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Pasión a la colombiana

Fuentes: Rebelión

Un solo caso entre decenas, cientos, acaso miles. Una minúscula y al mismo tiempo descomunal muestra de la «Colombia es Pasión» que campeó en nuestra patria durante estos últimos años. «Esta es Colombia, Pablo», le dijo el querido Camacho Ramírez a Neruda. Ahora, permítanme decirlo a mi manera. Esta es Colombia, señores, no toda, claro, […]

Un solo caso entre decenas, cientos, acaso miles. Una minúscula y al mismo tiempo descomunal muestra de la «Colombia es Pasión» que campeó en nuestra patria durante estos últimos años. «Esta es Colombia, Pablo», le dijo el querido Camacho Ramírez a Neruda. Ahora, permítanme decirlo a mi manera. Esta es Colombia, señores, no toda, claro, pero sí una buena parte de ella. La de las masacres, las motosierras y los descuartizamientos, la de las fosas comunes, los hornos crematorios, las violaciones de frágiles mujeres campesinas, los falsos positivos y las desapariciones forzadas, las chuzadas y los seguimientos y las calumniosas denuncias, en fin, la de los siniestros desplazamientos, los despojos de tierras y destrucción de hogares y la del «no futuro» mientras no aparezca algo que indique que transitaremos muy pronto por el camino contrario. La Colombia nuestra, inocultable para un mundo que aún no reacciona pero que deberá hacerlo pronto desde la Corte Penal Internacional, y la patria tantas veces encubierta por los siniestros usufructuarios de los intereses económicos y políticos, esos que, no obstante, todavía cohabitan tranquilamente con nosotros aquí mismo. La Colombia «pasión» que no podrá pasar de agache frente al juicio inflexible de la Historia. La Colombia que confiamos en que algún día agote su violencia y le abra las puertas para siempre a una exuberante paz en primavera.

Veamos, de la siguiente manera, un ejemplo de esta tan publicitada «Colombia es Pasión» interpretada como debería interpretarse cuando la vemos frente a nuestros ojos casi a diario desbordarse en escenas macabras de estremecedora criminalidad:

«Pasión a la colombiana»

A las 4.30 de la madrugada de aquel fatídico 7 de noviembre (1), por más señas un domingo, parten de a 35 en cada uno de los dos camiones dispuestos para una «trabajito» que, antes que sigiloso, era de una visibilidad desafiante. Inicialmente, como en el poema de Nicolás Guillén, «iban de traje civil». Así debilitaban las sospechas de cualquier curioso. Y, más adelantico, lo recuerda bien el delator arrepentido: corran a ajustarse el camuflado… ah, y las dos camisetas debajo… y estas botas y no olviden los brazaletes que los distinguen como de las gloriosas Autodefensas Unidas Colombia. Métanselo en la cabeza: somos el ejército «libertador» que está decidido a «refundar la Patria».

Cada uno lleva 500 balas y 5 proveedores. Y entre todos, uno con otro, se echan al hombro suficientes fusiles AK 47 y 45, los famosos FAL franceses (Fusil Automatique Léger), los Galil, los lanzagranadas Truflay de 40 mm. y, por qué no creerles, por ahí dicen que una ametralladora M-60.Tenemos excelentes financiadores, les explica uno de sus jefes.

Se detienen en cada sitio en donde afloren más de cuatro casas. Hacen de las suyas allí y continúan su marcha tremebunda. Todos los semovientes, o mejor, todo aquello que se mueva y respire, les pertenece. Toman esto y desprecian aquello. A los lugares objeto de su incursión llegan a media mañana. A las 9:30 para ser exactos. Su misión es concreta. Saben que la consigna es matar. Y rematar. Y a esa hora, la adrenalina se dispara frente a la inminencia de la frenética «faena». Ya ni se acuerdan de la víspera cuando el Comandante había levantado su brazo y, solemne, en medio del asado que les ofrecía como una gratificación anticipada a los héroes de ese sangriento día siguiente que esperaba por ellos, les extendió la bendición. ¡Sus 70 muchachos! Sus verriondos «combatientes» cuya «noble» operación consiste en asesinar a los 21 campesinos previamente seleccionados. ¿Ubicación? Hay que ser precisos y no ir de repente a calumniar: Inspección de El Placer y Vereda La Dorada del departamento del Putumayo. De antemano, y para que todo salga a pedir de boca, «tapando salidas e incomunicando la zona», grita el Comandante. Los «valerosos combatientes» se asegurarán de no ir de pronto a dejar escapar a alguno de los infelices campesinos condenados sin misericordia por los carniceros de ese paramilitarismo tantas veces consentido por diversos sectores nacionales.

Uno de aquellos 70 «héroes refundadores de la patria» responde al nombre de Carlos Mario Ospina Bedoya, el mismo arrepentido delator que nos sirviera de inspiración para esta columna y que le narrara a la fiscalía años después de aquella fecha cómo, cuando llegaron a cumplir con su «sagrado deber» de masacrar sencillos labriegos, era tal su obsesión criminal, que para justificarse, los imaginaban a todos enfundados en trajes de fatiga guerrillera. Por el camino se habían cruzado con dos retenes del ejército que haciéndose los de la vista gorda ni siquiera los detuvieron para averiguar quiénes eran, pero eso sí, atinaron a decirles: «¡Buenos días señores!». Uno de los retenes correspondía a una Base Militar ubicada en Santana, y el otro, en el Yarumo, muy cerca de Orito (Fuente: El Espectador). Ya sus comandantes les habían prevenido por si se topaban militares en la zona: «tranquilos muchachos que eso ya está arreglado», y también, que no había que preocuparse porque algunos alcaldes y otras autoridades ya sabían de la «vuelta»,

También cargan para «la vuelta» alguna que otra pistola Pietro Beretta, según relata Ospina Bedoya, y aunque les proveyeron de víveres para varios días, el panorama se abría a su caprichos y les ofrecía lo que quisiesen tomar desde gallinas, vacas, niños y mujeres, hasta el surtido completo de las numerosas tiendas de camino.

Ya controlados los lugares elegidos para las masacres, lo de siempre. Un ritual de espanto entre el pánico, los gritos y el dolor: la cuidadosa selección de las víctimas en la plaza principal, los tiros al aire como de meros machos, las órdenes perentorias de «todo el mundo al piso», las sentencias de muerte bien claritas y las consignas del terror todas ellas por cuenta de los aerosoles sobre las humildes paredes.

Esta sí es la Colombia apasionada, señores, aunque habrá quienes, llevados por esa misma «pasión» -cómplices, supongo-, de la misma manera que en otras latitudes una y otra vez han querido negar el holocausto en la segunda Guerra Mundial, negarán esta estremecedora verdad de nuestra inequívoca «Pasión a la colombiana». 

NOTA DE REBELIÓN

(1) MASACRE PARAMILITAR DE 21 PERSONAS EN EL PLACER Y LA DORADA (PUTUMAYO) EL 7 DE NOVIEMBRE DE 1999: Este artículo da cuenta de una de las más brutales masacres cometidas por paramilitares en connivencia con el Ejército en el Putumayo, atestiguada por el comandante paramilitar desmovilizado Carlos Mario Ospina Bedoya, alias «Tomate», en su declaración ante la Fiscalía de Justicia y Paz. http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articuloimpreso-215322-masacre-no-quedara-impune

Antes de asesinar a 21 personas en El Placer y La Dorada (Putumayo), el 7 de noviembre de 1999, 70 paramilitares se acantonaron en una finca a la espera de órdenes. Cuatro días antes cerraron salidas a poblaciones cercanas y las llamadas telefónicas. Cuando iban a partir los despidieron con asado y uno de los comandantes de la macabra operación los bendijo. Así lo relató a la Fiscalía el desmovilizado Carlos Mario Ospina Bedoya en una declaración conocida por El Espectador.

Su testimonio ha llevado a la expedición de 12 órdenes de captura en contra de otros paramilitares y ha sacado del ostracismo la investigación. Según Ospina, aunque sus comandantes no les dijeron con precisión la hora y fecha en que debían partir, les hicieron énfasis en que llegado el momento debían arrasar con todo. También les advirtieron que asentamientos como El Placer eran enclaves de las Farc.

Pasaron como civiles para evitar sospechas, luego recibieron camuflados, dos camisetas, botas, brazaletes de las Auc y cada combatiente debía tener 500 cartuchos de munición y 5 proveedores. El arsenal fue completado con fusiles Fall, Galil, AK 47 y AK 45, lanzagranadas Truflay y hasta una ametralladora M-60. Uno que otro llevaba pistolas Pietro Beretta. Calculando el tiempo que podían demorar, les dieron víveres para cinco días, aunque por el camino no tuvieron ningún empacho en hacerse a gallinas, vacas o en desocupar tiendas.

El 7 de noviembre fueron despertados muy temprano y hacia las 4:30 a.m. partieron en dos camiones hacia El Placer y La Dorada, divididos en dos grupos de 35. Contaron con no menos de cinco guías que les señalaron los supuestos auxiliadores de las Farc. La mayoría de comandantes y paramilitares habían integrado otros bloques de Urabá. La instrucción primordial era que debían asegurar las poblaciones cerrando las vías de acceso. Allí se podía dejar ingresar a cualquiera, pero no dejar salir a nadie.

El ritual de las masacres siguió el patrón de siempre. A donde llegaban hacían tiros al aire, ordenaban que los pobladores se tiraran al piso, las amenazas iban y venían; con aerosoles pintaban cuanta pared podían anunciando su llegada y dictando sentencias de muerte. La idea era siempre llegar sobre el mediodía, porque a esa hora supuestamente se concentraba el mayor número de guerrilleros en los pueblos. Por eso, cuando llegaron a El Placer y La Dorada siguieron al pie de la letra las instrucciones.

Por el camino se encontraron con dos retenes del Ejército, pero no los revisaron. Uno de ellos, según Ospina, una base militar ubicada en Santana, Putumayo; y el otro en el cruce del Yarumo, cerca de Orito. A los ‘paras’ que iban en los camiones los tranquilizaron al decirles que no debían temer a las autoridades, porque «eso ya estaba cuadrado». Además, porque al parecer alcaldes y otras autoridades de la región sabían que ellos estaban en esa ‘vuelta’.

Ese día detuvieron la marcha en cuanto caserío pudieron. A los caseríos masacrados llegaron a las 9:30 a.m. Aunque estaban advertidos que en cualquier momento podía ocurrir un ataque de la subversión, en El Placer no habían comenzado a bajarse del camión cuando fueron recibidos con ráfagas por parte de milicianos de las Farc. Allí los paramilitares asesinaron a cuatro pobladores y dos integrantes de sus filas resultaron heridos. Entre tanto, en La Dorada, todo les salió como lo habían planeado.

Con las vías cerradas fueron sacando a los habitantes al parque central. Al final del día 17 personas fueron asesinadas. Los paramilitares, quienes habían llegado a finales de 1997 al Putumayo, comenzaron con masacres como esta una estela de sangre y muerte en un territorio donde durante mucho tiempo y sin la debida presencia de la Fuerza Pública habían hecho presencia las Farc. La historia posterior de desplazamiento y escalamiento del conflicto ya es conocida.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. 

rCR