Las corrientes políticas tienden en estos días a regresar a sus cauces originales. Un cambio de ruta antes del colapso mayor. Aquella catástrofe procesada en Argentina en menos de cuatro años se engarza con el paquetazo del FMI en Ecuador y las reacciones ciudadanas en ambas latitudes. El neoliberalismo recargado está entregando sus señales terminales. […]
Las corrientes políticas tienden en estos días a regresar a sus cauces originales. Un cambio de ruta antes del colapso mayor. Aquella catástrofe procesada en Argentina en menos de cuatro años se engarza con el paquetazo del FMI en Ecuador y las reacciones ciudadanas en ambas latitudes. El neoliberalismo recargado está entregando sus señales terminales.
El caso chileno, que ha sido levantado durante décadas cuan modelo regional, hoy se queda solo sin presente ni horizontes. Ni excepción ni rareza. En un deterioro progresivo, las corporaciones, sus controladores y sus representantes políticos intentan apuntalar la estantería neoliberal que se viene abajo. Bajo crecimiento del producto y caída de las expectativas sumado a una crisis ambiental global que en un futuro cercano restará puntos a las economías sectoriales.
La campaña que ha levantado el gobierno contra el proyecto de ley para reducir la jornada laboral en 40 horas semanales continuas tiene rasgos de desesperación. Un proyecto de ley que no ha sido consecuencia de presiones sindicales, paro ni manifestaciones callejeras. Es una iniciativa que levantan diputadas comunistas como canalización natural de un malestar amplio y permanente, como el estrés y la depresión laboral, y que sigue una mayoría parlamentaria. ¿Por qué? Porque es la reacción al sentir cansado de la trabajadora y el trabajador que dedica de diez a doce horas diarias actividades alienantes bajo las exigencias de un sistema económico y político que reduce su vida al trabajo y el consumo. Ante esta evidencia, la reducción a 40 horas semanales de la jornada laboral se levanta como un derecho social, diríamos humano, apoyado por mayorías parlamentarias.
Es extraño este apoyo en un parlamento que ha sido la extensión de los poderes económicos durante varias décadas. Extrañeza que tiene como respuesta la crisis terminal que tiene en Latinoamérica y el mundo el modelo de libre mercado desregulado con sus ramificaciones en la desatada corrupción de los sistemas políticos.
Las presiones de los grandes capitales rinden hasta el momento sus frutos en la reacción del gobierno y los medios afines. La ultraderechista Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), aquella asociación de oligarcas, vuelve a aparecer diariamente en la prensa anunciando a los cuatro vientos las calamidades medidas en puntos del PIB y en la tasa de desempleo. La estatal Codelco se suma al sector privado y advierte que perderá cientos de millones de dólares si rebaja la jornada laboral, en tanto El Mercurio la semana pasada atemorizaba a la ciudadanía con el alza de los gastos comunes en edificios y condominios por los honorarios de los guardias y conserjes. La campaña del terror está desatada.
El gobierno ha echado mano a las políticas de los consensos y convoca a poco admiradas figuras de una decadente exConcertación que rechazan el recorte de la jornada laboral. Bien sabemos que la Concertación integró a socialdemócratas conversos en neoliberales y fundamentalistas del mercado sin remedio. En esta segunda categoría están los convocados, presentados como exministros de Michelle Bachelet durante la guerra de guerrillas tributaria levantada por la alianza Chile Vamos hace demasiados pocos años. La política en tiempos de desesperación, además de torpe, es para olvidadizos.
Olvida el gobierno que el turno de los «técnicos», de los economistas y los empresarios ha pasado. El viejo paradigma único que levantó los consensos entre las elites como un beneficio para la ciudadanía, que proclamó el crecimiento económico como motor del desarrollo, no solo está en el suelo sino que es objeto de repudio y desprecio. Es la fuente de la indignación desde Buenos Aires, París a Hong Kong. ¿Por qué no también en Santiago y Chile?
Qué pueden decirle a las trabajadoras y trabajadores quienes han fomentado por décadas el crecimiento económico para la fruición de grandes corporaciones y especuladores internacionales. Aquellos funcionarios del gran capital, presentados como «técnicos», son precisamente quienes han conducido hacia la mayor concentración de la riqueza en la historia de estas y otras latitudes.
Aquellas mesas de técnicos y expertos están destinadas al fracaso más absoluto porque son excluyentes y sesgadas. Bien recordamos en el gobierno pasado, supuestamente progresista, la mesa para resolver la crisis de las pensiones. Mesas, paneles, foros que excluyen a las trabajadoras, a los colectivos, comunidades y ciudadanía porque conspiran contra ellos.
El gobierno de Sebastián Piñera junto a la Sofofa y las corporaciones industriales y financieras tal vez podrán levantar un aparato de propaganda y del terror. Pero no lograrán convencer ni atemorizar. Décadas de neoliberalismo, de desregulación a favor del capital es tiempo suficiente para constatar la falacia del crecimiento y la estabilidad. ha sido demasiado tiempo para el beneficio sin pausa ni límites de accionistas y controladores. El inicio de la retirada de los neoliberales debiera ser también el comienzo del tiempo y la oportunidad de los y las trabajadoras. En suma, de las personas.
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