En épocas electorales se dice en Colombia que hay ‘peligros de polarización política’. Y, además, se vuelve reiterativa la pregunta de si la polarización de la campaña, pone en peligro o no la democracia. Una duda que genera más dudas Sostengo que el término «polarización» se ha vuelto un interesado lugar común. A través […]
En épocas electorales se dice en Colombia que hay ‘peligros de polarización política’. Y, además, se vuelve reiterativa la pregunta de si la polarización de la campaña, pone en peligro o no la democracia.
Una duda que genera más dudas
Sostengo que el término «polarización» se ha vuelto un interesado lugar común. A través de estas preguntas, intentaré responder el por qué, analizando -de paso- los escenarios post-electorales de los comicios presidenciales realizados este domingo 25 de mayo en Colombia.
Para empezar, diré que la democracia nació afectada, en Colombia y el resto de América Latina. Es una falla de fábrica desde que nuestras balcanizadas naciones se fundaron como repúblicas. Y la polarización no afecta la democracia colombiana, ni otras, porque es el otro rostro de esa misma democracia; sólo que si es en el Norte se llama ‘disenso’, y si ocurre en el Sur, ‘polarización’.
Hay que debatir este término. ¿Se trata de una categoría política, o es más bien un estereotipo académico-mediático que vino a suplantar fenómenos diversos, yuxtapuestos en una misma realidad? (Verbigracia: darwinismo social, intolerancia ideológica, inequidad económica, neocolonialismo vs. naciones emergentes, luchas de clases, crisis estructural, etcétera).
¿Es un concepto político o más bien ideológico? ¿Por qué se insiste en citar la polarización ‘política’ pero jamás la económica o la mediática? ¿Es usada intencionalmente para etiquetar conflictos no solucionados, en favor del que así llame a la realidad y que manipula los conflictos para potenciar escenarios de poder en su beneficio? (triunfo de un determinado candidato, derrotas de otros, o incluso golpes de Estado).
¿Por qué identificar a Colombia con ‘polarización’ y no calificar de «país polarizado» a uno del Norte? (De Europa, por ejemplo, donde la excepción serán, cómo no, el Este y la ‘inviable’ Grecia).
¿Por qué tanto titular con la frase «campaña polarizada en Colombia», pero ninguno con «elección polarizada en EEUU», a pesar del ‘affaire’ de La Florida ocurrido en el 2000, cuando se impuso a todo un país la dudosa victoria del candidato republicano sobre el demócrata?
¿Por qué identificar «polarización» con ‘tercer mundo’, como expresión de estadio primitivo y no de procesos en construcción?
¿No es, más bien, un enfoque anglo-eurocéntrico que otorga diploma civilizatorio al Norte y no al Sur, siempre «en constante polarización»?
El lugar común desata las respuestas
1) No es una ‘polarización reciente’ ni obedece a la coyuntura electoral. Es una polarización histórica, antigua, nacida desde que somos repúblicas.
2) No es una polarización ‘nacional’. Es de alcance mundial, porque la polarización es el otro rostro de la Globalización.
3) No es solo una polarización política, sino una polarización mediática: los medios siembran la tesis de «campaña polarizada», pero no tocan la polarización económica o la social; esas, no interesan.
4) Hay otra polarización: los medios le dicen «nueva Guerra Fría». Pero es el fin del Unipolarismo, defendido por la Unión Europea y los EEUU, frente al multipolarismo, que lideran China, Rusia, India y Brasil.
¿Polarización, o antagonismos secundarios?
Si sustituimos el término «polarización» por la tesis de una «disputa entre fracciones del bloque de poder«, habría otra conclusión: se trataría ya no de una polarización política, sino de antagonismos secundarios en el bloque de poder. Pueden darse zancadillas de salón y golpizas callejeras entre sí, pero son fracciones de una misma élite (la llamada ‘burguesía financiera-agroexportadora‘ para decirlo en el idioma cepalino, nuevamente en boga en gran parte de Sudamérica) en disputa interna por la hegemonía del poder político, la tasa de ganancia y el control de mercados.
Históricamente nuestra élite alentó la guerra para confiscar la polarización cotidiana. El conflicto liberal-conservador lo demuestra. Pero el «match» Santos vs. Zuluaga es sólo la punta del iceberg de una disputa geopolítica de mayor complejidad: Uribismo vs. Negociación exitosa con las FARC, disputa larvada durante los últimos años de diálogo, linchado por la fracción extremista del bloque de poder.
En ese complejo contexto, Santos -que no pudo ni puede desprenderse del bloque de poder al que se pertenece, porque no es un outsider del establecimiento tipo Gaitán, Galán o Petro- irá a donde soplen los vientos de la nación. Sólo así se puede entender el crecimiento político, electoral y social de la extrema-derecha colombiana, fenómeno que se reedita las últimas décadas en el país, inusual en un continente que, con la excepción de la Alianza del Pacífico, avanza en bloque, con vientos diametralmente opuestos y que soplan en contravía del rumbo colombiano.
El Oráculo de Juanma
Santos no pudo ni puede, a lo Zelaya, girar «a la izquierda» para garantizar piso a su tendencia y futuro a la negociación; ese es su límite; y ese es el por qué de la comedia que la fracción de poder que él lidera, ha debido representar. Y es, finalmente, ése el leit-motiv de la tragedia que debe soportar el resto del país.
La fracción de poder que expresa Santos ha sido la única élite de América Latina que ha coqueteado abiertamente con la OTAN, desacreditando así la finalidad real del proceso negociador de La Habana, y torpedeándolo desde dentro, sin quererlo incluso.
Pero, a la vez, en lugar de recibir con semejante veletismo y ambigüa narrativa, los apoyos unánimes del resto de fracciones del bloque de poder, especialmente la élite mediática que empezó a golpearlo duramente a medida que el proceso de paz no era suspendido abruptamente (hasta dejarlo en su fase deseada: la rendición de la insurgencia armada), todo lo que hizo no le sirvió, sino que fue endosado o confiscado por la fracción extrema, la uribista, a la que paradójicamente él se opuso en la forma, al llegar al gobierno y sostenerse durante estos años.
«Y sin embargo, se mueve…»
Por lo expuesto, se concluye que la mayoría de medios y fracciones de poder económico optaron por Zuluaga/Uribe. Si la mayoría del electorado decidiera apoyar a Santos, es que los vientos del país soplan realmente hacia donde esté la paz.
Pero de truncarse esta opción electoral, el país irá, con segunda vuelta y resultados previsibles incluidos, hacia donde soplen los vientos guerreros, con o sin Santos en el palacio de Nariño.
En esa última dimensión hay que entender que el bloque de poder, casi sin fisuras, con los medios al frente, empezara a posicionar durante las últimas cuatro semanas la inocente tesis -no falla nunca- de que «las encuestas están reñidas«, conduciendo así a la gran capa indecisa de electores, a donde la élite quiere que vayan: a votar contra ‘el traidor a su clase’.
Finalmente, la fracción de poder más inmune, la mediática, configuró un escenario típico, pero letal: conminó a que «cumpla su deber con la democracia‘ -Santos, no faltaba más-; es decir que acepte no uno, sino dos debates televisados sucedáneos, manejados por ellos mismos, los grandes medios, con el fin de darle el último escarmiento «democrático» al veleta, cuyo error fue aceptar los debates faltando apenas tres y dos días para las elecciones.
¿Retorno al útero, o cambio cíclico?
Sin antes haber ampliado la suma de sus alianzas hacia los centros y las izquierdas, sin haber apoyado explícitamente a Petro ante la ejecución sumaria política que le hiciera el Procurador, otro hombre de Uribe; y sin haber optado por apoyar un gran juicio internacional, estilo Fujimori o Pinochet, al furibundo enemigo de la paz y de su propio futuro, solo le quedará persignarse y buscar en pocas semanas, lo que no pudo lograrlo en estos años.
Si hay segunda vuelta y Santos gana en los comicios y hace la paz, la elite habrá apostado por gestionar la polarización, de la que tanto habló, en un plano civilizatorio, pues el arribo a buen puerto de la negociación significará un cambio cíclico en casi 60 años de conflicto armado intermitente.
Pero si pierde el viento de la paz en el imaginario colectivo, aún si ganara Santos en la segunda vuelta, podría sucederse otro escenario: que ya entronizada la metáfora inevitable (el triunfo real de la opción guerrera, es decir la fracción uribista), en los comicios de segunda vuelta la fracción Santos estará tan debilitada que, aún triunfando, deberá apostar después al «gran retorno al útero materno«, a la casa de la cual no debió salir, al bloque de poder que no acepta fisura alguna y que planteará la rendición disfrazada de la insurgencia armada, o lo que es lo mismo, la ruptura del diálogo con las FARC. Es decir la continuación de la guerra.
Si eso ocurriera, el desplazamiento civilizatorio de la fracción ‘moderna y moderada’ del bloque de poder, habrá sido un espejismo y la tarea mediática para lograr una nueva elección de Uribe -o su bravata para imponer la tesis del ‘empate técnico’ o victoria de Zuluaga- resultarán hasta innecesarias.
La «polarización del país», entonces, nuevamente será la palabrita que llene titulares en Colombia, por algunos años más.
Epílogo
Mi generación creció oyendo la palabra, aprendiéndola hasta que fue parte de la jerga cotidiana y más tarde de la profesión, a tal punto que nadie cuestionó su validez o sospechó de su repetitivo uso. Hoy está claro: se trata de un lugar común.
Fuente: http://mujerescontandoenvozalta.bligoo.com/polarizacion-lugar-comun-latinoamericano#comment-2348092