Con los actuales niveles de calidad y de remuneración, afirmar que se ha alcanzado el pleno empleo, es una impostura estadística. El 95% del empleo creado en la administración Piñera es precario o tercerizado y cerca del 52% del total de los ocupados es auto-empleo, familiar no remunerado, personal de servicio doméstico o empleador […]
- Con los actuales niveles de calidad y de remuneración, afirmar que se ha alcanzado el pleno empleo, es una impostura estadística.
- El 95% del empleo creado en la administración Piñera es precario o tercerizado y cerca del 52% del total de los ocupados es auto-empleo, familiar no remunerado, personal de servicio doméstico o empleador de una microempresa de menos de cinco trabajadores.
Según la última encuesta del INE, la tasa de desocupación del trimestre móvil octubre-diciembre se ubicó en el 6,6 por ciento. Esto dio pábulo a una de las acostumbradas jactancias de Piñera: «hemos logrado reducir las tasas de desempleo del 9% que teníamos cuando asumimos el Gobierno, a un 6,6%, que es una de las cifras más bajas en la historia de nuestro país. Esto no ha sido fruto de la casualidad. Ha sido fruto del esfuerzo, del trabajo del Gobierno, por supuesto, pero también de todos y cada uno de los chilenos». El punto es que él sabe, que de acuerdo con la Nueva Encuesta Nacional del Empleo, esas declaraciones autocomplacientes son, por decir lo menos, una impostura estadística
Pero no conforme con lo anterior, agregó:
«Durante nuestro Gobierno hemos podido crear 639 mil nuevos empleos. Nunca antes, en un período de 22 meses, nuestro país había sido capaz de crear tantos empleos como los que hemos creado todos los chilenos. Sin duda el trabajo es la mejor forma no solamente para que el país se desarrolle, sino que también para que nuestros compatriotas puedan ganarse la vida con su propio esfuerzo y talento, y de esa forma, progresar junto a sus familias hacia una vida mejor».
Las omisiones del discurso
El programa electoral del acaudalado especulador financiero, Sebastián Piñera Echenique, prometió la creación de un millón de empleos, aunque nunca aclaró en qué período de tiempo iba a lograr ese cometido.
Eso no fue óbice para que en los dos primeros dos años de su Gobierno, el discurso oficial recalcara con entusiasmo una supuesta bonanza en materia de empleo, con avances sólidos hacia el cumplimiento de la promesa presidencial de un millón de nuevos empleos, dada la creación de más de 600 mil puestos de trabajo, y un estancamiento estadístico de la tasa de desocupación durante 2011, ante lo cual incluso el discurso neoliberal postula haber alcanzado el pleno empleo.
La evidencia estadística que ha procesado la Fundación SOL, una organización no gubernamental especializada en estudios del trabajo, muestra en cambio, el largo trecho que media entre una situación mínimamente aceptable en esta materia, y el discurso oficial. Más allá de los avances en el acceso, el discurso neoliberal omite la forma en que la gente accede al trabajo y el tipo de trabajo al que accede, tan espurio, que contamina cualquier estadística de cobertura.
Es una situación equivalente a la que se dio en educación en 2011: mientras el discurso oficial no se apartó un milímetro de la generalización del acceso o cobertura, el movimiento estudiantil colocaba el énfasis en la calidad, la desigualdad y el costo humano del acceso.
Como fuere, el hecho es que la evidencia del deterioro de la calidad del trabajo en Chile llegó por virtud de la paradoja, y de una manera asaz inesperada.
El discurso neoliberal se empeñó en mostrar el ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, el 11 de enero de 2010, en las postrimerías del Gobierno de Michelle Bachelet, como una prueba del ingreso de Chile al selecto club de los países desarrollados.
Más allá de lo discutible de ese significado, en los hechos dicho ingreso obligó a actualizar las prácticas contables, las herramientas de evaluación de la actividad y los mecanismos de medición de la gestión económica.
Nueva forma de medición
De esa guisa, el Instituto Nacional de Estadísticas creó la Nueva Encuesta Nacional del Empleo, NENE.
Hasta entonces, y desde 1967, el instrumento para medir el empleo/desempleo era en esencia cuantitativo, por cuanto su énfasis apuntaba a contabilizar los volúmenes de empleo y desempleo, tasas de ocupación, participación y desocupación.
El nuevo cuestionario, en sintonía con la usanza internacional, incorpora nuevas dimensiones con las cuales se puede caracterizar el trabajo de los ocupados, la situación de las horas de trabajo, el proceso de búsqueda, etc.
Este índice considera tres anillos de inserción laboral según grados de protección, formalidad, continuidad y estabilidad, a saber: un primer anillo alto en estas variables, un segundo anillo medio y un tercer anillo bajo.
El criterio internacional para ser considerado ocupado es haber trabajado al menos una hora durante la semana. La vieja encuesta con antiguos estándares se preguntaba respecto a la actividad a la cual le dedicó mayor tiempo en la semana. No si trabajó al menos una hora:
«Este nuevo enfoque permite capturar los empleos cortos incluso de una hora a la semana y con ello, a pesar de que la tasa de ocupación pudiese verse aumentada, se instala de manera fuerte el problema de los empleos de baja calidad que abundan en nuestro país. Además, la encuesta caracteriza los empleos, por ejemplo indicando si estos son protegidos o no», indica un artículo de los economistas Marco Krememrman y Gonzalo Durá, de la Fundación SOL.
El 26 de enero, la Universidad de Chile dio a conocer las cifras de ocupación y desocupación para el Gran Santiago. El resultado, un 6,2% de desempleo metropolitano, significo una reducción de casi dos puntos porcentuales respecto del mismo mes del año 2010, la tasa más baja de los últimos 15 años. Muchos dijeron que se había llegado al pleno empleo.
Aunque todavía no había llegado febrero, el Presidente Piñera hizo de la ocasión un festival:
«En estos dos años de Gobierno hemos podido crear 600 mil empleos, pero lo más importante, es que la inmensa mayoría de estos nuevos empleos han sido para las mujeres, para los jóvenes, para los sectores vulnerables y de clase media. (…)
Estamos haciendo del trabajo el instrumento del progreso de nuestros trabajadores, de nuestras familias, de nuestro país. (…)
«No hay ninguna razón para que en un país del grado de desarrollo que hemos alcanzado en Chile, no podamos garantizarle a los chilenos que quieren trabajar, que quieren esforzarse, que van a tener un trabajo digno, con un salario justo que les va a permitir crecer junto a sus familias, desarrollarse como persona y a eso apunta nuestro compromiso con la creación de un millón de nuevos empleos. Es perfectamente compatible y necesario que la creación de este millón de empleos vaya de la mano con una mejoría en los salarios y con un respeto sagrado a los derechos de los trabajadores. Ese es el compromiso que asumimos en la campaña y me alegro hoy día poder decir que lo estamos cumpliendo».
Deterioro del trabajo
Esa versión optimista contrasta diametralmente con la apreciación de los economistas Kremerman y Durán:
«Un dato clave para analizar la calidad del empleo es la distribución de los 580 mil nuevos trabajos creados en los últimos 21 meses (tomando la Nueva Encuesta Nacional de Empleo), de los cuales, la mitad corresponde a trabajos por «cuenta propia», «personal de servicio doméstico», «familiar no remunerado», o empleadores de microempresas de menos de cinco personas.
Es decir, trabajos que no están vinculados a políticas de empleo de Gobierno y por tanto no están cubiertos por los sistemas de protección clásicos del trabajo.
A la hora de analizar el trabajo asalariado, los datos dan cuenta que este aumenta en 289 mil personas entre enero-marzo 2010 y septiembre-noviembre 2011. Sin embargo, la cara oculta de este dato surge al constatar que, el 100% de la variación del empleo asalariado en el período de referencia, corresponde al aumento de empleo bajo las modalidades de externalización, donde la más conocida es la subcontratación.
De hecho, finalmente, las personas contratadas directamente por la empresa en donde trabaja disminuyen en 62 mil, lo que nuevamente nos da la señal de mayor precarización e inestabilidad en el mundo del trabajo.
La tendencia en materia de trabajo, entonces, muestra un deterioro en las condiciones laborales, con un alto índice de personas subempleadas -es decir que trabajan menos tiempo del que disponen y desearían- y de un aumento en los empleos de cristal, caracterizados por su inestabilidad, más aún en tiempos de crisis».
Agregan otro dato: más del 95% del empleo asalariado creado en la administración Piñera es tercerizado y cerca del 52% del total de los ocupados es auto-empleo, familiar no remunerado, personal de servicio doméstico o empleador de una microempresa de menos de 5 trabajadores, con altísimas probabilidades de ser precario.
Estos autores conceden que la economía ha generado empleos, pero de baja calidad, que sustituyen en muchos casos trabajos buenos por el doble de puestos, sólo que en malas condiciones laborales.
El problema, agregan, es que la matriz productiva del país no está dando el ancho para desarrollar una buena calidad de vida, «por lo que finalmente es sólo un grupo reducido de la sociedad que logra acceder a buenos trabajos».
En su opinión, cada día cobra mayor importancia cambiar el paradigma del análisis y transitar de las meras comparaciones de cantidades a la comparación de «tipo de trabajo creado», con énfasis en la calidad, tal como recomienda la Organización Internacional del Trabajo:
«Más allá de plantear que hemos llegado a un nivel de Pleno Empleo, lo que debiera preocuparnos es la falta de capacidad de la matriz productiva. En este sentido, el norte no es cómo colocar más personas dentro de un Fiat 600, sino cómo lo hacemos para tener un aparato capaz de albergar buenos trabajos, es decir, productivos. Pero la elite sigue preocupada de generar utilidades de corto plazo y engordar sus bolsillos de manera rentista, a costa de la pauperización de una mayoría que requiere trabajar para sobrevivir».
Matriz productiva neoliberal
Un reciente estudio de la Fundación SOL, «Precariedad laboral y modelo productivo en Chile», de los mismos autores, apunta a la existencia de una nueva cuestión social en el trabajo en Chile, directamente relacionada con el modelo de desarrollo hiperliberal y su particular estructura productiva.
Utilizando los datos aportados por la Nueva Encuesta de Empleo del INE, el estudio demuestra que sólo el 39% de los ocupados y el 52% de los asalariados tienen un empleo protegido. Además, según el «Índice de Inserción Laboral» obtenido en base a la misma encuesta, los chilenos se han insertado al mundo laboral durante los últimos dos años en una forma endeble e inestable, de manera creciente.
El resultado que arroja es que el único anillo que ha aumentado es el tercer anillo, de la desprotección y la informalidad. En especial los trabajadores por cuenta propia subempleados, es decir, aquellos que trabajan jornada parcial y desean trabajar más horas pero no encuentran esa opción, o sea jornadas parciales involuntarias, los cuales han aumentado en un 46%.
O sea, concluye el estudio, «nos hallamos ante una multiplicación de ocupados en empleos de cristal.
A continuación, cita al sociólogo francés Robert Castel, que a propósito de la consolidación del modelo neoliberal, habla de la presencia de una «nueva cuestión social’ en el mundo del trabajo, similar al pauperismo del siglo XIX, que se expresa en un cordón cada vez más extenso de sujetos vulnerables que transitan entre la integración social y la marginación:
«Uno de sus rasgos más sobresalientes es el del precariado: población de muy variada composición, para la cual la precariedad laboral es un destino, más que una etapa transitoria. Tradicionalmente una situación que afecta a los jóvenes, pero que hoy llega a casi todos, de ahí que se hable de la era de la vulnerabilidad de masas».
Este fenómeno toca de cerca al país y los datos del estudio así lo reflejan:
«No podría ser diferente: si la ‘nueva cuestión social’ de Castel es una consecuencia del modelo neoliberal, Chile lleva la delantera. Siendo un experimento puro del modelo y ya con suficientes años de maduración, está cosechando sus frutos».
Otra de las conclusiones del estudio coincide apunta a la actual matriz productiva.
«Una de las particularidades de nuestra realidad es que se agrava por el trauma productivo que vivió el país post dictadura. El desmembramiento de la industria y la reorientación de la producción hacia la exportación de commodities, configuró una pequeña economía abierta al exterior, catapultada por actividades extractivas de recursos naturales, que no generan riquezas por medio de valor agregado del trabajo. Es decir, que relega a los trabajadores a ocupaciones poco productivas, de baja calificación, ingresos, etcétera. Dicho enfoque se profundizó durante los gobiernos de la Concertación».
Aún cuando durante la primera mitad de la década de los noventa pareció que el neoliberalismo había superado el problema del empleo, pues entre 1995 y 1997 se llegó a un 6% de desocupación y un 7% de crecimiento promedio, la burbuja de la ilusión reventó con la crisis asiática:
«Tras la coyuntura se evidenció la fractura tras la fachada. Una economía que no es productiva, no puede generar, en su base, empleos de calidad».
La conclusión, apunta el estudio, «es justamente aquella a la que ya hizo referencia el movimiento por la educación y que causó tanto escozor en la clase política: la necesidad de tener un cambio estructural del modelo».
En relación al trabajo, el estudio enfatiza la importancia de seguir una meta que actualmente es incompatible con el proyecto país de la elite, de ser una economía productiva e igualitaria, considerando, entre otras cosas, una política industrial del siglo XXI.
El estudio añade que los paralelismos en distintas áreas, como educación, salud, trabajo, muestran que el discurso asimilado por la población durante años ya no está cautivando y que se ha hecho evidente que el modelo neoliberal no está llevando al paraíso que se prometía:
«Tras lo que se vende como grandes oportunidades, vemos que en el fondo no hay calidad, no en el sentido comercial, sino de vida; sólo cortinas de humo. La idea es entonces modificar aquello que nos amenaza, la fuente de la precariedad».
La calidad sería, a juicio de Durán, la gran deuda del Gobierno en relación a la creación de puestos laborales:
«El tema de la calidad está en deuda. En Chile, el trabajo tiene problemas por el lado de los salarios, que son muy bajos, lo cual inmediatamente invalida cualquier análisis serio de calidad. En segundo lugar, existe un problema grave de subempleo. Entonces existen antecedentes como para diagnosticar que en realidad el mercado laboral chileno no está generando puestos de trabajo que sean aceptables y de calidad, según lo que dicen las normas internacionales».
En eso coincide el economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo, Hugo Fazio:
«En una economía que se está desacelerando, el trabajo tiende a presentar problemas crecientes. En un país en que las remuneraciones, en términos reales, crecen muy poco o no crecen para amplios sectores, no se puede calificar el trabajo como aceptable».
Aprovechamiento espurio
Gonzalo Durán, apunta que ya van 25 meses de aplicación de la nueva metodología, de lo que fluyen inquietantes interrogantes:
«¿Por qué la ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, el Presidente Piñera y las autoridades de Gobierno no quieren sacarle partido a los resultados de la nueva encuesta?, ¿por qué la siguen mirando como si fuera el antiguo y ya obsoleto instrumento que se preocupa solo de las cantidades?, ¿es tan malo diagnosticar una realidad, por más cruda que sea, antes de levantar congratulaciones autocomplacientes?.
¿Es válido celebrar y felicitarnos por nuestro estado actual?, ¿celebrarán en México con su ya estructural tasa de desempleo bajo el 5%? ¿qué dirán los vietnamitas dónde la tasa también es cercana al 2%? Convengamos que el problema del empleo va más allá de la cantidad. El extremo caso de Ruanda, dónde la tasa es de 0,3%, debería servir de ejemplo para los conformistas.
A lo que responde:
«Seamos honestos, nuestra realidad no es la de Holanda, la de Noruega o la de Dinamarca, no tenemos ese estándar de empleo, y no es bueno que nuestras autoridades pinten el cuadro como si todo estuviese bien. Eso es uso político, eso no es serio ni recomendable. (…)
No sub-utilicemos nuestras herramientas estadísticas y finalmente no perdamos de vista que no basta con tener un empleo para estar en una situación mejor. La dignidad y justicia en el trabajo deben ser llevados al más alto rango. Pero para darle la real importancia que merece, el problema del trabajo tiene que ser el centro gravitante de nuestra estrategia de desarrollo, de lo contrario vamos a seguir pedaleando sin norte, con costos humanos cada vez más exorbitantes».
Piñera debería pensarlo dos veces antes de perpetrar sus rumbosos faroleos. Pero honestidad intelectual de su parte, o una ponderación equilibrada de los hechos de su Gobierno, podrán esperarse el día en que a las ranas les salga pelo.