Un anciano oriental, con aspecto de venerable hombre salido de un cuento, vendía tristes rosas en la glorieta de Atocha, esquina con el Paseo del Prado, junto a las vallas de otra de las infinitas obras que desuelan Madrid. Hastiado, me ofreció sin esperanza una flor, pero no le hice caso. Tres segundos después, buscando […]
Un anciano oriental, con aspecto de venerable hombre salido de un cuento, vendía tristes rosas en la glorieta de Atocha, esquina con el Paseo del Prado, junto a las vallas de otra de las infinitas obras que desuelan Madrid. Hastiado, me ofreció sin esperanza una flor, pero no le hice caso. Tres segundos después, buscando con la mirada a algunos de los alumnos con los que estaba de excursión, redescubrí al viejo inmigrante rodeado de tres adolescentes españoles y malencarados que lo amedrentaban mientras le robaban. Eran como mis estudiantes, chicos de clase media que sólo acosaban a aquel pobre hombre por joder al inmigrante.
Manuela quería comprar unos caramelos para nuestros hijos y entró en una tienda regentada por inmigrantes chinos en una pequeña ciudad de provincias. Mientras elegía las golosinas, irrumpieron cuatro jóvenes, de unos dieciséis o dieciocho años de edad, y pidieron con desdén un euro de pepinillos. El dependiente se los sirvió con diligencia. Se cobró de un billete de diez. Parecía que los chavalotes se iban. Pero no se iban. Regresaban y una punzada de inquietud atravesó el rostro del joven inmigrante que se refugiaba tras la barra. – «Oye, chino, te has equivocado», soltó uno de los clientes.
– ¿Cuál es el problema?- dijo el tendero.
– «Que te he pedido uno».
– ¿Uno? ¡Claro, un euro! Yo devuelvo nueve. Tú me das diez y yo devuelvo nueve.
– No, chino, no. Yo te he pedido uno. Un pepinillo.
El dependiente no sabía qué cara poner. Pálido ante la amenaza implícita de los cuatro bienalimentados corpachones, le devolvió un euro al joven descarado. Se marcharon rápidos y satisfechos de haber humillado al inmigrante.
«Tengo una pregunta para usted» es un nuevo programa de Televisión Española. Cien ciudadanos seleccionados con criterios estadísticos, supuestamente representativos de la realidad social del país, interrogan en directo a un personaje político relevante. Seis millones de españoles fueron testigos de cómo una señora hacía una pregunta al presidente del gobierno en la que decía poco más o menos que cómo es posible que ella cobre una pensión miserable mientras el estado proporciona ayudas a los inmigrantes ilegales. El presidente no dejó de sonreír y se limitó a afirmar que la pensiones mínimas están creciendo durante su mandato. Poco después, un jovenzuelo se quejaba, en el minuto de máxima audiencia del espacio televisivo, de que los inmigrantes africanos retenidos en Murcia se pasean descalzos por las inmediaciones del aeropuerto, qué vergüenza. Y no proponía que se les proporcionara calzado, no, habría que llevárselos donde pudieran seguir igual de descalzos, pero sin molestar la vista de nadie.
En el cuarto aniversario del comienzo de los bombardeos de Iraq, un grupo de ciudadanos colocamos un aparato de sonido y unos potentes altavoces en la plaza principal del pueblo -5.000 habitantes- donde vivo. Reprodujimos un disco de sonidos de guerra: sirenas, campanas, explosiones, tiroteos. La mayor parte de las personas que pasaban por allí agachaban la cabeza, como para no ser vistas, no fuera a ser que se les escapara un gesto que pudiera ser interpretado como de complicidad con los peligrosos pacifistas. Un valiente ciudadano de la tercera edad se nos acercó, airado.
– ¡A ver cuando hacéis vosotros algo por lo de De Juana!1
– De Juana es una monjita de la caridad al lado de los que están destruyendo Iraq – le respondí yo.
– ¡Siempre estáis igual! ¡A ver cuándo os metéis con la ETA y os dejáis de rollos extranjeros!
– Mire – traté de razonar-, en toda su historia la ETA puede haber matado a alrededor de ochocientas personas desde 1968… No es por nada, pero se calcula que en Iraq ya han muerto más de seiscientas cincuenta mil personas a causa de la ocupación estadounidense.
– A mí me interesan los muertos españoles.
– ¿Me está usted tratando de decir que da más importancia a ochocientos muertos en cuarenta años que a esos más de seiscientos cincuenta mil de estos últimos cuatro, aun sabiendo de la responsabilidad que tenemos los españoles en tan espantoso conjunto de crímenes? – Yo hablaba mientras contenía a un compañero indignado que quería acercarse demasiado al viejo gruñón.
– Sí, claro que me importan más los españoles que los iraquíes esos. Yo soy español, un patriota, no como vosotros.
– No, lo que tú eres es un racista – le respondí tuteándolo enfadado.
www.bielpidiovaldes.org
NOTAS:
1. Se da la circunstancia de que la (ultra)derecha española protagonizó una importante serie de protestas y manifestaciones contra la decisión del Gobierno de acercar a su tierra al preso vasco de ETA, Iñaki de Juana Chaos, a punto de morir tras dos meses de su segunda huelga de hambre. Este etarra histórico había cumplido ya sus condenas por asesinato y terrorismo según las leyes vigentes, y los tribunales, dentro de una fuerte campaña mediática y política de linchamiento, fabricaron un nuevo delito, esta vez de opinión, para evitar que De Juana saliera en libertad. Indignado, el ex militante de ETA, que se enfrentaba a unos cuantos años más de condena sólo por haber publicado tiempo atrás dos artículos en el diario Gara que en su momento no causaron ninguna inquietud, dejó de comer hasta que la Audiencia Nacional ordenó entubarlo y alimentarlo a la fuerza.