El 4 de febrero pasado se reunieron en Washington Juan Manuel Santos y Barack Obama, para conmemorar los quince años de puesta en marcha del mal llamado Plan Colombia, un verdadero programa de recolonización de nuestro país por parte de los Estados Unidos. Si, la recolonización a doscientos años de la primera independencia es lo […]
El 4 de febrero pasado se reunieron en Washington Juan Manuel Santos y Barack Obama, para conmemorar los quince años de puesta en marcha del mal llamado Plan Colombia, un verdadero programa de recolonización de nuestro país por parte de los Estados Unidos. Si, la recolonización a doscientos años de la primera independencia es lo que ha significado el mencionado plan y eso fue lo que celebraron con bombos y platillos los amos y sus lacayos. No de otra forma pueden entenderse las palabras, plenas de sumisión y entreguismo vergonzoso de Juan Manuel Santos, cuando afirmó: «Hoy es un día para agradecer. Hoy vuelvo a Washington para dar las gracias al pueblo y al Gobierno de los Estados Unidos por el apoyo que han dado a Colombia en los últimos 15 años, y para proyectar nuestra cooperación en los años que vienen».
Programa contrainsurgente
Desde el momento en que se concibió el Plan Colombia en 1999, durante el segundo mandato de Bill Clinton (1991-1999), quedó claro que este era un programa contrainsurgente, cuyo objetivo principal consistía en fortalecer las fuerzas represivas del Estado colombiano, seriamente debilitadas por los golpes de la insurgencia de las FARC en la segunda mitad de la década de 1990. Mientras se efectuaban los diálogos en el Caguán, el gobierno del conservador Andrés Pastrana, como éste lo ha reconocido después, impulsaba una reingeniería de las Fuerzas Armadas, con la finalidad de sabotear esos diálogos y asumir una nueva fase de la guerra, de tierra arrasada, bajo la tutela de los Estados Unidos.
El Plan fue elaborado en los Estados Unidos, tanto que su redacción original fue en inglés, y en su aprobación desempeñaron un papel principal los productores de armas y artefactos bélicos, puesto que ellos serían los principales beneficiarios, como en efecto lo han sido, de la «ayuda» militar de los Estados Unidos.
Debe resaltarse el carácter contrainsurgente del Plan Colombia, aunque en principio, antes de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, se le presentara como un instrumento en la lucha contra el narcotráfico. A su vez, la política contrainsurgente, en la que coincidieron los cipayos criollos y sus amos estadounidenses, se convertía en el medio para recolonizar a Colombia. Esto es necesario recalcarlo, porque a quince años del comienzo del Plan Colombia, gran parte de los balances lo siguen examinando como si hubiera sido diseñado para enfrentar la producción y comercialización de narcóticos. Quienes se centran en este asunto señalan que ha sido un fracaso, porque en Colombia se sigue produciendo cocaína que fluye rauda hacia el exterior. Esto es desviar la atención sobre la magnitud de los crímenes que se derivan de la aplicación del Plan Colombia, un resultado directo de la contrainsurgencia y de la nueva colonización.
En el caso de la «guerra contra las drogas», es dudoso suponer que a Estados Unidos le interesa que se acabe la oferta de narcóticos, ya que eso es un pretexto permanente que justifica sus intervenciones en diversos países del mundo (Colombia, México, Afganistán, para recordar algunos de los ejemplos emblemáticos). Por ello, no sorprende que luego de quince años Colombia siga siendo el primer productor mundial de cocaína y los negocios alrededor de la misma se hayan expandido por el sur y el centro del continente.
La trampa analítica consiste en aceptar que el Plan pretendía solucionar el problema del narcotráfico, lo que es quedarse en el terreno de las apariencias, sin ir al fondo de la cuestión, y creer a pie juntillas lo que literalmente se dice en los documentos del Plan.
Recolonizacion en marcha
Siempre que Estados Unidos interviene militarmente en algún lugar del mundo, y lo hace cada vez con más frecuencia, piensa en los beneficios que puede obtener, porque recordemos que esa potencia imperialista «no tiene amigos sino intereses». Desde luego, Colombia no podía ser la excepción.
En un momento en que se debilitaba su presencia en América Latina, y particularmente en América del Sur, por la irrupción de Hugo Chávez en la política continental, Colombia se convirtió en el Israel de la región, en su principal base militar (con presencia no en siete bases, como se suele decir, sino en más de 40 lugares del territorio colombiano). Eso explica la inversión militar en el país, que alcanzó sus niveles más altos de toda su historia, hasta convertirnos en el tercer país del mundo con mayor «ayuda militar» de los Estados Unidos.
Dicha «ayuda» benefició directamente a empresas de los Estados Unidos, en la medida en que los dólares entregados a los gobiernos colombianos se destinan a comprar helicópteros, aviones, tanques, preparar personal para conducirlos y mantenerlos, abastecerse de repuestos, adquirir químicos para la aspersión de glifosato, todo lo cual es vendido por empresas de ese país.
La intervención estadounidense logró que se aprobara un indigno tratado de libre comercio, que abrió por completo las puertas del país a las inversiones de las multinacionales Se consolidó el neoliberalismo en todas las actividades de la vida nacional, se privatizaron las empresas públicas, regaladas a capital transnacional, hasta el punto que como lo ha dicho El Tiempo recientemente solo quedan 100 empresas estatales por privatizar. En últimas, se impuso la agenda económica de Washington, de tal forma que la economía colombiana se sometió a los requerimientos del capital transnacional, bajo la hegemonía del sector financiero, acentuó la desindustrialización y convirtió al país en un exportador de bienes primarios de tipo mineral.
Ganadores y perdedores con el Plan Colombia
Los Estados Unidos como potencia imperialista son los principales ganadores del Plan Colombia. Así lo ha dicho John Kerry, Secretario de Estado de ese país, quien ha indicado que ese Plan ha sido todo un éxito para ellos. También son triunfadores los miembros del bloque de poder contrainsurgente (formado por el Estado y las clases dominantes), que prefirieron feriar la soberanía nacional para mantener la desigualdad estructural de la sociedad colombiana, y para obtener unas cuantas migajas derivadas de los negocios que entablaron con el imperialismo estadounidense, al garantizar y proteger las inversiones de ese país en nuestro territorio.
Aparte de esos reducidos sectores que se beneficiaron del Plan Colombia, la vasta mayoría de los habitantes de este país han padecido una brutal recolonización. La aplicación del Plan Colombia militarizó la sociedad en una forma extrema, al incrementar el pie de fuerza hasta medio millón de miembros, permitir la intervención de mercenarios, militares y asesores de seguridad de los Estados Unidos, generalizar la idea de que el conflicto armado interno debería terminarse por la vía militar, recurrir a los bombardeos para asesinar a comandantes de la insurgencia, perseguir a quienes fueron declarados como enemigos, instaurar la pena de muerte, replicar un sistema penal inhumano y cruel bajo la orientación de los Estados Unidos.
El bloque de poder contrainsurgente asumió la lógica asesina de contabilizar sus éxitos con el número de muertos del enemigo (la teoría del body count, de factura estadounidense, desde la guerra de Vietnam).
El costo humano del Plan Colombia muestra un saldo de terror y destrucción, que no se puede ocultar: 26 mil colombianos muertos en combate, y una cifra similar de muertos de la población civil; desplazamiento forzado de tres millones y medio de campesinos, del total de seis millones que se contabiliza desde 1985; robo de más de un millón de hectáreas por parte de viejos y nuevos terratenientes; fumigación con glifosato, una sustancia cancerígena, en miles de hectáreas de diversas regiones del país; incremento del paramilitarismo, que efectuó masacres y aterrorizó a la población, en alianza directa con las fuerzas armadas y sectores de las clases dominantes; asesinato de sindicalistas, defensores de derechos humanos, líderes sociales y políticos por el DAS y otros organismos del Estado; cinco mil colombianos asesinados por las fuerzas armadas, en lo que se conoce con el eufemismo de «falsos positivos»; según la ACNUR, en la actualidad 350 mil colombianos están refugiados en el exterior o solicitan asilo por la represión política interna; militares de los Estados Unidos violaron a 54 niñas y jóvenes colombianas en inmediaciones de Melgar y Girardot… Estos datos muestran que para la población colombiana, principalmente del campo, el Plan Colombia ha sido un exitoso programa de muerte.
La «profesionalización» de las tropas colombianas como asesinos en serie no solamente la ha sufrido la población colombiana, sino que ahora aquéllos son una mercancía de exportación. Por eso, los militares colombianos, preparados y adiestrados por los Estados Unidos, hoy son contratados en diversos lugares del mundo, como un ejemplo vergonzoso de exportación de mercenarios.
El Plan Colombia convirtió a las Fuerzas Armadas de Colombia en un sector muy poderoso, que ha manejado a su antojo, y como un botín privado, los recursos económicos de la «ayuda» de Estados Unidos, lo que generalizó la corrupción y el despilfarro. Y la guerra contrainsurgente no logró su objetivo principal: eliminar a las FARC y el ELN, pese a que en ese Plan de Muerte se hayan invertido 130 mil millones de dólares, como lo ha reconocido recientemente el actual Ministro de Defensa, de los cuales Estados Unidos solamente colocó diez mil millones de dólares, aunque seguramente esta cifra es inferior a lo que en realidad invirtió esa potencia.
Conclusión
El campeón del cinismo en estos días ha sido Andrés Pastrana Arango, presidente de Colombia entre 1998 y 2002, la época de los diálogos en el Caguán, quien ha dicho que el Plan fue exitoso porque obligó a las FARC a sentarse a negociar. Se necesita mucho descaro para decir eso, puesto que en el momento de iniciarse el Plan Colombia, existía una mesa de diálogo con las FARC, que Pastrana rompió a comienzos de 2002. Se requirieron 130 mil millones de dólares, miles de muertos, millones de desplazados, miles de campesinos afectados por la fumigación aérea con glifosato, para que se volviera a dialogar. Tales son los grandes «éxitos» del Plan Colombia, de los que tanto se ufana Andrés Pastrana, cuando en su momento, sin ese derroche de dinero y sin la sangre y el dolor causado desde el 2002 tanto por la injerencia directa de los Estados Unidos -que fueron llamados por los cipayos criollos a que los auxiliara, empezando por Pastrana- como por la acción terrorista del Estado colombiano, se habrían podido llegar a acuerdos que pusieran fin a la guerra, pero que las clases dominantes de Colombia no quisieron, para que no se tocaran de ninguna forma sus riquezas y se mantuviera como siempre la terrible injusticia y desigualdad que caracteriza a la sociedad colombiana.
El Washington Post ha señalado que Colombia sigue siendo el mayor productor de coca en el mundo, y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito concluyó que entre 2013 y 2014 «habían aumentado los cultivos de coca en 44 por ciento y la producción de cocaína en 52 por ciento». Esto quiere decir, sin muchos giros lingüísticos, que el pretexto de Estados Unidos para emprender su política de recolonización en 1999 se mantiene en el 2016 y por ello, precisamente, se habla de un nuevo Plan Colombia, bautizado con el eufemismo de Plan de Paz. Sí, la paz de los sepulcros, que es con la que siempre ha soñado el bloque de poder contrainsurgente en Colombia y sus amos de los Estados Unidos.
Nota
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), No. 5, marzo de 2016.
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