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Cuando soldados desembarcan en un liceo agrícola

Pelotón

Fuentes: Punto Final

Un pelotón de soldados desembarca de su helicóptero y toma posiciones antes de lanzarse al asalto de la posición enemiga, el liceo agrícola Longotoma. En su interior, hay ciento sesenta potenciales beligerantes de primero a cuarto medio. Al ser sorprendida la operación, el jefe de la unidad trata de dar explicaciones a la directora del […]

Un pelotón de soldados desembarca de su helicóptero y toma posiciones antes de lanzarse al asalto de la posición enemiga, el liceo agrícola Longotoma. En su interior, hay ciento sesenta potenciales beligerantes de primero a cuarto medio.

Al ser sorprendida la operación, el jefe de la unidad trata de dar explicaciones a la directora del establecimiento, mientras los estudiantes deliberan entre ofrecer fiera resistencia y la rendición incondicional.

Si tamaño despropósito se tratara de un error en el que se confunde la posición enemiga en un ejercicio de táctica con un liceo en el que enseñan técnicas agropecuarias, daría para investigar cómo es posible tal cosa para gente tan entendida. Pero, como sospechan algunos malpensados, si se trata de un ejercicio que intenta demostrar cómo sería asaltado un plantel educacional tomado por sus alumnos, el asunto se torna mucho más denso. Sobre todo cuando dicha actividad no lectiva está de moda entre los revoltosos estudiantes.

Pensándolo bien, no sería la primera vez en la historia del ejército que se realiza un ensayo antes de la operación en serio. El 29 de junio de 1973 , liderado por el teniente coronel Roberto Souper , el Regimiento Blindado Nº2 salió a las calles con veinte tanques y ochenta soldados en pos de La Moneda. El intento sedicioso fue abortado por la actitud valiente del general Carlos Prats González, al que poco después harían volar en Buenos Aires junto a su mujer mediante una bomba puesta debajo de su automóvil. Ese 29 de junio murieron tres soldados, pero la acción sirvió para que los golpistas midieran los tiempos de respuesta del gobierno y el desplazamiento de los regimientos, entre otras variables aprendidas en West Point.

La duda respecto del error del pelotón de comandos en el liceo de Longotoma resurge cuando voces siniestras no hace mucho han dicho, con todas su letras, que es hora de llamar a los militares para imponer el orden que las movilizaciones estudiantiles se afanan en interrumpir, y cuyas consecuencias las sufre el presidente Piñera en las encuestas en las que aparece como el peor evaluado de cuantos mandatarios hay en Sudamérica.

Hay sectores que ven con simpatía la irrupción de las fuerzas armadas para extinguir las dificultades que enfrenta el gobierno, más bien el sistema, y controlar la rebeldía de los jóvenes y de algunos no tanto, que exigen cosas tan exóticas como una educación a cargo del Estado.

Las Fuerzas Especiales de Carabineros están siendo superadas por cantidades impensadas de manifestantes, al extremo de poner en peligro la cordura de sus miembros. Con una increíble falta de juicio, se intenta reemplazar lo que debería ser la gestión política y negociadora de las autoridades, con los métodos policiales del ministro Rodrigo Hinzpeter. Pero sin resultados.

¿Será por lo tanto, la hora de las fuerzas armadas?

Un gobierno cercado por la decisión audaz de los estudiantes, un sistema político descompuesto, riñas de gallera entre los afectos al gobierno, malestar entre los asombrados empresarios que nunca más se embarcarán en algo tan innecesario como un gobierno de derecha, una oposición concertacionista atragantada por las culpas, las pasadas de cuentas y el ensayo casi interminable de explicaciones risibles, no augura un futuro muy estable para el «campo de flores bordado», cuya guinda de la torta la constituye la Izquierda en una levitación fantasmal.

La superposición de estos fenómenos define un escenario ideal para la irrupción de los eternos perdedores que poco respetan las instituciones del Estado, los partidos políticos y su cultura de acuerdos y negociados. Es cuando tiene la palabra esa masa desordenada, gritona y desconfiada que exige no sólo modificaciones superficiales, sino cambios de verdad.

Los militares conocen estas derivaciones y no se sientes al margen de los acontecimientos. Los equipos asesores que siguen de cerca las evoluciones de las movilizaciones sociales, y los servicios de inteligencia que coordina la ANI, estarán entregando profusos informes de la coyuntura, de los datos personales de los dirigentes más revoltosos, y sobre las medidas operativas que debería montar el gobierno y las agencias destinadas a controlar el orden.

En breve la agenda política se copará con las siguientes elecciones. Hay aprontes vistosos y los actores de la comedia trágica en que se ha transformado el sistema político retoman las conversaciones, y los pactos se ordenan según los acomodos de unos y otros. ¿Qué pasaría si en un arranque de lucidez el movimiento social derivado de la movilización de los estudiantes decide irrumpir en el juego de las elecciones y conquista importantes grados de poder político, dejando atrás veinte años de orden y buena educación?

No sólo el ejército, sino el conjunto de los actores del sistema deberían prevenir ese escenario, y en un teatro de operaciones de cartón piedra, analizar seriamente la hipótesis.

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 746, 11 de noviembre, 2011

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