Creció como mariposa, en un terreno tomado «Herminda de la Victoria», Víctor Jara No agobian sus muros nuevos, leyendas de historia vieja, ni su juvenil pasado es momia de biblioteca «Pereira», Luis Carlos González El cronista pereirano Gustavo Colorado Grisales preguntaba si alguien recordaba por qué el Barrio Cuba se llama Cuba. Ciudad […]
Creció como mariposa, en un terreno tomado
«Herminda de la Victoria», Víctor Jara
No agobian sus muros nuevos, leyendas de historia vieja,
ni su juvenil pasado es momia de biblioteca
El cronista pereirano Gustavo Colorado Grisales preguntaba si alguien recordaba por qué el Barrio Cuba se llama Cuba. Ciudad cruel esta, que arranca furiosa sus raíces y se empeña en negar, esconder sus orígenes, su pasado; en sepultar con retroexcavadoras y toneladas de concreto su memoria.
He recogido algunas versiones sobre la fundación del barrio Cuba. Una presume que fueron terrenos de una hacienda tomados por multitudes de campesinos que huían de la violencia y la pobreza en la década del 60, invasión abanderada, protegida y liderada por el Partido Comunista, de donde vendría el particular nombre en homenaje al territorio libre de América, así como los nombres Leningrado, La Habana y La Isla, barrios aledaños. El Partido tenía como estrategia de lucha urbana apoyarse y cimentarse en barrios marginales que ayudaba a fundar, tal como había hecho en los años 50 con el famoso barrio Policarpa Salavarrieta en el centro de Bogotá; algo semejante hicieron los comunistas chilenos en el arrabal «La victoria» de Santiago, fenómeno que se replicaría rápidamente por todo el continente.
Otra versión la resume don Nacho Cardona [1] como un gran desfalco que hizo el Instituto de Crédito Territorial a dineros que John F. Kennedy regaló en su visita a Colombia para hacer casas a los pobres, platas que se utilizaron usurariamente porque la gente «acabó pagando sus casitas». Igual origen tendrían los barrios Boston y Kennedy, de los cuales hay replicas en muchas ciudades colombianas. El nombre Cuba -según don Nacho- proviene de una hacienda del mismo nombre llena de cañaduzales, remembranza inevitable con la isla, donde aquel iba a garitear hace muchos años siendo niño. También existe un sector ahora urbano en la zona llamado «la Hacienda».
Aceptando la conciliación que don Nacho hace de las dos versiones, en los alrededores del barrio Cuba políticos de izquierda como William Calvo (luego comandante del Ejército Popular de Liberación) o Gildardo Castaño (líder asesinado de la Unión Patriótica) protegieron invasiones ilegales de terrenos e hicieron proselitismo: así el plan de vivienda oficial se mezcló con tomas que se legalizaban al obtener el título del impuesto predial. Apenas una premonición de Pereira, la «ciudad sin puertas», que continua siendo hoy una de las principales receptoras de desplazados y una de las principales expulsoras de colombianos hacia el extranjero.
La geografía urbana en las ciudades del llamado tercer mundo está atravesada por este fenómeno caótico hijo de la pobreza, el atraso y la migración de campesinos hacia las ciudades que suponen las tomas de terrenos para solucionar el problema creciente de la vivienda. A diferencia de lo que piensan algunos, las «invasiones» no son invento colombiano. Mike Davis [2] -todo un clásico ya de la sociología contemporánea- revela en sus investigaciones tres de los mecanismos que han estimulado la enorme expansión urbana global del último medio siglo: invasiones o tomas de terrenos, autoconstrucción y «urbanizaciones piratas», estas últimas son proyectos urbanísticos realizados por inescrupulosos constructores sin reglamentación ni control alguno, concepto que Davis se llevó consigo en una visita al sur de Bogotá.
Bombay o Calcuta con sus Slums inmundos, Lima y sus Pueblos Jóvenes, Chile y sus Poblaciones, Medellín y las Comunas tan familiares a las Favelas del Brasil o los Geçekondus de Estambul, Buenos Aires con sus Villas; desde Ciudad Sadr en Bagdad, de la Ciudad de Gaza Palestina hasta Cité Soleil en Puerto Príncipe; de Ciudad Bolívar en Bogotá o Petare en Caracas a la Ciudad de los Muertos en El Cairo, el sur global expande y reproduce el caos en gigantescas aglomeraciones urbanas altamente degradadas que son insostenibles por esencia.
Lejos de una visión quimérica e ilusoria de la historia de nuestra ciudad, que considera estas tierras alumbradas por un progreso y pujanza únicas en el país -producto de la «raza» antioqueña y su epopeya colonizadora, versión criolla de la «raza» superior elegida- la historia de Pereira tiene pasajes oscuros y vergonzosos. Uno de ellos, que gran parte de su crecimiento está generado directamente con el desplazamiento de campesinos de las regiones aledañas, dinámica social que aun no finaliza. Otro, que su último «auge» se debe más a la exportación de cocaína y mano de obra a países extranjeros, que a la de café o manufacturas. Es decir, la historia de Pereira está hecha del sufrimiento propio y ajeno.
Ya el historiador Víctor Zuluaga [3] dejó claro cómo detrás del mito fundacional (acuñado por Hugo Ángel Jaramillo y los bambucos de Luis Carlos González) de una villa libertaria próspera y «socialista», que acoge con solidaridad desde sus tempranos orígenes a todo el que llega a sus lares, donde a cada colono se le entregaban tierras según su necesidad y capacidad, no hay más que eso: un mito. La verdad está intrincada en conflictos agrarios, litigios de linderos, problemas con los terratenientes iguales al de la concesión Aranzazu en los pueblos de Caldas o el de la Hoya del Quindío. Además, la consabida pelea contra el monte y la manigua. Años después, el devenir se intrinca entre los cordones de miseria y los tugurios sin acueducto y alcantarillado (como dice otra versión que fueron las casas del Barrio Cuba después de su fundación [4] ; como son hoy las casas en Caimalito o Puerto Caldas).
Antes que se acuñe un nuevo mito, el de la Renovación Urbana y la «Tierra de Oportunidades», el de la ciudad comercial occidentalizada y modernizada a palazos que cayó del cielo como los dineros de la cocaína, vale la pena recordar que una parte considerable del desarrollo urbano de la ciudad se debe al proceso descrito por Mike Davis en términos globales y por Jorge Enrique Robledo [5] en términos locales: la pelea a brazo partido de los pobladores más pobres contra los propietarios, las autoridades y especuladores del suelo por obtener lo que David Harvey llama «el derecho a la ciudad». Los nombres de muchos barrios Pereiranos son la huella más o menos visible de ese proceso: Salvador Allende, José Martí, José Antonio Galán, Destechados Camilo Torres, El Triunfo, Jaime Pardo Leal, Santiago Londoño [6] .
Tampoco es un proceso utópico y romántico de transformación social, otro mito, como creían hace 40 años las canciones de Víctor Jara y la Violeta Parra, los militantes comunistas colombianos o la izquierda Turca: la lucha por la vivienda acaba por ser igual a las reformas agrarias, los movimientos estudiantiles o las huelgas por salarios, una forma concreta y desordenada de solucionar un problema concreto e inmediato de la gente; pero también una forma tan eficaz de hacerse con una base de masas urbana, que llegó a servir generosamente a la presidencia de Allende en Chile o a la insurgencia de Sendero Luminoso en el Perú. En Colombia los burócratas tradicionales expropiaron a tiempo el modelo a la izquierda y a las milicias guerrilleras, utilizando para usufructo electoral la legalización de las tomas, los escasos planes estatales de vivienda (que usualmente sirven para reubicar invasores) o las «urbanizaciones piratas». Nombres de más barrios dan testimonio de esta otra variante del fenómeno: La Mariana (en honor a la abuela de unos politiqueros locales en los años 80), Villa Santana (mezcla explosiva de clientelismo con invasiones), en el mismo sector de Cuba que antes fuera bastión izquierdista los 2500 lotes, una parcelación que la sed burocrática subdividió y convirtió en 5000 pequeños solares que los pobladores autoconstruyeron con el sudor de las últimas décadas.
Los nombres de las invasiones más recientes –Pueblo Sol, El Dorado, El Plumón, Bosques del Otún, El Danubio, La platanera, La Laguna– y de las urbanizaciones dónde reubican los nuevos invasores –Tokio, El Remanso, Las Brisas– dicen muy poco de sí mismas, aunque la piel y los rostros de sus habitantes nos hablan de una guerra que no ha terminado y también de una migración que ya no llega solamente del campo sino de otras partes de la ciudad azotadas por la pobreza, el desempleo y el hacinamiento urbano.
Si como creen los indios guambianos la historia queda escrita en el territorio, la cuentan sus pliegues y cañadas, sus montañas o paisajes, entonces recorrer es conocer. Caminando por la ciudad y sus callejuelas, mirándola curiosamente desde las lomas cercanas podemos leer su pasado y observar las capas sedimentarias de su devenir. Un techo con tejas de barro puede anunciarnos súbitamente la edad de un barrio; un amontonamiento de altos y lujosos edificios aparecidos de la noche a la mañana da pistas de grandes capitales y dineros caídos del cielo; una calle con ranchos de guadua y tejados de de lata insiste sobre el origen probable de sus moradores; un sembrado de plátanos, caña y chontaduros en un barranco baldío anuncia las costumbres de los habitantes aledaños; un aroma a mierda de marranos nos explica de qué viven los invasores de tal o cual cañada [7] .
Por eso los «genios» de la planeación municipal hace años que se afanan en sepultar la arquitectura popular lugareña con toneladas de concreto y en llenar de pobres los cajoncitos uniformes e iguales de 35 metros cuadrados en las tristes periferias; por eso prefieren un feísimo puente de metal a uno tradicional de guadua que vale la mitad del presupuesto y nunca se caerá con un terremoto; la «renovación» de las grandes plataformas comerciales que aniquilaron las galerías con sus mercados tradicionales de verduleros, queseros y carniceros, la «renovación» que decreta crimen el comercio y rebusque callejero para darle un rostro «amable» a la ciudad, está en absoluta sintonía con esa concepción guambiana de la historia y el territorio: quieren borrar el pasado a fuerza de demoliciones y así volver a escribirlo, claro está, a su gusto.
Hay sólo una falencia: el desalojo de una invasión, la reubicación de una zona marginal o los planes de renovación urbana únicamente permiten -como la famosa remodelación parisina que hizo Haussmann [8] bajo el reinado de Napoleón tercero, patrón de todas las que conocemos- alejar el problema unas calles más allá, llevarlo a las afueras de la urbe para ocultarlo descaradamente o para maquillarle el rostro, pretendiendo acabar con los pobres sin acabar la pobreza.
Quizá el Angelus Novus, el «ángel de la historia», no sea esa figura despeinada que imaginaba Walter Benjamin, arrastrada hacia delante por eso que llaman progreso mientras contempla asustado e impotente el atrás: debe parecerse mejor a un cadáver aplastado bajo el pavimento de las autopistas, como esos obreros que, dicen, quedaron enterrados entre el concreto de las columnas del Viaducto; como ese boquete llagoso, ese cráter magnífico que bastó para hundir el antiguo parque del barrio Cuba, tan semejante a los cráteres de los civilizados misiles que se abatían por millares hace unos años sobre la otrora hermosa y misteriosa Bagdad, cuna arrasada y devastada de la civilización.
FOTOS – ARCHIVO PERSONAL
1- Demolición del antiguo parque del barrio Cuba. ¿Fue un bombardeo? ¿Fue un terremoto? No, fue un plan de renovación urbana que aprovecha la «destrucción creativa» para otorgar enormes ventajas al gran capital. En este caso, el beneficiario fue el monopolio del transporte masivo (Megabus S.A.) que construyó allí una estación de buses.
2- Vista panorámica de Pereira, se aprecian los signos de riqueza en contraste con la miseria y el despojo: el viaducto y las instalaciones de Carrefour a su costado izquierdo contrastan con los barrios de las orillas del río (abajo) que alguna vez fueran urbanizaciones ilegales en terrenos invadidos. El centro de la ciudad, donde la especulación inmobiliaria elevó los precios del suelo y desarrolló proyectos de edificios para oficinas y apartamentos contrasta a su vez con las periferias del costado derecho, barrios que crecieron tras la llegada masiva de campesinos desplazados durante la violencia de los años 50, asentandose en lo que entonces eran potreros o lotes baldíos en las vertientes del Río.
3- Vista de una callejuela de tierra en el Danubio, el barrio más alto de Pereira en el sector de Villa Santana. Ha sido una invasión desde hace dos décadas, varias veces desalojada o reubicada y varias veces invadida. Sus casas de madera frecuentemente arden en incendios, a los que Mike Davis llama el peor azote de las ciudades miseria.
4- Ranchos construidos con madera de guadua y desechos en Pueblo Sol (Municipio de Dosquebradas). Ésta fue una invasión que a mediados de los noventa logró a través de enfrentamientos con la policía y batallas legales, la adjudicación del terreno a los pobladores. Al fondo el barrio vecino, Destechados Camilo Torres, fue una urbanización de los años 70 lograda por la lucha de las entonces comunes «asociaciones de viviendistas». El nombre de este último es un evidente homenaje al sacerdote guerrillero colombiano. Se encuentran en una de las zonas más degradadas y empobrecidas del Municipio de Dosquebradas.
5- Asentamiento de la Platanera. Principalmente habitado por desplazados negros del Chocó que llegaron a finales de los 90 huyendo de la guerra. Los enjambres de niños son la música cotidiana de las invasiones.
6- La Platanera. Tomó su nombre de cultivos de plátano que los negros sembraron en las cañadas aledañas. En la foto se aprecian algunas matas de caña de azucar. Actualmente este asentamiento ha sido reubicado en planes de vivienda para desplazados en el sector de El Remanso.
7- Construcción de una casa en la Platanera. Los elementos siempre presentes son la madera de guadua y sus esterillas, los plásticos o latas para el techo y los costales para formar las paredes. El piso suele ser de madera, tierra o cemento sin revocar.
8- Asentamiento de Bosques del Otún. Esta invasión ocupaba una ladera boscosa del Río Otún con medio millar de casas en guadua, actualmente sus pobladores fueron reubicados en la urbanización Tokio. Al fondo de la foto logra apreciarse el sector de Nacederos, una invasión de décadas pasadas que se apropió de los terrenos públicos por donde pasaba el ferrocarril y logró legalizarse.
9- Bosques del Otún. La arquitectura de las casas, no obstante su pobreza, conservaba una identidad muy original y peculiar lograda por las texturas y diseños de guadua que un lugareño realizó voluntariamente para decorar todas las fachadas.
10- Bosques del Otún. La mayoría de los habitantes eran campesinos negros provenientes del Chocó, desplazados después que la ofensiva paramilitar arreciara en el litoral pacífico a finales de los 90 y comienzos del nuevo milenio.
11- Una callejuela en Bosques del Otún. Mike Davis definió esta geografía urbana caótica y miserable como el nuevo escenario global de confrontación en la lucha de clases.
NOTAS DEL AUTOR:
[1] Don Ignacio Cardona vive en la Cuchilla de los Castro (Cuba, Pereira) y nos ofreció su testimonio para escribir este artículo.
[2] MIKE DAVIS, «Planeta de Ciudades Miseria», Foca Ediciones, Madrid, 2007.
[3] VICTOR ZULUAGA, «La nueva historia de Pereira: Fundación», Universidad Tecnológica de Pereira , 2004.
[4] «Historia del Barrio Cuba», Enfokados – Diario del Otún, Pereira, 5 de Marzo de 2010.
[5] JORGE ENRIQUE ROBLEDO, «El drama de la vivienda en Colombia», El Áncora Editores, Bogotá, 1985.
[6] Santiago Londoño fue un destacado dirigente Comunista de la ciudad, sin embargo era un adinerado miembro de la élite. Jaime Pardo Leal fue el candidato presidencial por la Unión Patriótica, asesinado en 1987. El nombre del barrio «El triunfo» se refiere a la culminación de la lucha de los invasores por la adjudicación del terreno. Es igual al famoso arrabal izquierdista de Santiago de Chile «La victoria».
[7] El barrio la Laguna fue una invasión que se incendió en su totalidad a comienzos de 2008 (apróximadamente 500 habitantes) . Los pobladores tenían varias marraneras ilegales en las que criaban cerdos para comercializar luego clandestinamente la carne.
[8] FEDERICO ENGELS, «Contribución al problema de la vivienda», Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú.
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