Una carrera de cien días, para caer en una inercia de veinte años. Para regresar a los orígenes, al espacio natural diseñado y acotado por los dueños de la transición y los pactos. Después de escasos tres meses, la Nueva Mayoría diluye su retórica electoral y abre paso a los patriarcas de la Concertación, que […]
Una carrera de cien días, para caer en una inercia de veinte años. Para regresar a los orígenes, al espacio natural diseñado y acotado por los dueños de la transición y los pactos. Después de escasos tres meses, la Nueva Mayoría diluye su retórica electoral y abre paso a los patriarcas de la Concertación, que en su quinta versión despliegan otra vez su sello.
La pandilla original vuelve a destacar como virtud los consensos, la política de los acuerdos en el estrecho club binominal, y también aquella forma de gobernar basada en el eslogan, en la palabra ambigua. Reviven recuerdos tristes, como la política en la medida de lo posible de Aylwin, como el crecimiento con equidad de Lagos, como el gobierno ciudadano de Bachelet. Vuelve la política basada en la trampa, en la estafa, en el juego de manos. Es el clásico juego del ilusionista, hoy mutado en experto en marketing y publicidad política.
Esta forma de gobernar ha marcado la vida política chilena durante casi un cuarto de siglo. Y pese a las movilizaciones de 2011, a los paros y las tomas, pese a la abstención electoral histórica y al repudio generalizado a toda la elite política, se mantiene y proyecta. Lo que sucedió con el acuerdo para aprobar la reforma tributaria entre las cúpulas económicas y políticas nos lleva a los orígenes de la transición y a la división de roles y poderes. La política de los acuerdos no es sólo la transacción ante un proyecto de ley, es la expresión de la estructura que ha tomado el Estado, con sus cargos y privilegios incorporados, desde los albores de la posdictadura. Y hoy, tras estos cien días de tonta comedia, la trenza económica y política ha demostrado que está tan fuerte como siempre.
Entre las múltiples interpretaciones sobre el fallido «primer tiempo» del gobierno de la Nueva Mayoría estuvo el temor a las encuestas, justificación aún más cínica que el miedo a Pinochet y al golpismo durante los años noventa. Es cierto que durante estos tres meses -y luego de anunciar las reformas tributaria y educacional-, el gobierno y los proyectos mismos comenzaron a perder aire. Y también es cierto que durante estos meses todo el sector privado cantó a coro contra las reformas desde la embajada de Estados Unidos, la Iglesia Católica y el lobby en Valparaíso. Pero tal vez la mayor certeza era que ninguna de esas declaraciones hubiese tenido fuerza y penetración sin la destemplada amplificación de los medios del duopolio.
Desde los orígenes de la transición, el duopolio ha sido beatificado como el portador de la verdad. Con una sola voz como discurso de lo deseable y posible, que acota la política a un espacio determinado por los acuerdos de la transición, el resto de las demandas ciudadanas ha quedado fuera de la legalidad. Así fue como lo reveló con abierta satisfacción el senador Andrés Zaldívar, uno de los grandes articuladores del acuerdo sobre la reforma tributaria. Para este patriarca de la transición, las reformas propuestas al sistema tributario y educacional son un intento de refundación de la República, palabras que reconocen de manera explícita la fusión que existe entre la institucionalidad del Estado y el modelo neoliberal. Intentar hoy modificar la estructura de impuestos o mejorar la calidad de la educación es atentar contra las mismas bases de la República.
La discusión, pese a la irrupción de los estudiantes hace unos años y de otras organizaciones sociales, se mantiene bajo la hegemonía neoliberal binominal. Un discurso monocromo, difundido de manera periódica por el duopolio y sus satélites. Aquella voz extendida cual sermón diario durante décadas, que ha sido en su momento útil para certificar la calidad del modelo, hoy, en apenas tres meses, fue también eficiente para denunciar a sus enemigos. En esos cien días pudo hacer de esta realidad también una verdad. Las encuestas a las que aludía la Nueva Mayoría expresaban la recepción en la confundida ciudadanía de esa verdad mediatizada.
Si los patriarcas de la transición pactaron hace casi 25 años el modelo económico y el sistema político, también acordaron eliminar a la prensa disidente. El pacto sigue dando frutos.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 809, 25 de julio, 2014