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Pedro Baigorri, un chef vasco en las luchas de liberación de Colombia

Fuentes: Rebelión

Para N., que me pidió que no le escribiera. Pero que no dijo nada sobre las dedicatorias. Pedro Baigorri fue un chef vasco que, por los azares de la historia, se hizo un gudari temerario en el Caribe. Baigorri, se especula, salió hacia finales de 1950 de Euskal Herria a encontrarse con una América Latina […]

Para N., que me pidió que no le escribiera. Pero que no dijo nada sobre las dedicatorias.

Pedro Baigorri fue un chef vasco que, por los azares de la historia, se hizo un gudari temerario en el Caribe. Baigorri, se especula, salió hacia finales de 1950 de Euskal Herria a encontrarse con una América Latina golpeada, agitada, de dictaduras rabiosas y quijotes convencidos de impulsar la insurrección soñada. Llegó a Cuba y al sur de América y recorrió islas, montañas y ríos; no se montó en una moto como lo haría el joven Guevara, ni en barco, ni en avión, eso no se sabe, poco se sabe de Baigorri, solo que era un cocinero admirable y que se fue p’al monte del Caribe colombiano a luchar junto a campesinos olvidados.

La primera vez que supe de Pedro Baigorri fue leyendo una crónica de Alfredo Molano sobre la historia del conflicto en el departamento colombiano del Cesar publicada el 29 de diciembre de 2013 en el periódico El Espectador de Colombia, «Sin derecho a ser civil. Viaje a Becerril y al corregimiento Estados Unidos (entrega I)». Molano dice «[A finales de 1960]… A San Diego habían llegado un tiempo antes los supérstites de otro grupo guerrillero fundado también en Cuba por Tulio Báyer, comandante de un frustrado levantamiento en el Vichada en 1962, encabezados por Pedro Baigorri, un vasco que había sido amigo y cocinero del Che y de Fidel en La Habana. Baigorri abrió la zona y murió hacia el 70 en un enfrentamiento con el Ejército Nacional en la vereda Media Luna, donde el ELN echó raíces».

¿Un gudari caído en aquellas pulsaciones dramáticas de la historia política de Colombia? ¿Y cómo llegó a Cuba y luego a Colombia?, ¿en qué lugar del País Vasco nació, cómo fue su juventud, su formación política, en qué mundo soñó y qué amores lo inspiraron y lo mortificaron? Las respuestas a estas preguntas habrá que arrancárselas al olvido y a la memoria de quienes lo conocieron, ejercicio que será una humilde manera de rendirle los merecidos honores a un gudari que nadie nombra. Asomarse a su mundo solo será posible hasta donde las conspiraciones del azar me lo permitan, pues reconstruir los hechos y las palpitaciones de una vida de la que se tienen apenas imágenes fragmentadas parece el arte de lo imposible. Ni si quiera llega a ser una completa labor detectivesca, pues no hay rastro de sangre ni indicios sueltos que reconstruir, solo la sospecha de que alguien que lo conoció me pueda hablar de él.

Convencido de esto salí en estampida a buscar a Pedro Baigorri en archivos históricos españoles, en internet, en libros vascos sobre la historia de la guerra civil, en libros de la historia del conflicto colombiano y nunca lo encontré. Solo aparecieron, para encender las vanas ilusiones, dos homónimos distractores. Uno de estos nombres hacía referencia a un Pedro Darévalo Baigorri, religioso agustino nacido en el pueblo de Murrugarri en Navarra y acusado en 1937 de desafección al régimen franquista. La acusación de desafección a la dictadura pareció coagular las vaporosas conjeturas, pues esto lo tornaba un gudari antifranquista, pero no fue más que una confusa pista que perturbaba cualquier posible orden cronológico con la vida del Baigorri que busco. El otro era Juan Pedro Baigorri, esta vez demasiado americano, pues había nacido en 1891 en Concepción Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, pese a que toda su vida sostuvo que era argentino. Se trataba de un geofísico conocido como «El Señor de la Lluvia», pues había inventado «El Pluviotrom», una asombrosa máquina electromagnética que tenía el poder de hacer llover. En Buenos Aires, donde vivió la mayor parte de su vida, lo recuerdan porque era un mitómano incorregible, y porque con su aparato de conmoción climática hacía cancelar los partidos de fútbol en «El Fortín», el mítico estadio de Vélez Sarfield, haciendo descargar de los cielos chubascos despiadados que dejaban siempre a la hinchada de Vélez en un profundo estado de frustración.

Comprendí entonces que los recuerdos del Pedro Baigorri que buscaba y del retrato de algunos de sus años de vida en Colombia se encontraban alojados en la cabeza de Alfredo Molano. Pedro Baigorri revivía en unas cuantas sinapsis en la cabeza de quien lo recordaba. Contacté a Alfredo Molano y le expliqué mi interés en un vasco que participó de las luchas revolucionarias de Colombia y me dijo: «Después de Lope de Aguirre él es el único vasco del que se sepa que peleó en estas tierras. Yo no recuerdo muy bien, el que sí sabe bien de Pedro Baigorri porque convivió con él es William Ramírez Tobón, hable con él. Puedes llamar a Marta Arenas, ella te contacta con William».

«¿Pedro Baigorri?», pregunta Marta. «Claro, lo conocimos, le decíamos ‘Pasodoble'». ¿Era paticojo? – interrogo. «No, le decíamos así porque era español. Habla primero con William y luego conversamos». No sé si el mote de ‘Pasodoble» sería del agrado para un euskaldun. Quizá se ahorraba esfuerzos al tener que explicarles a muchas personas en los trópicos que era vasco y no español, como se deducía para los oídos hispanoamericanos por su castellano de ces y zetas interdentales.

Cuando hablé con William Ramírez por teléfono, profesor del IEPRI2 de la Universidad Nacional de Colombia, percibí la justificable desconfianza que sentimos los colombianos cuando un extraño entra en contacto con nosotros. Pues si llama un extraño es porque te quieren engatusar con la venta de cosas innecesarias, o bien, se trata de algún problema policial, o lo que es casi lo mismo, una extorción de la delincuencia. En este caso se trataba de un asunto más desafiante aun, hacer brotar de las brumas del pasado algún pedazo legible de la vida de un vasco que sabía cocinar paellas monumentales y contrariar a tiros las mezquinas élites colombianas. William me recibió en su casa en Bogotá.

William comienza su relato: A ver…yo conocí a Pedro Baigorri en Cuba, se llamaba Pedro Baigorri Apesteguía, siempre hacía énfasis fuertemente e sus apellidos «Baigorri Apesteguía», debían ser los años sesenta. Yo estudiaba sociología en la Universidad Nacional y con un grupo de colegas pensábamos ir a Cuba a encontrarnos con Tulio Bayer. Allí en reuniones con Tulio Bayer apareció Baigorri, un tipo alto, con un gran vozarrón.

¿Un grupo de estudiantes colombianos de universidad pública a qué viaja a la recién Cuba liberada y para encontrarse con Tulio Bayer, aquel espíritu insurrecto, el único médico de Harvard que volvió a los trópicos para rebelarse contra el vergonzoso estado de postración de su país, nacido en aquella tierra de indígenas aguerridos y cuna colombiana del libertino Lucifer3, Río Sucio Caldas? Pues a realizar lo que aquel momento histórico de 1960 reclamaba, lograr el socialismo por la vía armada, moverle el catre a la engreída clase dirigente y demoler las estructuras de injusticia a las que estaba (está) sometida Colombia. Toda aquella generación de 1960 que respiraba y fumaba nuevos aires de emancipación, que desgreño los prejuicios que la sujetaban, vio el resplandor histórico de la revolución cubana como la reafirmación de la efectividad de la tesis de la lucha popular prolongada. Como lo afirmó recientemente Alfredo Molano luego de conocer la decisión de Barack Obama de restablecer las relaciones diplomáticas con la Cuba socialista y aceptar el fracaso de las políticas de aislamiento de EE.UU hacia la isla: «Nosotros, los de la generación que llegó a la política en los años 60, participamos de ese sueño y levantamos indignados el puño izquierdo al cielo, y tratamos de tomarnos el país a piedra; después, cuando la piedra fue derrotada, a plomo, Cuba fue nuestro estandarte, nuestro libro abierto, nuestra sangre que se derramó -y se derrama- por la misma causa»4. El mejor acto de coherencia política era jugarse la vida en las trifulcas anti-imperialistas, esas certezas inspiraron las ilusiones y le dieron contenido a los sueños políticos de aquella época.

William continúa su relato. La idea en Cuba era formar un nuevo grupo que viniera a Colombia a luchar. Allí duramos un tiempo recibiendo formación política, estableciendo contactos y entrenamientos. Muchos desistieron, pero a Pedro Baigorri se le veía muy entusiasmado. Tulio decía que contaba con él, con su decidida participación. La dificultad era que Baigorri era el chef de confianza de Fidel Castro. Fidel lo estimaba mucho, lo consideraba un gran aliado y no le sonaba la idea de que se fuera para Colombia a luchar con Tulio Bayer. Luego de varias conversaciones e insistencias Fidel Castro acepta a regañadientes la participación de Baigorri, su gran cocinero, su amigo de confianza, en ese grupo que vendría a Colombia a luchar. ¿Recuerda a otras personas que estuvieron en ese grupo y que hayan conocido a Baigorri? -pregunto.

Con Alfredo Molano, con Marta Arenas y otros se conformó el grupo de contacto para recibir a Tulio Bayer y el grupo que veníamos de Cuba. Ellos se quedaron en Bogotá, Alfredo, Marta y otras personas no viajaron a Cuba. Se planeó todo para recibirnos en Bogotá a Tulio Bayer, a Pedro Baigorri y a mí.

El grupo formado en Cuba era un trío, la rebelde trinidad, el padre Tulio Bayer, el hijo Baigorri y el profesor William, el espíritu santo que gracias a los hechos fortuitos de la historia vive hoy para recordar y narrar algunos de los episodios del conflicto armado colombiano y sus huidizos protagonistas. Tulio Bayer salía de la isla socialista luego de su estruendoso fracaso al intentar impulsar una guerrilla humanista -como dicen sus biógrafos- en el amazónico departamento del Vichada, la cual fue hecha añicos por la represión oficial en manos del feroz batallón Colombia del ejército; la misma delegación armada, y la única latinoamericana, que fue enviada a batallar en la guerra de Corea por orden del entonces presidente Laureano Gómez (1950 – 1951) el más católico y brutal representante del franquismo en tierras colombianas.

Cuando Tulio Bayer entró a Colombia desde el Caribe, cargaba en su haber el estrepitoso descalabro de su guerrilla selvática. Willian que es a fin de cuentas el que sí sabe cómo fue la historia, continúa:

Llegamos de Cuba en diferentes momentos. A través de Tulio Bayer existían algunos contactos con algunas personas para instalarnos en la Sierra Nevada de Santa Marta. Primero llegamos Baigorri y yo, estuvimos en Bogotá con el grupo que nos esperaba, estuvimos algunos meses mientras preparábamos todo para ir al encuentro con Tulio Bayer, que entre otras cosas, demoró mucho en llegar, era su regreso a Colombia después de un tiempo. Demoró tanto que incluso llegamos a pensar que todo se había ido al traste. Con Baigorri estábamos decididos a ir y llegamos a la Sierra junto a algunos campesinos y allí estuvimos esperando a Tulio Bayer. Cuando Tulio llegó nos instalamos en una humilde casa los tres.

Este trío una vez instalado en el monte aplicarían en rigor las tesis del foco insurreccional, una unidad pequeña y armada que efectuaría acciones móviles y rápidas, estableciendo vínculos de solidaridad con la población con la idea de aumentar el potencial social de combate y creando zonas liberadas que favorecieran la planeación táctica dirigida a la confrontación con el enemigo. De este modo Bayer, Baigorri y William se instalaron en un humilde rancho para intentar así, como se diría en aquellos años, «conducir las fuerzas históricas de la dialéctica a fin de conquistar la liberación colombiana».

Según William: permanecimos allí los tres, y empezó a faltar la comida, no teníamos mercado, nada de provisiones. Tulio tenía un contacto que parecía fallar y no llegaban las provisiones, así empezaron las incertidumbres. El asunto era que cuando la comida llegó en su mayoría eran botellas de whisky y cigarrillos solicitados por Tulio Bayer. Yo empecé a percatarme que el hombre estaba era alcoholizado. Se la pasaba bebiendo y fumando todo el día. En las noches teníamos lo que Tulio llamaba «charlas estratégicas», que con el tiempo empezamos a percibir que solo era una habladera de mierda de Tulio Bayer toda la noche, borracho y fumando sin descanso. Viendo la situación hablé con Baigorri y le dije «Tulio no está haciendo las cosas bien, está improvisando, no es serio y lo que vamos a conseguir es que nos maten a todos aquí». Y en ese momento le dije a Pedro Baigorri «¡hermano! lo que debemos es hacerle un juicio a Tulio Bayer, ese güevón está arruinando todo». Pero Baigorri parecía no creer en lo que le decía, se resistía y me decía que esperáramos. Así permanecimos un buen tiempo, sin contactos, con problemas de comida, escuchando a Tulio Bayer borracho y soltando discursos fuera de la realidad. En ese ambiente ya se sentía la desconfianza y asomaban las tensiones. En algún momento en privado le dije de nuevo a Baigorri que debíamos salir de allí por nuestra seguridad, la convivencia con Tulio era un gran riesgo, pero Baigorri no parecía darse cuenta del peligro.

Escuchando el relato de William pareciera que en el intrépido grupo los problemas en la coordinación fueron motivados, entre otras cosas, por el peso del ego en sus compañeros. A veces los humanos solemos adolecer de aquel personalismo exaltado del revolucionario elegido, del ego que se erige como protagonista político designado por la historia. Tulio Bayer era un reconocido pensador rebelde, antiguo comandante guerrillero y experto batallador por las causas sociales, en aquel foco insurgente proyectaba su propio estrellato revolucionario, era nada menos que su propia figura, la figura de Tulio Bayer. A su vez Pedro Baigorri parecía sentirse el designado por Fidel Castro y la revolución cubana para prender la mecha de un alborotado quilombo que contribuyera a emancipar a Colombia de las amarras de la explotación y la violencia que la sofocaban. Llama la atención que nuevamente en la historia de Colombia se encuentre envuelto un vasco en episodios valerosamente delirantes. Primero fue Lope de Aguirre, descamisado y en medio del bochorno equinoccial, declarándole desde la selva amazónica la guerra a Felipe II. Y esta vez parece tratarse de un representante del arte culinario vasco metido en los montes del Caribe colombiano convencido de impulsar junto a otros dos la liberación armada, aislados matando mosquitos y desconfiando de su líder en las noches oscuras.

Ante estas circunstancias de incertidumbre y tensión la unidad del grupo se agrietó definitivamente. William y Baigorri no le harían un juicio revolucionario a Tulio Bayer, pero sí saldrían en estampida de ese lugar para salvar su pellejo. Allí vivimos fuertes discusiones -relata William – porque las cosas no estaban funcionando y con Pedro nos largamos de ese lugar dejando a Tulio en la soledad de sus delirios. En bus llegamos de nuevo a Bogotá y les contamos a todos los contactos y al grupo que teníamos formado lo que había sucedido con Tulio. Luego nos enteremos que Tulio había logrado publicar en el periódico El Tiempo una furiosa carta contra nosotros acusándonos de una conspiración para acabar con su vida, nos acusó de traidores, de peligrosos enemigos. La publicación de esa carta nos dejó muy preocupados, era casi una denuncia a la fuerza pública, era una amenaza directa. En Bogotá tomamos precauciones, era una situación de peligrosa exposición, y más cuando la represión en la ciudad era generalizada, se escuchaban casi todos los días casos de desapariciones, asesinatos, persecuciones a la gente de la izquierda.

En aquella temporada William y Pedro retoman los contactos con el grupo germinal de Bogotá con la intención de desatar acciones urbanas que logren desestabilizar los gobiernos del Frente Nacional que se habían empotrado en el poder. Sin embargo, aquel grupo de convencidos de luchar por las causas comunes en la ciudad terminaron enfrentados a sus propias contradicciones, a su falible y humana condición. Las circunstancias de sospecha mutua y tensiones internas condujeron al desgaste irreversible del grupo y finalmente al abandono de la lucha social urbana en Bogotá. La mayoría de los miembros de aquel grupo desistieron, lo que no significaba que abdicaran a la lucha por los derechos comunes desde otros campos de acción.

El único que parecía continuar convencido de la impostergable efectividad de la lucha armada para detener los abusos de la violencia estatal era Pedro Baigorri. De ese modo reactivó contactos con algunas personas ligadas a la lucha armada en el departamento del César, una decisión desacertada si se estima que era más fácil vincularse a un grupo insurreccional ya formado, como el ELN o las FARC, que ponerse en la tarea solitaria de inventar uno nuevo. Allí cerca a la vereda Media Luna, según Alfredo Molano, mientras marchaba con una unidad de campesinos armados, Pedro Baigorri y sus compañeros fueron emboscados por el ejército colombiano y acribillados.

Para aquella época Tulio Bayer se encontraba en su bucólico exilio en Paris, donde encontraría la muerte natural hacia el año 1982. Alfredo Molano se convertiría en uno de los más destacados investigadores y periodistas de la historia del conflicto armado colombiano. Marta Arenas a su vez se tornaría una activa defensora de los derechos humanos y de la paz. William Ramírez Tobón, con quién el chef Baigorri experimentó la hazaña de impulsar una guerrilla solitaria en la Sierra Nevada y con quién cocinarían suculentos platos en sus aventuras culinarias, se convertiría en profesor de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia.

Al final de la entrevista le pregunté a William, ¿Consideras que Pedro Baigorri tuvo algún atributo heroico? –Pedro en muchos momentos se comportó arbitrariamente, a veces insoportable con esa actitud embravecida, un carácter muy difícil. Otras veces era huraño, incomprensible por días, no se sabía en qué estado de ánimo andaba. Pero en esta vida si uno pretende estar bien con todo el mundo, ser buen hijo, buen esposo, buen padre, un ciudadano disciplinado, que pretende ir por el mundo siguiendo una vida recta y virtuosa, no le quedará tiempo nunca de tornarse un héroe. Yo sí creo que Pedro Baigorri fue un héroe y actúo en consecuencia.

Para Pedro Baigorri su vocación no solo fue la culinaria vasca, fiel a su espíritu agonista asumió su amor por la libertad corriendo el riesgo de morir. Fue coherente con su decisión trágica, así suele sucederle a muchos gudaris en este mundo.

Notas

1Si por acaso alguna persona se topa con este texto y sabe algo de Pedro Baigorri que pueda contribuir a nutrir esta historia, por favor, puede escribir a [email protected]

2 IEPRI: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales

3 Río Sucio, ciudad del departamento de Caldas donde se celebra en el mes de enero un alegre carnaval en honor a la figura festiva del diablo, conocido como «El carnaval del diablo»

4Molano Alfredo. «¡Aleluya!» El Espectador, 20 de diciembre de 2014. Tomado de: http://www.elespectador.com/opinion/aleluya-columna-534322

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.