Finalmente, se supo la verdad. Chile entregó armas a Ecuador en plena guerra con Perú a comienzos de 1995, a pesar de ser garante de la paz entre los dos países de acuerdo al Protocolo de Río de Janeiro de 1942. La llamada «guerra del Cóndor» en la frontera peruana-ecuatoriana, duró 22 días y causó […]
Finalmente, se supo la verdad. Chile entregó armas a Ecuador en plena guerra con Perú a comienzos de 1995, a pesar de ser garante de la paz entre los dos países de acuerdo al Protocolo de Río de Janeiro de 1942. La llamada «guerra del Cóndor» en la frontera peruana-ecuatoriana, duró 22 días y causó 66 víctimas fatales. ¿Cuántos peruanos murieron por proyectiles y granadas que Chile entregó a Ecuador en pleno conflicto? Luego de negativas enfáticas -incluso agresivas- que se mantuvieron por semanas, el gobierno reconoció los hechos, aunque lo hizo de manera oblicua y sin aclarar el detalle de lo sucedido. Una carta -publicada el pasado 6 de mayo- del entonces canciller subrogante -que reemplazaba a Insulza en ese cargo-, y actual embajador en Londres, Mariano Fernández, se encargó de dar explicaciones oficiosas. Desde luego, Fernández no procedió por propia iniciativa. Pero lo suyo fue una confesión tardía y parcial del grave error cometido por Chile en 1995. Fernández hizo un relato cronológico: el 12 de septiembre de 1994 se aprobó «una exportación de municiones a Ecuador». Pasó el tiempo y por razones que Fernández desconoce, Ecuador no retiró el material bélico. En los días en que «se iniciaba el conflicto» (a fines de enero de 1995), Ecuador retiró el material de guerra que le fue entregado sin problemas, aunque esto violaba la normativa internacional que prohíbe vender armas a países en conflictos. La información divulgada en Perú -que en Chile se entrega con cuentagotas- indica que no sólo se trató de municiones, como admite la versión del gobierno chileno. El material vendido por las Fábricas y Maestranzas del Ejército (Famae) -que entonces dependía del comandante en jefe del ejército, Augusto Pinochet-, incluía cerca de 20 millones de proyectiles calibres 9 y .50 milímetros. Pero además misiles aire-tierra, granadas incendiarias y granadas de 90 milímetros para tanques, 30 mil minas antipersonales Claymore, municiones par a morteros y más de 50 mil granadas. Estos pertrechos fueron recogidos en varios vuelos de aviones C-130 de la Fuerza Aérea ecuatoriana. Una primera partida salió el 1º de febrero en dos vuelos que hicieron una escala técnica en Río Branco, Brasil. Luego hubo otros tres vuelos a Ecuador, aunque la hoja de ruta de los aviones señalaba que el destino final era el Oriente Medio. El mismo 1º de febrero de 1995, el servicio de inteligencia peruano detectó el embarque de armas a Ecuador y ordenó al agregado militar en Santiago, coronel Carlos Portillo, que reclamara a las autoridades chilenas. Esto motivó que al día siguiente el canciller chileno subrogante visitara al embajador de Perú, Alfonso Riveros, para reconocer lo que ahora Fernández califica de «desgraciada coincidencia». Le expresó al embajador peruano que Chile no había «tenido alternativa» ya que la venta se «había perfeccionado con antelación» y el Estado chileno «mantenía un rigor severo en materia de cumplimiento de contratos». Al día siguiente, el embajador Riveros informó a Fernández que el gobierno peruano y el presidente Fujimori «habían sido informados y que la decisión era dejar las cosas como estaban y que no habría declaración alguna por parte de Perú». Esa es la verdad oficial, aceptada por Perú a través de Fujimori que en estos días reconoció los hechos, aclarando que había decidido no denunciar la situación por razones de conveniencia nacional al estar en pleno desarrollo el conflicto con Ecuador. Por lo tanto, el hecho escueto es que Chile entregó armamento a Ecuador en medio de una guerra con Perú. Nuestro país tenía -y tiene- la obligación de contribuir a la paz entre los entonces Estados beligerantes, como garante del Protocolo de Río junto a Argentina, Brasil y Estados Unidos. Hasta la declaración de Mariano Fernández, la posición chilena, explicitada por el ministro de Defensa, Jaime Ravinet, era que las municiones se habían entregado antes de la guerra. Esa versión era falsa. Y correspondería asumir pública y explícitamente ese hecho. Oficiosamente, sin embargo, se sostiene que la disputa corresponde a razones de política interna de Perú, principalmente al deterioro de la posición del presidente Alejandro Toledo, ya que las autoridades peruanas «sabían» desde 1995 lo que efectivamente había sucedido. Sin embargo, el hecho de que Perú supiera no invalida la mentira en que incurrió el gobierno chileno. Por otra parte, si todo era normal (dado que Perú «sabía»), ¿por qué el gobierno de Chile no reconoció el hecho desde el primer momento y prefirió el camino de la negativa y la mentira? No debe olvidarse, además, que no fue Perú el que planteó el problema. Hubo denuncias de un general ecuatoriano que obligaron tanto a Perú como a Chile a pronunciarse. Finalmente, la declaración de Fujimori reafirma, efectivamente, la versión chilena, pero tampoco absuelve a Chile de la violación de sus obligaciones de «garante». Simplemente dice que se prefirió dejar pasar el asunto para no agravar las cosas. Perú estaba perdiendo la guerra y denunciar a uno de los países garantes habría complicado las posibilidades de intervención de éstos en la solución del conflicto. La razón que aduce el embajador Fernández para justificar la entrega de municiones a Ecuador, o sea «el rigor severo en materia de cumplimiento de contratos», es absurda. Significa reducir las relaciones entre Estados al ámbito de la ética mercantil. Mucho más que el respeto a un contrato comercial debió prevalecer la calidad de garante del Protocolo de Río, que es un compromiso de Estado. Por otra parte, lo habitual es que en caso de conflicto los países -aunque no sean garantes de nada- no entreguen armas a los beligerantes, como una forma de contribuir al restablecimiento de la paz. Hay múltiples ejemplos: como cuando en una de las guerras entre Israel y los países árabes, Francia impidió el zarpe de misileras israelíes construidas en ese país, para que no participaran en el conflicto. Las relaciones con Perú pasan por un mal momento. A esto contribuyen las actitudes de la Cancillería y del gobierno chileno, que actúan de manera poco cuidadosa propiciando el agravamiento de potenciales conflictos. No son los pueblos latinoamericanos -y menos los que son vecinos- quienes ganan con estas situaciones conflictivas, que favorecen sólo a los interesados en dividir a las naciones hermanas para dominarlas sin contrapeso. El gobierno debe desplegar una política especial de acercamiento a los vecinos. No es casualidad que la imagen de Chile sea la de un país aislado, arrogante y agresivo. Una encuesta reciente señala que casi el 50 por ciento de los peruanos considera a Chile un enemigo de su país. Sólo el 12 por ciento lo estima amigo. No cabe duda, a la luz de los hechos, que el gobierno chileno está en la obligación de pedir disculpas públicas al Perú. Es necesario también que los ciudadanos chilenos se pronuncien y actúen en ese sentido. Especial importancia tiene el tratamiento y consideración que merecen los inmigrantes peruanos, habitualmente discriminados, explotados y con frecuencia víctimas de acoso policial en Chile. Llamamos a organizar un movimiento de amistad y solidaridad chileno-peruano, que se materialice a través de las organizaciones sociales, culturales y políticas de ambos países. Llamamos a fortalecer los intercambios y relaciones y a estrechar los contactos con las comunidades y organizaciones de peruanos residentes, lo que debe convertirse en práctica regular de acercamiento y fraternidad entre nuestros pueblos.