La implosión de Podemos en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid ha sido una sorpresa por el momento escogido, pero para cualquier observador mínimamente informado estaba implícita en la situación. Ahora los opinadores más ingenuos o maliciosos pretenden escandalizarse ante la bochornosa crisis de la izquierda madrileña, pero si hacemos un repaso rápido por […]
La implosión de Podemos en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid ha sido una sorpresa por el momento escogido, pero para cualquier observador mínimamente informado estaba implícita en la situación.
Ahora los opinadores más ingenuos o maliciosos pretenden escandalizarse ante la bochornosa crisis de la izquierda madrileña, pero si hacemos un repaso rápido por algunos hechos políticos de los últimos años, veremos que todo lo ocurrido no es una «aberración» o una «desgracia», sino la consecuencia lógica e inevitable de toda una trayectoria. Tampoco es un psicodrama en el que dos amigos se pelean, ni sólo una disputa burocrática descarnada por el poder, que obviamente también lo es.
Es el fin de un ciclo para la política transformadora de este país. Escogeremos tres causas que, en mi opinión, han incubado esta situación y que, si somos capaces de aprehenderlas, nos darán pistas para iniciar un nuevo camino con nuevos horizontes y sobre nuevas bases.
En primer lugar, la propia configuración de Podemos. Podemos no es un partido: ha fracasado como proyecto partidario, en un sentido histórico del término.
Los partidos, en su acepción moderna, son agrupaciones que «representan» a clases o fracciones de clase organizadas, con raíces en la sociedad civil y agrupan a sus bases en torno a un programa u objetivos políticos a largo plazo.
Podemos renunció a tener un proyecto de sociedad diferente, porque, presuntamente, la gente sólo podía imaginar la sociedad tal y como es hoy. Podemos renunció a tener bases sociales organizadas, porque, por lo visto, para asaltar los cielos no se necesitaba tener los pies en el suelo.
Podemos, más que un partido, es un aparato a la deriva, que oscila desorientado entre lo que pudo haber sido y lo que realmente es: un régimen despótico en donde la ausencia de pluralismo provoca que las diferencias se resuelvan en base a intrigas, maniobras y deslealtades. El pluralismo, esa asunción de que las tradiciones emancipadoras no se pueden reducir a una, es una realidad irreductible: es la única forma de articular la anhelada unidad.
En segundo lugar, los acuerdos colectivos han sido ignorados una y otra vez en aras de los caprichos y de las opiniones particulares de los «líderes».
El caso de Manuela Carmena es quizás el más flagrante. Un programa colaborativo, participado, con muchísima inteligencia detrás, fue desechado por la alcaldesa como una lista de «sugerencias». Lo increíble fue la aceptación sumisa por parte de la burocracia de Podemos en cualquiera de sus versiones: la «marca Carmena» era más importante que el impulso movilizador que permitió ganar el Ayuntamiento.
La hegemonía de la retórica comunicativa de «mayorías» ha provocado un profundo retroceso en las aspiraciones populares, aceptando un marco cada vez más estrecho sólo funcional a los intereses particulares de una nueva clase política
Pero hay más ejemplos: Ramón Espinar ganó las primarias en un acuerdo con Anticapitalistas, que incluía una hoja de ruta «unitaria» y transformadora que pocos meses después del triunfo fue abandonada sin miramientos, operación que culminó con el «aterrizaje» de Errejón como candidato para la Comunidad de Madrid. O Pablo Iglesias ganando Vistalegre II con un discurso contra el PSOE, para al poco tiempo adoptar la estrategia diseñada por su rival Errejón. «Más Madrid» es el último movimiento de una política basada en los caprichos y chantajes de líderes, caras públicas, secretarios generales: tal y como lo fue, por otra parte, el «dedazo» de Pablo Iglesias imponiendo a Errejón como candidato.
En tercer lugar, el profundo giro transformista de Podemos, inevitablemente, tenía que generar una bifurcación. Manuela Carmena e Íñigo Errejón son el sector más consecuente del sector de la izquierda que busca la integración en el régimen, aceptando la división tradicional de la política de éste (restauración progresista/reacción conservadora), y que opta por abandonar cualquier perspectiva constituyente. Esto es, asumiendo el actual marco político-económico como el único posible y renunciando a formular una estrategia política en otros términos.
Por desgracia, la hegemonía de la retórica comunicativa de «mayorías» ha provocado un profundo retroceso en las aspiraciones populares, aceptando un marco cada vez más estrecho sólo funcional a los intereses particulares de una nueva clase política.
El problema de fondo es que todas las maniobras y derivas burocráticas responden a una vocación: se trata de librarse de las ataduras reales que vinculaban a la nueva política al 15M (asambleas, consensos, programa reformista radical), convertirlo en algo parecido a los que es el primero de Mayo para las grandes burocracias sindicales: una efeméride con la que no mantienen ningún vínculo de fidelidad práctica. Tanto la maniobra de Errejón como toda la linea político-organizativa de la dirección estatal de Podemos son los últimos coletazos por desprenderse de los restos de aquellas ataduras.
El movimiento de Errejón tiene sin duda, un fondo político: se trata de radicalizar ese giro hacia el centro-izquierda y de ganar plena autonomía no sólo frente a la dirección de Podemos (con la que, por cierto, coinciden en lo fundamental políticamente), sino frente a IU y otros sectores más a la izquierda. Una maniobra similar a la que Manuela Carmena hizo cuando liquidó Ahora Madrid, lanzando su proyecto Más Madrid y rompiendo con los sectores agrupados en Ganemos (IU, Anticapitalistas, o sectores municipalistas agrupados ahora en torno a La Bancada).
Ahora viene la pregunta fundamental: ¿qué hacer ante esta bifurcación? En mi opinión, el debate fundamental no versa sobre el futuro de la izquierda: versa sobre si aceptamos que el monopolio de la política institucional está en manos de un centro-izquierda neoprogresista o si tratamos de mantener en Madrid (y a medio plazo, en todo el Estado), una cuña con un programa constituyente, impugnador y de lucha que nos permita afrontar en mejores circunstancias un nuevo periodo caracterizado por una normalización de la crisis múltiple del capitalismo hispano, la radicalización de las clases privilegiadas hacia la extrema derecha y el fin del aliento movilizador «a la ofensiva» que hemos sentido los últimos años.
Obviamente, creo que hay que apostar sin complejos por esta opción, a condición de que esa recomposición no la lideren los mismos que nos han conducido al desastre. La dirección de Podemos ha fracasado estrepitosamente a la hora de configurar un proyecto en Madrid, carece de base militante amplia, dinámica y articulada, y se ha comportado con una arrogancia terrible hacia los otros sectores combinada con oportunismo político. Su trayectoria y los resultados de su desastrosa y errática linea política les incapacita para liderar nada y hay que acabar de una vez por todas con esa idea de que les corresponde ese rol: esa es una ilusión basada en su papel en la anterior etapa política. Cualquier hipótesis liderada por esta fracción está destinada al fracaso.
El embrión de nuevas candidaturas en la CAM, en el Ayuntamiento de Madrid y en muchos pueblos de la Comunidad se encuentra en la experiencia de los seis concejales «críticos» de Ahora Madrid. IU, Anticapitalistas y La Bancada cuentan con una red activista y capacidad organizativa para impulsar candidaturas que sean el embrión de un nuevo espacio contra la resignación, el cinismo, el verticalismo y la normalización política combinada con miseria social a la que parecen conducirnos estos tiempos.
Hay acuerdos programáticos mediatos que lo permiten; también sobre cómo proceder, sobre todo en torno a métodos de configuración pluralista y cooperativos, como las primarias abiertas y proporcionales. También en la necesidad de incorporar como protagonista a la gente trabajadora, fuera de las pequeñas élites militantes, vinculada a los barrios, movimientos y a las luchas. Podemos podría sumarse, pero no imponiendo sus reglas: los tiempos de la dominación mediante la espada ya han pasado.
Hay que ser sensible a las preocupaciones de mucha gente en torno a la situación actual. Es comprensible esa preocupación por la unidad. Pero aunque las lecciones sean dolorosas, una bifurcación en la cual seamos capaces de optimizar las opciones de las izquierdas tampoco es necesariamente una mala noticia: se pueden recoger más votos y a la vez, normalizar que existen diferentes proyectos para afrontar la situación.
Se trata de continuar, pero aprendiendo las lecciones: no volver a delegar ni ceder la capacidad de mando ni en una burocracia ni en un líder, aunque prometa asaltar los cielos. Hagamos posible que vuelvan las asambleas, las militancias y los programas transformadores. Es la mejor garantía para evitar la descomposición en estos tiempos oscuros.
Brais Fernández, redactor de Viento Sur, militante de anticapitalistas y de Podemos.