Los esclavos no son una categoría creada en este tiempo, es una vergüenza que viene desde la antigüedad, la diferencia es que ayer sabían su condición y aspiraban a superarla. Entramos al mundo del futuro, a los años del 2000, con un sistema que se ha impuesto de modo inconsulto, sin discusión, ni participación, sólo […]
Los esclavos no son una categoría creada en este tiempo, es una vergüenza que viene desde la antigüedad, la diferencia es que ayer sabían su condición y aspiraban a superarla.
Entramos al mundo del futuro, a los años del 2000, con un sistema que se ha impuesto de modo inconsulto, sin discusión, ni participación, sólo con fuerza y protegidos por la idea que sus acciones cuentan con la seguridad de la impunidad.
Las formas modernas de la esclavitud se dejan ver en la formas de sometimiento que las transnacionales, «los países desarrollados» y sus organizaciones de dominio, como el Fondo Monetario Internacional, mantienen a los pueblos.
La esclavitud neoliberal, tiene por cierto otros látigos y formas de sometimiento como el endeudamiento interno, el financiamiento forzado de obras y acciones para las que no es consultado el pueblo; la marginación y la exclusión de las grandes mayorías.
Los neoliberales que implementaron el sistema y administran la riqueza y el poder, carecen a su vez de interés por el mañana, los habita la desesperanza y por ello no se sienten responsables de la muerte de los suelos, de la contaminación o de la aguas enfermas que disminuyen el derecho a la vida y a la alimentación adecuada y sana de sus pueblos.
Mientras griegos y romanos consideraban la sabiduría y el fomento cultural como un eje central de sus mundos, los «emperadores neoliberales de las transnacionales» y sus actuales tribunos;» la clase política y su burocracia», se han dado con incansable perversión a la tarea de desinformar y deformar el ánimo de libertad de la personas.
Los «nuevos emperadores», en cualquiera de sus niveles, en ocasiones hasta la posición de jefe o de autoridad en tránsito, los lleva patéticamente a asumir ese rol absoluto; y deciden por todos, hasta por las generaciones que vienen, lo que debe ser sin haber pasado por la reflexión ni la discusión.
La palabra, la música, la matemática, la relación con el espacio, la internalización de los llamados conocimientos adquiridos, la existencia cierta de los intereses personales y colectivos, la naturaleza; todas esas formas que hacen posible la armonía, simplemente se desconocen, y se opta por la soberbia encendida de vanidad de las pobres criaturas que en nombre del dinero demoran el desarrollo de los pueblos.
Allí están, vestidos de autoridades, sin tantos problemas de competencia pero con muchos de incompetencia, han construido las ciudades sólo con cemento, aceros y vidrios, pero sin sentido ni de la vida ni de la belleza.
Y los «esclavos», los nuevos, lo de ahora, los actualizados por el sistema, no tan solo han dejado de tener el derecho de la libertad, siguen sintiendo además que «Dios, la vida o el Gran Arquitecto es el dinero», que los de arriba son los que saben y que los errores son fatalidades que persiguen injustamente a las dirigencias autoritarias y absolutas.
Un nuevo darse cuenta viene, sabiendo que en todo nuevo proyecto, si hay algo que exista, es conveniente volver a plantearlo, hasta que en verdad sea nuevo.
Después de este breve pero dañino y salvaje capitalismo, esperan los seres humanos un movimiento diferente, que deje al dinero en su lugar y a las personas promoviendo la construcción de los contentos que hacen falta para que reconstruyamos la dignidad humana y creemos un nuevo y más esclarecido sentido común, distinto al que domina ahora, a este perfil neoliberal.