No se puede jugar a la guerra y poner quejas cuando la muerte aparece contra quienes la juegan. Cuando la muerte viene, lo mejor para derrotarla, lo viable y necesario es acabar la guerra, es desactivar su maquinaria, abrirle espacio a la paz es cerrarle el paso a la muerte. No se puede jugar a […]
No se puede jugar a la guerra y poner quejas cuando la muerte aparece contra quienes la juegan. Cuando la muerte viene, lo mejor para derrotarla, lo viable y necesario es acabar la guerra, es desactivar su maquinaria, abrirle espacio a la paz es cerrarle el paso a la muerte. No se puede jugar a la guerra con las cartas de la muerte marcadas a favor y anunciar la paz para esquivar las miradas que miran a los que disparan. No se puede seguir jugando a la guerra con balas de verdad y seguir ocultando el desastre y la vergüenza con el doble discurso de la mano tendida y el pulso firme. Es claro para los excluidos, los marginados, los empobrecidos, los silenciados, los desarmados y ahora los armados que es la hora de la paz en Colombia. Hay coincidencias de que no es una paz a cualquier precio, no al precio de propiciar beneficios políticos a unos y rentas a los otros y en cambio de silenciar a los demás. Las cinco décadas de guerra parecen suficientes para que los mayores, los que ponen reglas, orientan discusiones, gobiernan y representan a los que tienen un inclaudicable espíritu de guerra que entiendan que los jóvenes y la niñez no pueden seguir esperando eternamente que cambie el camino de obstáculos que les impide vivir en presente y les elimina el futuro.
A 2012 las empresas extranjeras se muestran posicionadas en el país con un crecimiento de sus inversiones que pasaron de 10.620 millones de dólares en 2008 a colocarse por encima de 13.000 millones de dólares en 2012 (datos de proexport). Lo más significativo es que los excedentes obtenidos resultan inmorales en un país de guerra. Por cada dólar invertido obtienen otro dólar de ganancias, que no son reinvertidas en Colombia, si no que alimentan los capitales privados de inversionistas que a la manera de los mercenarios no les importa el país que les da la confianza y menos la estela de dolor y sufrimiento que dejan a su paso, para ellos por encima de la vida humana y del equilibrio del planeta importan los negocios, los buenos negocios. Además cuentan con el vertiginoso papel del capital financiero para el que se produjeron reformas especiales a costa de miles de empleados despedidos y de eliminar del sector los derechos (para ellos barreras) que permitieron la privatización de los bancos nacionales dando mayor libertad y garantías a la banca trasnacional que ha universalizado los negocios con exorbitantes ganancias que los periódicos oficiales señalan con grandes titulares de primera página destacando el éxito inmoral del capital, mientras en letra pequeña anuncian las pérdidas sufridas por los débiles ahorros de asalariados, de pensiones de jubilados, de recursos de sanidad, educación y desalojo de viviendas de quienes no lograron pagar los impagables intereses.
Al tomar como ejemplo el Índice de Paz Global, hay que trabajar sobre el todo pero también sobre cada una a una las partes del indicador en especifico. Hay que abolir la posición errada del Estado de adelantar el proceso guiado por la tramposa formula israelí de «negociar como si no hubiera guerra y hacer la guerra como si no hubiera negociación». Hay guerra por eso hay negociación. El objetivo no es acabar la insurgencia, si no acabar el conflicto. El Estado no puede jugar un juego de ganadores con cartas marcadas para tratar de salir de la insurgencia, eliminarla, aislar sus bases de su dirigencia, si no eliminar el conflicto, cerrar el capítulo del uso de las armas como instrumento de acción política y social. Se trata de negociar para derrotar al conflicto no para derrotar al adversario. No puede haber un doble lenguaje como si fueran dos estrategias, debe ser una sola: apostarle a la paz. Es preciso detener los alientos a la guerra, el afán de tener héroes antes que seres humanos, forjar ambientes de paz, desarmar a los armados por fuera del conflicto.
La paz es un riesgo del que tenemos que ocuparnos los hombres y mujeres de este país, los armados y los desarmados para eliminar la amenaza de quienes hacen cálculos políticos o empiezan a orientar sus artefactos de manipulación para minar las bases de la mesa de conversaciones y preparar la retirada. En paz los negocios también son prósperos pero pueden ser más justos y los jóvenes vivir sin carencias, con oportunidades y con dignidad. La paz es una herramienta que sirve para recuperar la dignidad nacional superando el terrible lastre de ocupar los primeros lugares en matarnos y en asumir el despojo como regalo. La paz no resulta solo de la firma de un acuerdo hay que aprender su lenguaje, su discurso, sus prácticas, sus valores, sus modos de convertirla en bienestar y respeto por los derechos y esencialmente por los seres humanos y el entorno natural.