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Pasado y presente de la Teoría de la Revolución Permanente

Fuentes: La Verdad Obrera 157

Durante la primer quincena de febrero se realizó el primer turno de un seminario de discusión sobre la teoría de la revolución permanente, en el que participaron cuarenta dirigentes e importantes cuadros de nuestro partido. En estos días comenzará el segundo turno, donde participarán más de treinta compañeros del PTS (Partido de Trabajadores por el […]

Durante la primer quincena de febrero se realizó el primer turno de un seminario de discusión sobre la teoría de la revolución permanente, en el que participaron cuarenta dirigentes e importantes cuadros de nuestro partido. En estos días comenzará el segundo turno, donde participarán más de treinta compañeros del PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) y cerca de una decena de compañeros de LER-QI de Brasil y de Clase contra Clase de Chile, nuestros grupos hermanos de la FT-CI. Es de destacar que el seminario no es una tradicional «escuela de cuadros» de las que tantas se han hecho en la izquierda, sino que consiste en la reflexión e intercambio en común a partir del estudio previo de numerosos textos de referencia que abarcan distintos problemas teóricos, históricos y programáticos que presenta la teoría nuclear del pensamiento trotskista.

El seminario, que hemos coordinado los firmantes de esta nota, se articula en torno a cinco módulos, cada uno de los cuáles cuenta con bibliografía respectiva. En el primer turno dedicamos también una sesión especial a la discusión sobre la intervención de los trotskistas durante la segunda guerra mundial que, basada en el libro Guerra y Revolución, que editó recientemente el CEIP «León Trotsky», fue también coordinada por Andrea Robles. Señalaremos aquí algunos de los aspectos más importantes desarrollados en el seminario, obligados por los límites del espacio a dejar de lado otras conclusiones igualmente importantes que surgieron durante los varios días de debate.

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LA REVOLUCIÓN PERMANENTE SEGÚN TROTSKY

En el primer módulo analizamos de la teoría de la revolución permanente en cuanto tal, abarcando desde su status epistemológico a las diferencias existentes entre la formulación inicial que hiciera Trotsky luego de la revolución de 1905 y la versión «definitiva» de 1928-29, tal como es presentada en el libro La revolución permanente, luego de los debates con el stalinismo y las conclusiones sacadas ante la derrota de la segunda revolución china de 1925-27. Partiendo de la lectura anterior por parte de los participantes del conjunto de textos de Trotsky que fueron editados en la compilación La teoría de la revolución permanente (cuya segunda edición acaba de realizar el CEIP «León Trotsky»), hicimos particular hincapié en el conjunto del libro que Trotsky redactó en 1929 y en los textos que lo fueron llevando a la formulación de las tesis que en él figuran, como las clásicas cartas intercambiadas con Preobrazhensky o las cartas a Radek y Alsky.

Como es sabido, en su versión de 1928-29 la teoría de la revolución permanente está compuesta por tres «leyes» o series de ideas, que conforman un todo integral. Según las resume el mismo Trotsky la teoría engloba «En primer lugar, … el problema del tránsito de la revolución democrática a la socialista»1. En este aspecto, la idea central estaba contenida en la formulación original de 1905 y señalaba que «los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían directamente, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las tareas socialistas»2.

El segundo aspecto «caracteriza a la revolución socialista como tal», es decir, a la metaformofosis que luego de la toma del poder y mediante una lucha interna constante engloba al conjunto de las relaciones sociales. Un proceso que «conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación (…) Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio»3.

El tercer y último aspecto de la teoría afirma el carácter internacional de la revolución socialista. Según Trotsky, «es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas (…) la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional»4.

En esta parte del seminario pusimos particular énfasis en considerar los tres aspectos de la teoría como partes de un todo integral, cuestión que Trotsky resaltaba: «Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo (destacado nuestro)»5. En este primer módulo realizamos también una lectura minuciosa de las Tesis sobre revolución y contrarrevolución, que Trotsky escribiera en noviembre de 1926, en medio del combate que estaba dando encabezando la Oposición Conjunta. Este texto, poco difundido habitualmente en el movimiento trotskista, es un trabajo magnífico que analiza la mecánica general de las contradicciones que se abren en el período pos revolucionario como su manifestación particular en el proceso soviético, analizando sobre qué bases objetivas se apoyaba la reacción stalinista.

LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS DE LA SEGUNDA POSGUERRA

Los tres módulos siguientes estuvieron destinados a analizar los procesos revolucionarios de la segunda posguerra, que dieron lugar a distintas interpretaciones en el movimiento trotskista acerca de su relación con la teoría de la revolución permanente. Es sabido que Trotsky, asesinado en agosto de 1940 poco antes de cumplirse el primer año de la segunda guerra mundial, no previó que de la misma el stalismo saldría fortalecido aprovechándose del heroísmo puesto por el pueblo ruso frente a la invasión nazi y, más en general, del ascenso revolucionario que se desarrolló desde 1943. El mundo de posguerra planteó una serie de complejos dilemas estratégicos, políticos y tácticos al movimiento trotskista, cuyos dirigentes no lograron responder a la altura de las circunstancias, a pesar de respuestas revolucionarias episódicas que permitieron mantener hilos de continuidad revolucionaria, lo que luego llevó a la división de la IV Internacional en una serie de tendencias centristas. D esde el punto de vista de la teoría de la revolución permanente se abrieron múltiples discusiones e interpretaciones, a partir de procesos excepcionales en los que se lograban conquistas y triunfos revolucionarios episódicos en condiciones que no seguían la «norma» de la teoría señalada por Trotsky. Se abrieron grosso modo dos tipos de interpretaciones: las que buscaron adaptar la estrategia revolucionaria embelleciendo a las direcciones stalinistas o pequeñoburguesas que estuvieron a la cabeza de las masas (que tuvo en el ¿A dónde vamos? de Michel Pablo un documento emblemático) y la de quienes basados en el carácter contrarrevolucionario de las direcciones negaron la existencia de toda conquista (como la negativa de las corrientes de Healy, Lambert y de Lutte Ouvrière a definir a China, Corea del Norte, Cuba, Vietnam y los países del glacis como estados obreros deformados; o, más allá del trotskismo, las posiciones de los colectivistas burocráticos como la sostenida por Castoriadis y Lefort en Socialismo o Barbarie).

En el seminario, una conclusión importante fue que en estos razonamientos (ya sea el «empirista objetivista» que llevó a la adaptación política al stalinismo como el «normativo subjetivista» que llevó a la stalinofobia y al antidefensismo) se procedió parcelando los distintos aspectos de la teoría.

Para dar cuenta de estos procesos, partimos de las interpretaciones teóricas realizadas hace más de una década por nuestra corriente en confrontación con la teoría de la «revolución democrática» y el carácter «automáticamente socialista» de las revoluciones realizadas por Nahuel Moreno, discusiones que en ese momento estuvieron centradas en el primer aspecto de la teoría. En toda esta parte del seminario fuimos combinando los debates teóricos con desarrollos históricos de los diferentes procesos revolucionarios y los debates que sobre ellos se entablaron en el seno del trotskismo y otras tendencias marxistas.

En el segundo módulo discutimos acerca de los procesos de expropiación «en frío» realizado por el stalinismo en los países de europa oriental que conformaban el «glacis» o «zona de amortiguación» de la URSS. A partir de un texto del dirigente del Socialist Workers Party estadounidense Joseph Hansen, El problema de Europa del Este, de diciembre de 1949, vimos las distintas posiciones que se abrieron en ese entonces en el seno de la IV Internacional, profundizando en el significado de la categoría de «estado obrero deformado» con que dichos países fueron conceptualizados, así como con las distintas interpretaciones que se hicieron de esta definición. Realizamos a su vez una primer confrontación entre esta definición con otras teorizaciones alternativas, como la del «colectivismo burocrático» y la del «capitalismo de estado».

El tercer módulo tomó como centro de discusión la revolución china de 1949, la más importante de aquéllas pocas excepciones en donde la política «etapista» de las direcciones stalinistas no llevó a la derrota directa del proceso revolucionario y se dio en forma aumentada la llamada «hipótesis improbable» del Programa de Transición. En ella Trotsky señalaba: «¿Es posible la creación del gobierno obrero y campesino por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos, poco probable. No obstante no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc…) los partidos pequeño burgueses sin exceptuar a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso una cosa está fuera de d udas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un «gobierno obrero y campesino» -en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado»6. Partiendo de la discusión entablada en la IV Internacional entre Ernest Mandel (que bajo el seudómino de Germain expresaba la posición predominante en el Secretariado Internacional) y uno de los más grandes dirigentes del trotskismo chino Peng Shu-Tsé (que tradujimos especialmente para el seminario), vimos como fue la combinación de la debilidad del imperialismo para sostener al régimen del Kuomingtang (EE.UU. había concentrado sus fuerzas para evitar el desarrollo de la revolución en Europa Occidental, tal como lo señalaba la doctrina «de la contención» planteada por George Kennan) junto con la negativa de Chang Kai Shek a un acuerdo con Mao -contra quien dirigió sus tropas y declaró «fuera de la ley»-, lo que forzó a este a empujar la revolución agraria y a la toma del poder por parte del Partido Comunista Chino y su ejército, una perspectiva a la que estos se habían negado enfáticamente durante años. Analizando también distintos documentos de las corrientes trotskistas (como el libro Las revoluciones china e indochina de Nahuel Moreno) o trotskizantes (como diferentes trabajos de Isaac Deutscher) referidos al tema, vimos entre otros puntos importantes como los trotskistas de la época fallaron en comprender el surgimiento de «stalinismos nacionales» (como fue el maoísmo en China o poco antes el titoísmo en Yugoslavia), caracterizando como «revolucionarios inconcientes» o «revolucionarios objetivos» a los partidos comunistas que se enfrentaban con Moscú pero que compartían su estrategia acerca del «socialismo en un solo país», como lo mostraron los acuerdos de estas direcciones con el imperialismo yanky. Más secundariamente, analizamos también el proceso de la revolución vietnamita, a partir de los trabajos al respecto traducidos por el CEIP «León Trotsky» y una conferencia del recientemente fallecido trotskista vietnamés Ngo Van, especialmente traducida para la discusión.

LA REVOLUCIÓN POLÍTICA

El cuarto módulo se centró en el estudio del más importante de los procesos de «revolución política» que se dieron contra los regímenes stalinistas: la revolución húngara de 1956. Para ello nos apoyamos en la lectura de textos como El marco histórico de la revolución húngara de Nahuel Moreno, La tragedia de Hungría de Peter Fryer y otros trabajos de corte más histórico, incluyendo pronunciamientos de los «consejos obreros» surgidos de la revolución. Realizamos aquí un análisis detallado de un proceso histórico que permitió mostrar otro de los grandes aciertos teóricos de Trotsky en cuanto a la dinámica que tomaría la lucha contra la burocracia. En Hungría la clase obrera se transformó en cabeza de un levantamiento contra la opresión nacional ejercida por la URSS y contra la burocracia, con el desarrollo de consejos obreros que se extendieron por todo el país y demandas que, lejos de la vuelta al capitalismo, sostenían la libertad para todos «los partidos que reconocen y siemp re han reconocido el orden socialista, basado en el principio de que los medios de producción pertenecen a la sociedad»7. Vimos como a lo largo de la posguerra, la burocracia stalinista fue ahogando en sangre los distintos levantamientos obreros y populares que se sucedieron (Berlín 1953, Polonia y Hungría 1956, Checoslovaquia 1968, Polonia y Yugoslavia 1970, Polonia 1980-82…), de forma que su acción fue a la vez descomponiendo el estado obrero y haciendo que cada vez menos la revolución social vivía «en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los obreros»8, cuestión que se manifestó durante los procesos de 1989-91, donde los levantamientos antiburocráticos pudieron ser abortados y llevar a la conformación de gobiernos restauracionistas. Concluimos aquí que los análisis del movimiento trotskista subestimaron el efecto de la represión y el totalitarismo stalinista en pasivizar y sacar de escena al movimiento obrero de estos países, lo que explica en gran parte (ju nto con las derrotas sufridas en los ochenta por el proletariado occidental) el avance de la política restauracionista sin necesidad de enfrentar nuevos levantamientos anti-restauracionistas. Por ello, es un error pretender explicar el resultado de los levantamientos de 1989 aislándolos de los procesos anteriores de revoluciones políticas derrotadas: de Berlín en 1953 a Tiennamen en 1989 fueron un conjunto de «guerras civiles» desatadas por la burocracia las que contribuyeron a minar la resistencia de las masas.

DICTADURA DEL PROLETARIADO Y DICTADURA DE LA BUROCRACIA

Como parte de esta reflexión fue de mucha utilidad en el seminario volver a la discusión sobre El estado obrero, termidor y bonapartismo, un magistral escrito de Trotsky del 1º de febrero de 1935. Un texto importante no sólo por la significación histórica de ser donde modifica el significado de la analogía del «termidor» en las revoluciones francesa y rusa, sino porque da claves importantes para comprender el carácter contradictorio de la formación social soviética luego de su burocratización. Trotsky insiste aquí en la doble utilización que se hace del concepto de dictadura del proletariado (y del término dictadura en general) «a veces en un sentido restringido, político, y otras con un sentido sociológico, más profundo»9. Insiste por ello en señalar que en la URSS bajo el dominio de Stalin era correcto a la vez hablar de una dictadura del proletariado desde el punto de vista de su contenido social y de una dictadura de la burocracia («e incluso de la dictadura personal de S talin»10) si nos movemos en el plano del régimen político. La historia se movió en la contradicción viviente que significaban ambos planos, cuestión que políticamente se expresaba en el pronóstico alternativo de que o triunfaba una revolución política o el dominio de la burocracia llevaría a la restauración capitalista.

En el quinto y último módulo del seminario vimos cómo la tensión dialéctica de la definición de Trotsky fue dejada de lado por dos tipos de interpretaciones. Por un lado la de quienes amortiguaban la fuerza de la contradicción disminuyendo el rol contrarrevolucionario del stalinismo y sostuvieron políticas favorables a una reforma de la burocracia, una posición que compartieron Isaac Deutscher, Michel Pablo (y por extensión los «pablistas» en su conjunto incluyendo a Mandel) o el mismo Perry Anderson, de quien analizamos su texto de 1982 La interpretación de Trotsky sobre el stalinismo. Estos autores dedujeron de la afirmación de Trotsky que la burocracia para preservar sus privilegios estaba obligada a cumplir una doble función (defender la propiedad nacionalizada en la que basaba sus privilegios pero con métodos contrarrevolucionarios que llevaban a su hundimiento) que en realidad esta tenía un «doble carácter», por un lado progresivo y por otro reaccionario, cuestión que f ue utilizada para alentar la perspectiva de una autorreforma de la burocracia. Justamente en el trabajo antes citado Perry Anderson plantea como elemento supuestamente más débil del análisis trotskista del stalinismo no haber visto que también en el plano internacional la URSS «se iba a mostrar como profundamente contradictoria en sus acciones…en la misma medida que lo era en el interior»11, cuestión sostenida apenas pocos años antes del colapso de la URSS y los regímenes stalinistas en Europa Oriental. De conjunto estas posiciones se chocaron frente a la realidad incostrastable del pase abierto de la burocracia al campo restauracionista y la debacle de los regímenes stalinistas en el ’89-’91. Por otro lado, la tensión propia de la definición de Trotsky también es dejada de lado por quienes igualan régimen político y contenido social (lo que es común al «colectivismo burocrático», al «capitalismo de estado» y a la ecléctica e inconsistente definición de «estado burocrático «), negándole todo carácter progresivo a la nacionalización de los medios de producción y, con ella, a la inexistencia de propiedad privada y bloqueo a la acumulación capitalista. No casualmente quienes basándose en el carácter contrarrevolucionario del régimen político burocrático sostuvieron que en esos estados «no había nada que defender» terminaron políticamente cediendo a la derecha durante los enfrentamientos de la posguerra.

La revolución permanente, tal como nosotros la concebimos, no es un dogma suprahistórico. Es una teoría-programa que fue elaborada como producto de determinadas condiciones históricas que permitieron el diseño de una estrategia para el desarrollo de la revolución socialista internacional y que, en este terreno, creemos que no fue superada por ninguna otra teoría alternativa. Esto no quita que para sostenerse a la luz de las revoluciones de la segunda posguerra no deba ser enriquecida con «hipótesis auxiliares» sobre las cuáles sostener el núcleo básico de la teoría, a la manera como Trotsky mismo enriqueció la teoría de la revolución planteada por el mismo Marx respondiendo a las nuevas condiciones revolucionarias que abría el desarrollo del imperialismo a comienzos del siglo XX.

Nuestra corriente ha hecho desde sus comienzos importantes esfuerzos no sólo por estudiar y difundir las ideas de Trotsky sino por recrear el pensamiento marxista revolucionario contrastándolo con las distintas teorías dominantes en nuestro tiempo, de las publicaciones realizadas por el CEIP «León Trotsky» a las polémicas y desarrollos teóricos que hemos realizado en Estrategia Internacional, entre los que se cuentan las críticas a autores como Negri, Zizek o Laclau, los cuestionamientos al «trotskismo de Yalta» y la elaboraciones sobre la «estrategia soviética», los debates contra los teóricos del «fin del trabajo» o los artículos que comparan la obra de Trotsky con la de Gramsci. Una tarea que nos proponemos profundizar en el próximo período.

Sabemos que no se trata de repetir dogmáticamente lo dicho por Trotsky y demás clásicos del marxismo sino tratar de rescatar lo que hay de vital en sus obras para poder responder a los desafíos de nuestro tiempo. Dejando planteados un conjunto de problemas a profundizar, este seminario está siendo un paso para que nuestra corriente actúe como «intelectual colectivo», aprendiendo del pasado para mejor prepararnos para los problemas que nos plantea la revolución en el siglo XXI.

1 León Trotsky, La revolución permanente, en La teoría de la revolución permanente (compilación de escritos de León Trotsky), Ediciones CEIP «León Trotsky», Buenos Aires.2. Ídem. 3 Ídem. 4 Ídem. 5 Ídem. 6 León Trotsky, El programa de transición para la revolución socialista, Ediciones Crux. 7 Resolución del Consejo Obrero del 11 Distrito de Budapest, 12 de noviembre de 1956, citado por Nahuel Moreno, El marco histórico de la revolución húngara, revista Estrategia Nº 2, Segunda Época. 8 León Trotsky, La revolución traicionada, Editorial Crux, Buenos Aires. 9 León Trotsky, El estado obrero, termidor y bonapartismo. 10 Ídem. 11 Perry Anderson, La interpretación de Trotsky sobre el stalinismo, en Democracia y socialismo, Editorial Tierra del Fuego, Buenos Aires, 1988.