Los resultados del plebiscito en Colombia generaron sorpresa en la comunidad internacional que esperaba con ansias un triunfo del Sí que pudiera poner fin a un conflicto armado de más de seis décadas de duración. Solo 13 de casi 35 millones de ciudadanos habilitados acudieron esta vez a expresar su decisión en un país donde […]
Los resultados del plebiscito en Colombia generaron sorpresa en la comunidad internacional que esperaba con ansias un triunfo del Sí que pudiera poner fin a un conflicto armado de más de seis décadas de duración. Solo 13 de casi 35 millones de ciudadanos habilitados acudieron esta vez a expresar su decisión en un país donde los altísimos índices de abstención son la regla. Por caso, en el proceso constituyente de 1991 solo acudió a votar 22% del padrón y en 2003, el último referéndum realizado no alcanzó el 25% de participación que se requería para legalizarlo. La democracia en Colombia hace décadas que está mal herida.
Una primera reflexión es que la campaña triunfante por la paz sucedió fronteras afuera de Colombia. El mundo siguió expectante un arduo y extenso proceso de negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP en el que participaron un sinfín de observadores internacionales. En las últimas semanas hasta el papa Francisco se pronunció abiertamente por el fin del conflicto armado. Los resultados muestran que el sentir era otro muy diferente en el país. No hubo una variación en la participación electoral respecto a los datos de las últimas presidenciales. La Paz no consiguió movilizar a la ciudadanía como se esperaba: 63% del padrón no acudió a las urnas y más de la mitad eligió no refrendar los Acuerdos de La Habana. Una explicación posible es que no se consiguió construir e instalar políticamente la antinomia Paz vs. Guerra polarizando al electorado a partir de un clivaje profundo no coyuntural. La votación parece haber quedado ceñida a plebiscitar la actuación concreta del gobierno y la figura de Juan Manuel Santos.
Por otro lado, en el plebiscito se jugaba también la posibilidad de establecer unas nuevas coordenadas para la disputa política en Colombia. Como señala Javier Calderón, una victoria del Sí hubiera puesto en un horizonte cercano la posibilidad de discutir desde la izquierda el modelo económico y político de un país donde la desigualdad y la exclusión social son acuciantes. Este debate necesario está hasta ahora obstruido: todo aquel que se oponga al modelo económico neoliberal es reducido políticamente con las etiquetas «guerrilla» y «violencia». La victoria del No es por eso una profunda derrota simbólica, pero fundamentalmente es una derrota política para los diversos sectores de la izquierda colombiana que deberán rearticularse para continuar impulsando el proceso de paz. La ultraderecha comandada por Álvaro Uribe y su política de violencia continúa mostrando su fortaleza. El país sigue en foja cero, las coordenadas de la guerra seguirán marcando los límites donde se mueve la disputa política. En estas condiciones, las perspectivas para la democracia colombiana tras el plebiscito son sombrías. Triunfó el No, el conflicto político sigue en marcha.
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