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El “Proyecto europeo” y los partidos de nuevo tipo

Plantear las verdaderas preguntas

Fuentes: Democracia Socialista

Sería difícil hacer un mejor trabajo que el de Stathis Kouvelakis en los últimos meses, a la hora de defender el proyecto que fue Syriza -tanto contra aquellos que lo condenaron desde el comienzo como contra aquellos que ahora defienden la capitulación de la dirección. Kouvelakis, sin embargo, no sólo estaba defendiendo a Syriza o […]

Sería difícil hacer un mejor trabajo que el de Stathis Kouvelakis en los últimos meses, a la hora de defender el proyecto que fue Syriza -tanto contra aquellos que lo condenaron desde el comienzo como contra aquellos que ahora defienden la capitulación de la dirección.

Kouvelakis, sin embargo, no sólo estaba defendiendo a Syriza o más ampliamente a la «nueva» izquierda europea, sino a la estrategia misma de construir partidos obreros de masas -para organizar y transformar la conciencia a través de la lucha; una estrategia que se remonta hasta el siglo diecinueve.

La postura de Kouvelakis es muy diferente de la de aquellos que, como Tad Tietze, desechan la posibilidad de una alternativa política a la austeridad y nos proponen, en cambio, que desarrollemos movimientos extra-parlamentarios.

Sin embargo, una estrategia viable para que la izquierda ponga fin a la austeridad no puede contraponer lo social y lo político: una alternativa política debe ayudar a crear su propia base social. Este era, precisamente, el propósito de Syriza, con el que Unidad Popular, formada recientemente, va a continuar; ahora que la dirección de Syryza ha abandonado sus compromisos para luchar contra el memorándum.

A pesar de las derrotas y los desvíos, estos proyectos permanecen como el único camino viable hacia una eventual ruptura, no sólo con la austeridad sino con el capitalismo como tal. Aquellos de entre nosotros que no tenemos que enfrentarnos con la cuestión del poder del Estado debemos, sin embargo, todavía aprender las lecciones correctas, tanto de Syriza como de la historia de la cual surgió.

Reforma y revolución

La primera experiencia en la construcción de partidos de masas de la clase trabajadora llegó a su fin con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la decisión casi unánime, de los partidos socialdemócratas tanto alemán como francés (que eran los faros del movimiento europeo) de traicionar la causa del internacionalismo socialista y apoyar a sus respectivos gobiernos cuando marcharon a la guerra.

La tarea de unir una oposición minoritaria cayó sobre los bolcheviques. Sus esfuerzos generaron la base para una nueva internacional que coincidiría brevemente con el despertar de la Revolución Rusa.

El espacio para la Tercera Internacional y los partidos revolucionarios de masas que se definían a sí mismos contra la social-democracia reformista, apareció debido a condiciones concretas, particularmente por el alto nivel de lucha de clases desencadenado por la guerra.

Con todo, sólo los comunistas alemanes -ya desbastados por el asesinato de sus principales líderes y expulsados del partido social-demócrata- fueron capaces de presentar un desafío sostenido para el poder antes de que la ola revolucionaria retrocediera, la socialdemocracia encontrara sustentación y el estalinismo reestructurara fatalmente a los jóvenes Partidos Comunistas.

Aquellos que intentaron trazar un curso revolucionario independiente fueron purgados y aislados de los movimientos, tanto de los comunistas oficiales como de los socialdemócratas, que dominarían el movimiento obrero a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Cierto número de cambios tuvieron que ocurrir antes de que los revolucionarios pudieran tener de nuevo una audiencia de masas: la revelación de los crímenes de Stalin, la supresión soviética de los levantamientos húngaro y checo, y el retorno de luchas de clases militantes en los 60 y 70.

Lo anterior expuso el conservadurismo de la mayoría de los partidos comunistas de Europa occidental y creó espacio para nuevas formaciones a su izquierda, como el Socialist Workers Party inglés y la Ligue Comuniste Révolutionaire francesa. Pero con el comienzo de la ofensiva neoliberal hacia fines de la década de 1970, estos partidos fueron debilitados.

Los tradicionales partidos socialdemócratas también fueron dañados irrevocablemente. El ala de izquierda reformista de la social democracia experimentó derrotas y retrocesos, en tanto que su ala derecha emprendió felizmente la administración del neoliberalismo.

Mientras estos expartidos de los trabajadores comenzaron a implementar la austeridad, socialdemócratas disidentes, comunistas y otros construyeron nuevos partidos, que trabajaron con los movimientos sociales y abordaron debates acerca de la mejor manera de confrontar al neoliberalismo. A lo largo de la última década, formaciones como el Bloco de Esquerda, Die Linke y Syriza llenaron el vacío que dejó la social democracia.

Desafortunadamente, algunos revolucionarios han convertido en una virtud, lo que era una necesidad entre 1930 y 1980 -construir pequeños grupos revolucionarios debido a la dificultad o imposibilidad para operar independientemente dentro de partidos reformistas de masas o partidos comunistas oficiales. Estos revolucionarios han malinterpretado la experiencia de la social-democracia en general y de los bolcheviques en particular.

Los bolcheviques no estaban tratando de construir un partido «revolucionario» especial, sino un partido socialdemócrata en el contexto represivo de la Rusia zarista. Fueron ese contexto y la ruptura con los mencheviques -y no cierta pureza teórica- los que convirtieron a las tendencias reformistas, que dominaban la maquinaria partidaria en Alemania, en marginales en Rusia.

La lección más relevante de la social-democracia de pre-guerra, para la lucha de clases de hoy, es que debemos primero construir partidos que logren volverse dominantes en el movimiento obrero a través de la pelea por reformas. Es sólo a través de esa experiencia colectiva de obtener victorias tangibles y poner a prueba los límites del reformismo, que una mayoría podrá ser ganada para las políticas revolucionarias.

A pesar de que es cierto que formaciones de ese tipo podrían recrear muchas de las condiciones presentes en la social democracia de pre-guerra, esto no necesariamente las condena al mismo resultado. Y los revolucionarios que dejan a los reformistas la tarea de crear y moldear formaciones políticas que puedan interpelar y comprometer a una mayoría de la clase trabajadora en la lucha, socavan no sólo este proyecto, sino cualquier proyecto revolucionario «separado».

Partidos de nuevo tipo

Con el ascenso del neoliberalismo y el concomitante giro de los partidos socialdemócratas, de partidos de masas de los trabajadores, hacia partidos que administran la austeridad, el centro de gravedad político se ha movido a la derecha. Esto significa que las luchas en Europa por un Estado de bienestar funcional y derechos laborales, han quedad huérfanas por varias décadas.

El giro a la derecha, unido con la caída de la Unión Soviética y los movimientos anti-guerra y de alter-globalización, abrieron un espacio político que debía ser ocupado por una nueva izquierda. Estos partidos fueron fundados sobre la base de un rechazo del estalinismo y una nueva idea sobre cómo relacionarse con los movimientos sociales, con la meta de ganar la base social de una social democracia liberalizada.

Hacer aquello significa adoptar los puntos programáticos centrales de los tradicionales partidos socialdemócratas, protegiendo el Estado de bienestar y los derechos laborales, ampliándolo con las demandas feministas y ambientalistas. Debido al viraje a la derecha del escenario político en Europa, fue una tarea de la izquierda radical organizarse en torno a estas políticas.

Estos partidos se han volcado a construir partidos de masas de trabajadores con dos cuestiones principales en mente. La primera es que el partido es un instrumento de intervención social (interactuando con movimientos sociales, el movimiento sindical y otros esfuerzos de organización de base) que en simultáneo debe construir un programa político autónomo y luchar por el poder del Estado.

La segunda cuestión es que la base social de la Nueva Izquierda es tanto la base tradicional de los partidos de masas de trabajadores como los millones de personas descontentas con el sistema político como un todo.

Estas nuevas corrientes se establecieron sobre el entendimiento de que no había necesidad de contraponer el esfuerzo por ganar adhesión alrededor de un conjunto de demandas de izquierda reformistas y la necesidad de desarrollar un apoyo para ideas y corrientes políticas más radicales. Por el contrario, este tipo de amplitud fue la única forma de mantener a la izquierda radical siendo relevante para la gente común.

La difusa composición ideológica de estos partidos permite su transformación en direcciones progresivas, a la vez que ofrece a la izquierda radical una gran plataforma pública. Lo que ha mantenido viva las ideas revolucionarias ha sido, precisamente, su relación con los proyectos reformistas de izquierda.

Los partidos de Nueva Izquierda ahora proliferan, pero sigue siendo poco claro para muchos en la izquierda europea hacia dónde vamos. Ofrecemos aquí tres ideas estratégicas para contribuir a ese debate.

Los partidos amplios de izquierda no emergieron de la nada, ni tampoco por el voluntarismo de pequeños grupos radicales o revolucionarios: son el producto de cambios nacidos de amplias movilizaciones políticas, que los partidos existentes eran incapaces de capitalizar.

Uno de los objetivos centrales de estos partidos de «nuevo tipo» fue la de socavar los partidos socialdemócratas devenidos en neoliberales disputando su base social. Esto sólo es posible si hay un proyecto político autónomo que rechace ser la muleta de los tradicionales partidos socialdemócratas, mientras que al mismo tiempo luche por reformas, trate de ganar mayorías sociales y dispute el poder del Estado.

Además, cada ruptura importante con los partidos de centro-izquierda ha ocurrido por la presión por izquierda de otras formaciones, como es el caso de Oscar Lafontaine como otros miembros del ala izquierda de Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) involucrados en la fundación del partido socialista Die Linke (La Izquierda).

Sin embargo, esta táctica ha sido exitosa a medias. La estrategia de tratar de ganar tanto a los partidarios tradicionales de los partidos social-demócratas como a la gente que se ha cansado del sistema político se ha probado difícil de llevar a cabo: estos partidos de «nuevo tipo» tienen demasiado parecido a «más de lo mismo» para los desilusionados con el sistema político, como parecen demasiado extraños y anti-instituciones para aquellos que no están preparados para revisar críticamente el sistema político existente.

Esto parece repetir que la vulnerabilidad y el desplome de los partidos socialdemócratas han sido auto impuestos. Al aplicar y manejar la austerirdad por sobre expandir la previsión social, estos partidos originalmente de trabajadores han adoptado las mismas políticas que sus contrincantes conservadores. Es precisamente por esta «PASOK-ización» que necesitamos organizaciones reformistas de izquierda fuertes; sólo ellas son capaces de ganar y organizar a quienes abandonan los partidos social-demócratas.

Y la presencia de revolucionarios al interior de estas organizaciones es y será crucial para prevenir virajes a la derecha.

Otro punto clave tiene que ver con la relación entre la lucha social callejera y la búsqueda de cargos políticos. Tenemos que entender a los partidos como instrumentos para la lucha social, vehículos que nos ayudan a coordinar y construir relaciones entre diferentes movimientos. Mantener el carácter autónomo de esos movimientos no es necesariamente contradictorio con construir programas y campañas para alcanzar el poder estatal e implementar políticas progresivas.

A pesar de que lo que los socialistas pueden llevar a cabo usando el Estado capitalista es limitado, igualmente tiene una relativa autonomía. La capacidad del Estado de desarrollar objetivos progresivos depende de la correlación de fuerzas entre trabajo y capital. No reconocer esta posibilidad significa perder cualquier esperanza y menospreciar toda reforma que no alcance la revolución.

La presencia de ideas revolucionarias es esencial, no solo por la necesidad de reconocer los límites de ganar el poder del Estado sin transformarlo, sino también porque la organización de poder popular es central para sostener, y para alcanzar, cualquier gobierno de izquierda.

Los límites del «Proyecto europeo»

Desde su fundación, un objetivo de la gran mayoría de los partidos de izquierda ha sido transformar la Unión Europea desde dentro. Sin embargo, el devenir reciente demostró que la UE, y en particular la eurozona, sólo puede tolerar cierta cuota de democracia, igualdad y auto-determinación.

La extorsión al gobierno griego hizo visibles e incuestionables las grietas en el llamado «Proyecto europeo», como así también su verdadera naturaleza: una relación entre «centro y periferia» que está dispuesta a aplastar cualquier experiencia democrática y cualquier intento de una reforma igualitaria, con el objetivo de fortalecer las economías de los países centrales y desmantelar todas las protecciones sociales para los trabajadores, en particular de los países del sur de Europa.

Las «negociaciones» desde posturas de izquierda han logrado que se ceda muy poco, y el margen de maniobra se ha reducido exponencialmente. La única alternativa es pensar por fuera de los límites de la eurozona. Esto no es una tarea sencilla. Lo que algunos han llamado «el fetiche del euro» tiene bases materiales muy concretas, es el resultado de treinta años de destrucción de los sectores productivos de la periferia y su sustitución por créditos y sobre-dependencia de los fondos europeos.

Entender que hay más de una forma de salir de la zona euro es recentrar la discusión en su nivel más político. ¿Cómo construir un movimiento popular de la izquierda que pueda conectar con un proyecto mancomunado en el resto del continente, imaginar alternativas para esta prisión financiera en la que estamos atascados y luchar con la emergencia de la ultra derecha y el nacionalismo a lo largo de Europa? Esto no significa que dejemos de luchar y construir interconexiones dentro de este marco, simplemente significa que debemos empezar a pensar y construir estas luchas e interconexiones más allá de él.

Sólo encontraremos la respuesta para estas difíciles preguntas si reconocemos que estas son las llaves estratégicas que enfrenta toda la izquierda, si mantenemos como el principal objetivo el ganar mayorías sociales y hegemonía ideológica, y si abrazamos a estos «partidos de nuevo tipo», con todos sus límites y contradicciones, como el mejor y más concreto instrumento para cumplir esa tarea.

Catarina Príncipe es miembro del Bloco de Esquerda (Portugal) y Die Linke (Germany). Dan Russell es miembro de International Socialist Organization (EEUU)

Traducción de Guido Spadaveccia y Facundo Nahuel Martín para Democracia Socialista

http://www.democraciasocialista.org/?p=5413