Recomiendo:
0

Parar la guerra: Colombia, entre la ficción y la realidad

Fuentes: Rebelión

A un conflicto lo determinan los hechos, su existencia no responde ni al orden discursivo, ni al normativo, sino al mundo práctico. Cuanto mas se polariza un conflicto, mayor es la distancia de su resolución. Cuando el conflicto, en el todo o en las partes, es atravesado por acciones tendientes a la eliminación, invalidación, o […]

A un conflicto lo determinan los hechos, su existencia no responde ni al orden discursivo, ni al normativo, sino al mundo práctico. Cuanto mas se polariza un conflicto, mayor es la distancia de su resolución. Cuando el conflicto, en el todo o en las partes, es atravesado por acciones tendientes a la eliminación, invalidación, o degradación física del otro, a su retención por la fuerza o al sometimiento de la voluntad bajo presión de las armas, estamos ante un conflicto armado. En el cual las partes, de facto, con independencia de causas y justificaciones, usan las armas como medio privilegiado de confrontación. En el conflicto hay partes enfrentadas, en un mismo territorio real y simbólico, y explican sus actos mediante visiones, posiciones o exposiciones contrarias, divergentes o antagónicas respecto a lo mismo.

En un conflicto armado, nada ocurre de manera natural, son mínimas las casualidades. No hay predeterminaciones, ni universales a priori, ni leyes o políticas preestablecidas. El derecho internacional es una propuesta de reglas de respeto por la vida y la dignidad humana, a seguir como propósito ético, que genera o degenera el rédito político. Las demás son relaciones que producen choques, desequilibrios y consecuencias evitables, de cuyos resultados se crean políticas o cuerpos normativos y se diseñan conductas a seguir. Colombia vive un conflicto armado de larga duración, con actores, territorios y causas que se pueden precisar y que es visible por la ocurrencia de hechos sistemáticos. Tales hechos tienen una asombrosa capacidad enceguecedora y alucinante. Son hechos de guerra, que es la forma mediante la cual se expresa y reproduce en espiral el conflicto. Colombia padece la combinación de realidad y ficción, lo increíble es lo que ocurre y la ficción es apenas una caricatura incompleta de la realidad. Es un país con grandes ríos y montañas, con vastas zonas de biodiversidad estratégica para el continente. Con riquezas naturales incalculables, con carbón, petróleo, esmeraldas, depósitos de sal, acceso libre a dos océanos. Fertilidad a toda prueba en cada centímetro de tierra cultivable, despensa de alimentos tropicales exuberantes todo el año. Colombia es también un territorio ocupado por 65 pueblos indígenas pertenecientes a la nación india latinoamericana. Con 8 millones de campesinos humildes y honestos, con población negra, raizal, mestiza su mayoría. Colombia es diversidad, pluralidad, complejidad, alegría y tragedia. Es la suma de 45 millones de personas, cuyo mayor grupo poblacional es de jóvenes, que constituyen la base material para desarrollar la guerra.

Paradójicamente siendo un país rico, un paraíso, tenemos una población empobrecida. Con abundancia de agua, cientos de miles padecen de sed, decenas mueren por diarrea, millones carecen de agua potable. Otros cientos padecen el hambre, carecen de alimentos, y miles que sobreviven en las calles recogen sobrantes de comida en los basureros. Cientos de miles no tienen vivienda y varios millones suplican un empleo. Lo que nos da la naturaleza para todas y todos, la guerra nos impide ver a donde queda. Nuestra guerra, es a todas luces cruel e inhumana, nuestros ejércitos se preparan para matar, para provocar daño, para someter al otro, para destruir lo humano que hay en los seres humanos. No se respetan las líneas infranqueables del dolor y del terror. Nuestra guerra no es justa, es cínica, quebranta la verdad, convierte a la razón en enemiga, no respeta una noción de humanidad universal y provoca el olvido del humanismo, del romanticismo, del arte y del ser humano, en cuanto tal. Es motivo de sensata vergüenza planetaria, que nuestra valentía, nos tiene convertidos en una parte del todo sometida, transformada en el despojo de un pueblo débil, acorralado por una guerra, que de tanto padecerla, pareciera que terminó gustándonos. Son tan increíbles los hechos, que asumimos tranquilamente la guerra como si se tratara de la secuencia de una ficción.

Sin embargo, no es ficción, es real y provoca vomito, degrada el cuerpo, atormenta el alma, crea odios y resentimientos, deja huellas imborrables que impiden conciliar el sueño y disfrutar del erotismo. La guerra no es una comedia, es una tragedia. La primera premisa que la sostiene es estadística: En situación de guerra las posibilidades que tenemos de morir, quedar lisiados o locos, aumentan. Vivir o morir es un asunto de estadística y la relación es directamente proporcional, a mayor intensidad de la guerra, mayor el riesgo de morir o de sufrir el rigor de la crueldad. La segunda relación es matemática: La guerra, es la guerra, con independencia de que sepamos, creamos, pensemos, sospechemos, dudemos, o calculemos que estamos involucrados o no en ella. La tercera es axiológica: Si hay guerra, así tengamos más, el bienestar es menos. No se puede estar-bien, si acecha el dolor, la amenaza, el temor, el terror, el miedo. Y la cuarta es una combinación de síntesis, en el ámbito de los derechos humanos: Lo humano se compone de infinidad de partes: Físicas, síquicas, emocionales, de deseo, políticas, culturales, económicas, raciales, de genero. Y todas ellas, están presentes en el contenido de derechos concretos, que cuando dejan de materializarse, por la inhumanidad de la guerra, reducen la capacidad humana del sujeto y de la sociedad, a la vez que afectan de manera negativa la libertad, la justicia, la igualdad, la diferencia, y la solidaridad, haciendo imposible la vida con dignidad conforme a la idea de bienestar con la que viven las otras sociedades.

La guerra, es injusta y cruel, sigue el principio darviniano, de que la pierden los más débiles, así en el camino ganen batallas. Y los débiles con la lengua de la globalización, son los más pobres, los vulnerables que representan el 80% de la población del mundo. En Colombia son más de 30 millones de personas, la mitad jóvenes, edad ideal para sostener la espiral de la guerra. La pérdida que recae en los débiles, incluye en lo material los bienes escasos a que tienen acceso los débiles. Se desmejora la calidad de las aguas y los alimentos consumidos. Se pierde o reduce el acceso a servicios de salud, regresan enfermedades que parecían erradicadas. Se eliminan las opciones de escuela saludable, de escuela eficiente, de escuela nueva, de aprendizajes constructivistas, de maestros críticos, de inteligencias artificiales. Los caminos y veredas se transforman en campos minados y el suelo cultivable en campos de ocupación militar. En las guerras las ratas son cazadas para ser comidas y se perfeccionan recetas culinarias para salvar alimentos descompuestos. Se empobrece aun mas la gente pobre y la gente en miseria es convertida en desecho humano. En la guerra quien tiene cosas que vender sube los precios, mientras que la vida humana pierde todo su valor.

Es emocionante escuchar a los generales y ministros, anunciando sus logros en número de bajas, de asesinados, de victimas. Crean entusiasmo los noticieros y los periodistas que dan los datos de la guerra y gesticulan aprobando o desaprobando a las victimas sean de las buenas o de las malas. Es conmovedora la imagen cotidiana, en calles, caminos y avenidas, de la exposición militar de las armas de combate y el delicado son que entonan las bandas de guerra de los colegios, así eufemísticamente se les llame bandas de paz. Enorgullece el sentido patriótico, cuando el presidente con su propia voz y la mano en el pecho, anuncia la llegada de la guerra total y sin descanso. Alegra oír todos los días, que vamos ganando la guerra y que hay mejores resultados, que no pueden ser otros, que mayores daños, mayor numero de muertos y desterrados. Llena de júbilo inmortal, cuando los generales USAmericanos felicitan, en imperfecto español, a los colombianos por ser los mejores del mundo en cosas de guerra. Llena de gloria inmarcesible, saber que nuestros experimentados guerreros son contratados como mercenarios en las guerras lejanas de Iraq y Afganistán. Producen calma los anuncios de nuevos dólares al plan Colombia. Ya sentimos poco o nada cuando nos presentan el cadáver borroso y desfigurado del bandido más temible, según dice quien lo enseña sin ruborizarse. La guerra, es pasión, es alucinante, adormece. Es un tema común, es el símbolo patrio fundamental. Ir contra ella es ir contra la patria, ir contra el gobierno.

La guerra en Colombia, talvez por parecer eterna, es sutilmente presentada como si se tratará de un comic, de un film clásico o de una película del far-west, en la que los buenos matan a los malos, soplan el humo de su pistola y arrancan el afiche del gran Saloom para ir a buscar la recompensa. Para la guerra no cuenta el valor de la vida, da lo mismo un niño, una mujer, un indio, un campesino, un gay, un intelectual, un obrero, todas las vidas son trozos de materia. La guerra, esa que vivimos, pero que parece que no es nuestra, repite ininterrumpidamente la misma escena sobre los cuerpos de los hombres y mujeres de Colombia: masacre, asesinato, tortura, crimen, genocidio, corrupción, mafias, rambos, bombardeos, arengas a la muerte. La guerra es tan real, que ya se nos parece una serie de televisión inacabable. Cambian los actores, cambian las locaciones, cambian los libretistas, pero la historia continua. Es la historia de una guerra por la tierra, por la riqueza, por el poder, por el control de territorios, por tener la razón y hacer que los otros sepan que quien tiene la fuerza tiene la razón. Los capítulos están acomodados al público y se mide el raiting. Como si fuera una serie de ficción, lo que es real parece figurado. Aprendemos a emocionarnos cuando vemos que los hombres mutilados de la guerra, al cabo de los años juegan baloncesto y manipulan sus brazos y piernas de metal. Cuando caen las bombas sobre la gente que huye nos afligimos por un instante, pero rápido se nos pasa la aflicción. Nos lamentamos cuando vemos a las mujeres huyendo de la muerte mientras protegen entre sus brazos a sus crios. Sentimos un dolor pasajero ante la mirada perdida de los niños maltratados, pero, alivia intuir que crecerán para regresar a cobrar venganza.

Como en las películas de Hollywood, los hombres de guerra, aparecen armados con visores nocturnos, radares, censores, pistolas, cuchillos, ametralladora, granadas, capsulas de humo, casco, botas, raciones de sobrevivencia, chalecos, decenas de nuevas partículas de combate y un objetivo inmodificable: dar de baja al enemigo. Esa es su razón de ser, su compromiso originario con la patria, el motivo de su realización humana. Sus movimientos dibujan una verdadera escena de suspenso, van en cámara lenta, a la espera que la presa se mueva para convertirla en su trofeo. La guerra de verdad, la que acecha a ese ser humano que somos nosotros, es peor aún. La presa no esta preparada para evadir el zarpazo, la victima en la guerra real es usted o soy yo, somos nosotros, débiles y cobardes, indefensos y vulnerables, caminamos por el asfalto, o el campo de cultivo, no por la jungla, no tenemos arma ni trinchera. La guerra real a diferencia de la del film, termina en dolor, degrada, es sucia, corrompe, animaliza, convierte en bestias a sus gloriosos combatientes.

Pero en la guerra no solo se pierde o degrada lo material, también se pierde o degrada la capacidad de razonar como razonan los seres humanos de este tiempo. Se pierde la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, no logramos darnos cuenta que estamos medio locos y que media Colombia esta brutalmente loca. Uno de cada dos, estamos más cercanos a la esquizofrenia, que a la cordura. No notamos que ante el mundo parecemos locos, dementes, ocultamos la locura presentándonos como sui-generis y complejos. Nos parece que somos así, porque así somos y que?. El conflicto armado atiza otras formas de violencia y viceversa, crecen las violaciones y vejaciones sexuales, la superexplotación del trabajo, el robo de niños para extraer sus órganos. Nos matamos por una naranja, por un amor, por unas monedas incompletas al cambio, por un piropo a la novia, por una cerveza sin pagar, por una bolsa de basura, por una sospecha infundada. Hay cazarecompensas en todas las esquinas, que denunciaran por un amor no conquistado, por un disgusto, por envidia, por un favor no concedido, por que denunciar paga, porque se necesitan positivos de guerra, porque la guerra es cobarde e inhumana. Pero esas son las consecuencias eufemísticamente llamadas colaterales del conflicto, que parecen obedecer a los impulsos asesinos del sujeto libre, que responde por sí mismo, bajo protección de los sistemas de impunidad, mediante los cuales solo 5 de cada 100 muertes terminan en condena al asesino. Lo más aterrador, es que la guerra, esta constituida de sevicia, de instinto criminal y de la más alta inteligencia de responsabilidad colectiva, que la planea, que la hace eficaz, eficiente y grada el dolor y el sufrimiento. La crueldad de las muertes provocadas de manera sistemática por maquinas de guerra y de poder, está cuidadosamente preparada para asesinar y silenciar, para crear acciones y sensaciones, para sensibilizar e insensibilizar. Se asesina a quienes hablan, participan e interpretan de otra manera, a quienes argumentan distinto, a quienes ideológicamente llevan la contraria al establecimiento. En Colombia la guerra, enseña a asesinar mejor que en las películas. En cada capitulo, mejoran las técnicas, las locaciones, las escenas del crimen y las coartadas de los poderosos que diseñan el libreto. En la guerra hay clases sociales y todas pierden. Los unos pierden la calma, los pobres pierden la vida. Cuando se desajustan sus cálculos los unos se irritan y usan los muertos de los pobres para invocar la continuidad y endurecimiento de la guerra. Los unos con la guerra mejoran sus negocios. Los pobres empeoran sus vidas. Los unos no son débiles, son más fuertes que los pobres, hacen el duelo rápido y profundo. No despiden los cadáveres de la guerra con emoción desbordada, hacen que los otros se emocionen por ellos y no olviden dar otra batalla. Tienen claro que si para la guerra el capital se afecta en su reproducción.

La guerra, quita el ánimo. Desubica los sueños, produce alteraciones, descompone el talante. La guerra empalidece, enmudece, ensordece, su olor es fétido. Los cuerpos de la guerra al caer acribillados son un desecho, un trozo de carne maloliente. Pero la guerra, parece gustarnos, porque siempre creemos estar en el lado de los buenos. Los buenos en las películas nunca mueren, son golpeados, maltratados, humillados pero el sacrificio los hace indestructibles. Los buenos, al final escapan y se convierten en héroes. En la guerra real, en cambio, los buenos al final pueden ser olvidados, traicionados, suspendidos, reemplazados por otros jóvenes, valientes y más buenos, los buenos también son asesinados. Si caen prisioneros son negados, si se infectan con lesmaniasis, VIH, paludismo, malaria o viruela, caen en abandono y olvido. Somos del equipo de los buenos, la maquina de guerra deificada en patria, nos lo recuerda a toda hora, nos relata, nos muestra, nos empuja a estar con los buenos, a seguir la guerra porque somos buenos. Donde esté el yo soldado de la patria, están los buenos. Mis actuaciones son buenas porque soy de los buenos y saldado el asunto moral. Si mato siendo de los buenos, soy un ganador, un elegido por la providencia. La guerra nos conviene, porque tenemos que defendernos de los malos, aunque haya que matar, que mutilar, que desinformar, que ocultar la verdad. La guerra es la guerra y yo su soldado. Ser soldado me hace hombre, eso no se discute. Enfrentar al enemigo, al malo, al bandido, es de valientes, de machos, de hombres. Huirle es de cobardes, de apatridas. A los apartidas hay que enseñarles a vitorear: ¡Viva la guerra¡.

Esta guerra, no existe, es imposible que algo tan cruel y degradado exista en un país real. Un país democrático, abierto al mundo y al mercado, con medio millón de estudiantes en las universidades, con tribunal constitucional y tribunales de justicia, con un gobierno elegido en urnas. Con un Estado de derecho basado en el respeto a los derechos humanos; con poderes públicos separados, autónomos e independientes. Sin embargo, todo sea real o este en cuestión, exista o no la guerra en la vida real, todo indica que la estamos ganando. Así lo dice la noticia diaria anunciada desde el seno de la patria. Dimos de baja a 1200 bandidos, encarcelamos a más de tres mil y extraditamos a medio millar, señalaron los datos del gobierno, hace cuatro años, ante el rey. Hoy las cifras son más contundentes, mas abultadas. Recién empezamos a saber más del capítulo anterior. Por ejemplo, que en defensa del Estado de derecho, un hombre de guerra, acorazado en la ley de impunidad, dijo haber asesinado a mas de 2000 personas, otro reveló el sitio de 200 fosas comunes de su autoría, otro explico el asesinato de 120 personas incluida la monja, otro enseño como cortaban y comían carne humana de sus enemigos, otro hizo memoria de las técnicas de descuartizamiento de sus victimas, otro dijo que desmembraban a sus adversarios para que aprendieran a no ser comunistas, otro se hizo responsable del asesinato de algunos sindicalistas, profesores y estudiantes universitarios, otros rompieron el pacto de refundación de la patria y comprometieron con la guerra a empresarios, políticos, funcionarios, alcaldes, gobernadores, gente del alto gobierno y militares respetables. Otros varios, coinciden, en que en el diseño de los libretos del capitulo real, participaron con su plata y sus recursos respetables empresas nacionales y extranjeras.

El capitulo del que estamos despertando, deja mas de 5000 fosas comunes, varios cientos de miles de asesinados, varios millones de desterrados, varios miles de exiliados, varios miles de mutilados y lisiados, cientos de locos, varios miles de secuestrados, varios miles de desaparecidos, miles y miles de niños y niñas separados de sus grupos familiares, varios miles de prisioneros y nuevos millones de empobrecidos y desesperanzados. ¿Para que seguir la guerra entonces?. ¿Porque no pararla en cambio de querer ganarla?. ¿Para que querer humanizarla, si lo humano no encaja en la crueldad?. ¿para que ganarla, si con solo hacerla todos perdemos?, unos pierden sus piernas, otros las manos, otros la tierra, otros la vida, otros la razón y los que menos la tranquilidad y la calma. Si no estamos dispuestos a parar la guerra, que no es cambiar de actores, entonces preparemos: ataúdes, muletas, prótesis, pabellones para locos y lisiados, hospitales de campaña para atender a los héroes, y más dinero para financiarla que el nuevo capitulo traerá nuevas crueldades. La escena uno muestra a 8000 personas, que cuentan sus fortunas en millones de dólares, quienes aportarán con su impuesto de guerra 3 billones de pesos para comprar armas más rápidas y eficaces, con mayor capacidad, para ahora si cumplir rápidamente el deseo de los últimos 50 años: ganar la guerra. Otros entrarán en el set, aparecerán pidiendo un papel los actores emergentes, los viejos actores pasaran a la reserva convertidos en respetables consejeros guardianes de la refundación de la patria. Los dueños del capital refinanciaran sus cuotas, organizarán la premier y recibirán su recompensa por ventas en taquilla. La clase política que hace de la guerra su consigna electoral, estará en primera fila ajustando el libreto, organizando la escenografía, revisando el casting. Los protagonistas harán solo las escenas sin riesgo. En las escenas de la guerra real, en las que muere la gente de verdad, irán los extras, es decir cualquiera de los más de treinta millones de empobrecidos y excluidos del poder. Usted, el, yo, nosotros, quienes hemos sido elevados a la categoría medieval de propiedad de la patria y podremos ser llamados a escena y morir por la causa desconocida, de la solo conocen los del libreto. Colombia entera aplaudirá la actuación, así aparezcamos de espaldas y por un instante en la función.

En la historia de Colombia, los muertos proceden de la misma clase social empobrecida, los extras en la distribución del capital y la riqueza, que no disfrutan la biodiversidad del conjunto biológico de la amazonía o del choco, ni de las minas y del amplio patrimonio nacional. La clase que no cesa de llorar su tragedia, es la que una y otra vez es llamada y convencida, para endurecer la guerra. Para los jóvenes, el camino seductor para vivir el futuro es el de la guerra. Ser un guerrero ofrece completos servicios de salud, policlinica, hospital militar, pabellones de mutilados, terapias físicas y psicológicas, pabellón psiquiátrico, un funeral con la bandera de la patria. Educación con el menú completo de carreras profesionales, hay universidad militar y colegios militares, emisoras militares y periódicos militares. Vivienda gratuita, incentivos por operaciones especiales, reconocimiento social, clubes, centros vacacionales, guarderías, armas de dotación que imponen admiración y respeto y poder. Allí hay una sociedad de oportunidades. La calle, en cambio ofrece incertidumbre, caos, nada de lo que la guerra si puede proveer a esta clase social. Los negocios, las empresas, la bolsa, la riqueza mineral, vegetal, patentes por biodiversidad y demás asuntos bursátiles y financieros, son cosa de la otra clase social, que anuncia, incentiva, motiva, difunde, extiende, trasmite y confecciona las estrategias para que la guerra sea rentable y emocionante socialmente, y para que la rentabilidad económica y política no se salga de sus cauces. Parar la guerra es el primer paso para la humanización. Pararla es ir a la raíz del conflicto de hecho, del real, que alienta la inhumana, cruel y vergonzosa guerra nacional.

Manuel H. Restrepo Domínguez es Profesor UPTC.