So pretexto del «pragmatismo» y el «no regreso a lo anterior», la Concertación de Partidos por la Democracia (CPD) proyectó a Chile al futuro social cavernícola: el ciudadano credit card, ideológicamente homogeneizado y políticamente pendiente de pequeños ajustes o cambios que no comprometen la dinámica de superexplotación del modelo. En la noche de la victoria, […]
So pretexto del «pragmatismo» y el «no regreso a lo anterior», la Concertación de Partidos por la Democracia (CPD) proyectó a Chile al futuro social cavernícola: el ciudadano credit card, ideológicamente homogeneizado y políticamente pendiente de pequeños ajustes o cambios que no comprometen la dinámica de superexplotación del modelo.
En la noche de la victoria, entre globos y serpentinas, Michelle Bachelet ponderó la «economía vibrante» del modelo. A Ricardo Lagos, gobernante ubicado en el segundo lugar de los más derechistas de América Latina luego del colombiano Alvaro Uribe, la presidenta regaló hermoso cumplido: «Es el mejor estadista que ha conocido Chile en toda su historia».
¿Qué dirían los familiares del líder sindical Tucapel Jiménez, baleado y acuchillado en febrero de 1982? El 18 de agosto pasado, en tanto repartía condecoraciones y premios a escritores de izquierda, Lagos indultaba a Manuel Contreras Donaire, autor material del asesinato.
El político de «estatura ética sin igual» justificó la decisión alegando «razones de Estado» a favor del «bien superior del país» y señaló que Contreras Donaire cumplió «órdenes superiores». Asimismo, Lagos impulsó la incorporación a la Corte Suprema del juez pinochetista Rubén Ballesteros, quien en distintas causas siempre votó a favor de la impunidad del tirano.
Por su lado, el ministro Juan Eduardo Fuentes aplicaba la prescripción de la causa que investigaba la exhumación y posterior lanzamiento al mar de cuerpos de personas muertas en el palacio de La Moneda en septiembre de 1973. Fuentes consideró que el hecho constituía una infracción al artículo 144 del Código Sanitario y que, por tanto, «… no procede darle carácter de crimen o delito de lesa humanidad».
Con motivo de la Operación Puerto Montt (nombre clave que la Dirección Nacional de Inteligencia daba a los operativos de exhumación y posterior lanzamiento al mar de más de 400 cadáveres de 1974 hasta fines de la década), Lagos declaró: «Siempre es importante ver en qué medida damos pasos para una agenda de futuro, en qué medida vamos cerrando heridas» (ver ampliación de estos casos en Proceso, 11/9/05).
Podemos entender el regocijo de Estados Unidos y de los tartufos de la «izquierda en libertad» ante la llegada de Michelle Bachelet a la presidencia de Chile. ¿Pero a cuento de qué el imperialismo y las oligarquías nativas festejan el triunfo democrático de la primera gobernante socialista de América?
Hemos visto que en 1973 Chile fue precursor y país probeta de ensayo del modelo ideológico y socioeconómico neoliberal. ¿Por qué más de 30 años después el modelo guarda notable aceptación en distintas capas de la sociedad y no sólo entre las más privilegiadas?
El olvidado Pedro Vuskovic, ex ministro de economía de Allende, decía: «… lo que empuja a la pequeñoburguesía al enemigo es no presentarle a éste batalla, es decir, la inexistencia de una verdadera alternativa popular» (América Latina: ¿qué sigue al fascismo? Ed. Pueblo Nuevo, México 1976, p. 43).
Sin embargo, el agotamiento del dogma neoliberal y la ausencia de alternativas de cambio real hicieron que la mayoría de los chilenos votasen a conciencia por lo «menos peor». Pero cuidado: sólo medio millón de votos hacen la diferencia entre el Chile antipinochetista (no necesariamente antimperialista) y el Chile pinochetista.
Con vuelo profético, Vuskovic escribió: «Entendida la dominación fascista como esfuerzo extremo y último de preservación y desarrollo del capitalismo dependiente, carecería de sentido que a su derrota siguiera un proyecto de reconstitución de los mismos términos que agotaron su eficacia…» (ídem, p. 40)
En eso consistió la «militancia» de la señora Bachelet, burócrata de un «socialismo» que en 1988 optó por marchar en dirección contraria a las advertencias de Vuskovic, colaborando en «… la reconstrucción de la misma institucionalidad que forjó históricamente la burguesía y que no vaciló en arrasar cuando se le hizo insuficiente para asegurar su dominación» (ídem).
A 15 años de su traición a la resistencia popular, la CPD puso la cereza roja sobre el pastel pinochetista: una presidenta «socialista» que del discurso borra cualquier connotación o vocablo asociado a las categorías de explotación, alienación, dominación, soberanía popular, etcétera.
En tal sentido, el «socialismo» de la señora Bachelet sería al socialismo lo que el «humanismo cristiano» a la democracia cristiana, el «comunismo» al gobierno de China Popular, o el «libre mercado» al comercio justo y equitativo.
Con perfiles estudiados y gestos pulidos, el socialismo hello, Kitty de Bachelet fue pensado para simular acuerdos y «consensos» en un mundo de divisiones reales y activas. Y su cometido apunta a perfeccionar la despolitización en las tomas de decisiones, preservando al sistema de las incertidumbres y avatares de la democracia auténtica y real.