En el marco de mi interés por las relaciones entre los artistas y escritores con Trotsky, y algunas discusiones sobre publicaciones y discusiones contemporáneas, hice, a modo de homenaje, este texto «de misceláneas».
Tengo en mis manos un librito, publicado en 1993, de poco más de 120 páginas.
Me lo dio una amiga, Juana Droeven.
Allí, la contratapa la escribe Fogwill.
Y comienza así:
«En las memorias de Molinier jamás llueve, ni hace calor agobiante o frío. Nadie bebe ni fuma. Como en su vida, hay una sola atmósfera: el combate».
Más allá de que el autor de Los pichiciegos haya sido -según él mismo declaró en algunos reportajes- trotskista en la década de 1960, ¡qué impresionado estaba de conocer en Argentina, en plena década neoliberal, a un militante trotskista de larga tradición!…
Y de pasión militante…
Fogwill dijo de Molinier: «es un hombre de acción: lo encontré en Buenos Aires en 1986, y a sus ochenta y cuatro años estaba concentrado en el seguimiento de la prensa soviética, a la espera del surgimiento de focos revolucionarios en la URSS para brindarles su asistencia. Hombre de acción, sus memorias -material de discusión para trotskistas y obra de consulta para quienes historien la contrarrevolución europea- son un relato de la voluntad […]. Hay un encuentro producido en 1916 que liga irreversiblemente su voluntad con la figura de Trotsky».
Fechas:
1916 -dos años pasaron desde que comenzó la Primera Guerra Mundial: allí un jovencísimo Molinier repartía, con pasión militante, volantes llamando a la rebelión contra la carnicería imperialista… Volantes que fueron redactados por el propio Trotsky-;
1986 -setenta años después, Fogwill se entera de que Molinier, de nuevo: con pasión militante, está dispuesto a «brindar asistencia» si una revolución política en la URSS contra la burocracia stalinista lo requería-;
1993 -aparición de este libro que estamos citando, llamado Trotsky vive. 50 años después. Memorias de un militante trotskista-.
Así, los grandes hechos de la historia se entrelazan con la militancia, con la cultura, el arte; y estos hilos (que son, ni más ni menos, anécdotas, memorias, libros…) que de alguna manera se referencian en Trotsky, se mantienen y llegan a nuestros días. ¿O acaso -para poner un ejemplo- dos de los más importantes dramaturgos del siglo XX, Bernard Shaw y Bertolt Brecht no alegorizaron en sus obras Santa Juana y Galileo Galilei, respectivamente, el moderno drama histórico que se condensaba en las personalidades enfrentadas de Trotsky y Stalin?
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Otro importante escritor, el francés André Gide estuvo dispuesto a visitar y conocer a Trotsky, cuando éste estaba -cuando el revolucionario del planeta sin visado había logrado conseguir un permiso para instalarse- en México. Cuenta sobre esto uno de los principales secretarios del revolucionario ruso, Jean van Heijenoort:
«André Gide tenía la intención de venir a México; pero cada vez posponía el viaje. En noviembre, el proyecto de Gide pareció precisarse. Trotsky […] redactó un proyecto de carta que comenzaba por ‘Querido maestro’ y detallaba todo lo que podía incitar a Gide a venir. La carta iba a ser firmada por varios artistas y escritores mexicanos, entre otros Diego Rivera, Salvador Novo y Carlos Pellicer. No me acuerdo si verdaderamente fue enviada; pero aun cuando lo hubiera sido, la carta no sirvió para nada, pues, como pronto lo supimos, Gide había cambiado bruscamente sus planes y había partido para África».
Otro encuentro fue el de Trotsky (junto a su compañera Natalia y el mismo Van) con el pintor José Clemente Orozco. (Comparando a Rivera con Orozco, Van dice: «por su carácter, sus gustos, su modo de vida, el estilo de pintura, se situaban en dos polos opuestos. Orozco era un introvertido atormentado mientras que Rivera era un extrovertido jovial. El hecho mismo de ser los dos más grandes pintores del país no podía sino crear entre ellos una especie de rivalidad, tenían entre sí pocas relaciones personales, o ninguna».) Al salir de la entrevista (una «charla amena», recuerda Van en su libro), Trotsky les exclamó a sus dos acompañantes: «¡Es un Dostoievsky!».
Otro escritor, en este caso el norteamericano Waldo Frank, también quiso entrevistarse y conocer a Trotsky. Relata Van en el mismo trabajo citado (que es el libro publicado en 1978 Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán. Testimonio de siete años de exilio, traducido del francés por la escritora argentina Tununa Mercado):
«En febrero [de 1937] se encontraba en México un escritor norteamericano, Waldo Frank. Tenía lazos personales con los stalinistas de los Estados Unidos y de América Latina, pero los procesos de Moscú lo habían dejado perplejo. Vino a ver a Trotsky una o dos veces. Las conversaciones fueron animadas, pero quedaron en el aire. De Nueva York, John Dewey invitó a Frank a quedarse en México para participar en los trabajos de la comisión de investigación cuando sus representantes llegaran a México. Frank encontró un pretexto para zafarse. Tenía una gran vanidad. Había escrito a Trotsky pidiéndole una entrevista. Antes de decidirse, Trotsky me pidió que fuera a ver a Frank a la ciudad para tantear el terreno. Lo encontré en el vestíbulo de su hotel. Lo primero que me dijo para presentarse, sabiendo que yo era francés, fue: ‘Yo, sabe usted, soy el André Gide de las Américas'».
Lamentablemente en las Memorias (publicadas póstumamente -acá en nuestro país en 1975 por la Editorial Sur-) de Frank no hay nada (en los capítulos «México y Don Quijote», y «Triunfo y derrota en Argentina») referido al stalinismo, a los Juicios de Moscú… ni a su intención de conocer a Trotsky.
Y sin embargo, Waldo Frank (un importante socio de la empresa cultural y política de Victoria y Silvina Ocampo y cía. -obvio: hablamos del Grupo Sur-) es otro nombre, junto al de Gide y Orozco, seguramente menos conocidos y mencionados en las tradicionales listas de personalidades que visitaron, congeniaron y/o se pelearon con Trotsky: Breton, Malraux, Georges Simenon, Diego Rivera, Frida Khalo, John Dewey, etc., etc., etc. Una galería de «personalidades», de artistas e intelectuales (que pareciera) interminable. Artistas que, en medio de las tensiones de entreguerras no dejaban de ser deslumbrados por la figura, la historia y la obra de Trotsky, aunque muchos más se mantuvieran fieles a la asociación de «Amigos de la URSS» y a Stalin. (Por poner un ejemplo de lo que generalmente se producía entre los artistas del, por así decir, «establishment de izquierda», el reconocido -y exsurrealista- Paul Élouard escribía este ¿poema? en 1949:
«Y Stalin disipa hoy la desdicha / La confianza es el fruto de su mente de amor / El racimo razonable, a tal punto perfecto. / Gracias a él vivimos sin conocer otoño / El horizonte Stalin renace sin cesar / Vivimos sin dudar y aun en el pozo de la sombra / Producimos la vida y arreglamos el porvenir / No hay para nosotros día sin mañana / Aurora sin mediodía frescura sin calor […] / Pues la vida y los hombres han elegido a Stalin / Para representar en la tierra su esperanza sin límites».
Se puede imaginar, por lo tanto, lo sacrílego que era interesarse, visitar y/o reivindicar a Trotsky…)
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Ahora, ¿un poco más de historia? Esto relata Isaac Deutscher en el tercer (y último) tomo de la monumental y conocidísima biografía de Trotsky, El profeta desterrado (1929-1949) acerca del combate perdido contra Stalin y el destierro que sufrió el creador del Ejército Rojo de la URSS, y sobre lo que significaba su nombre para fascistas e imperialistas:
«¿Cuán definitiva e irrevocable fue la derrota? Ya hemos visto que, mientras Trotsky vivió, Stalin nunca lo consideró finalmente vencido. El temor de Stalin no era una simple obsesión paranoica. Otros actores principales del drama político lo compartían. Roberto Couloundre, embajador francés ante el Tercer Reich, ofrece un interesante testimonio en una descripción de su última entrevista con Hitler en vísperas del estallido de la segunda Guerra Mundial. Hitler se jactó de las ventajas que había obtenido como resultado de su pacto con Stalin, que acababa de firmar, y trazó un grandioso panorama de su futuro triunfo militar. En respuesta, el embajador francés apeló a su ‘razón’ y habló de los trastornos sociales y la revolución que podrían seguir a una guerra prolongada y terrible y barrer a todos los gobiernos beligerantes. ‘Usted se ve a sí mismo como vencedor…’, dijo el embajador, ‘pero, ¿ha considerado usted otra posibilidad: la de que el vencedor sea Trotsky?’ Al escuchar esas palabras, Hitler se puso de pie de un salto (como si lo ‘hubiesen golpeado en la boca del estómago’) y gritó que esa posibilidad, la amenaza de la victoria de Trotsky, era una razón más para que Francia y la Gran Bretaña no fueran a la guerra contra el Tercer Reich. Así, el amo del Tercer Reich y el emisario de la Tercera República, en sus últimas maniobras, durante las últimas horas de paz, trataron de intimidarse el uno al otro, y al gobierno de cada uno, invocando el nombre del solitario proscrito atrapado y enclaustrado en el otro extremo del mundo. ‘Los acosa el espectro de la revolución, le dan el nombre de un hombre’, comentó Trotsky cuando leyó el diálogo».
O sea que al modo en que Jacques Derrida comentaba, en la década de 1990, en plena reacción ideológica antimarxista, que no habría ninguna muerte de Marx sino al contrario, que al menos seguiría existiendo uno de «sus muchos espectros», alimentado por la existencia misma del sistema capitalista, Trotsky fue (y es) el espectro de la revolución obrera, de la sublevación popular de las masas contra el hambre y las miserias (las crisis económicas, las guerras) del sistema. Del triunfo de las perspectivas del socialismo y el comunismo, y de las luchas contra la burocratización y el poder despótico (tal como lo demostró en su implacable lucha -pagada con la pérdida de sus camaradas, familiares… y su propia vida- contra el totalitarismo stalinista).
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Y si pensamos la historia de este fantasma llamado Trotsky desde el presente, nos encontraremos con una serie de trabajos de (supuestos) «sovietólogos», que no son más que propagandistas de las mentiras de liberales, maoístas y stalinistas contra quien dirigió junto a Lenin la Revolución Rusa de 1917. Entre ellos está el historiador inglés Robert Service, quien después de haber hecho biografías de Stalin y Lenin, hizo una de Trotsky que tuvo bastante repercusión y debates. Por ejemplo, un episodio ocurrió en Alemania, donde un grupo de 14 historiadores escribió una carta a la prestigiosa y reconocida Editorial Suhrkamp ante la inminente publicación local de Trotsky. Una biografía, cuestión que logró retrasar su aparición… pero no impedirla: finalmente salió publicado este nuevo libro -lleno, como dice la carta de los historiadores, de errores, falsedades, acusaciones e injurias, tal como es también Lenin. Una biografía– de Service. Hay decenas de artículos (y algunos libros) discutiendo las decenas y decenas de errores y calumnias arrojadas por Service.
Una muestra.
Dice Service en las páginas 635 y 636 de la edición en español:
«Una de las razones por las que Trotsky merece que se le rescate de este olvido cada vez mayor es que él nunca fue exactamente lo que decía ser, ni lo que los demás decían que era. Estaba cerca de Stalin tanto en intenciones como en prácticas. No estaba más interesado que él en la creación de una sociedad de socialismo humanitario, por mucho que así lo asegurara y asumiera. Trotsky fracasó a la hora de pensar en el pasaje de la dictadura de partido a la libertad universal. Se deleitaba con el terror».
He aquí una repetición de lo ya escrito por Service en sus dos anteriores biografías. Trotsky sería, tal como Lenin y Stalin, un mero (e idéntico) engranaje de la maquinaria del «comunismo autoritario», y los tres, sea por la razón que fuere, tenían motivos de sobra (algún pretendidamente científico por Service, y en realidad superficial, «rasgo psicológico» de sus infancias y juventudes -todas ellas bien distintas-) para pretender saciar una sed de venganza que se desarrollaría tras la toma del poder por los soviets y el Partido Bolchevique.
En esta discusión sirve ver (una vez más) la real política de Trotsky en el «terreno cultural», y ligarla a su política más general.
No es la que dice Service (páginas 416 y 417): » Trotsky deseaba una alta cultura subordinada a los propósitos del partido. Asumía que iban a pasar muchos años antes de que la ‘cultura proletaria’ pudiera alcanzarse»; «en resumidas cuentas, fue Trotsky quien sentó las bases filosóficas para el estalinismo cultural». Trotsky ni pensaba en una «cultura proletaria» ni tenía nada que ver con el stalinismo y su «socialismo en un solo país»: al contrario: el objetivo de la futura sociedad comunista implicaba la desaparición de «connotaciones clasistas» en el arte, ya que sería este «arte del futuro» producido y disfrutado por todos. La dictadura del proletariado (como ofensiva y mantenimiento de un gobierno de las mayorías populares -desde la organización soviética- contra las clases explotadoras), como régimen transicional (como una «trinchera» en el desarrollo de la lucha de clases internacional -único modo de avanzar hacia la construcción del socialismo-) implicaba al mismo tiempo una ampliación de las libertades y posibilidades de los sujetos y grupos artísticos para que todos se desarrollaran. De ahí que Trotsky estuviera por la libertad de todas las tendencias artísticas y considerara al «arte proletario» una corriente más con derecho propio a la existencia… aunque no debía ser la única ni «la oficial del Estado» (Trotsky siempre explicaba que hay terrenos de la actividad humana donde, por las propias características de tal o cual actividad -la ciencia, el arte-, el partido revolucionario no puede más que seguir, observar, opinar… pero no necesariamente dirigir ni crear). El stalinismo sí que fue «totalitario», tanto en el arte como en la política: manipulación ideológica («arte proletario», «culto a la personalidad», falsificación permanente en los libros de historia, en las estadísticas, en las fotografías, etc.) y cerrazón nacionalista, que llevó a brutales contradicciones internas a la URSS, al «dirigismo» en el arte -es decir, a la falta de libertad para las masas y para los artistas- y, como ya es historia, a la decadencia y posterior caída del Estado obrero.
Service, que pretende «patear el tablero», desmontando (supuestos) «mitos» y «caracterizaciones políticas establecidas» acerca de estos grandes revolucionarios modernos (Lenin y Trotsky, aclaro por las dudas), termina repitiendo y acercándonos un largo rosario para leer una diatriba tras otra sobre la egomanía, el fanatismo desbocado y la improvisación permanente de estos dirigentes marxistas. ¡Cuán distinto es el juicio que surge de un trabajo realmente serio, como el de Deutscher! (Y hablamos de alguien que fue durante un tiempo militante trotskista y de la IV Internacional, pero que luego viró hacia posiciones de simpatía a favor de una «auto-reforma» de las burocracias rusa y china, y acusó a Trotsky de «voluntarista» por haber puesto en pie una nueva internacional revolucionaria en 1938.)
Para Deutscher: «La vida y la obra enormes de Trotsky son un elemento esencial de la experiencia de la Revolución Rusa e, indudablemente, de la sustancia de la civilización contemporánea. La singularidad de su destino y las extraordinarias cualidades morales y estéticas de su ejecutoria hablan por sí mismas y atestiguan la significación del hombre. No puede ser, sería contrario a todo sentido histórico, que una energía intelectual tan poderosa, una actividad tan prodigiosa y un martirio tan noble no hayan de tener ricas consecuencias a la larga. Ese es el material de que están hechas las leyendas más sublimes e inspiradoras. Sólo que la leyenda de Trotsky se compone de principio a fin de hechos registrados y verdades comprobables. En ella, ningún mito revolotea sobre la realidad, sino que la realidad misma se eleva a la altura del mito».
Este mito hecho de historia viviente comenzó en 1905 -y aun antes-, cuando tras décadas de reacción (tras el aplastamiento de la Comuna de París en 1871) Rusia vivió su primera huelga general y el surgimiento de soviets. Trotsky fue presidente del soviet de la ciudad de Petrogrado en un país conmocionado por la guerra y su respuesta social y política: la revolución. (Revolución que, vale la pena recordar, fue saludada calurosamente por socialistas norteamericanos; un grupo donde estaba el escritor Jack London, autor de El talón de hierro, novela que Trotsky dos décadas después leerá y elogiará en una carta dirigida -ya el autor de Martín Eden había fallecido en 1916- a Joan London.)
Continuó Trotsky su apasionada (y apasionante) vida militante en 1917, y siguió, en la teoría, en la práctica, en el programa y la estrategia. Fundador de la III y IV Internacionales; conocedor de las realidades e historias nacionales de importantes países del mundo como Inglaterra, Francia, España e Italia, además de China e India; analista de la cultura y la vida cotidiana en la Rusia posrevolucionaria (por su parte, Literatura y revolución es un verdadero clásico, sutil, versátil y profundo, de análisis marxista sobre la literatura, la cultura, y sus complejas relaciones con los grandes acontecimientos históricos); jefe militar en 1917, en la guerra civil 1918-1921 y ante la última revolución alemana, en momentos donde comenzaba a desarrollarse el nazismo, en 1923; y analista de las realidades latinoamericanas, acuñando la aún hoy útil categoría de bonapartismos sui generis (de derecha o «de izquierda») para analizar el nacionalismo burgués de Lázaro Cárdenas en México. A lo que hay que sumar sus trabajos claves como La revolución permanente y el Programa de Transición. Van Heijenoort dijo que «Los grandes libros fueron Mi vida, la Historia de la revolución rusa, La Revolución traicionada y, posteriormente, el Lenin y el Stalin«. (En particular, La revolución traicionada es un pormenorizado análisis del Estado obrero degenerado por el stalinismo, con una profunda discusión teórica e ideológica acerca del Estado, el socialismo y el comunismo.)
Trotsky fue asesinado por un sicario de Stalin. A su funeral, en Coyoacán (México D. F.), concurrieron cerca de 300.000 personas -en una ciudad que tenía entonces 4 millones de habitantes-.
Por todo esto (y mucho más) la pasión militante y revolucionaria de Trotsky es imperecedera…
Si hoy, con la histórica crisis económica internacional estamos viendo el despertar de las masas, con gran protagonismo de la juventud; si estamos viendo en Europa el resurgir de huelgas generales y manifestaciones obreras; si la juventud estudiantil sale a luchar, como en Estados Unidos (Occupy Wall Street), Canadá, España, México (el «#YoSoy132») y Chile, entre otros países; si hay un renovado interés en la obra de Marx (se vuelven a vender el Manifiesto Comunista y El capital). En fin: si estamos yendo (¿o regresando?) a tiempos más convulsivos, Trotsky es la mejor «guía de aprendizaje» para quien quiera ser «parte activa» de los grandes acontecimientos que están (re)apareciendo.
Tal es la pasión que, a mi modo de ver, debe unir, a quien milita, con la historia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.