Lo que empezó mal, podría terminar peor. Ese pareciera ser, en estos tiempos, la frase que más circula por los pasillos de la Moneda. Bachelet no repunta en las encuestas y, con la constante rotación de ministros, su gabinete perdió todo perfil. Pasados dos años, no hay ánimo para sonrisas falsas, ni para grandes discursos […]
Lo que empezó mal, podría terminar peor. Ese pareciera ser, en estos tiempos, la frase que más circula por los pasillos de la Moneda. Bachelet no repunta en las encuestas y, con la constante rotación de ministros, su gabinete perdió todo perfil.
Pasados dos años, no hay ánimo para sonrisas falsas, ni para grandes discursos sobre los beneficios de un gobierno ciudadano con mano de mujer.
Es como si la presidenta estuviese metida en una eterna repetición del mítico programa de discusión política de la televisión chilena de los 80′ «A esta hora se improvisa». Cada ministro hace lo que quiere. O lo que puede.
El resultado es un gobierno que no busca proyectar nada, y se limita a gestionar el aparato de gobierno, como si este fuera un encargo incómodo del cual se quiere salir lo antes posible. Como si se tratase de un partido de fútbol con un marcador adverso de 10-0 en el minuto 89. Lo único que les queda a los jugadores es aguantar, corriendo de mala gana, hasta el final.
Por ello, construir una lectura basándose sólo en como funciona, o deja de funcionar, el gobierno de la doctora, poco nos puede aportar.
La situación de desgano y desorden, genera críticas de todos los sectores. Y nadie parece esperar una recuperación, o un segundo aire.
El centro del debate está en el 2010 y los candidatos presidenciales ya afilan sus cuchillas, gestionando los apoyos económicos y políticos necesarios, para esa gran batalla.
En el marco de esta situación, abundan, en la prensa y la televisión chilena, debates marcados por la incertidumbre. Por primera vez, en muchos años, pareciera que la soberbia de muchos analistas y políticos de trayectoria, dejara espacio a la duda.
Surgen interrogantes sin respuesta, y el estado de ánimo generalizado es el pesimismo.
Se deja de alabar el modelo chileno en el exterior, y en el interior algunos empiezan a dudar que los tecnócratas, que han conducido Chile estos últimas 3 décadas, tengan la solución de los actuales problemas que tiene el neoliberalismo a la chilena.
Sistema de partidos al borde de un ataque de nervios
Una de las transformaciones menos estudiadas en Chile ha llevado a situar el debate político fuera de los partidos y las academias. La privatización del conocimiento, promovió a la creación de una serie de «Think Tanks», que en la versión local se transforman en Consultoras y fundaciones, cuyo peso ha crecido, sin contrapeso, en las últimas décadas.
En cómodas oficinas situadas en edificios de lujo, una serie de ex ministros e intelectuales, previo pago, realizan un trabajo de análisis de la realidad que sirva a la toma de decisiones empresariales y de gobierno.
Desde estos altares, la decepción inicial con el gobierno ciudadano está tomando un peligroso sabor a desesperación.
El recién pasado mes de junio, asistimos a la publicación de una serie de opiniones que, más allá de cuestionar al gobierno de Bachelet, contribuyen de manera decisiva a generar una visión de un Chile al borde del abismo.
Por ejemplo, Eugenio Tironi, uno de los «Papas» de la opinología política chilena, señala, en las páginas editoriales del Mercurio, que en la actual situación «hay que elegir. Lo que no puede ser es quedar en esta ambigüedad que podría arrastrar a una crisis de gobernabilidad democrática y a la frustración de nuestras aspiraciones de desarrollo».
A coro con él, el periodista Ascanio Cavallo, en las páginas de La Tercera, asevera que ya que «más de la mitad del país reprueba a la Concertación y a la Alianza, el desacoplamiento entre coaliciones y líderes crea el espacio para que aparezcan descolgados y asistémicos».
Menos negativo, pero igualmente polémico el ex senador, Edgardo Boeninger, lanzó la bomba que todos se temían, anunciando que «no se acabará el mundo si la Concertación lleva 2 candidatos el 2009».
Es tal la percepción de que se está abriendo un nuevo ciclo que, incluso personajes como el influyente ex Ministro, y ex socialista, Enrique Correa utilizó las páginas de la empresarial revista Que Pasa para defender su legado, vociferando que «el neoliberalismo tenía un gran desprecio por las instituciones, una idolatría casi religiosa por el mercado. Nosotros pusimos el acento correcto en el necesario equilibrio entre el mercado y las instituciones del Estado, demostramos que la discusión no se podía restringir a su tamaño».
Son voces que desde las distintas trincheras de los medios de comunicación le informan a la elite empresarial, política e intelectual de Chile, que el actual sistema de partidos políticos está viviendo tiempos complicados.
No se trata sólo de una etapa pasajera, producto de las tensiones propias del adelantamiento de una campaña presidencial, sino de una crisis con características más complejas y que involucraría la estructura en si del actual sistema de partidos políticos.
Abajo, cunde el desencanto que hoy, cada vez con mayor facilidad, se transforma en rabia hacia la clase política. A su vez, crece la apatía por participar de los procesos electorales, haciendo que las cifras de no inscripción en los registros electorales alcance niveles record.
Y por arriba, lo que alguna vez fue una bien estructurada línea de partidos, que iba desde la extrema derecha, hasta la izquierda, se ha transformado en un verdadero burdel. La consiga pareciera ser todos con todos, contra los otros.
Como nunca, desdibujadas las líneas de división ideológicas, nos encontramos ante un mosaico de personajes involucrados en la política que no tienen empacho en reconocer que las diferencias con sus antiguos adversarios son mínimas. Las viejas alianzas se resquebrajan, dando paso a un tiempo donde abundan los proyectos personalistas, por sobre las grandes apuestas colectivas.
Solo mantiene unido el paquete, la firme convicción en la necesaria continuidad del proyecto neoliberal. Aunque, cada vez, afloran más diferencias, o matices, respecto de cómo se debiera seguir «avanzando».
El todo genera una inestabilidad e incertidumbre crecientes, que las cúpulas de los partidos políticos están lejos de poder controlar. De hecho, desde la derechista UDI, hasta el Partido Socialista, cada una de las directivas partidista enfrenta una conflictividad creciente entre sus filas.
Disfrazándose de «díscolos», en el anquilosado arco iris del sistema de partidos chilenos surgen nuevos «partiditos» que buscan aprovecharse del desapego creciente de los chilenos por las opciones electorales tradicionales.
La casa no está ordenada, y lo que antes eran bloques consolidados, se están convirtiendo en coladores.
Palos para todos
Pero, a este cuadro complejo en el ámbito político, debiéramos sumar algunos elementos que caracterizan, en el actual período, de manera singular, la lucha social.
Ya se ha reseñado, hasta el cansancio, que el gobierno de Bachelet ha vivido un creciente resurgimiento de las luchas sociales. Para algunos esto es parte de su mala gestión. Para otros, la actual situación no seria más que el signo del necesario agotamiento de una sociedad que ha vivido más de 3 décadas bajo un neoliberalismo salvaje.
Si bien, los otros gobiernos de la Concertación también habían sufrido conflictividad social, producto de las medidas propias de la agudización del modelo neoliberal, estos últimos años, existe una cierta toma de conciencia de parte de todos los involucrados de que no habrá solución de fondo para los problemas sociales actualmente planteados.
Así como la publicitada reforma de la salud, con el Plan Auge, no resolvió, ni mejoró la atención en salud de la mayoría de los chilenos, tampoco la modificación del sistema de transporte para la capital, Transantiago, tiene ninguna solución.
Todas y cada una de las áreas en donde neoliberalismo socialista, primero con Lagos, y después con Bachelet, intentaron perfeccionar, y humanizar el modelo han fracasado.
El resultado parece evidente. Las luchas sociales continúan dándose con una regularidad que hace que, a lo menos en la capital, ya muchos ciudadanos hayan normalizado a la protesta, en el centro de la ciudad, como algo casi normal.
La incapacidad de la izquierda, y de los propios actores sociales por establecer vínculos de unidad entre sus luchas hace que sea posible ver, de manera paralela, un mismo día; una protesta de los deudores habitacionales del Andha Chile a Luchar en la Plaza de la Constitución; a 100 metros de ahí, una huelga de los trabajadores del INP, frente a las puertas del Ministerio; y a sólo calles, una protesta de los estudiantes universitarios contra la Ley General de Educación, en la Casa Central de la Universidad de Chile.
O sea, la fragmentación de la lucha social no pierde intensidad, pues gana en masividad y en regularidad. Pero se muestra dispersa, visibilizando luchas particulares y específicas a cada uno de los sectores, perdiendo con ello claramente impacto político.
Podríamos incluso señalar que asistimos a una especie de guerra social de baja intensidad, acompañada de una clara normalización de la conflictividad.
Los problemas no se resuelven y se agudizan las tensiones, principalmente entre el gobierno y los distintos actores sociales movilizados. Este es el eje central en el cual se da la pelea, contra el Estado, siendo aún minoritario el enfrentamiento con los distintos actores (empresas) del mundo privado.
Y para responder a la actual situación el gobierno, en su estado de desgano actual, parece haber dejado el tema del enfrentamiento con las luchas sociales en manos de los profesionales: la policía de carabineros.
Con la salida del Ministerio del Interior del «experto» en desarticular los movimientos sociales, Belisario Velasco, y sus estrategias de infiltración y fomento de la delación, parece que al gobierno se le acabo el guión.
Y se vuelve a lo que se sabe que sirve, la represión pura y dura. Ya no hay sutilezas en la actuación de las Fuerzas Especiales de Carabineros. Palo para todos.
Pero esta opción también tiene sus costos. Abundan las denuncias por maltratos, y por violencia excesiva. Sin contar el fuerte impacto que creó en la sociedad chilena la muerte en manos de la policía del comunero mapuche Matias Catrileo o del huelguista Rodrigo Cisternas.
Debido a ello, el aparato comunicacional de los poderosos, preocupado por el evidente desgate en la legitimidad social de los represores, utiliza artimañas como la muerte del general Bernales, transformándolo en santo para compensar el creciente desprestigio del rol de carabineros.
Desesperación, movilización y represión se conjugan actualmente construyendo un amalgama que no tiene ninguna perspectiva de cambio, en los próximos años.
Este cuadro nos muestra un Chile inmerso en un sin número de tensiones que crecen en los distintos niveles de la sociedad. El temor de los analistas televisivos es real, en todo Chile pareciera cundir el descontento y la desconfianza con los tiempos que vienen. Y aún esta por verse los efectos devastadores pude tener, en la actual situación, el creciente desempleo, conjugado con una inflación que afecta, como siempre, sobretodo a la población más pobre del país, pero que hoy, también golpea con fuerza a la siempre inestable clase media.
Planea el fantasma de una crisis más estructural que pondría en cuestión al modelo chileno de desarrollo, abriendo, al mismo tiempo, la temida caja de Pandora.
Cristian Cepeda
Periodista y doctorando Ciencias Políticas UAB