La dispersión de las numerosas candidaturas presidenciales ha situado al candidato de la derecha tradicional, Sebastián Piñera, en una posición muy ventajosa de cara a las elecciones de este año. Frente a fuerzas políticas hasta ahora desarticuladas y enfrentadas, Piñera logra concitar el apoyo de su base dura, sosteniéndose en el cómodo respaldo que le […]
La dispersión de las numerosas candidaturas presidenciales ha situado al candidato de la derecha tradicional, Sebastián Piñera, en una posición muy ventajosa de cara a las elecciones de este año. Frente a fuerzas políticas hasta ahora desarticuladas y enfrentadas, Piñera logra concitar el apoyo de su base dura, sosteniéndose en el cómodo respaldo que le brindan los grandes medios de comunicación, la mayoría de las empresas encuestadoras -financiadas por su propio sector político-, y los dos grandes partidos de la derecha, que parecen muy disciplinados tras su candidatura.
La inevitable pregunta que deja su candidatura radica en la forma cómo razonan éticamente sus adherentes. ¿Cómo es posible adherir, votar y sostener a un candidato que presenta antecedentes de corrupción tan graves como los de Piñera? El prontuario acumulado por el ex presidente se podría resumir en tres etapas, antecedentes que conviene revisar antes de responder este cuestionamiento.
La primera fase en la carrera de Piñera se debe analizar como una etapa de acumulación por desposesión, anterior a sus incursiones políticas, y abarca toda la construcción de su fortuna, especialmente por medio del negocio de las tarjetas de crédito. Esta actividad nunca hubiera sido posible si no se hubiera desempeñado anteriormente como gerente general del Banco de Talca, proceso en el cual logró una base financiera para sus operaciones posteriores. Recordemos que a partir de la asesora Infinco, de su propiedad, Piñera se otorgó a sí mismo millonarios préstamos que luego, reinvirtiéndolos en el mismo Banco, lograron capitalizar de forma ficticia a esa entidad. Se calcula que el capital y las reservas del banco de Talca llegaban en ese momento a unos 40 millones de dólares, mientras que los préstamos a Piñera fueron muy superiores a esa cifra. Por este motivo, el banco quebró y se dictó una orden de detención en su contra. Pero entonces la ministra de Justicia de la dictadura, Mónica Madariaga, intercedió por él ante el ministro de la Corte Suprema Luis Correa Bulo. De esa forma dejó de estar prófugo de la justicia y se reinsertó en el mercado, asociándose a Bancard, una empresa que empezaba a introducir en Chile el sistema de tarjetas de crédito.
NEGOCIOS AL POR MAYOR
En la actualidad el número de tarjetas de crédito en Chile es muy superior al resto de países de América Latina. En promedio los adultos chilenos tienen tres tarjetas por persona, por lo cual hay más tarjetas que habitantes. Y 4 millones 200 mil personas viven con morosidad en este sistema, que se basa en asociar la tasa de interés al riesgo del cliente, es decir, mientras un cliente es más riesgoso, se le castiga con una tasa de interés superior, mientras que a un cliente adinerado, se le concede una tasa de interés inferior. Piñera fue exitoso en este campo porque fue el pionero en crear una tarjeta de crédito para los segmentos económicos bajos, desarrollando la desaparecida tarjeta Magna, que en 1993 vendió al Banco Santander el que la redefinió bajo la marca Benefe.
La segunda etapa de la carrera de Piñera le permite consolidar su fortuna y expandirla. Para ello se activa en la política, siendo elegido senador en 1989. Aunque tanteó incorporarse al partido de su padre, el DC José Piñera Carvallo, vislumbra mayores posibilidades en Renovación Nacional, ya que su participación electoral le va a permitir consolidar sus inversiones en sectores claves y políticamente sensibles. Adquiere una participación importante de LAN, de Chilevisión, Colo Colo, Farmacias Ahumada, SQM, sólo por nombrar algunas empresas que tienen un factor en común: la necesidad de contar con resguardos, información y apoyos políticos para lograr su expansión y evitar la sanción judicial. Sin esta trenza entre política y negocios le hubiera sido imposible consolidar sus ganancias y evadir la justicia.
La tercera fase de vida de Piñera es su paso por La Moneda, proceso donde la vorágine de relaciones entre los negocios y la política llegó a un nivel mucho más sofisticado y complejo, gracias a los mecanismos ideados para evadir el fideicomiso ciego al que formalmente se había adherido, ya que sus inversiones en el extranjero quedaron fuera de este mecanismo. De esa forma hoy sabemos de los negocios de Piñera en Perú siendo presidente y en medio del fallo de La Haya. Comentando la historia del candidato, el economista Eduardo Engel llega a una conclusión lapidaria: «Basado en un sinnúmero de anécdotas, me atrevo a especular que el problema de fondo por el cual Sebastián Piñera nunca tomará la distancia debida de sus intereses financieros tiene que ver con su naturaleza. Necesita de la adrenalina que generan las inversiones riesgosas, de la recompensa que siente al ser exitoso en una apuesta financiera. Al igual que en la fábula del escorpión y la tortuga, Piñera sabe que debiera invertir todo su patrimonio en un fideicomiso diversificado para resolver de una vez por todas su talón de Aquiles en materia política. Pero su naturaleza no le permite hacerlo, y entonces solo cabe esperar por dónde va a saltar la liebre».(1)
LA CORRUPCION TRIVIAL
A pesar que los grandes medios de comunicación no suelen tratar estos aspectos, la ciudadanía hoy conoce de sobra la profunda vinculación que Piñera establece entre sus negocios y la actividad política. Hasta el más desinformado capta que su identidad biográfica radica fundamentalmente en este vínculo espurio, donde el interés público siempre cede ante sus intereses pecuniarios. En un país sano, este verdadero prontuario debería ser suficiente como para descalificar a un político que aspira a cualquier tipo de cargo público. Sin embargo, la hipótesis de un regreso de Piñera muestra que a un porcentaje relevante del país este situación no le merece un reproche descalificatorio. ¿Qué ocurre en la mentalidad de esa gente?
Para analizarlo vale la pena volver a leer Eichmann en Jerusalén , de Hanna Arendt. En este texto, escrito en 1963, la filósofa judía-alemana comenta el juicio al nazi Adolf Eichmann, encargado de idear el sistema de transporte ferroviario a los campos de concentración en Polonia. Para escándalo de la opinión pública de Israel, Arendt afirmó que Eichmann no poseía una trayectoria o una mentalidad antisemita y ni tampoco una personalidad perversa o patológica. Simplemente era un burócrata que cumplió órdenes sin analizar sus consecuencias. Por eso Arendt utiliza la idea de la «banalidad del mal», que expresa la trivialización de la conciencia en aquellos individuos que actuando dentro de las reglas del sistema al que pertenecen, parecen incapaces de reflexionar sobre el carácter ético de sus actos.
En nuestro caso, Piñera ha generado una forma de «banalización de la corrupción», ya que ha naturalizado un modo de actuar que para sus seguidores no es más que asumir las «reglas del juego». Esas reglas prescriben perentoriamente que quienes no se adaptan a las leyes del mercado perecen. En cambio, quienes adaptan el mercado a su voluntad, logran sobrevivir y ganar. En esto radica la trivialización: en considerar que todo lo que se critica a Piñera no tiene importancia, trascendencia o relevancia. Es un ruido en el paisaje.
El modelo de argumentación piñerista radica en explotar esta mentalidad. En una entrevista a Francisco Leturia, un asesor de Piñera, se le preguntó: ¿El hecho de ser un candidato imputado, debilita comunicacionalmente a Piñera? Y su respuesta es de antología: «Estar imputado, básicamente, no significa nada, no es nada importante, sobre todo cuando hay una querella. Estar imputado te da derecho a que se presuma la inocencia y a defenderte, entonces no hay nada anómalo en tener esta condición: no es lo mismo que estar procesado, acusado, etc. Definitivamente no es tan espectacular o rimbombante como a veces en la prensa pareciera que fuera» […] ¿Usted le quita el peso a la situación judicial de Piñera? «Es que el perfil de Piñera no cambia, no hay nada nuevo y él nunca ha construido su imagen sobre la base de una persona que no esté vinculada a procesos judiciales; nada se derrumba con estas acusaciones, al revés, lo que se ha derrumbado durante los últimos tres años es la imagen de los demás políticos. A Piñera le han pegado tanto durante veinte años que la gente no vota por él por entusiasmo o ilusión; la gente no se engaña con Piñera, saben cómo es y votan por él porque, considerando lo que ha pasado, creen que es el adecuado para echar a andar un país».(2)
Este comentario recuerda inevitablemente una famosa frase de Donald Trump, siendo candidato: «Tengo a la gente más leal. ¿Alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votantes». Piñera podría decir algo parecido. «Tengo a la gente más leal. ¿Alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Alameda y reconocer todos mis actos de corrupción y no perdería votantes». Lamentablemente, tanto Trump como Piñera tienen en este punto toda la razón.
Notas
(1) http://www.latercera.com/voces/las-liebres-pinera/
Publicado en «Punto Final», edición Nº 872, 31 de marzo 2017.