La opinión de que el arte no tiene ver con la política es ya, en sí misma, una actitud política. George Orwell Antes de ir con los libros Sucede el mundo y Uno lleva su cuerpo, de Gustavo Quesada, vale la pena hacer una reflexión sobre un invaluable texto contemporáneo de ellos dos: el del […]
es ya, en sí misma, una actitud política.
George Orwell
Antes de ir con los libros Sucede el mundo y Uno lleva su cuerpo, de Gustavo Quesada, vale la pena hacer una reflexión sobre un invaluable texto contemporáneo de ellos dos: el del también profesor y poeta Eduardo Gómez (Miraflores, 1932) Ensayos sobre crítica interpretativa en el cual se destaca, para efectos de lo que se trata aquí, el ensayo ulterior Observaciones críticas sobre la función estética y social de la poesía. Una de las primeras reflexiones que suscita dicho ensayo es que se trata de un texto crítico, ecuánime, objetivo. La crítica se sustenta en la valoración de los aspectos positivos y negativos que es posible hallar en los trabajos del arte y para el caso de la poesía. Gómez no incurre en el error habitual de confundir crítica con hacer panegíricos o despotricar de algo. Del arte de crear, eso es poesía, como derivado del latín y del griego poësis, creación. Aquí cabría lo que se dice en deporte: todo futbolista es un atleta, pero no todo atleta es un futbolista. Todo poeta es un creador, no todo creador es un poeta. La ecuanimidad proviene de su capacidad para razonar frente al objeto de estudio o a los autores estudiados. No hay en él juicios peyorativos, sesgados o de mala fe. Todo obedece a consideraciones intrínsecas sobre la obra de arte, a sus virtudes y/o defectos. La objetividad de su análisis está mediada por el conocimiento profundo de la materia de estudio; la obra de un autor; los autores a quienes se refiere; los movimientos en los que podrían inscribirse o no; el contexto histórico y socio-político. En el que se incluye, claro, el contexto literario y las relaciones artísticas que de él emanan.
El ensayo Observaciones críticas… hace parte del libro Ensayos sobre crítica interpretativa (1). Cabe citar su contenido, para vislumbrar lo que el maestro Gómez se propone estudiar: Marcel Proust, Thomas Mann y la novela latinoamericana; Lectura de La muerte en Venecia; Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica o el nacimiento de una nueva crítica (ensayo en el que estudia el de E. Zuleta); Para una interpretación de El Castillo de Kafka; Actualidad y tendencias en la obra de Franz Kafka; Dualismo y ética en el primer Fausto (el de Goethe); y, por último, del ensayo que aquí se habla: Observaciones críticas sobre la función estética y social de la poesía. La que, después de estudiar el origen del término poesía, que en alemán proviene del vocablo dicht = denso, Gómez considera que es enriquecer la sensibilidad. Lo que, en otras palabras, coincide con la de Rojas Herazo, quien definió a la cultura como el refinamiento de los sentidos. Y en cierta forma con la de Ribeyro: «La cultura no es un almacén de autores leídos, sino una forma de razonar». O con la de Cortázar: «La actitud integralmente humana, sin mutilaciones, que resulta de un largo estudio y de una amplia visión de la realidad». Pero, hablar de poesía no es fácil: hacer crítica de ella «será siempre muy difícil para no racionalizar en forma destructiva la obra de que se trate y no empobrecer su bella ambigüedad e irreductibilidad». La poesía, como todo arte, es un lenguaje que busca comunicar (así no haya códigos comunes con el lector, como diría Paul Valéry), lo que supone una capacidad implícita y específica de conocer y objetivar el mundo, volver objetivo lo que per se es subjetivo: hacer arte en general.
Al mismo tiempo Gómez advierte sobre el peligro que corre la poesía en tanto forma de conocimiento y la más abstrusa y amenazada (después de la música), en el terreno artístico, por el subjetivismo, esa actitud desenfrenada de algunos por reducir las cosas a lo que se cree que dicen, no a lo que dicen. A esto contribuye el que sea el género literario que logra una mayor condensación expresiva. En alemán es más evidente esa cualidad: Dichtung (poesía), Gedicht (poema), Dichter (poeta) y dichten (hacer versos), provienen de dicht, denso. Si se compara con la prosa artística (cuento, novela, teatro), la poesía tiene de común con ella la configuración, mediante palabras, de imágenes artísticas, esenciales, totalizantes y ambiguas, pero se diferencia no sólo por su mayor capacidad de síntesis sino porque, en su necesidad de condensación, involucra con mayor frecuencia y audacia lo simbólico y refuerza sus significados mediante un ritmo más acentuado que la emparenta con el lenguaje artístico más hermético: la música. Así que glosando a Valéry, el significado de la poesía resulta de la oscilación entre el sentido y el sonido, ambos, indisociables en toda buena poesía. Cobra así fuerza lo que Nicolás Gómez Dávila señala en sus Escolios: «El poeta que no canta, tan sólo opina».
Se puede pensar y comprender la poesía con objetividad crítica (aunque de forma más relativa y ambigua que el cuento, la novela o el teatro), en contra de las posturas esteticistas y nihilistas de vanguardia que la consideran inaccesible y cerrada a un posible análisis esclarecedor. Habría que estar de acuerdo con esa imposibilidad si se intenta un análisis simplemente racionalista, lógico o técnico de la obra poética; pero, no habría que estar de acuerdo si se logra una reflexión aproximativa mediante una razón más compleja que dé suficiente importancia a la sensibilidad y la conciba «como capacidad cognoscitiva inherente al pensar y abierta a los laberintos del inconsciente: lo onírico, pulsional e instintivo». Las exageraciones irracionalistas del esteticismo y del vanguardismo son comprensibles como reacción defensiva de la complicada ambigüedad, ya que la crítica capaz de involucrar esa nueva razón, la que da importancia a lo inconsciente y plástico-musical en la creación poética, es casi inexistente en el país. Esa nueva razón surge de una comprobación: «A toda sensibilidad corresponde, de hecho, una forma de pensar y comprender el mundo y viceversa, no se concibe un pensamiento al que no corresponda una sensibilidad». Ello significa que esa nueva razón sensible aumenta en el ser humano la weltanschauung, la comprensión intelectual del universo. La sensibilidad involucra la sexualidad y sus formas de relación con los otros, así como los demás instintos y las formas con las que una cultura los sublima, permite realizarlos o la sociedad reprime. A través de la sensibilidad la poesía modifica el campo de la inteligencia, igual que al saber que esta conquista. Así, la poesía cumple una función social: enriquecer la sensibilidad y mediante ella influye en la forma como el ser humano asume la realidad de su entorno.
La sensibilidad poética sólo es concebible como sensibilidad cultivada, lo que pone en evidencia el vínculo dialéctico e indisoluble entre sensibilidad, conciencia autocrítica y saber aprendido. Sin ellos, la obra de arte no es posible por cuanto no se realiza sin las modificaciones resultantes de la historia de la cultura, ni sin asimilar las conquistas de los grandes creadores en el campo artístico. Como la sensibilidad cultivada implica refinar los sentidos (saber ver y oír) y esa educación se efectúa mediante las artes correspondientes (plásticas y música) puede concluirse que, si se saben desarrollar las indispensables mediciones, la función de la poesía es de extraordinaria amplitud y eficacia soterrada a pesar de su apariencia frágil e inocua. Sobre los opuestos débil y fuerte y quién vence a quién, Lao-Tsé, en el Tao-te-ching dice: «Cuando el hombre nace, es débil y ágil; cuando el hombre muere, es fuerte y duro. La fuerza y la dureza son amigas de la muerte». Hölderlin planteaba esa paradoja al distinguir a la poesía como esa «tarea, entre todas la más inocente», pero cuyo carácter lúdico-testimonial, «de lo que el hombre es» la torna «el más peligroso de los bienes».
Por lo mismo, Gabriel Celaya escribió, la poesía es un arma cargada de futuro. Hoy no se sabe qué tanto futuro tenga, aunque sí puede asegurarse que sigue estando cargada para quienes apuntan a derrotar la ignorancia, llenarse de conocimiento, desarrollar una mayor comprensión del mundo y de quienes lo habitan, para así poder lograr un mundo más tranquilo, vivir en poesía y que la llama de la vida siga viva. Gómez concluye: se trata de «propiciar una sociedad en la que se pueda alcanzar una mayor plenitud y realización por parte de la mayoría y en la que, en consecuencia, el arte no esté tan heroicamente enfrentado ni aislado respecto a esa mayoría. El problema no es, por tanto, tan especializado como para creer que afecta sólo a los artistas y creadores, sino a la construcción de una sociedad donde sea posible vivir en poesía». Esto significa, en constante creación, para la vida y no para la muerte, como lo señalaría un hipotético canon vital hecho esta vez sí, no como en la entelequia democracia, de, por y para todos: una poesía real y verdaderamente universal. Democrática. En esa línea van Sucede el mundo (inédito) y Uno lleva su cuerpo (Los Conjurados), ambos de 2012, de Quesada: el primero, Sucede el mundo (2), un inquietante examen de la condición humana, los avatares del planeta, la guerra y la paz (la que sucede menos de continuo que la guerra), en fin, una reflexión sin prejuicios sobre cómo pese a todo, la vida continúa, así el referente inicial sea la muerte y no, como debiera, la misma vida.
Sucede el mundo va para Anamaría, quien sucede de continuo un sentido texto, en forma de prosa poética o de verso libre aunque responsable, con más sustantivos que adjetivos, con menos inacción o inercia que verbo o acción. De los 32 poemas que lo conforman se hace aquí una selección, como todas arbitraria y excluyente aunque de buena fe, para su análisis. Comienza con En la palabra el último refugio, del hombre, y para quien el lenguaje es el único elemento que permite crear mientras sigue sucediendo el mundo. En Divago por el laberinto, en medio de la guerra, el ciego huele todo y mientras el laberinto se alarga, él se acorta. En Metafísica, la muerte, antes fundadora, ahora es un oficio (y pago), si nada es y nada pasa, y todo vale, al hombre no le queda nada. En Sucede el mundo, mientras el poeta grita e iza banderas blancas o cubre de mieles los cuchillos, el mundo sigue sucediendo de continuo y le pide callar mientras continúa sucediendo: ¿tiene algún sentido la voz del poeta? Y aun así, ¿se tiene que callar el poeta o irse desterrado a una isla? En Escena y sueño, el poeta ensaya una variación sobre el sueño que soñó Borges sobre el sueño que no se sabe si es de Chuang Tzu que soñó ser una mariposa o de ella que soñó ser Chuang Tzu, en todo caso una hermosa re-creación por parte de Quesada, quien se vale del cine para mostrar en primer plano un hombre, en segundo un sueño, pero no un sueño de poeta ni el sueño de la razón (que produce monstruos, como el que Goya sacó de la realidad de la España invadida por ese otro enano energúmeno, Napoleón): menos un sueño freudiano de aquellos que padecen los inteligentes. El hombre dispara a la mariposa y ella entiende su gesto como la invitación a una fiesta: para los colombianos ese gag podría ser algo funesto. En Todo ha sido ocupado se permite inferir: ¿qué (de bueno) puede pasar en un mundo donde aparte de ocupado todo ha sido vendido? Y podría preguntarse, entonces, ¿cuál será el precio de una esperanza? Y pese a eso, al todo vale y a Varito y a Chucky, el mundo sigue sucediendo. En Sonrisa lo que está doliendo (p. 7), el poeta contradice, o entra en, la dialéctica de Heráclito: hay gente que se baña «en las mismas aguas y en el mismo río». Al volver sobre esa idea se descubre una metáfora sobre el continuismo de los políticos y sobre la pasividad de la gente. Por eso antes en Sucede el mundo, se dice: «El poeta desde su trinchera bombardea los campos enemigos con metáforas». Y En la palabra el último refugio, por eso se advierte que en ella, fuera del último refugio del hombre, está el de la paz pues cuando la palabra cesa comienza la violencia y el resultado no es otro que la desaparición, el desplazamiento forzado y la muerte.
En Sonrisa lo que está doliendo, hay también una ironía virulenta sobre los nombres cambiados de las cosas, por (des)manes de los políticos, por capricho de quienes se niegan a su obvia decadencia, por la estulticia de quienes piensan con el deseo y pretenden ocultar el tropel detrás de la calma chicha, por la hipocresía y la cohonestación de los medios masivos con el statu quo y con la falsa idea del segundo y ahora décimo o veinteavo pueblo más feliz; entonces, dice el poeta: «Vuelvo a mi aldea numerosa [numerosa y todo pero al fin aldea], reúno a los viejos y a los niños, a las mujeres, los perros y los gatos, para contarles la historia de los que llaman ascenso a lo que está cayendo, quietud a lo que pasa, sonrisa a lo que está doliendo». En Es digno de mirar (p. 8), de niña, que sueña desnuda en la piscina, a bella mujer, que se mira en un orbe pasarela con miles de garras de hombres tendidas hacia ella, a anciana que sueña con el cuerpo de quien humilló a fieros guerreros: lo que podría llamarse tres en una o la evolución/involución de la mujer. ¿El resultado? El dolor en los dedos, el llanto de los ojos, la melancolía de la realidad; el sueño ha huido. En Los invisibles (p. 9) ante la llegada de la tropa (como en Marea de ratas, de Echeverri), con sus botas negras y sus largos bastones brillantes, la pareja, vinculada al mundo por libros y pantallas, se abraza, aterrada y ante el pavor general. Su actitud contrasta con la de los políticos y los dueños de los medios, para quienes sencillamente el conflicto es virtual, no existe, no se ve: sin embargo, para el poeta los invisibles, inexistentes, son aquéllos cuyos cuerpos «carecen de solidez para la muerte». En Los amantes se quitan (p. 11), la ironía sobre un amor/comercio/consumo, de quienes se quitan el otro cuerpo y lo ofrecen en los remates o lo tiran a los mendigos: «Puro asunto de hacer y de deshacer y de seguir haciendo», o sea, deshaciendo. En Canto (p. 12), el poeta expresa su optimismo, su esperanza, su deseo de libertad que incita a la acción, en medio de la guerra fratricida que continúa: «… más allá de las explosiones y de los gritos, […] alguien está cantando». En Morir es simplemente (p. 16), el poeta recuerda que morir es que el mundo ocurra sin los que se van, aunque el dolor, digo yo, sea para los que se queden. Morir consiste en perder el deseo, en agotar la sed, en carecer de apetito frente a la delicia que es el conocimiento; en no discutir, no polemizar, evitar el diálogo, para a su vez evitar la angustia de tener que pensar: en no poder recuperar lo que ya, por inacción, es irrecuperable, al extraviarnos del acontecer del mundo. En A la hora de siempre (p. 17), y siendo consecuente con lo dicho en su poema En la taberna (p. 21) de Uno lleva su cuerpo, quien soñó el fuego, cuando todo arde, ya no quiere sino el agua. Ante lo irremediable, hay que seguir acudiendo a la taberna, puntuales, a la hora de siempre, para escuchar a quienes hablan sin parar, los únicos que existen. Porque los demás están callados, esto es, muertos. Sólo quien habla y bebe, está vivo. Decía Baudelaire: «Embriagaos, de vino o de virtud, pero embriagaos». Una segunda lectura de A la hora de siempre, es decir, puntual, revela que el poeta va a la taberna y bebe mientras el verbo hierve. Los mitos se destejen a la par que se tejen sonrisas y nostalgias. Si antes soñó el fuego, ahora que sólo hay guerra, no desea más que calma. Otro día se alejó y ahora está incomunicado. Pero, de nuevo piensa en volver a conversar: «Hay que volver a la muchedumbre. Su contacto endurece y pule. La soledad ablanda y pudre», decía Nietzsche. En efecto, así como sólo quien ama, vuela, sólo quien habla, vive. Sólo quien es obligado a callar, no quien calla de forma voluntaria, muere. Y quien es obligado a hacerlo no muere solo.
El segundo libro, una generosa y profunda meditación sobre el país, el paso del tiempo, la peste citadina, la fiesta del aniquilamiento, la permanencia de la tribu, la memoria (el único tribunal incorruptible), la visibilidad de lo no dicho, la nostalgia por no ser salvados (salvo por el arte), los eruditos que prefieren la bibliografía a la lectura de los libros, la poesía de Vallejo y otros, ¿la muerte, hueco infame en la memoria?, los hombres que por decir se sienten remisos a la muerte. Libro que recuerda Uno lleva su cuerpo… ese buen acompañante, pese al peligro que entrañan las malas compañías. Dividido en tres partes, Me encuentro midiendo la distancia (9-32); Metáforas del duelo (33-53); y Ángel desterrado (55-70), habla en lo esencial de la memoria (Como un hilillo de agua, 25, A esta hora, 31), del movimiento (Suave el andar hacia la fiesta, 13, Uno lleva su cuerpo, 22, Vamos cayendo, 32), del tiempo que se escapa (Se me va esta hora, 43), de la inacción (Cada poeta gesta, 52), en fin, de la ambigüedad, de la contradicción, del oxímoron que habita en el poeta (A esta hora, 31): «Debería estar quitando/ A las palabras lo que dicen/ ¿Por qué dicen siempre lo que callo?».
También hay lugar permanente para los homenajes: a César Vallejo, el gran poeta peruano; a León de Greiff, el gran poeta colombiano; a Porfirio Barba-Jacob, otro gran poeta antioqueño y colombiano. De evocar a Vallejo, quizás provenga el título general, cuando Quesada en Vallejiana sin límite, dice: «Uno porta su cuero y yuxtapone/ La risa vieja y los zapatos nuevos/ Mientras gasta en azules desteñidos/ Lo que tiene». De evocar a De Greiff, Quesada ha hecho suya «la imprecación del acontista»: «¡Todo no vale nada, si el resto vale menos!» (El día y la noche, 30). De Barba-Jacob, Quesada retoma la idea de lucha como quien se niega a dar la de derrota, en medio de la guerra civil que acosa al país desde hace mucho más de un siglo y que se recrudeció en la, equívoca, violencia partidista. Guerra con la que los políticos desataron una orgía de odio y sangre, no partidista propiamente, como tanto se ha dicho: los chulavitas primero mataron a los liberales y luego a los propios conservadores que no les eran útiles o que fueran disidentes, como sostiene Gloria Gaitán, la hija del Caudillo, en carta pública: «Premeditadamente a esos sicarios los enviaban a las veredas y municipios liberales y, al grito de ‘Viva el Partido Conservador’, sacrificaban liberales indefensos. Luego, los mismos sujetos, viajaban a las veredas y municipios conservadores para, al grito de ‘Viva el Partido Liberal’, arremeter contra la vida y los bienes de inocentes ciudadanos conservadores.» (3) Es decir, fue más una guerra de clases que otra de partidos. Guerra civil jamás reconocida por el bipartidismo y de la que, por contraste, surgió la obra de quien durante la gestación de Uno lleva su cuerpo cayó en las garras de la tristeza, sin por ello llegar a cambiar sus creencias… durante esos ocho años en que un cobarde acabó con miles de mudos valientes al exacerbar la pobreza y la violencia. Aun así la palabra del poeta jamás se perderá. Hoy revive con el proceso de paz, ojalá esta vez definitivo, aunque haya nacido muerto al no considerar igual una parte a la otra (4).
En el poemario también hay lugar para lanzar una mirada sobre quien no sabemos si nos mira, el Señor Dios, sobre quien jamás se sabrá si existe, pese a la fe («Fe es la creencia en una falta de evidencias», Carl Sagan): «Yo sé que debo devolverte/ La mirada // El tacto y el oído/ Así me lo aconsejan/ Quienes me dicen que me aman/ Obedezco/ Pero también increpo/ ¿Qué hago entonces con la música?/ ¿Qué hacer con el aroma/ Que esparcen las muchachas? (…) Señor/ Mientras la sed me apriete la garganta/ Mientras la sinuosidad de un cuerpo/ de muchacha/ Me impida/ Sumergirme en el libro de oraciones/ No estoy listo/ Aún/ Para devolverte la mirada» (27-28). En Me encuentro midiendo la distancia, los temas constantes son: el movimiento, el tiempo, la ausencia (sustantivos) o los ausentes (sujetos), la peste, la amenaza, la caída, lo vital… esto último lo evidencia el poema En la taberna (21), una exaltación de Baco, Eros, lo dionisiaco. Poema en el que lo irracional, gracias a la mediación del poeta, se vuelve razonable e incluso necesario: el odio. Del que Baudelaire decía: «Y así el Odio está condenado a la suerte lamentable/ de no poder dormirse jamás bajo la mesa»; sólo faltó: «… de ningún colombiano». Claro, poniéndole algo de sal, podría agregarse: «De ningún político c…» (Aquí el lector es libre para agregar a la c… lo que considere).
En la segunda parte, Metáforas del duelo, en «Este día en que los muertos saben a olvido» (35) hay, por contraste, espacio para las canciones, la pasión, el sueño, el labio (que «Se queda mudo/ Sólo subsisten las palabras», 37), la nostalgia (por «un cuerpo que no es/ Que ya no sigue siendo», 38), la palabra (que repite en uno lo que otros van diciendo, 39), las ferias, en un país de ferias, que llevan a la pregunta metafísica: «¿Cuánto más he de caminar/ Para no seguir girando?» (40), el sueño, el mal sueño que si se prolonga, que si continúa, si se extiende, «Me cubro los ojos/ con ortigas y sal/ Con cenizas y fuego» (41), la luz, como metáfora de la vida: «Que no se apague esta luz/ Por lo demás que empiece». En fin, el duelo, la alegría, el puerto al que nunca se llega, no poder saber si uno sale o si va llegando, las técnicas de duelo para enfrentar a la muerte, la presencia de la mujer como recuerdo, fotografía o ensueño, la quietud, no hacer nada, lo más difícil; el cuerpo que duele, lo demás es levedad. La insoportable levedad del ser.
En la tercera parte, titulada Ángel desterrado, el poeta se pregunta por «el vestigio del ángel desterrado», habla del ángel caído que le queda al desalojado y vuelve a preguntarse, a nombre de ambos: «¿Hay algo aparte de nosotros?», con lo cual pareciera aludir, sin nombrarlo, al natural egoísmo del ser humano, aunque también a la indudable soledad. Luego, ante la evidencia de que sólo existen la prisa las esquinas el hacer la multitud y el basta, viene la queja metafísica de nuevo: «¡Ah, que tú existieras!» (59), la búsqueda insaciable de todo poeta, de todo ser humano, de todo romántico. Como nada en apariencia gracias a las palabras es imposible para el poeta, enseguida pasa a afirmar rotundo y triunfante, pero de momento: de ahí la ambigüedad, la contradicción… «Ahora existes» (60). Otra referencia poética es la del dolor: la ciudad que duele, la luz que no sólo enceguece sino que duele (En la mirada, 61) y en Vallejiana (62) hay una queja por el peso de las rodillas, por el agobio que causa el omoplato, por lo cual el poeta reclama «Que alguien diga ¡basta!/ Y guarde para siempre/ Mi esperanza». El poeta atraviesa los escombros de un bombardeo reciente y recuerda a la memoria: «El pájaro entona/ ritmos reconocidos/ Por la memoria antigua», para luego declarar su indignación por el statu quo, como quien sin querer evoca a Rulfo en El llano en llamas (5): «Duele la carga de tanto muerto/ Muerto de falsa muerte» (63), a lo que se podría agregar «de falsa muerte/ que a nadie importa». Y como «el poeta que no canta, tan sólo opina», el poeta, gracias al pájaro que lo habita, canta y «traza círculos en el aire» para, al final, notar que el canto del pájaro, tras el inicio del bombardeo, ya no se escucha.
Aunque no sepa si va o huye, si inicia un viaje o un regreso, la mano del poeta, no la del político, permanece abierta. En Sabiendo que es mentira la trinchera, que la risa es aire y el grito llanto lento, sabiendo esto tan sabido, el poeta pregunta: «¿Para qué la terquedad, ¿si la memoria es la ruta del olvido?». Para terminar, aparece el que se supone es el remolino de la violencia que todo lo devora: «Dulces en los bolsillos/ Caras iluminadas/ Pero no lejos/ Un ruido que no cesa/ Y gritos/ Un remolino lo devora todo» (67). El mundo del placer, del deseo (motor de la libertad) del niño, se estrella contra el principio de realidad, el de la norma, de la vida… allí mismo en el poema En la esquina me aguarda «El asaltante/ Que sabe que le espero» y mientras el poeta observa todo lo que ocurre en ese embrujo que es la ciudad… «Mientras tanto/ Yo espero una cita inevitable/ Que jamás sucede» (68). Por último, en ¿Qué hacer con mi ciudad?, el poeta la describe como la «Frontera de la aspereza y el delirio» (69) y en Si el enigma cuando el poeta toca el nombre de su amada: «Se incendian los pensamientos/ Y los nidos» (70). Se recuerda, el libro va también «Para Anamaría: destilación de cada poema».
Tanto Sucede el mundo como Uno lleva su cuerpo facilitan tejer un merecido homenaje al trabajo del poeta, de tantos años y sobre todo de tanta sangre, sudor y lágrimas, que jamás debieron verterse a no ser por la emoción, pero nunca por la incoherencia de los políticos. Tras leer Sucede…, no puede dejar de felicitarse al poeta por el tratamiento del lenguaje, la creación de una prosa poética atípica, la capacidad para aunar sentido y sonido como manda ese canon no oficial llamado imaginación + sentido común (el menos común de los… también en términos de poesía). En fin, por la coherencia entre la observación que hace de lo real inmediato y el acto de plasmarlo; por el respeto a la memoria histórica, así como a la de tantos muertos: los que jamás debieron morir. A quienes se debería dejar vivir, así no sea siempre en poesía, como sea que todos caben en este mundo, salvo para los que ven en la diferencia un obstáculo: en realidad, el más estimulante propiciador de vida, enriquecedor complemento para lograr la igualdad. Gracias, maestro Quesada, por ayudar a que cada uno sea capaz de llevar su cuerpo y por permitir comprender que a pesar de todo el mundo sigue sucediendo… y sucede a pesar, también, de los políticos, esos indignos zánganos que se creen abejas reinas: y que son abejas, no reinas. Si acaso reyes del oportunismo, la avivatada, la corrupción.
En su obra, el poeta ha realizado la búsqueda insaciable… sin importar que, al final, no obtenga los resultados que él mismo esperaría: el arte no obedece a intenciones, produce efectos. Por eso, en Sucede el mundo se duele con angustia: «Ay, de los poetas que se afirman para negar que el mundo los inventa y los destierra» (p. 5). Por eso, en Todos se mueren, poema de Uno lleva su cuerpo, pregunta lo que no se puede evitar y para lo que, aun así, no hay respuesta: «¿Cuándo seré la hoja que termina el libro?» (p. 19), para acabar formulando la que no se puede resolver, porque la muerte ocurre cuando ya nada importa: «¿Será la muerte/ El hueco infame en la memoria?» En todo caso, con sus libros GQV ha producido unos resultados. Así, la búsqueda insaciable del conocimiento y el mundo, aun con o a pesar de, continúan: porque el sueño sólo cesa con la inexorable parca. Con la bicéfala parca, la que sólo tiene piedad consigo misma: porque necesita, incluso contra el absurdo que contiene, que su llama gris siga prendida. Y para que eso no ocurra, basta apenas con la voluntad política de avivar la llama de la vida, en contra de las miles de muertes, los millones de muertos, que se producen día a día.
Para Santiago & Valentina, mis hijos/escudo contra la parca…
Notas:
(1) Gómez, Eduardo. Eds. Uniandes, 2ª edición, 2006, 175 pp.
(2) Aunque inédito en su mayor parte, la Universidad Nacional a través del Viernes de Poesía hizo una selección el citado año 2012.
(3) Carta del 26/nov/12 https://librepenicmoncjose.blogspot.com.co/2016/09/de-como-nacio-la-guerrilla-en-colombia.html
(4) Veo que no me equivoqué, sobre todo cuando se conocen ya los funestos resultados del NO a esa farsa de plebiscito que jamás debió efectuarse, como lo comprueba este ensayo: escrito mucho después del presente sobre Quesada y su obra. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=222754
(5) En el cuento El hombre, de El llano en llamas (1953), dice el protagonista: «No debí matarlos a todos -iba pensando el hombre. No valía la pena echarme ese tercio tan pesado en la espalda. Los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno.» A eso pretende resistirse, por ejemplo, Uribe.
http://elpais.com/especiales/2017/juan-rulfo/
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Su libro Ocho minutos y otros cuentos (Pijao Editores, 2017) fue lanzado en la XXX FILBO, dentro de la Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo: 50 autores y dos antologías. Hoy, autor, traductor y, con Luís Eustáquio Soares, coautor de ensayos para Rebelión.
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