadanizar el gasto público, hacer efectiva la Constitución de 2019 -la más democrática que hemos tenido en 62 años-, respetar las diferencias, atacar los nichos de pobreza, transparentar verdaderamente la acción gubernativa y trabajar sin descanso por el bienestar social; pero no de la forma en que se ha repetido el concepto de Revolución, como letanía que a nadie interesa. Decía Gardel que 20 años no son nada; tal vez para él no lo serían; sin embargo, para nosotros los cubanos han sido dos décadas perdidas porque aquellos polvos, trajeron estos lodos.
Ahora bien, entrarle a la verdad, como entra en la res el carnicero, con la camisa al codo, necesita primero que todo una visión dialéctica de la Revolución y su herencia que ha faltado en los últimos tiempos. En más de una ocasión hemos dicho que el proceso iniciado en 1959, como toda construcción social, cumple un ciclo vital; o sea, nace, crece, se reproduce y muere. La experiencia histórica confirma el aserto anterior. Antes de 1789 hubo Francia, durante la Revolución y el Imperio Francia estaba ahí, hoy sigue estando; antes de 1917 Rusia existía, durante 70 años contemplamos la URSS, hoy Rusia sigue estando. Las argumentaciones precedentes confirman que lo permanente es el país, la Revolución es el medio que el pueblo cubano se dio para edificar una mejor nación. Así pues, la intervención social del Estado/Partido/Gobierno debe reconocer estos hechos: a) la Revolución y las formas de gobierno derivadas de ella, en algún momento habrán de fenecer, b) el fin es el país y este no es una canción, un cuadro en la pared, un poema, una película o una consigna, el país son todos los hombres y mujeres que aquí nacen, trabajan, sueñan, sufren, padecen, ríen y mueren, incluso, aquellos que en otras geografías llevan en su alma la Patria cubana y sufren cuando el país padece; también son la isla. Entonces, ¿qué hacer si la Revolución en algún momento va a fenecer?, ¿dejarla morir naturalmente?, o ¿para evitarnos trabajos y desvelos dejar que otros la extingan? Por supuesto que no, se debe, en primer lugar, alargar su ciclo vital, pero no en estado vegetativo porque así no vale la pena vivir; sino, agregando calidad de vida a sus años como han hecho; por ejemplo -y a pesar de los pesares- Viet Nam y China, que supieron interpretar mucho mejor que otros las palabras de Engels ante la tumba de Marx el sábado 17 de marzo de 1883 cuando su amigo, colega y también sostenedor dijo: “[…] antes de dedicarse a la política, a la ciencia, al arte, a la religión, etc., el hombre necesita, por encima de todo, comer, beber tener donde habitar y con qué vestirse y que por tanto, la producción de los medios materiales e inmediatos de vida, o lo que es lo mismo, el grado de progreso económico de cada pueblo o de cada época, es la base sobre la que luego se desarrollan las instituciones del Estado […]” y ello, porque sabían que es muy difícil legitimar y sostener un sistema político cuando no hay bienestar social. Martí, quizá con dolor por su honda espiritualidad; pero, con esa honradez intelectual que jamás le faltó, lo reconocía: “[…] en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.”
No la tenemos fácil los cubanos. Cuando en el peor momento empiezan a hacerse los cambios internos tantas veces discutidos y otras tantas preteridos, sectores conservadores en los Estados Unidos, con actitud anti-humana, aprovechan el descontento y las angustias generados por el decrecimiento económico producto de la pandemia, el bloqueo y los yerros internos para alentar el canibalismo social lanzándonos unos contra otros. Si los cubanos ya saben las causas que los acongojan, lo sabio, lo lógico, lo inteligente es dedicarse a resolver los problemas sobre los que tienen impacto directo: la epidemia, que esperamos pase más pronto que tarde y podamos conjurarla, aunque necesitemos 33 millones de vacunas y jeringuillas y hacer de inmediato los cambios que demanda, para el bien de todos, la sociedad. Y es que si sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes. Parte minoritaria pero parte en fin de la sociedad cubana, le dijo al gobierno cubano el 11 de julio que hiciera lo que debía para aliviar, paliar, mitigar o conjurar los yerros de nuestra construcción social; al cumplir ese reclamo estaremos, no solo alargando el ciclo vital de la Revolución; sino, y lo más importante, dándole calidad de vida porque, en honor a la verdad, es lo menos malo que le ha pasado al país y como decía el Apóstol: «No debe abandonarse por descuido lo que habrá de reconquistarse luego a gran costa». Si es que logra reconquistarse, acotamos nosotros.
Los economistas cubanos han señalado desde hace bastante tiempo, las rutas por las cuales deben conducirse las transformaciones en este campo. El desarrollo evolutivo de la especie humana no puede prescindir de estímulos, motivaciones, aspiraciones y sueños de un buen o mejor vivir, véase si es así, que las razones del grueso de la emigración cubana ha sido la búsqueda de mejores horizontes de vida en diversas latitudes del mundo. Cuba no puede aspirar a niveles de desarrollo como los de Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, Inglaterra u Holanda; pero sí puede, con una política económica diferente y bien implementada -a pesar del cerco estadounidense-, lograr un mejor estatus de vida entre sus pobladores. Que algunos tendrán mayores ingresos que otros (ya muchos los tienen) será inevitable; empero, no le debemos tener miedo a la riqueza generada a partir del trabajo, lo que debe preocuparnos y ocuparnos es la pobreza, la marginalidad y la desigualdad porque con su presencia o crecimiento la inestabilidad política siempre será un hecho. No podemos evitar que los problemas llamen a nuestra puerta, pero no hay necesidad de ofrecerle un asiento. Durante mucho tiempo hemos deplorado la inversión de la pirámide social, no podemos ahora comprar pescado y cogerle miedo a los ojos; pues no se trata de legislar y derivar hacia la opulencia de unos pocos; sino, de servir a la felicidad y el bienestar de muchos. ¡Bendito seas, José Martí!
Es en este campo; o sea, el económico, por donde han empezado las transformaciones, las cuales deben completarse y sin más dilaciones, no solo como vía inexcusable para elevar el nivel de vida de la población como condición sine quanon para que los cubanos y cubanas piensen luego en política, filosofía, religión y por lógica derivación ofrezcan su apoyo a la Revolución; sino también, como estrategia para desarticular las elucubraciones norteamericanas. Reflexionemos. ¿Por qué los EUA no han invadido a Cuba? Varias respuestas pueden ser ofrecidas; primero, ya no son los tiempos de su dominio absoluto en América Latina; segundo, una intervención sería, sin duda alguna, descrédito mayúsculo ante la comunidad internacional para quien se proclama paladín de los derechos humanos y la libertad; tercero, la isla no es poseedora de fantásticos recursos energéticos o minerales raros, ampliamente usados en la industria tecnológica; por tanto, el riesgo no vale la pena y cuarto, entienden que pueden invadir la isla, incluso ocuparla; pero no dominarla, a la larga tendrán que retirarse. Así pues, apuestan a una sublevación interna, proclamar entonces una intervención humanitaria con apoyo de la comunidad internacional y trastocar el sistema político. Pero ahí no terminan sus cálculos. Mientras trabajan en ello, hacen todo lo posible por mantener a la isla en estado comatoso para demostrar al mundo que el «comunismo» como sistema (como si en Cuba hubiera comunismo), es un fracaso absoluto y otra cosa, han percibido que en más de una ocasión, cuando logramos hacer descender el nivel del agua que casi nos ahoga, detenemos los cambios y modificaciones que nos darían mayor libertad de maniobra; por ello, cuando hemos emprendido las transformaciones nos atacan y, al mismo tiempo, lanzan el anzuelo de que revisarán la forma de hacer llegar directamente al pueblo cubano las remesas y examinarán la posibilidad de aumentar el personal de la Embajada. Hemos llegado a un punto donde no hay retroceso posible, no importa que mañana mismo quiten al bloqueo, es preciso cruzar el Rubicón, no hacerlo es un crimen de lesa patria.
A estas alturas de los acontecimientos, no queda duda sobre el papel esencial de “[…] la producción de los medios materiales e inmediatos de vida […]”; pues, no se puede distribuir lo que no se crea; sin embargo, el género humano posee una cualidad, al mismo tiempo divina y terrible, que lo hace diferente a otras especies: la conciencia, instrumento mental que puede salvarlo o su falta condenarlo para siempre. Reconociendo la importancia de esta condición los evangelios acotan: “Solamente de pan no vive el hombre”; mientras el orador ante la tumba de Marx, en carta a J. Bloch desde Londres, en septiembre de 1890 escribió:
[…] el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real […] Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, las formas jurídicas e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma.
Si posturas ideológicas tan distantes coinciden en el valor de las ideas y la conciencia como elemento esencial de la condición humana; incluso, uno de los expositores resulta ideólogo del sistema socio-político y económico que como modelo intentó implementarse en Cuba, resulta pues obligatorio poner atención a los reclamos sociales que solicitan modificaciones en la superestructura, no como concesión a poderes foráneos y si como modo vernáculo que conduzca a dar solidez al pacto social cubano. Mientras más compatriotas se sientan incluidos, partícipes y hacedores del proyecto, mayor será la responsabilidad compartida, la cohesión ciudadana y la posibilidad de acertar en la diana.
Después de este introito, resulta no solo lícito; sino, necesario, solicitar que termine el ensayo y comience a tocar la orquesta, para lo cual se ofrece una obertura que, in crescendo con el concurso y la aportación de todos, puede dar lugar a la ópera cubana del siglo XXI. Alumbra el camino, no podía ser de otro modo, el pensamiento del cubano más ilustre y, como lo único eterno es el cambio, resulta preciso entonces adecuar para estos tiempos su decir cuando apuntó: «Ni esta escuela, ni aquella escuela, sino, nuestra escuela».
Proposición primera
Para José Martí como para nosotros, la libertad política no basta para hacer felices a los hombres; empero, la inclusión política sí garantiza participación y compromiso en cualquier proyecto social. Sin embargo, ¿cómo lograr inclusión política cuando rige un solo partido de ideología exclusiva y en él militan solo 700 000 personas? Los deseos y proyecciones del VIII Congreso del Partido de hacer del Partido Comunista el partido de todos los cubanos no pasa de ser una hermosa aspiración; pues, resulta muy difícil que apenas el 6% de los antillanos pueda representar la totalidad de los habitantes del universo insular. La solución no es asiática ni norteamericana, es netamente cubana y puede ser viable; claro, la resistencia al cambio, el poder establecido y el sistema de ideas predominantes, le saldrán al paso a la propuesta; pero ello no es razón suficiente para acallar una propuesta que tiende al bien de Cuba; además “cuando se tiene algo que decir, se dice sea cualquiera el juicio que forme de ello la gente ignorante o malévola, o el daño que nos venga de decirlo”, y es así porque: “Las ideas se corroboran con soluciones” y eso, más que cualquier otra cosa, necesita Cuba. Según José Martí, “El juego de la libertad, a qn. no está habituado a él, divide” y en lo social, lo que divide mata; por tanto, el pluripartidismo no parece ser una opción viable para Cuba, al menos por el momento; la solución estriba no en un partido único; sino, en una organización amplia, democrática e inclusiva. Cambiar el nombre al Partido Comunista de Cuba y reconceptualizar su plataforma podría ser buen punto de partida. Y ahora la pregunta, ¿que razones legitiman tal modificación? Tres argumentos sirven de sostén a la propuesta: uno teórico, otro histórico y un tercero práctico.
El primero se ancla en el hecho cierto de que la construcción social comunista es tan utópica que parece irrealizable (ausencia de estado, de ejércitos, de dinero, gestión de la vida pública a partir de la conciencia individual y bienes materiales corriendo como ríos) y aunque esta (la utopía) sirve para caminar -feliz conceptualización de Eduardo Galeano-, primero es necesario concentrarse en la construcción del socialismo, esquema socio-político y estrategia de la isla en este siglo XXI, refrendado incluso en la Constitución.
El segundo argumento afirma su pretensión en la historia nacional; pues, si bien la organización nacida en 1925 prohijó los mejores ideales de justicia social y muchos de sus integrantes pagaron con su vida las convicciones asumidas, careció de la visión histórica necesaria para asaltar el poder y convertirse en fuerza totalmente revolucionaria: “Se quedó corto”, dirían en la calle. Lamentablemente, la supeditación de su actuación al mandato de la III Internacional basificada en Moscú lastró su liderazgo y tres hechos, a guisa de ejemplo, lo rubrican: 1ro. Expulsan de sus filas al mejor comunista de los primeros 25 años de República (Mella), quien además había sido fundador del propio Partido; 2do. En mayo de 1957, el mismo mes del combate del Uvero -acción armada que marcó la mayoría de edad del Ejército Rebelde según el Che-, el Pleno del Comité Nacional del PSP, “[…] se cuestionó la línea de agosto (insurrección popular) por considerarla superficial y unilateral […] La línea de agosto […] significaba un rechazo, antes de tiempo, de la consigna de elecciones democráticas generales inmediatas, y en general, de la utilización de la vía electoral como uno de los medios tácticos, lo cual llevaba a la «absolutización de las formas no parlamentarias de lucha»” y 3ro. Después del triunfo revolucionario, primero el Sectarismo y luego la Microfracción, nacen no de una organización contrarrevolucionaria; sino, del atavismo dogmático de algunos militantes del Partido Comunista y la creencia de que el modelo soviético era el correcto para guiar el país.
En tercer lugar, el marketing capitalista, maestro en satanizar y vender, ha logrado crear alrededor de los errores de la construcción socialista una aversión casi irracional hacia la palabra «comunista» y su entorno más cercano, provocando con ello y de manera instintiva se rehuya el término y lo por él englobado. Si ellos han aprendido a envolver en celofán los sueños y venderlos como caramelos, los revolucionarios deben entonces buscar modos de ganar adeptos a la causa, y si es un nombre la razón que alimenta el prejuicio y mantiene alejado un grupo o sector importante, entonces, cambiemos la gracia y veremos llegar al baile los hombres y mujeres que necesita la fiesta de la justicia.
En este punto, conocer el nuevo apelativo y la fundamentación del mismo es impostergable: «Partido Martiano, Socialista y Revolucionario de Cuba». A pesar del tiempo transcurrido, la vida, obra y pensamiento del Apóstol tiene mucho que decir todavía; por cuanto, no hay en la historia nacional referente humano que haya encarnado con tanta intensidad y precisión el sentido de patria como en él; su ética trascendente, su visión de la justicia, su pasión por la libertad, su entendimiento del conjunto, su conocimiento de los caracteres humanos, su apreciación del peligro norteamericano y un sinnúmero de aportaciones más que hacen de él “una mina sin acabamiento” y por sobre todas las cosas, una coherencia de talla descomunal elevada a condición de mística, cuando revólver en mano rubrica con sangre la razón de su vida: Cuba. El pensamiento martiano, además de ser manjar de la mayoría de los cubanos, debe pasar a ser horcón principal, argumento jurídico y animación conceptual de instrumentos de poder: partido, estado y gobierno; además, nadie como él para unir cubanos, incluso, de opiniones diferentes.
Por su parte, la teoría socialista, elaborada en acto de creación heroica y no como vulgar apropiación mimética de experiencias fracasadas o modelos distantes no solo en geografía, resulta al día hoy el mejor instrumento teórico para enfrentar los magníficos retos que impone la cambiante voracidad del capital, los novedosos mecanismos de control ciudadano, la creciente desigualdad, la galopante degradación del medio ambiente, la desideologización como mecanismo de dominio social y otros terribles males fruto de la codicia humana. Finalmente, el adjetivo revolucionario engloba, en franco desafío al invierno de la memoria, el legado de todos los que, desde Hatuey hasta hoy, señalaron el camino, fueron semilla o entregaron su vida para materializar sus ideales.
El cambio de nombre no basta, resulta preciso como se ha predicho, en consonancia con la nueva gracia y sin eliminar los procesos de selección para el crecimiento, la captación de hombres y mujeres no comunistas, solo así garantizaremos los cubanos un partido amplio, inclusivo, que estaría en mejores condiciones de ser el partido de todos los cubanos por la diversidad de sus militantes. Por ejemplo, en el Partido Revolucionario Cubano (PRC) fundado por Martí -para preparar y desatar la guerra, no conducir la República-, había socialistas, liberales, obreros y patronos y la única condición era creer y trabajar por la independencia de Cuba. Para ingresar en el Partido Martiano, Socialista y Revolucionario de Cuba; a parte de ser hombre o mujer de bien, haría falta, además de suscribir los estatutos, laborar por ellos que, grosso modo, no serían otros que el esfuerzo contante por preservar la independencia y soberanía nacional, el trabajo diario por la consecución y acrecentamiento de los niveles de justicia social y la defensa del ejercicio íntegro de cada ciudadano y el respeto a su libertad. Vehículo de retroalimentación para el trabajo partidista e instrumento de equilibrio y control ciudadano sobre el mismo, vendría a ser la presencia en sus filas -como observadores-, de integrantes de la Sociedad Civil; organizaciones estas que debieran crecer en número e influjo; en tanto, “[…] la lucha […] debe ser de toda la sociedad contra un modelo perverso que convierte la acumulación de riquezas en la única razón de vivir. La lucha es de humanización contra deshumanización, de solidaridad contra alienación, de vida contra muerte”.
Proposición segunda
Urge a Cuba revitalizar su sistema electoral haciéndolo no solo mucho más democrático; sino, atractivo para despertar el interés ciudadano por participar de la cosa pública. Sin duda alguna, la elección de delegados del Poder Popular a mano alzada se nos antoja heredad de la democracia griega en el ágora de Atenas; resulta, sin dubitación alguna, un proceso ejemplar; aunque, en los últimos años ha ido perdiendo interés y los electores o no asisten a las rendiciones de cuentas, o eligen a cualquiera para salir del paso e ir a ver la telenovela de turno o la novedad del paquete. Ha dejado de ser llamativo y disminuido notablemente su eficacia, debilitándose con ello su capacidad como instrumento de gestión y conducción social; en tanto, no hay mayor peligro para una gobernanza popular que dejar en manos de burócratas insensibles, a veces corruptos o arribistas, los asuntos del día día, donde la atención prioritaria de los problemas ciudadanos, empatía y solidaridad con las cuitas de los semejantes va a legitimar cualquier propuesta de gobernabilidad; su antinomia, entonces, resultará mecha para la desobediencia civil y el descontento ciudadano porque si bien es cierto -como decía Martí-, que «los argumentos prueban bien, […] los hechos prueban mejor».
Los cubanos lograrían dar un salto democrático notable en el ejercicio electoral si pudieran elegir de manera directa a sus regentes a nivel local y nacional. ¿Cómo? Después de elegidos los delegados del Poder Popular a nivel de circunscripción, una comisión salida de ellos, no externa, propondrá tres candidatos que, presentados en los medios de comunicación masiva, empresas, organismos e instituciones permitirá a los electores conocer por cual de ellos votar. Tal proceder se nos antoja campaña electoral popular, ¿acaso no fueron elegidos por el pueblo? Luego, el día de las elecciones, el que más votos obtenga a partir de la elección directa de todo el padrón electoral resultará proclamado Presidente del Poder Popular. A nivel de nación el procedimiento puede ser el mismo; en tanto, los integrantes de la Asamblea Nacional (Diputados) han sido también elegidos por el soberano. Este procedimiento, como se ha visto, conlleva en sí una elección directa por partida doble, dándole por ello un carácter mucho más democrático y legítimo a la decisión del electorado; por otro lado, al ejercer un voto verdaderamente directo y no representativo, hará que las propuestas para delegados sean mucho más pensadas, meditadas y el pueblo podrá sentirse verdaderamente empoderado al ser capaz no solo de proponer; sino, elegir uno de entre al menos tres candidatos a los cuales podrá conocer mejor y con ello tomar por si propio una decisión que al día de hoy le está vedada.
La corrupción resulta, sin dubitación alguna, gangrena de las sociedades modernas y la cubana no resulta excepción. Este fenómeno desestabilizador en tanto hace perder credibilidad, tiene su origen en la falta de transparencia y una inexistente o inadecuada rendición de cuentas. Cada vez que hemos reseñado la experiencia llevada a cabo por Francisco Rosales Benítez, primer alcalde comunista de Cuba; quien, en una pizarra a la entrada del Ayuntamiento de Manzanillo listaba el presupuesto y su utilización con milimétrica minuciosidad, parece interesarle a muy poca gente… por algo será. Al día de hoy no hace falta construir una pizarra; empero, tampoco hay justificación alguna para que las administraciones municipales, en el Portal del Ciudadano, no hagan público el monto y la ejecución del presupuesto, que esos activos pertenecen al pueblo y este tiene todo el derecho de no solo conocer su estado; sino, en qué se invierte, y aquí radica otro de los puntos flacos de la transparencia y la ciudadanización del gasto público. Que el Consejo de Gobierno Municipal, antiguo Consejo de la Administración Municipal (CAM), tenga prerrogativas para tomar decisiones económicas y financieras, no lo exime de la responsabilidad de al menos informar en qué invierte los fondos públicos. Cuántas veces hemos visto como una unidad gastronómica, inaugurada con bombos y platillos apenas seis meses atrás, es nuevamente reparada invirtiéndose en ella cuantiosos recursos materiales que pudieron haber sido destinados a obras de mayor utilidad y beneficio social. «Siguiendo la ruta del dinero» -como suele afirmar el periodista cubano Reinaldo Taladrid-, puede entenderse tal desatino.
La sociedad cubana no está informatizada; no obstante, la voluntad y los pasos concretos -a fin de cuentas lo más importante-, en su consecución, son evidentes. El mencionado Portal del Ciudadano podría ser una eficaz herramienta para la ciudadanización del gasto público; en tanto, como son técnicamente dinámicos; o sea, reciben opiniones, criterios y sugerencias de los internautas, pueden erigirse en magníficas plataformas para que los gobiernos municipales liciten y publiciten los proyectos de inversión, de desarrollo local y otras formas de intervención socio-económica, solicitando de la ciudadanía la aceptación, denegación o cambio de destino de los recursos y las finanzas locales; los cuales, además de no ser abundantes, deben ser colocadas donde el pueblo estime le sean de mayor utilidad. ¿Acaso no es el soberano el dueño de dichos recursos y su beneficiario directo?
Proposición tercera
A pesar de los esfuerzos realizados desde el mismo inicio del triunfo revolucionario para expandir el desarrollo económico y social a toda la geografía nacional, la desigualdad territorial resulta en estos momentos la mayor muestra de discriminación que hoy padecen los cubanos; pues, la sufren casi por igual todos los grupos humanos que viven en los municipios, comunidades o barrios que, en favor de las capitales provinciales o nutridos centros urbanos, han visto como su nivel y condiciones de vida se deteriora con el paso del tiempo al punto de convertirse en terreno fértil (como fue visible el pasado 11 de julio), para la germinación de protestas públicas que -a pesar de la manipulación e incitación externas-, no fueron solo el resultado de dichas variables; pues el fuego, para que arda, a parte de oxígeno y una fuente de calor o chispa primaria, necesita materia combustible. Ha sido históricamente la emigración -como lo es a nivel planetario-, la respuesta al estancamiento, deterioro y reducción de oportunidades para un buen vivir en los lugares de origen de los que habitan la otrora Juana Cuba.
La provincia de La Habana, capital del país, que no la de todos los cubanos -de lo contrario no los enviarían de regreso a sus lugares de procedencia-, imanta el grueso del flujo migratorio nacional, de ahí que el monto de su población represente (según cálculo de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información), en 31 de diciembre de 2020, casi 1/5 del total de los habitantes de Cuba con 2 132 183 pobladores (19%), seguida por las provincias de Santiago de Cuba y Holguín, territorios que de forma magra sobrepasan el millón de personas; pues, la primera contabiliza solo 1 045 631 (9,35%) y la segunda 1 021 591 (9,13%). Y no puede ser de otra manera; la que una vez fue antemural de las Indias Occidentales concentra la mayor cantidad de industrias, centros comerciales, espacios recreativos, allí radican los poderes estatuidos de la nación, los grandes canales radiales y televisivos, los circuitos de promoción; en fin, en su espacio vital se verifican las mayores oportunidades «para salir adelante», por tal razón, imanta el grueso del flujo migratorio interno de la nación y las cifras lo confirman. Solo en el año 2020 La Habana recibió 12 610 inmigrantes, el 26% de todos los migrantes internos del país, seguida a bastante distancia por el municipio cabecera de la provincia Camagüey que acogió 4 197, escasamente el 8,67% de la totalidad de los que van de un lado a otro en busca de trabajo, casa y comida.
Tal estado de cosas se nos antoja como el perro que siempre persigue su cola o la serpiente que se la muerde; o sea, deviene crisis cíclica estructural bajo el argumento de solventar las necesidades sociales y potenciar el desarrollo de los grandes centros urbanos -generalmente las cabeceras provinciales-, porque hacia ellos va la mayor cantidad de migrantes; por tanto, son los beneficiarios de las mayores, mejores y más rentables inversiones; para los otros enclaves humanos -los municipios-, quedan apenas las migajas. Si las graves consecuencias generadas por la explotación colonial, neocolonial, el intercambio desigual y la expoliación neoliberal no son detenidas o aliviadas en América Latina, las caravanas de emigrantes serán indetenibles y continuarán su marcha en busca de las fronteras norteamericanas. En el caso cubano, con el objetivo de morigerar esta tóxica tendencia migratoria, resulta preciso adoptar una visión de conjunto, entender la isla como un todo, hacer una distribución más justa y equitativa de las inversiones productivas y sociales; quizá, en este caso como en ningún otro, el llamado del Presidente de la República a «pensar como país» tenga tanta validez. Que es difícil, ya lo sabemos, José Martí nos advirtió: “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad”. Contar con gobernantes que miren, al menos, con entrañas de nación es no solo posible; sino, obligatorio, de lo contrario, las 14 cabeceras provinciales que al mismo tiempo son también municipios (representan solo el 8% del total de estas estructuras) y en ellas viven hoy 5 590 341 habitantes (49.99% del total de cubanos), verán en poco tiempo acrecentar su población y con ellos los problemas que genera la superpoblación en dichos centros urbanos, la mayoría con más de dos o tres centurias de existencia y en las cuales -teniendo en cuenta la antigüedad-, el desarrollo de sus estructuras básicas (cantidad y calidad habitacional, alcantarillado, acueducto, servicios comunales, etc.) no ha sido todo lo dinámico que debiera ser para aliviar la presión que sobre ellas ha de ejercer tal masa humana; tensión que en algunos casos ya resulta palpable.
La solución a este dilema no puede seguir siendo la repetición de la misma fórmula; por cuanto, como alertara Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”. Se impone pensar y actuar con intencionalidad sobre los restantes 155 municipios donde viven 5 591 254 personas; o sea, el 50.01% del total de cubanos y ello, porque estos habitantes tiene los mismos deberes; así pues, les asisten los mismos derechos a disfrutar y no solo por ley; sino, por razones éticas, de los beneficios que disfrutan aquellos que residen en las capitales provinciales. Es preciso entonces, como primer paso, eliminar, de manera definitiva, la recia tutela que cual tutor prepotente ejercen las capitales sobre los presupuestos, recursos económicos, financieros, inversiones y otros asuntos internos de los municipios; pues nadie, mejor que uno mismo, sabe cómo organizar y disponer la casa donde vive y ello, porque el vibrar de la existencia en Cuba tiene un reservorio primario: el municipio, entidad geo-administrativa que acuna el barrio; o sea, la comunidad, espacio donde el latir humano es diario. Martí, opuesto a todos los imperios y especialmente a la España metropolitana, no dudó en afirmar: “El municipio es lo más tenaz de la civilización romana, y lo más humano de la España colonial”. Hoy, tal preponderancia; por lo menos en la Mayor de las Antillas, sigue siendo un axioma.
Al anterior análisis pudiera objetarse que la Constitución aprobada dos años hace, en su artículo 168, convierte al municipio en la “[…] unidad política-administrativa primaria y fundamental de la organización nacional […]”, el cual disfruta de “[…] autonomía y personalidad jurídica propias a todos los efectos legales, con una extensión territorial determinada por necesarias relaciones de vecindad, económicas y sociales de su población e intereses de la nación”; además, y esto resulta básico: “Cuenta con ingresos propios y las asignaciones que recibe del Gobierno de la República, en función del desarrollo económico y social de su territorio y otros fines del Estado, bajo la dirección de la Asamblea Municipal del Poder Popular”. Sin embargo, del dicho al hecho -como reza el refrán popular-, va buen trecho; distancia que no pudo ser salvada en la práctica, a pesar de estar legislada en la Constitución de 1976, cuando en el artículo 102 se dictaminó que la provincia “[…] tiene la obligación primordial de promover el desarrollo económico y social de su territorio […]” Tal vez la referencia del ensayista no sea representativa; sin embargo, el hombre piensa como vive y no al revés, y la experiencia vital que lo anima confirma lo predicho; esto es, como una de las ciudades más dinámicas del país en 1959 (Manzanillo), teniendo en cuenta su comercio, cultura, industria y población, ha sido reducido a un municipio de segunda categoría en franco retroceso y deterioro. Tales aseveraciones han sido replicadas más que con argumentos, con invectivas: “regionalista”, “secesionista”, “contestatario”, “desafecto” y castigada con exclusiones, prohibiciones, negativas e intentos de invisibilización; a pesar de ello, ninguno de los negacionistas oficiales han podido explicar por qué en 39 años (1981-2020) Manzanillo ha crecido sólo en 2202 habitantes; mientras el municipio Bayamo, cabecera de la provincia, en ese mismo lapso de tiempo ganó 75 308 residentes; tampoco han podido explicar por qué todas las cabeceras provinciales; excepto Artemisa y Mayabeque de reciente creación, concentran el 30% o más de toda la población de su territorio. El caso de Matanzas -cabecera de la provincia de igual nombre-, resulta ilustrativo de todo lo expuesto hasta aquí; pues su población solo representa el 23% de todos los habitantes del territorio, y es que la cuna de José Jacinto Milanes, Agustín Acosta, Bonifacio Byrne y Clarilda Oliver debe competir con el atractivo Cárdenas, espacio donde vive el 22% de todos los residentes en el territorio matancero, y es que Varadero -considerado meca del turismo cubano-, está enclavado en el municipio cardenense. Así pues, resulta mucho más rentable asentarse cerca del emporio turístico, que desandar los puentes de la Atenas de Cuba, no importa sea cabecera provincial. Queda entonces confirmado que los hombres, como los animales, han de ir siempre a los lugares donde las posibilidades de vivir y sobrevivir sean mayores.
Notables cambios en el mundo y Cuba se han producido en los cuarenta y un años desde que en 1976 se implementó la División Política Administrativa (DPA) que dotó al país de 14 provincias, 169 municipios y un municipio especial. Fue esta decisión necesaria y útil; en tanto, permitió que poblados y barrios de antiguos municipios crecieran y adquieran cierto desarrollo; sin embargo, como toda creación humana, heredó las falencias de su carácter y a pesar de los llamados, advertencias y justos clamores por trabajar en su modificación con el objeto de adecuarla a los nuevos tiempos y corregir daños de aplicación, solo una acción de peso ha sido concretada, la creación de dos nuevas provincias: Artemisa y Mayabeque. Un veedor no muy avezado en los temas territoriales de Cuba, puede intuir fácilmente que la modificación y/o renovación de la DPA pasa hoy por vencer lo que la literatura especializada llama «egoismo colectivo de la riqueza»; o sea, lograr que los centros rectores provinciales admitan, no solo por justicia; sino, por conveniencia nacional (reducción de la migración), la modificación del trazado geopolítico, no importa que para ello la cuota de poder y control que ejercen sobre hombres y recursos se vea disminuida, y es que, como dijera Martí: «La primer cualidad del patriotismo es el desistimiento de sí propio; la desaparición de las pasiones o preferencias personales ante la realidad pública, y la necesidad de acomodar a las formas de ella el ideal de la justicia». De este modo, seguir dilatando la revisión y modificación de la DPA para enmendar algunos de sus perjuicios, resulta no solo falta de previsión política; sino, pérdida de oportunidad, que como dijera Martí, «[….] pasan lo mismo para los pueblos como para los hombres» y después de esfumada ya no hay nada que hacer. Óbrese pues en este sentido, por justicia, por utilidad pública, por beneficio nacional, con el objeto de mejorar las condiciones de vida de millones de seres humanos en sus lugares de residencia, que «Decir bien es bueno, pero obrar bien es mejor!».
Coda: A un ejercicio reflexivo y propositivo como este, cuya pretensión es alcanzar las mayores cuotas de consenso, le resulta obligatorio distanciarse de las antípodas. La Patria a secas puede ser llevada y traída o convertida en sentencia extrema como el «Patria para todos o Patria para nadie» de los Tupamaros. El reciente «Patria y Vida» carece de autenticidad; mientras el histórico «Patria o Muerte» puede ser interpelado en estos tiempos con la afirmación de que morir por la Patria no es el único modo de vivir por ella. Al final, solo guiados y animados por la fórmula del amor triunfante de José Martí, será posible que nosotros los cubanos alcancemos el éxito: «Patria con todos y para el bien de todos», Venceremos. Que así sea.
Manzanillo de Cuba, sábado 28 de agosto de 2021.
A 10 km de La Demajagua, Altar de la Patria Cubana.
Delio G. Orozco González. Historiador, miembro de la UNEAC, la Academia de la Historia de Cuba, la Sociedad Cultural José Martí y la Unión de Informáticos de Cuba.