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Piñera: los peligros de un hiperventilado con viento de cola

Fuentes: Diario Red Digital

Uno de los temas recurrentes en los despachos de los más lúcidos y experimentados entre la legión de enviados especiales de la prensa internacional, fue la omnipresencia, ubicuidad y desmedido afán de protagonismo del Presidente de Chile, quién se comportó como el Gerente General del mediático rescate de los 33 mineros desde el fondo de […]

Uno de los temas recurrentes en los despachos de los más lúcidos y experimentados entre la legión de enviados especiales de la prensa internacional, fue la omnipresencia, ubicuidad y desmedido afán de protagonismo del Presidente de Chile, quién se comportó como el Gerente General del mediático rescate de los 33 mineros desde el fondo de la mina San José.

Dicha conducta no se explica sólo en función de ciertos rasgos, como el egotismo, la hiperventilación y la megalomanía, evidentes en su personalidad.

Tampoco porque esté convencido, como de hecho lo está, de que la política moderna se hace a través de los medios de comunicación, o por empatía de naturaleza emocional.

En rigor, son factores contribuyentes, pero no alcanzan para describir las razones por las cuales Sebastián Piñera se haya mantenido ininterrumpidamente frente a las cámaras durante las 30 horas que duró la transmisión televisiva; que haya esperado, recibido, acogido, abrazado, acariciado, felicitado, agradecido, cortejado, mimado, bendecido y aconsejado a cada uno de los 33 mineros y los seis rescatistas; que haya perpetrado discursos por cadena de televisión al principio, a la mitad y al final del espectáculo y que todavía le haya quedado fuerza para concurrir al hospital a tomarse la mediática foto con los 33, a quienes, encima, retó a enfrentarlo en un partido de fútbol…en el Estadio Nacional.

Piñera no obra de esa manera sólo por cálculo de los réditos políticos que le acarrearán sus cinco minutos de fama mundial, o nada más por remontar la ola de las encuestas, de las que es adicto como a la adrenalina.

Lo hace porque se atiene a un libreto deliberado, de refinada concepción y depurado diseño, en virtud del cual asumió que en su período no tendrá mejor ocasión para impulsar y profundizar un proyecto político específico:

la culminación de la modernización capitalista de cuño neoliberal, emprendida a mediados de los 70 por la primera generación de economistas de Chicago,

-entre los cuales estaba su hermano José, por más que nunca estudió allí-; proyecto que perdió garra y empuje en la molicie de los veinte años concertacionistas, según el diagnóstico de los halcones de la derecha criolla.

La novedad estriba en que para ese fin, se vale de un inédito y desenfrenado populismo de derecha.

Dentro de las múltiples acepciones del concepto, este análisis asume aquella que lo define como el conjunto de «medidas de gobierno populares, destinadas a ganar la simpatía de la población», a pesar de que, o más bien por lo mismo, son invariablemente contrarias a sus intereses.

En otras palabras, no sólo a la ignorancia o a la estulticia, sino también a esa estrategia, obedecen los tópicos y lugares comunes que preñan el discurso de Piñera, tales como: «los chilenos buscamos a nuestros mineros como si fueran nuestros hijos; los encontramos con la ayuda de Dios y los rescatamos como chilenos»; «Dios nos ha puesto a prueba este año, pero nunca Dios nos pone una carga que no seamos capaces de sobrellevar»; «enfrentamos el rescate de nuestros 33 mineros unidos, lo hicimos a la chilena y eso significa que lo hicimos bien, con unidad, con fe y con esperanza», «creo que hoy Chile está más unido y más fuerte que nunca, y es un país más respetado y más valorado en el mundo entero», o «me siento orgulloso de tener el privilegio y la responsabilidad de ser el Presidente de todos los chilenos»; perpetrados en un solo envite, por asombroso que parezca.

En ese sentido, el show del rescate le vino a pedir de boca no sólo por la oportunidad -en agosto, Piñera era el presidente con menor aprobación desde 1990- sino porque permitió el pleno despliegue de la estrategia y el discurso populista:

-lo mostró como un omnipotente Gerente General, que toma decisiones sin consultarle a nadie, y que encima le resultan;

-la solución del problema se redujo a una concurrencia de saberes técnicos, que operaron detrás de la barrera de contención, aislados de la menor concepción, participación o discusión democrática;

-las deficiencias de orden estructural, político y social, tales como la precariedad de las condiciones de trabajo de la mina San José y la lenidad de los organismos de regulación y supervisión, quedaron mediatizadas y opacadas por la resiliencia y heroismo individual de los 33 mineros, y el disciplinado comportamiento de sus familiares;

-las responsabilidades remiten exclusivamente a los propietarios de la mina, quienes -cabe apostarlo sobre seguro- serán impiadosamente linchados publicamente por los adocenados y adoctrinados medios de comunicación, a pesar de que no son más culpables que la legislación que permitió sus tropelías.

Resulta casi innecesario consignar que el guión de Piñera contó con la aquiescente e inestimable colaboración del sistema mediático, cuya obsesiva cobertura, rayana en la patología y el surrealismo, da para otro análisis.

En contraste a banalidades tales como el menú de los mineros en tal día de su cautiverio; las dos mujeres de este o la personalidad envolvente de aquel, los detalles más triviales de las historias familiares reiterados hasta la nausea o las invitaciones y regalos recibidos por los 33, los chilenos ignoran que el mismo día del rescate, los otros 328 trabajadores de la mina San José recibieron la notificación de despido, sin indemnización por causal de quiebra.

Tampoco son informados de que sólo en 2009 se registraron más de 191 mil accidentes laborales en el país, con 443 muertos, y que sólo en el primer trimestre de 2010, han fallecido 155 trabajadores.

Menos aún, de que l os accidentes mineros dejaron 373 muertos en Chile en la última década, y 31 en lo que va del año.

Para los medios chilenos, parece irrelevante que en la propia Compañía Minera San Esteban hayan muerto tres mineros desde 2002 a la fecha, y que en los últimos quince días, mientras el show mediático del rescate alcanzaba el clímax, fallecieran víctimas de accidentes otros dos mineros, en Petorca y la Ligua.

Un ejemplo arquetípico del neopopulismo de derecha que se abate impiadosamente sobre los chilenos es el acuerdo político entre el Gobierno y la Concertación que permitió la aprobación parlamentaria de la modificación del impuesto específico a la gran minería del cobre, mal llamado royalty, en los mismos instantes en que las banderas patrias flameaban por doquier, el Presidente se despachaba un discurso tras otro de un chauvinimo apabullante y se coreaba el ceacheí hasta porque alguien se tiraba un flato.

Ebrios de patrioterismo de charreteras e intoxicados por la interminable chacota de los medios de comunicación, los chilenos parecen ignorar el hecho -y si lo saben, tanto peor- de que mientras CODELCO ha aportado alrededor de 70 mil millones de dólares desde 1971 a la fecha, las transnacionales del cobre, sólo en los últimos cinco años, han exportado más de 90 mil millones de dólares por concepto de utilidades e intereses del capital, y que en el mismo período han tributado apenas poco más de nueve mil millones, según datos del Servicio de Impuestos internos, que cualquiera puede comprobar.

Y encima, a cambio de mil millones de dólares en dos años, para financiar la reconstrucción, el acuerdo entre el Gobierno y la Concertación, les entrega beneficios tributarios, en cálculos conservadores, por no menos de cinco mil.

Pero el meollo del asunto no estriba en unos dólares más.

El proyecto del patriota Piñera les garantiza a las transnacionales que su liviana carga tributaria no podrá ser modificada por los próximos cuatro gobiernos. Eso en teoría, porque las fuerzas del cambio nunca deben perder de vista el antiguo aforismo jurídico, de que las leyes se deshacen como se hacen. Pero, a juzgar por la vuelta de carnero de la cúpula concertacionista en apenas un par de meses, tal parece que los cañonazos de millones de dólares siguen siendo irresistibles.

Es el mismo discurso populista que habla de la creación de un millón de empleos, en tanto se despide a miles de trabajadores del sector público; o que proclama finalizada la emergencia del terremoto, mientras decenas de miles de damnificados siguen viviendo en mediaguas; o que se jacta de un presupuesto superior en 10% al de 2009, que en términos reales es de 5%, y si se afina el análisis, en rigor es deficitario en términos del gasto social.

Piñera dijo que en pocos días más, espera anunciar un nuevo trato con los trabajadores chilenos, y en verdad cabe temerlo.

En materia de seguridad del trabajo en las minas, bastaría que el Gobierno envíe al Parlamento un proyecto de ley que ratifique el Convenio 176 de la OIT, sobre Seguridad y Salud en las Minas. Pero no lo hará, por la sencilla razón de que dicho convenio permite que los trabajadores paralicen las faenas que no consideren seguras, sin ser despedidos por ello; como probablemente tampoco enviará proyectos que ratifiquen el C onvenio 155 sobre Seguridad y Salud de los Trabajadores, la Recomendación 164 y el Convenio 187 sobre el marco promocional para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, que obligan al país signatario a definir una política nacional de seguridad y salud ocupacional de los trabajadores.

En cambio, es muy probable que se limite a anunciar medidas de corte técnico, como recauchar el Reglamento de Seguridad Minera y darle estatura de ley, o ampliar las facultades y recursos del SERNAGEOMIN, que no cabe desdeñar, porque igual mejoran las condiciones de seguridad, pero que evaden el fondo del problema, consistente en la participación de los propios trabajadores en el cuidado de su seguridad laboral y salud ocupacional.

Mucho más temible es el anuncio de una reforma laboral.

Impulsado por el viento de cola de su éxito en el rescate de los mineros, y a cambio de un par de concesiones menores; entre ellas probablemente una limitada ampliación de la negociación colectiva, cabe apostar sobre seguro que Piñera intentará meter de contrabando la «modernización del mercado laboral» que obsesiona desde hace años a la derecha y el empresariado, con medidas tales como la consagración legal de la flexibilidad laboral; la supresión de la indemnización por años de servicio y el debilitamiento aún mayor del movimiento sindical, mediante la rebaja a cinco el número mínimo de trabajadores para constituir un sindicato.

Todo esto, por cierto, en nombre del bienestar de los trabajadores y del empleo. No hay que olvidar que su hermano José arrasó con derechos y conquistas obtenidas durante décadas de lucha del movimiento popular, en función de una libertad de elegir que los trabajadores jamás pidieron.

Gente como los hermanos Piñera no obra de esa manera porque sean particularmente malévolos o detesten a los sectores populares, sino porque están convencidos de que despejar toda regulación o traba del capital, constituye la única vía posible hacia el desarrollo, y por tanto, al bienestar de los trabajadores, por más que ese empeño se haya estrellado contra la realidad durante los 35 años de vigencia del modelo neoliberal.

Durante la campaña electoral, no fueron pocos los que adviertieron el riesgo que implicaba la suma del poder en posesión de la derecha.

Es lo que Sebastián Piñera está utilizando, sin economía de recursos, cálculo de consecuencias o concesión a los «balances y equilibrios», tan caros a la derecha mientras fue oposición.

Encima, tiene a favor su audacia, su innegable habilidad para la pelea corta y el desorden de la Concertación.

A esta altura, lo único que puede refrenar su ímpetu avasallador es la recomposición de un fuerte movimiento popular, con vocación de poder y con la capacidad de desbordar el estrecho marco de la lógica binominal.

– Fuente: http://www.diarioreddigital.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=1562:los-peligros-de-un-hiperventilado-con-viento-de-cola-&catid=53:analisis&Itemid=69