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Pinochet escapa a la justicia, pero el espíritu de Allende vive en América Latina

Fuentes: Rebelión

La muerte de Augusto Pinochet, el ex dictador chileno, ha provocado un gran revuelo en el mundo aun cuando ya han pasado más de 30 años desde que lideró el derrocamiento del gobierno democráticamente elegido del Presidente Salvador Allende y de su muerte en el palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. […]


La muerte de Augusto Pinochet, el ex dictador chileno, ha provocado un gran revuelo en el mundo aun cuando ya han pasado más de 30 años desde que lideró el derrocamiento del gobierno democráticamente elegido del Presidente Salvador Allende y de su muerte en el palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. La notoriedad de Pinochet se ha mantenido viva estos últimos años luego de su detención en Londres, en 1998, por su responsabilidad en las masivas violaciones a los derechos humanos de los chilenos luego del golpe militar patrocinado por los EEUU en 1973. Su muerte ahora le ha permitido escapar definitivamente de la justicia y ha dejado en los millares de víctimas de tortura, de desapariciones, encarcelamiento y exilio, un dejo de frustración. Sin embargo, para las muchedumbres que jubilosamente celebraron su muerte en Santiago y que marcharon hacia la estatua de Salvador Allende en frente del palacio de La Moneda, más que la muerte de Pinochet, esta fue una ocasión para celebrar la memoria del martirio de Allende y de sus ideales de socialismo democrático que ahora se diseminan a lo largo y ancho de América latina, en el amanecer del siglo XXI.

El golpe militar encabezado por Pinochet fue el comienzo de una contrarrevolución encaminada a detener el avance de amplios movimientos sociales que estaban germinando en el cono sur de América latina durante los años 70 y que tenían su más claro exponente en el gobierno de Salvador Allende en Chile. El brutal carácter de la represión contra las clases trabajadoras y los partidos políticos de izquierda que apoyaron el proyecto de Allende, demostraron desde el comienzo que este golpe militar era un ataque cuidadosamente planificado y puesto en práctica por una estrecha alianza entre las clases privilegiadas de Chile y el gobierno de los E.E.U.U. El régimen de terror de Pinochet estuvo acompañado por medidas económicas de carácter profundamente regresivas. Ellas incluyeron la privatización de una gran parte de los activos del estado en áreas tales como salud, educación, servicios públicos y sectores de la industria del cobre. De hecho, Chile se convirtió en un laboratorio para ensayar las políticas económicas «neoliberales» ideadas por los discípulos de Milton Friedman en Chile, conocidos como los «Chicago boys«.

Estas políticas condujeron al país hacia una profunda recesión económica en 1975 y nuevamente durante 1982-1983, y que, en contraste con el mito del «milagro económico» pregonado por instituciones financieras internacionales tales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, han llevado a uno de los niveles más altos de desigualdad económica en el mundo. El activo rol del gobierno de los E.E.U.U. en la promoción, financiamiento y en la provisión de cobertura política y diplomática al régimen de Pinochet están ampliamente documentados en el informe Church del Senado de los E.E.U.U., y en los documentos desclasificados con posterioridad durante la administración de Clinton, y que ahora se encuentran disponibles en los Archivos de Seguridad Nacional. Entre sus muchos crímenes, Pinochet ordenó los asesinatos del ex comandante en jefe del Ejército, General Carlos Prats en Buenos Aires, y del Ministro de Asuntos Exteriores de Allende, Orlando Letelier, perpetrados en el corazón mismo de Washington; un ataque terrorista realizado en pleno suelo de los E.E.U.U. por la DINA (policía secreta de Pinochet) en estrecha colaboración con los exiliados cubanos y agentes de la CIA Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.

La mayor parte de los militares implicados en violaciones de los derechos humanos fueron entrenados en técnicas de tortura, similares a las practicadas hoy en día en Iraq, en la llamada «Escuela de las Américas» ubicada en el Fort Benning. Aquella frase tristemente célebre atribuida a Henry Kissinger, «no podemos permitir que un país se convierta en comunista por la irresponsabilidad de su gente», en referencia al gobierno de Allende, revela claramente la hipocresía de sucesivos gobiernos norteamericanos, que por una parte fomentan el uso del terrorismo de Estado para salvaguardar sus intereses, mientras por otra pretenden apoyar la extensión de la democracia. La triste historia de las intervenciones norteamericanas en América latina y las tentativas actuales para derribar al gobierno democráticamente elegido del presidente Hugo Chávez en Venezuela dan testimonio de esto.

La resistencia al régimen de Pinochet cobró muchas formas y dio lugar a la muerte, tortura y exilio de millares de activistas y chilenos comunes y corrientes durante los 17 años de dictadura. En los primeros años, los partidos de izquierda intentaron organizar una resistencia popular la cual fue seguida por un brutal programa de exterminación física de los militantes de izquierda y líderes sindicales por parte de la policía secreta. Esto resultó en la desaparición de más de 3000 presos políticos. A pesar de la represión, el alto nivel de desempleo y la severa recesión económica de los años 1982-1983 condujeron a masivas protestas populares durante las cuales, semana tras semana, decenas de chilenos morían asesinados por los militares.

Su régimen acabó luego de un referéndum en 1988 en el cual la mayoría de la población chilena rechazó su pretensión de continuar como déspota elegido. En los años finales de su vida, después de su detención en Londres en 1998, por su responsabilidad en las violaciones de los derechos humanos, la verdadera naturaleza de su régimen quedó expuesta ante las nuevas generaciones en Chile, en donde una porción significativa de la población todavía lo apoyaba como «un salvador contra el comunismo». Los macabros detalles de sus crímenes comenzaron a emerger poco por poco durante el curso de los procesos judiciales en los cuales Pinochet estuvo involucrado. Declaraciones judiciales que daban cuenta como los presos desaparecidos eran atados y lanzados al mar o a los cráteres de los volcanes; la violación sistemática de las mujeres prisioneras, incluyendo el uso de perros y otras horripilantes torturas dirigidas a aterrorizar a los opositores del régimen, se comenzaron a conocer ampliamente tanto dentro como fuera de Chile.

Pero para la oligarquía de Chile, que hasta hace poco tiempo había estado preparada para justificar estas aberraciones como una parte necesaria de la cruzada contra comunismo, fue la revelación de la existencia fraudulenta de cuentas secretas del dictador que sumaban decenas de millones de dólares, escondidos en paraísos fiscales en el exterior, las que terminaron por destruir el mito de caudillo incorruptible que él deseaba dejar para la posteridad. Las numerosas causas judiciales por corrupción y abusos a los derechos humanos seguidos en su contra dieron lugar a su arresto domiciliario, aunque su continuo empeño por fingir enfermedades mentales retrasaron el proceso legal hasta el momento del ataque al corazón que eventualmente le condujo a su muerte. Su herencia de crímenes brutales y corrupción se suman a la de Anastasio Somoza, Fulgencio Batista, Mobutu Sese Seko y decenas de dictadores corruptos ayudados e incitados por los E.E.U.U. en su obsesión por alcanzar la dominación global.

En los días posteriores a su muerte, millares de chilenos se volcaron a celebrar en las calles de Santiago y de las principales ciudades de Chile. Este acto catártico representa un pequeño consuelo para los millares de víctimas y familiares de los prisioneros desaparecido para quiénes la justicia ha sido denegada por las cortes chilenas y por el consenso político dominante. Es significativo que muchos chilenos hayan utilizado la ocasión para celebrar la figura de Salvador Allende, un hombre que cristalizó los sueños y aspiraciones de los desposeídos de Chile y América latina por alcanzar profundas transformaciones sociales y políticas. Transcurridos ya más de 30 años después de su muerte, estos sueños finalmente están comenzando a prender mediante la elección gobiernos progresistas que proliferan a lo largo y ancho de América latina. Tal vez ha sido el presidente Hugo Chavez de Venezuela con su revolución Bolivariana, quien mejor ha capturado la imaginación de los latinoamericanos en representar las aspiraciones independencia y cambio social por medios democráticos por las que murió Allende. Esperemos que los venezolanos y otros tantos en América latina estén dispuestos a defender sus logros contra cualquier nuevo Pinochet que pudiera estar agazapado en las sombras en este preciso momento.

– Roberto Navarrete fue un preso político bajo el régimen de Pinochet.