Las clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile tenían mucho de paradojal. Mientras en sus aulas se leían textos sobre la libertad de prensa, el terror se expandía y se respiraba en cada una de sus instalaciones. La escuela reabierta en septiembre de 1974, un año después del golpe de estado, […]
Las clases en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile tenían mucho de paradojal. Mientras en sus aulas se leían textos sobre la libertad de prensa, el terror se expandía y se respiraba en cada una de sus instalaciones. La escuela reabierta en septiembre de 1974, un año después del golpe de estado, representaba la realidad que se vivía en todas las universidades públicas intervenidas por los golpistas.
Les había bastado un año para clausurar aquellas instituciones académicas de mayor prestigio intelectual. Sobre todo, las que históricamente habían representado los pensamientos más progresistas en Latinoamérica, y cuna de académicos de todo el mundo que llegaban a sus claustros a enseñar.
Periodismo no había sido la excepción. Por eso que las expulsiones masivas de académicos y alumnos de pensamiento de izquierda, en sus más variadas definiciones y doctrinas, tanto chilenos y extranjeros, había dejado a esos institutos acéfalos de sus mejores docentes y tan sólo habían logrado sobrevivir aquellos de menor relevancia. El miedo era cosa viva. Extraños personajes, muchos de ellos haciéndose pasar por alumnos que nadie reconocía como tales, se sentaban en las clases a observar al alumnado y grabar las opiniones que pudieran entregar en clases. El plantel de servicio y aseo también lo componían extraños individuos que ingresaban incluso a los baños de hombres y mujeres, revisando los muros para ver si había rayados contra la dictadura.
Pero, sin duda, la parte peor, era el miedo que invadía a la comunidad universitaria, luego que en varias oportunidades agentes de los servicios de seguridad -DINA de Pinochet-, ingresaban a clases y en presencia de todos detenían a los estudiantes y a veces también a profesores. Algunos de ellos integran hasta hoy las listas de detenidos desaparecidos o debieron marchar al exilio, luego de largas condenas en los campos de concentración del régimen.
Todos estos hechos no sólo no podían ser denunciados a través de los propios canales universitarios, sino que los medios de comunicación de la época los ignoraban completamente. «Autocensura», era la palabra preferida entonces y que no significaba otra cosa que aquel que osara cualquier disenso en público, inexorablemente, terminaría en las mazmorras de la dictadura en calidad de preso político o asesinado. Por eso, era frecuente ver en los diarios murales de las escuelas o en los informativos centrales, únicamente noticias relativas a los torneos de fútbol interfacultades, o más triviales como saludos de cumpleaños, ventas de bicicletas o cosas así. Así la libertad de prensa se proclamaba en los textos que se leían en las casas, al tiempo, que se ignoraba completamente la realidad. Ningún trabajo de investigación en periodismo, podía referirse a la realidad chilena. Lo común era investigar historias de Etiopía con Haile Selassie, o el conflicto árabe israelí desde una perspectiva pro americana, etc.
A lo anterior había que agregar un clima altamente represivo en el Instituto Pedagógico -lugar donde estaba Periodismo y las escuelas de Sociología, Sicología, Antropología y todas las pedagogías- con reglas que prohibían que más de 3 personas anduvieran juntas por los arbolados patios, porque podía entenderse como una manifestación opositora.
Lo mismo para comer en los casinos. No se debían poner libros sobre la mesa a fuerza de ser considerado un acto subversivo por si alguien osaba dejar subrepticiamente panfletos o volantes denunciando las atrocidades de la dictadura. Agentes vestidos de civil vigilaban las instalaciones y era frecuente que ante cualquier sospecha se abalanzaran sobre el estudiante, lo patearan y tiraran al suelo, le trajinaran la ropa y la mochila. Era frecuente y común ver esas escenas en los patios. Nadie se detenía a observarlas. Estaba prohibido. Había además otras normas como que ninguna clase podía impartirse pasadas las 16 horas. Tras ello el campus universitario quedaba completamente clausurado y con vigilancia militar.
De ayer a hoy… Hoy, 35 años después, en que aún se recuerdan estos hechos con escalofríos y espanto por parte de quienes los vivieron, los avances políticos en Chile si bien han sido importantes, aún subsisten contradicciones atentatorias a cualquier sociedad que quiera definirse como democrática. A pesar del tiempo transcurrido, Chile sigue siendo un país de grandes paradojas.
Como por ejemplo la libertad de prensa. Si durante la dictadura la censura y represión a la prensa parte esencial del modelo de dominación, hoy las circunstancias en cuanto a diversidad de pensamiento, pluralidad y el derecho a acceder libremente a la información, no son tanto más diferentes.
El modelo neoliberal impuesto desde la dictadura, de alta concentración económica y que se mantiene vigente en sus bases principales, ha permitido que subsistan a nivel de la prensa escrita dos duopolios de clara tendencia derechista y que durante la dictadura fueran afines al régimen de Pinochet.
Si bien es cierto no hay impedimentos legales para crear nuevos medios de comunicación, la gran mayoría de aquellos que han surgido en estos 18 años de democracia, han tenido corta vida. Todos han sido estrangulados económicamente y, lo más paradojal, es que los propios gobiernos concertacionistas, que anualmente gastan alrededor de US$60 millones en publicidad estatal, principalmente la canalizan hacia estos dos duopolios. El Mercurio y La Tercera, que son estas empresas periodísticas, tienen un maná de recursos prácticamente garantizados por el estado y sus empresas públicas. La situación no es diferente en la televisión, los canales públicos son un eufemismo con el criterio que deben autofinanciarse, así como en la radio, donde se han creado glandes conglomerados empresariales. Ellos no sólo controlan y vetan la información que no sea acorde a sus intereses económicos y políticos, sino además segregan aquellas noticias que contradicen los parámetros culturales que hoy dominan a la sociedad chilena, como el individualismo y el farandulismo y la banalización, con prescindencia en los grandes temas país que tengan relación con su cultura, las artes, sus pueblos originarios, etc. Chile, es hoy una sociedad acrítica, incapaz de cuestionarse su realidad y que exhibe el triste récord de estar entre las diez sociedades del mundo con mayor desigualdad en los ingresos, según cifras y estudios de diversos organismos internacionales -incluido el Banco Mundial-. Se habla de los éxitos económicos, pero no se menciona la pobreza en sus más variadas expresiones y donde la delincuencia juvenil ha tenido un crecimiento gigantesco. Se habla de los elevados ingresos de su población en relación a sus vecinos, pero no se menciona lo escuálidos ingresos que reciben los quintiles más pobres de la sociedad y la falta de oportunidades. Se sostiene que hay la libertad de emprender, pero todos aquellos que han intentado nuevos medios de comunicación alternativos, sucumben ante el complot de las grandes empresas matriculadas con su publicidad solamente con los medios que les son afines sumadas a la complicidad de los gobiernos concertacionistas, que optaron por el entendimiento con la derecha.
Es así como opiniones disidentes de grupos ambientalistas y políticos que se oponen a la construcción de grandes represas hidroeléctricas en la zona de Aysén, -que significará un desastre ecológico y medioambiental de una de las grandes bioreservas naturales de la Tierra en la Patagonia chilena- están casi completamente vedadas. La trasnacional Endesa de España, de los grandes avisadores publicitarios en Chile a través de sus empresas relacionadas, se encuentra cerca de lograr sus objetivos con la complicidad de los medios que fueron afines a la dictadura y que habitualmente bloquean cualquier disenso o las muestran reducidas a su mínima expresión.
Al igual que la trasnacional minera canadiense Barrick, que con su proyecto Pascua Lama en la zona norte de Chile, también está a punto de concretar la destrucción de uno de los más antiguos glaciares del mundo y arrasar de paso con una de las culturas precolombinas más antiguas como son los diaguitas.
El bloqueo informativo alcanza también a la región de la Araucanía, donde el sufrido pueblo mapuche subsiste cercado en sus comunidades por los grandes conglomerados forestales, que durante la dictadura se apropiaron de miles de hectáreas de esta etnia, que hoy lucha por su recuperación. Todas las manifestaciones y rebeliones de este pueblo a los abusos de las compañías son presentadas en la prensa oficial como propias de insurrectos y subversivos, negando cualquier reconocimiento a que se trata de la comunidad más pobre de Chile, segregada y atomizada, desde la época de la conquista española y a la que los sucesivos gobiernos chilenos le desconocieron todos sus tratados.
Los 35 años transcurridos desde el golpe militar de 1973, han marcado ya a varias generaciones de chilenos. Una de esas marcas es la dificultad de vivir en una nación donde todos los ciudadanos libremente puedan optar por medios de comunicación plurales y diversos. Una gran tarea por delante.
Eduardo Hurtado, periodista chileno