«Hoy no hay paramilitarismo», proclamó enfática y solemnemente al mundo entero en septiembre de 2007 desde la Asamblea General en las Naciones Unidas el presidente Álvaro Uribe. Y en Washington, el martes 29 de julio de 2008, en un saloncito del National Press Building, ante unos 30 curiosos, José Obdulio Gaviria, su asesor presidencial, dijo […]
«Hoy no hay paramilitarismo», proclamó enfática y solemnemente al mundo entero en septiembre de 2007 desde la Asamblea General en las Naciones Unidas el presidente Álvaro Uribe.
Y en Washington, el martes 29 de julio de 2008, en un saloncito del National Press Building, ante unos 30 curiosos, José Obdulio Gaviria, su asesor presidencial, dijo textualmente: «Paramilitarismo no existe hoy. No se dejen «engrupir» con los sectores que vienen a echar el cuento de que el paramilitarismo dizque se camufló, que hubo un acuerdo de «yo con yo», o que fue una fórmula espuria para la impunidad. No, el paramilitarismo se acabó. (…) Esa noche terrible terminó.» (?)
Entre tanto, casi 5 años después, ante la feroz arremetida y el aterrador crecimiento de las bacrim, que no son otros que los mismos paramilitares pero en cuerpo y con nombre ajenos, el senador Iván Cepeda le reclama al presidente Juan Manuel Santos por una aclaración sobre «la verdadera situación de las actuales estructuras paramilitares como los Urabeños», comprometiéndolo para que desentrañe la responsabilidad del gobierno Uribe en aquellas publicitadas y muchas de ellas simuladas desmovilizaciones, y denunciando que estos aparatos criminales se limitaron únicamente a recibir la transmisión de mando del paramilitarismo, en medio de unas fantasiosas «entrega de armas».
Frente al escandaloso panorama de hoy, cuando vemos incrédulos cómo estas bandas son capaces de atemorizar e inmovilizar a numerosos municipios de nuestra costa Caribe y el Chocó, lo dicho por aquellos, y lo reclamado por este, encaja a la perfección y tiene un sentido de sencilla interpretación y condena histórica todavía en estado de impunidad.
Quienes se empeñan en separar a las bacrim del paramilitarismo, de manera simplista vienen blandiendo la tesis de que se diferencian de estos en cuanto a que su mayor interés está en el narcotráfico. O sea, como lo dijo graciosamente Michael Reed H. en El Colombiano, que están más inclinados al «business» que a otra cosa. «El argumento es falaz», acota el analista, «porque desconoce los vínculos históricos del paramilitarismo con el narcotráfico y el apogeo del negocio ilícito en el momento de la desmovilización». Todos sabemos sin equívocos que desde sus orígenes, los paramilitares le añadieron a sus distractores propósitos contrainsurgentes el provechoso interés económico con recaudos generosos provenientes de ganaderos y empresarios, y que con el correr de los días, «descubrieron» que desde las canteras del narcotráfico, la financiación de sus «tropas» y el sin fondo de sus bolsillos se verían maravillosamente bendecidos.
Lo que podría determinarse como el mecanismo para su estabilidad y progreso en tanto que bandas criminales sin escrúpulos ni fronteras morales ni militares, y menos de control a sus actos de violencia, no es otro que la aplicación de un sistema de seguridad que, en oferta permanente, mantiene seducidos por la protección de sus intereses económicos, de un lado, a terratenientes, ganaderos y empresarios, y del otro, a las mafias del narcotráfico, ambos urgidos de tranquilidad y con el prurito de poder trabajar «en paz», sin peligro para sus negocios, sus vidas y sus bienes. «En estos contextos, nos recuerda el investigador, «la economía y el ejercicio coercitivo de la violencia se reproducen mutuamente y pueden conducir a situaciones de auto-estabilización de un orden o régimen definido por intereses económicos.»
Esto lo practicaron los paramilitares. Esto lo practican las bacrim. ¿Cuál es, entonces, el temor, la falacia o el interés en no reconocer que unos y otros son lo mismo?
«Por estas razones, el ingrediente económico resulta crucial en la producción y reproducción de las estructuras armadas. Los grupos armados que hoy tienen presencia en las zonas de bonanza económica ilícita explotan su capital acumulado en el pasado y recurren a técnicas aprendidas a través de los años. Negar la continuidad de estas estructuras armadas -enfatiza Michael Reed H-, es obstaculizar la comprensión de un fenómeno que crece y se consolida. El pasado da pistas, no las anulemos.»
Pero queremos ser aún más explícitos. Como sabemos, cuando se confiesa la adicción, comienza la cura. Por ello clamamos por que se revele toda la verdad, y al igual que Iván Cepeda, -y de alguna manera también, Alfonso Gómez Méndez, Antonio Caballero, Alfredo Molano, Daniel Coronell y tantos otros-, exigimos indagar por la responsabilidad del régimen uribista, insistiendo en que los colombianos no podemos abstraernos del conocimiento puntual de la génesis de esta barbarie, y en consecuencia, acceder a los nombres y apellidos de aquellos que fueron sus gestores, sus encubridores, sus benefactores, sus secuaces y sus beneficiarios.
«No es cierto, como se le hizo creer al país, que el paramilitarismo había desaparecido gracias a la ley de justicia y paz y a la «encomiable» labor del locuaz siquiatra que ahora anda enredado con la justicia…», escribe Gómez Méndez, «ha sido un eufemismo llamar «bandas criminales» a grupos que tienen toda la estructura del narco-paramilitarismo.»
Ahora bien, que la Fundación Nuevo Arco Iris sostenga que son 82 bandas el componente de las bacrim, y con presencia en 273 municipios, o que la Defensoría del Pueblo acepte este número pero reduzca a 141 los municipios de su incidencia, y que la Policía los cuantifique en 4.000 mientras otras fuentes en un mínimo de 10.000, de poco sirve. Son los que son, y lo que son, y cada día crecen como espuma. Y ahí están para vergüenza de los incrédulos y pesado fardo de culpabilidad para los que se esfuerzan en negarlos.
Son, pues, estas bacrim, más que bandas emergentes del narcotráfico, más que la mera continuidad del paramilitarismo, o supérstite del mismo, o que el paramilitarismo redivivo, el mismísimo paramilitarismo vivito y coleando del que el expresidente Uribe, ufanándose de su varita mágica y emulando con el mago Merlín, anunciara su defunción por allá en el milagroso año 2007.
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