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¿Pobreza de la política… o pobreza de algunas filosofías?

Fuentes: Rebelión

José Luis Pardo [JLP], quien firma como filósofo, publicó el pasado sábado en El País un artículo titulado: «La pobreza de la política». ¿Pobreza de la política? ¿Es eso o es otra cosa? Veamos su argumentación y su «tesis» de fondo. En mayo de 2010 España dejó bruscamente de ser un país próspero, envidia de […]


José Luis Pardo [JLP], quien firma como filósofo, publicó el pasado sábado en El País un artículo titulado: «La pobreza de la política». ¿Pobreza de la política? ¿Es eso o es otra cosa? Veamos su argumentación y su «tesis» de fondo.

En mayo de 2010 España dejó bruscamente de ser un país próspero, envidia de italianos y franceses según su presidente de entonces, para convertirse en un Estado endeudado y casi quebrado, señala de entrada. Si la prosperidad había sido o no imaginaria es ahora lo de menos (es obvio que no fue ninguna prosperidad para millones y millones de ciudadanos), apunta JLP, «puesto que el empobrecimiento financiero-laboral se hizo tan evidente que aún no hemos dejado de hablar de sus causas y consecuencias». ¿Empobrecimiento financiero-laboral con guión de enlace? No entiendo, no se entiende tal vez.

De lo que apenas hemos hablado, señala el autor, «es del empobrecimiento político que lleva aparejada la penuria económica en un mundo como el nuestro, en el que economía y política son difícilmente separables». ¿Apenas hemos hablado de eso? ¿No hemos exigido mil veces que la política ciudadana debía ubicarse en el puesto de mando y no como simple sirvienta de la economía, es decir, de las grandes corporaciones tipo Volswagen, «el fraude el pueblo»? El PSOE, en opinión de JLP, «lo sufrió el día en que Rodríguez Zapatero se quedó sin programa y sin un discurso que le permitiera tomar las impopulares medidas que tomó, lo que costó a su partido las elecciones de 2011». Fue por eso, afirma, «por lo que las ganó Mariano Rajoy, y no por tener una política económica adecuada a la situación (como ahora quiere hacernos creer), puesto que su programa de legislatura se esfumó tan rápidamente como lo había hecho el de su rival unos meses antes». También tomó, añade, esas antipáticas medidas que todavía le pasan factura en las urnas. ¿Antipáticas medidas? ¿Esa es la forma de pensar y decir? Ninguna referencia, desde luego, a la (anti)reforma antipopular y servil de la Constitución. De la mano, a PSOE y PP se les vio por el jardín de los senderos que se unen una vez más.

Viene ahora la primera estocada fuerte del artículo: «a diferencia de lo que quieren creer Stiglitz, Krugman, Varoufakis y todos los «expertos» que viven de ello, este no es un debate académico sobre diferentes modelos de política económica (una de austeridad, otra de crecimiento)». ¡Que viven de ello! ¿Debate académico? ¿De qué hablará JLP? ¿Quién ha creído una cosa así? ¿Qué lee, cuáles son sus fuentes? Los tres economistas citados, ¿son acaso uno y lo mismo? ¿Todos los expertos? ¿El no es un experto que vive de eso o de tareas muy afines?

Prosigue en tono «yo me lo como yo todo»: «no hace falta ser Premio Nobel, ni siquiera economista raso, para saber que las plantas crecen más si se las riega debidamente que si se les restringe el agua». Es decir, bla-bla-bla. «Pero el empobrecimiento político consiste justamente en que no es posible hacer ninguna «política económica», ni keynesiana ni anti-keynesiana, cuando no se ha asegurado previamente una gestión verosímil de la deuda».¡No son posibles otras políticas! ¡O A o B! ¡Toma Pascual, la gran tesis económico-político del gran filósofo! Es preparación de la segunda estocada.

Aquí la tienen: «Alexis Tsipras lo descubrió el 13 de julio pasado, cuando también él tuvo que abandonar su discurso ideológico (cuya popularidad estaba avalada por un referéndum) y admitir que no podía llevar adelante su programa, lo que le ha costado más de un disgusto». ¡Discurso ideológico! ¿No podía llevar a cabo su programa por incompetencia, porque se le olvido algún dato, porque no sabían sumar o integrar? ¿No fue otra cosa?

Ahora toca la filosofía aliada a la poética: «Todas las decisiones políticas importantes admiten al menos dos interpretaciones, una más poética y otra más prosaica». Cuando se trata de decisiones populares, señala JLP, «la interpretación poética las considera como una expresión del poder ciudadano, lo que produce una satisfacción generalizada de gobernantes y gobernados». La prosaica, en cambio, «ve en ellas, por muy socialmente relevantes que puedan parecer, la sombra de una posible intención demagógica, y a veces ni siquiera el tiempo es capaz de disipar las dudas al respecto».

Para que no haya dudas de por donde van las sesudas reflexiones: «Cuando las decisiones son impopulares, como lo fueron las citadas «retractaciones» (o como la campaña de Felipe González en el referéndum sobre la OTAN de 1986), la actitud poética las interpreta como una vergonzosa humillación de la corrompida clase política ante las mafias del capitalismo internacional (algo que sólo puede combatirse con acciones revolucionarias)». Aparte de la soez caricatura de la posición criticada, impropia de alguien que firma como filósofo, es meridiana la posición de este amante del saber, de este supuesto heredero de Sócrates. ¿Pensará que todos somos estúpidos menos él y unos cuantos amigos?

La prosaica, por su parte, «las entiende como meros gestos de responsabilidad de los gobernantes: al conllevar un previsible sacrificio de votos, permiten suponer que el compromiso de esos dirigentes con su país y con sus ciudadanos podría haber sido su motivación última, aunque también en este caso puedan a menudo quedar dudas». Pero, cuál es su posición? ¿La indecisión? Pero lo que es indudable, prosigue, «es que cuando los dos principales partidos de un país se presentan ante su electorado con un mensaje prosaico y antipático (querríamos hacer tales o cuales políticas, pero no podemos permitírnoslo si somos responsables) dejan huérfanos a gran parte de sus votantes habituales, que sienten haber perdido no solamente su poder adquisitivo sino también su poder clientelar». ¿Poder clientelar de los votantes?

Por eso, señala ahora, «es casi una necesidad social que acudan a su rescate «movimientos transversales» con una oferta más poética, del tipo «Nosotros sí podemos», y anunciando medidas revolucionarias: la secesión de España (porque España es la causante de la pobreza catalana, según algunos concienzudos analistas de la historia y de las balanzas fiscales), la salida de la eurozona (en donde, como ha dicho un sabio, ya no queda gente honrada) o el abandono del capitalismo (culpable último de la deuda ilegítima que nos atenaza)». ¿Todo es uno y lo mismo? ¿Son lo mismo A que B y C? ¿Seceicón, salida del euro, posición anticapitalista?

Las dos cosas, señala, la antipatía prosaica de los partidos y la poética revolucionaria de los movimientos, «son síntomas de esa pobreza política derivada del deterioro económico». La prosa de la responsabilidad, repite con palabras conocidas, «por ser un reconocimiento de la propia pobreza», es una condición necesaria para ponerle remedio. No es aún el remedio mismo. Ahora bien: «La poética de la gente (catalana o española) no es ni siquiera eso, porque niega la existencia de la pobreza, presentándola como el resultado de un robo y de un secuestro de la soberanía nacional (catalana o española) perpetrado por España, por Alemania o por el FMI, y por tanto no puede hallar solución más que declarando la independencia con respecto a esos ladrones y secuestradores». Su posición, por fin clara pero no distinta: «Lo cual es sin duda muy revolucionario, pero también muy poco responsable». Por lo tanto…

No sé si yo también me estoy volviendo poético, señala (no es el caso claro está), «pero me parece que en los últimos tiempos los revolucionarios anticapitalistas, que han tocado (discretamente) poder, se han vuelto un poco más prosaicos y han empezado a entonar, quizá como simple maniobra propagandística, un rosario de conservadores «no podemos» (salir de la eurozona, proclamar la República, negarnos a pagar la deuda, declararnos independientes de Alemania, subir las pensiones, etc.)». Feliz, por fin, porque ve indicios, para él claros, de aceptación de lo establecido, de lo intocable, de lo Real real e indiscutible. Aunque ello, añade, «les haya costado perder un porcentaje de su idolatrada hegemonía (sí, hasta a mí me da un poco de pena, pero se diría que van camino de aparcar por un tiempo la dictadura del proletariado en beneficio de la administración responsable de algunos ayuntamientos)». ¡Dictadura del proletariado! ¡El conservadurismo más deformador en el puesto de mando! ¿Qué entenderá el filósofo por administración responsable, incluso por dictadura del proletariado? De lo primero, de la administración responsable: hacer lo que toca, no soñar. El realismo más plano posible.

Añade un matiz: «sé, desde luego, que este no es el caso de los nacionalistas ni de los independentistas catalanes, cuya poética revolucionaria sigue in crescendo tras el gran potlatch del 27-S. La cercanía de las Generales ha insuflado un poco de poesía incluso en el PP, aunque en esa casa les gusta tanto Cine de barrio que la cosa no ha llegado más que al 1% de los salarios y de la Constitución». Por tanto, escribe -¿por tanto? ¿de dónde este por tanto?- «la sorpresa de la temporada será el misterioso programa electoral del PSOE, elaborado por un comité de poetas postrevolucionarios que dejará en ridículo a Pablo Iglesias». ¿De qué se trata?

¿De esto? «En su excitante Estado Federal, Cataluña será y al mismo tiempo no será una nación, tendrá más financiación que el resto de las Comunidades Autónomas, que sin embargo tendrán la misma que ella o todavía más, restituirá a los españoles los salarios, empleos, derechos y viviendas que Rajoy les quitó y al mismo tiempo reducirá la deuda y el déficit, eliminará a la vez que reforzará el Senado y las Diputaciones Provinciales y bajará los impuestos sin descartar subirlos, aunque todavía no se conoce su posición definitiva sobre el Toro de la Vega. Porque, como decíamos, la pobreza de la política no está reñida con la abundancia de la poesía». Es decir, como la situación parece compleja y la salida no es fácil, lo dejamos como está todo y palante, que Dios o quien sea ya nos ayudará en su momento. Desde la derecha más derecha del socialliberalismo realmente existente. Cualquier pequeño atisbo de mirar y actuar desde la izquierda, es pobreza de la izquierda. Lo enriquecedor es actuar como actuó y actúa don Felipe Gal Natural.

La filosofía, nos han enseñado muchos filósofos que son maestros, debe ir pobre y desnuda. Pero, por supuesto, hablaban de otra cosa, de otra pobreza, de otra desnudez. Nada que ver con esta pobreza del filósofo que quiere hacer inoperante a la política.

Nota:

[1] http://elpais.com/elpais/2015/10/06/opinion/1444154393_171426.html

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