Lección inaugural, UNED de Santa Coloma de Gramenet. 24 de octubre de 2018, 19 horas.
Buenas tardes. Gracias por la invitación, gracias por su presencia, gracias por las palabras (exageradas) del amigo Carlos Villagrasa. Todo un honor. No son sólo palabras de cortesía.
He dividido mi intervención en seis apartados: 1. Contradicciones (+ dedicatoria). 2. Aclaraciones 3. Presupuestos. 4. Definiciones. 5. Ilustraciones. 6. Humanidades. Como es probable que no tengamos tiempo de tratarlos todos planearé sucintamente por algunos de ellos. «Somos el tiempo», escribió Jorge Luis Borges recordando a Heráclito de Efeso. Intentaré ceñirme al que me ha sido otorgado, no abusaré de su generosidad.
Antes de entrar en materia permítanme una previa. ¿Se acuerdan de una canción de Jeanette? Tal vez no, ustedes son muy jóvenes. Soy rebelde, cantaba, porque el mundo me ha hecho así. Yo voy a ser un poco cenizo esta noche y también es porque el mundo también ha hecho así. Les doy tres ejemplos, tres noticias del diario de hoy miércoles, de ese mundo que puede hacernos pesados, pesimistas, desanimados.
La primera información es Ángeles Espinosa, desde Dubái, sobre asesinatos y negocios: «El foro de inversiones Future Investment Initiative (FII) se inauguró ayer en Riad bajo la sombra del brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi. El impulso de la cita, el príncipe Mohamed bin Salmán (MBS), heredero y gobernador de facto de Arabia Saudí, hizo una breve visita a la conferencia pero no se prodigó como el año pasado. Las sospechas sobre su posible responsabilidad en el caso han alejado a algunos participantes. Sin embargo, las dos docenas de sonadas cancelaciones de líderes empresariales y políticos de primera división no han frenado la firma de contratos por favor de 43.500 millones de euros«, algo más del 4% del PIB español [la cursiva es mía]. ¿Está claro lo que significa el lema neoliberal por antonomasia de «los negocios son los negocios»?
La segunda la firma Elena G Sevillano, sobre ventas de armas y comisiones ilegales: «Defe x, participada en un 51% por el Estado (a través de la Sociedad Española de Participaciones Industriales, SEPI) y el 49% restante por compañías privadas dedicadas a la venta de armas, está siendo investigada desde 2014 […] La investigación ha determinado hasta ahora que Defex consiguió 11 contratos de venta de armas o material policial y de defensa a Arabia Saudí entre 2005 y 2014 gracias al pago de comisiones ilegales […] La comisión rogatoria solicitada a Suiza se centra en un contrato de material militar que se suscribió con un representante del país árabe por un total de 19.050.000 euros, mientras que el valor de la munición efectivamente suministrada era de 14.550.000″. La diferencia es de 4,5 millones de euros, un 30% del importe original. ¡Nada menos! Otra de las irregularidades detectadas es el pago de 7,6 millones de euros a una empresa saudí. No consta prueba alguna de la realización de los trabajos que recogía el contrato.
La tercera información, no les canso más, es una reflexión de Noam Chomsky, uno de los intelectuales y filósofos más importantes del siglo XX y de este siglo, sobre Jair Bolsonaro, el candidato de extremísima derecha a la presidencia de Brasil: «La elección de Bolsonaro será una tragedia para Brasil y la región. De hecho, para el mundo. Literalmente. Uno de sus planes más escandalosos consiste en abrir el Amazonas para que los exploten sus votantes ricos del negocio agrícola, con consecuencias devastadoras para el medio ambiente global, además de para los habitantes indígenas, que no merecen un centímetro cuadrado de espacio, como declaró en un llamamiento a un virtual genocidio». Hay más: «Bolsonaro no solo es uno de estos vergonzosos líderes de extrema derecha que degradan la política contemporánea. Va mucho más allá. Quizá su momento más vil -y hay muchos- fue durante el grotesco golpe suave de la derecha, cuando un Parlamento formado por destacados criminales destituyó a la presidencia Dilma Rousseff basándose en motivos irrisorios. Bolsonaro dedicó su voto al jefe de la espantosa unidad de tortura de la dictadura que fue responsable de la feroz tortura de Rouseff» [la cursiva es mía]. ¿Se hacen, nos hacemos idea? ¡El que dedicó su voto a un torturador, y no torturador cualquiera, puede ser presidente de un país amigo y entrañable, de Brasil!
¿Hay o no hay motivos para ser cenizo? Disculpas por ello en todo caso. Intentaré estar a la altura de sus circunstancias (ustedes van a recibir el título de graduados, ¡bien, muy bien!, ¡enhorabuena!) y dejaré el pesimismo, como decía Eduardo Galeano y nos recordaba Jorge Riechmann, para tiempos mejores.
I. Contradicciones (+ dedicatorias).
Dos asuntos en este apartado. El primero: no creo en el género «conferencia» a pesar de estar aquí impartiendo una. Pura y simple contradicción. Somos contradictorios dijo alguna vez Walt Whitman, un poeta, poco transitado en estos últimos años, que leí mucho de joven, sus «Hojas de hierba» sobre todo.
Contradictorio o no, lo que no deseo es aburrirles. Si ven que lo que les cuento no se aguanta ni con la mejor voluntad del mundo, la suya sin duda, saquen tarjeta roja directamente (la amarilla no es necesaria en este caso). Tarjeta roja o, si no la tienen a mano, gestos ostentosos de aburrimiento, no se corten. Por nada del mundo quisiera resultarles soporífero.
El segundo asunto. No se acostumbra a hacer, lo sé, soy consciente de ello, pero me voy a saltar una norma-costumbre no moral. Si esta sesión no fuera un absoluto fracaso, me gustaría dedicarlaa los y las estudiantes que han tenido la inmensa paciencia de escucharme durante los años -que no han sido pocos- en que he sido profesor-tutor de la UNED, de Matemáticas y de otras materias. Ha sido un honor, un verdadero honor para mí. He aprendido, no es obligada cortesía, mucho más de lo que he enseñado. Me vienen a la memoria unos versos de Luis Cernuda que me han acompañado durante años y años, desde que descubrí, desde que me descubrieron más bien, «1936», un texto für ewig, para siempre, uno de los últimos poemas del autor de La realidad y el deseo. Les recuerdo los versos finales: «Gracias, compañero, gracias/ Por el ejemplo/. Gracias porque me dices que el ser humano es noble/ Poco importa que tan pocos lo sean/ Uno, uno tan solo basta/ como testigo irrefutable/ De toda la grandeza humana».
Añado una segunda dedicatoria.
Estos asuntos poliéticos remiten a situaciones relacionadas con el «deber ser», con cuestiones normativas y prescriptivas, distintas pero no forzosamente reñidas con las descriptivas. Por ello me gustaría rendir un pequeño homenaje a un experto en estas lides, el que fuera esposo-compañero de una de mis heroínas, Jenny von Westphalen, Jenny Marx por su apellido de casada, la madre de mi segunda heroína, Tussy, Eleanor Marx. Es justo hacerlo, pienso, en el año en que celebramos el bicentenario del nacimiento de Karl Marx, un filósofo, mucho más que un filósofo, del que, independientemente de lo que pensemos de sus posiciones políticas, no cabe decir que sea un «perro muerto». Muy lejos de ello. Lo leamos como queramos o podamos, Das Kapital, un libro atravesado de un enorme pasión poliética a favor de los oprimidos y desfavorecidos,es uno de los grandes e inagotables clásicos de la cultura humana. Lejos está de ser refutado o superado «por las circunstancias», por «las experiencias históricas» o por el mucho tiempo tiempo transcurrido, 151 años desde su primera edición en alemán, posteriormente revisada. No es, desde luego que no, un libro inservible para nuestro hoy.
Si tienen alguna duda sobre lo que les señalo, y es razonable que la tengan, lean los deslumbrantes análisis de Michael Heinrich, un nombre que conviene retener y que, desgraciadamente, ha sido poco traducido al catalán o al castellano. Dos libros suyos tan sólo. No es el caso del portugués, una hermosa lengua hermana, en la que no solo se ha editado la gran obra de Heinrich, Die Wissenschaft vom Wert, La ciencia del valor, sino también el primer volumen de su deslumbrante biografía marxiana que yo no he podido ver-ojear hasta el momento: Karl Marx y el nacimiento de la sociedad moderna.
Hablando del portugués, permítanme que aproveche la ocasión para recordar y homenajear a Basilio Losada, un gran galleguista, un gran lusitanista, traductor al castellano de los primeros grandes libros de José Saramago, hasta Todos los nombres. Fue profesor mío de Filosofía y Literatura en COU. El me descubrió a Goya, a José Amado y a Pessoa.
II. Aclaraciones
Les recuerdo el título de la conferencia: «Poliética: una fusión con restos».
Como «Poliética» no es palabra muy usada, me permito señalarles que el asunto del que vamos a hablar esta tarde no va de esto: «Poli con ética», policía con ética. Esta suma, que no es la nuestra, apunta en otra dirección cuya intersección con el tema del que vamos a hablar no es vacía. Tampoco poliética, en nuestro caso, son muchas morales, diversas teorías éticas.
Por su parte, «restos» no está relacionado con restos incontrolados de amianto por ejemplo. Aunque, como saben, la industria del amianto, su conspiración de silencio, las muertes (las pasadas, las presentes y las futuras), los enfermos y el desamiantado sí que lo están y muy directamente. Es justo recordar los nombres de dos de las personas, ambas amigas, que más han hecho en nuestro país y en el mundo, y durante más tiempo (más de 40 años), a favor de las víctimas de esta industria criminal: Paco Puche y Paco Báez, aparecieron ambos en el «Informe semanal» del pasado sábado.
Tampoco voy a hablarles, en un ejercicio de poliética educativa, del vídeo proyectado hace pocas semanas en la oración de la mañana en las clases de alumnos de secundaria del colegio concertado Salesianos de Estrecho, en Madrid. «Si queréis triunfar tenéis que tener costumbres de ricos y eso es actuar rápido y confiar en vosotros mismos», propone la grabación. «Los ricos son exitosos y los pobres, mediocres» es otro de los mensajes estrella ( https://www.eldiario.es/sociedad/pobres-esperan-fracaso-deseando-suceda_0_825567544.html )
Fusión, por su parte, no remite a asuntos, investigaciones, quimeras o pesadillas atómicas. Lejos, muy lejos de mí el cáliz nuclear. Refiere, inocente y pacíficamente, a unión (acaso incompleta), a proximidad, a cercanía, a fraternidad, a colaboración, a mirar, sentir, pensar y actuar con las dos perspectivas a la vez. Como diría William Orman Quine un lógico y filósofo muy admirado por mí que nos dejó hace ya algunos años, en la Navidad de 2000: se trata de reflexionar, de consuno, desde un punto de vista ético y político (y lógico como el propio Quine escribió hace ya años en un libro suyo célebre, Desde un punto de vista lógico, título que tomó de una hermosa canción del gran Harry Belafonte).
¿De qué va entonces el asunto que nos ha reunido esta tarde? Lo de fusión ya lo he comentado. «Restos» refiere a asuntos estricta o básicamente éticos, que los hay por supuesto, y también a otros estricta o básicamente políticos, que también existen. No poliéticos, no de conjunción en este caso. Remite también restos a asuntos extraéticos y extrapolíticos. Si alguno de ustedes está interesado, como es mi caso, por la matemática transfinita, por las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica, por la obra de Maurits Cornelis Escher o por los teoremas de Emmy Noether (a quien durante décadas consideré un científico, no una científica), no se moverán ustedes durante el estudio de esos asuntos en coordenadas poliéticas. De nada en demasía, dijeron los clásicos, tampoco de ética y política. De lo cual, dicho sea entre paréntesis, no se infiere que la ciencia, la tecnociencia el arte estén alejadas años-luz de escenarios políticos. Por supuesto que no. Aspiramos, debemos aspirar, a una ciencia con conciencia, a una buena ciencia con buenas finalidades, y a un arte, como diría Ortega y también Machado, a la altura de las circunstancias.
Sobre Poliética diré ahora brevemente: no se me ocultan las dificultades que se presentan en estos asuntos de los que hablamos, esenciales para todos, en los que lo complejo o muy complejo es característica y norma; no paso por alto las enormes dificultades para conciliar democráticamente (sin que pierdan los de siempre) miles o millones de voluntades e intereses diversos; no niego, como les decía, la existencia de un campo propio para la investigación y el estudio políticos (tampoco para similares estudios en el ámbito de la ética); no olvido que los infiernos están llenos de malas intenciones realizadas pero también, aunque pueda parecer paradójico, de buenas intenciones no suficientemente pensadas y dogmáticamente vividas en ocasiones; sé, como nos enseñó Max Weber, que la oración «de lo bueno sólo puede resultar el bien y de lo malo sólo el mal» es una proposición falsa y que, en cambio, es veraz afirmar, aunque suene arrogante y algo descortés, que quien piense que ese enunciado falso es verdadero es joven, muy joven o incluso un niño, hablando en términos políticos, Lo sé, soy, somos conscientes. De acuerdo, pues, con todo ello.
Pero también sé, también sabemos, que en este mundo (y en otros si existieran) no se suele conseguir lo posible si no intentamos lo que parece imposible. Y una y otra vez, no basta con un primer intento. En mi acepción del concepto de poliética, se trataría de intentar conseguir que los criterios y normas de una buena ética (en singular o plural; por ahora no les defino lo de «buena» ética) jueguen un peso mayor (no digo único) en los asuntos políticos, que la vieja posverdad (no es invento reciente), el menosprecio, el navajazo, la zancadilla, los tuits hachazos-salvajes (muchos de ellos de un machismo vomitivo),la ocultación interesada y una voluntad de poder irrestricta e incluso enfermiza no sean los reyes del mambo ni los únicos invitados a esa fiesta, y, por otra parte, mirado desde la otra arista, que nuestras reflexiones éticas no se queden en disertaciones teóricas, en saludables charlas de café (que, sin duda, conviene practicar) o en agradables tertulias de amigos ilustrados que comparten inquietudes filosóficas sobre el bien y el mal, sobre lo divino y lo humano, demasiado humano.
Si Kant afirmó, pensando sobre asuntos gnoseológicos, que los conceptos sin intuiciones, sin material sensitivo, son vacíos y que las intuiciones sin categorías andan o pueden andar muy ciegas, extraviadas incluso, plagiándole, sin ocultar mi deuda como a veces se hace, podemos afirmar kantianamente, y con toda la prudencia necesaria, que la política sin buena ética puede transformarse rápidamente en politiquería, eso que la ciudadanía puntúa cuando le preguntan con un 1 o con un 2, y que la ética sin política anexa puede devenir, en algunas ocasiones que no son todas, en sermones dichos en desierto (en el de los Monegros, por ejemplo, que es una de mis señas de identidad), sermones en lugares inhóspitos, decía, para pobladores o transeúntes sordos ocon mal oído.
Los que voy a intentaren esta intervención, espero conseguirlo aunque sea parcialmente, es explicar y argumentar con algo más de detalle lo que les he contado a bocajarro (disculpen mi brusquedad). Entro en materia. Antes de ello, les doy un ejemplo de lo que en mi opinión sería un asunto poliético.
El coeficiente GINI es una forma de medir, aceptada y reconocida, las desigualdades económico-sociales de una determinada sociedad más o menos amplia (a veces muy amplia). El valor 0 indica ausencia de desigualdades; el 100 máxima desigualdad. Se ha calculado que en 1820, hace dos siglos de ello, el índice GINI de desigualdad en el mundo tomaba el valor 43. El valor de ese índice en 2002 era de 70,7, casi 28 puntos más, un incremento del 64,42%, un aumento que tritura cualquier idea ingenua de progreso (no forzosamente con cualquier idea más pensada de progreso en cualquier ámbito). ¿Es admisible moralmente un incremento de ese orden, in crescendo además, de las desigualdades sociales? ¿No es necesario intervenir políticamente con urgencia y de manera constante para combatir una lacra social origen, como sabemos, de muchos sufrimientos, nihilismos, desesperaciones y de aquel verso de José Agustín Goytisolo de «Palabras para Julia»: «no puedo más y aquí me quedo»?
III. Presupuestos
No sé si recuerdan (o incluso si la conocen dada su juventud) una antigua canción de J.M. Serrat: «No hago otra cosa que pensar en ti» https://www.youtube.com/watch?v=1mR-P-6Rad0 . No se la canto, me da corte, pero les recuerdo un verso de este poema-canción: «Esparcí las prendas de tu amor sobre la mesa». A mí me gustaría hacer algo parecido y esparcir (mostrarles) en la ágora de esta sala algunas de mis deudas y algunos de los presupuestos (los conscientes) desde los que cuelga mi intervención y que apenas justificaré, tómenlos como mis axiomas o postulados poliéticos. De los otros, de los postulados inconscientes, poco puedo decirles. No he trabajado mucho mi inconsciente.
Mi primer punto de partida: lo que les voy a contar, lo que ya les estoy contando no es original, no hay apenas pensamiento propio en mi intervención. Lo poco que sé lo he aprendido de maestros y de algunas lecturas (muchas de literatura, no de filosofía, ética o política propiamente), y también, la praxis cuenta, de la vida, de mi experiencia como profesor de secundaria en esta ciudad y en la UNED y de mi activismo político algo amortiguado en los últimos años.
Señalo a dos de esos maestros de los que les hablo, a dos autores que me han hecho y que siempre están ahí cuando intento recomponerme: Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey (de él y del profesor Pablo Ródenas, a quien he leído mucho menos, es la reflexión y uso en nuestro país del término «Poliética»). Todo lo que pueda decirles de interés les tiene a ellos como autores o inspiradores (especialmente de ensayos y artículos del segundo, del autor de Leyendo a Gramsci); de los errores, obviamente, soy yo el único responsable.
El segundo de los presupuestos: la idea de fondo, la cosmovisión que subyace a lo que les voy a contar, se recoge muy bien en un poema de Bertolt Brecht, «Satisfacciones». Fue traducido al castellano por un gran germanista, por Vicente Romano, un gran teórico de la comunicación al que llegué a conocer, admirar y entrevistar. Mi memoria ha retenido, en cambio, la traducción catalana, «Plaers», ¿en el haber tal vez de Feliu Formosa? Dice así:
El primer esguard per la finestra al matí
El vell llibre retrobat
Rostres plens d’entusiasme
Neu, el canvi de les estacions
El diari
El gos
La dialèctica
Dutxar-se, nedar
Música antiga.
Sabates còmodes
Comprendre
Música nova
Escriure, plantar, viatjar, cantar
Ser amable
En castellano también suena bien, muy bien.
El tercer presupuesto. Nada menos que Albert Einstein, un enorme científico y también un gran filósofo, un caso similar al de Bertrand Russell, nos advirtió de algo aparentemente muy sencillo que ha recordado recientemente Vandana Shiva, otra de mis heroínas: » no podemos resolver un problema con el mismo esquema mental que lo creó». El gran lector de Spinoza pensaría seguramente en problemas científicos, físicos, cosmológicos, pero mi impresión es que esa «conversión mental» vale o puede valer también para nuestro caso. Conviene retener este buen consejo einsteiniano: pensar con otros esquemas, con esquemas mentales no habituales, ante problemas que han irrumpido, sin solución, en coordenadas teóricas más usuales, gastadas en ocasiones.
El cuarto presupuesto. En una entrevista concedida al canal de televisión internacional de Russia Today (RT) en San Petersburgo (¡me cuesta mucho no decir Leningrado!), Roger Waters, el líder de Pink Floyd (¡la de veces que de joven escuché «The Dark Side of the Moon»!), resumió en una palabra la cultura que él defendía. Esa palabra era, es, «empatía». Podemos definirla así: la capacidad para conectar con los otros y las otras, con su sufrimiento si es el caso, sumado al deseo de luchar para finalizar con esa situación (si es un sufrimiento injusto). Las dos cosas, una y otra, conexión y lucha, sin olvidar la conjunción copulativa. Yo también suscribo la importancia de esta palabra, tomada y vivida en serio, no como adorno o para «profundas» y a veces aparentes discusiones teóricas. Y matizo: como a veces esos otros no merecen mucha consideración moral ni siquiera en su sufrimiento (pienso en Eichmann, Himmler o Mengele, por poner ejemplos distantes, hay algunos más cercanos), conviene modificar esa palabra, «empatía» y hablar en su lugar de «compasión racional temperada».
Algo sobre todo esto comentó en clase una vez el profesor Fernández Buey a propósito de Cornelius Tácito. El cónsul y escritor romano relativizó la concepción heredada de la polaridad entre civilización y barbarie (la barbarie, por supuesto, siempre son los otros; nosotros siempre somos la civilización, lo óptimo, hasta el punto de exportar «nuestra civilización» a tierras lejanas con procedimientos tan contundentes como los bélico-atómicos). Tácito introdujo la sospecha sobre el valor moral de esa distinción entre civilización (nosotros) y barbarie (los otros) de la forma siguiente: «Nadie ríe allí [entre los germanos, los otros] los vicios; y al corromper o ser corrompido no se llama allí [como entre nosotros, los civilizados] vivir con los tiempos».
No es necesario señalar la «actualísima actualidad», perdonen el pleonasmo, de la segunda parte de esta conjunción, sobre todo este «vivir con los tiempos» y considerar ingenuo-idiota-utópico a quien no quiere vivir conforme a la inmoral moral hegemónica de «estos tiempos» que, por cierto, tanto nos recuerdan a otros a los que ya somos viejecitos-jubilados y mostramos o estamos a punto de mostrar canas en abundancia.
El quinto presupuesto, voy finalizando. No simpatizo en exceso con muchas de las reflexiones de Arthur Schopenhauer y menos aún con algunas de sus acciones políticas. Pero este pasaje de una de sus obras de difícil nombre, Parerga y paralipómena, me parece (parcialmente) entrado en razón. Dice así:
La virtud no se enseña, ni tampoco el genio; la idea que se tiene de la virtud es estéril y no puede servir más que de instrumento, como ocurre del arte con las cosas técnicas. Esperar que nuestros sistemas de moral y nuestras éticas puedan formar personas virtuosas, nobles y santas es tan insensato como imaginar que nuestros tratados de estética pueden producir poetas, escultores, pintores y músicos.
He dicho «parcialmente» porque yo sí que creo (mejor dicho: sí que opino), que nuestros tratados y consideraciones sobre la virtud, lo correcto y el bien (con diversidad de puntos de vista sobre estas cuestiones), adecuadamente explicados y transmitidos, y también y sobre todo nuestro hacer, nuestro ejemplo, tienen su efecto en la comunidad, aunque el efecto no sea completo y esté garantizado. Una ilustración que viene a mi mente y también a mi corazón por amistad y relaciones familiares: lo mucho que hemos avanzado, por los ejemplos, la vida y las explicaciones, en la consideración de los derechos de las personas, de todos nosotros, en asuntos tan decisivos para nuestro Ser, que es cuerpo y alma, como nuestra orientación sexual. De burros de atar, machistas, zafios e intolerantes de atar hemos pasado a ser hombrecitos más amables, abiertos, menos machos-alfa y más comprensivos. No digo que todo este hecho, queda mucho por hacer, pero hemos recorrido ya una parte del camino.
La última consideración. Si tuviera que elegir un pasaje, un fragmento, una reflexión filosófica, no dos ni tres, solo una, directamente relacionada con nuestro asunto, una reflexión que me siga tocando como la primera vez que la leí a los 19 o 20 años y a pesar de los muchos años transcurridos, tendría que referirme al epílogo de un libro que estudié con muchas dificultades en mis años de estudiante de Filosofía. Les hablo de la kantiana Crítica de la razón práctica. El pasaje en cuestión, muy breve, dice así: » Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto, a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». En otras versiones la traducción es esta: «Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mí». Ambas versiones son buenas en mi opinión y ambas nos afectan en lo más profundo.
Tras estas prendas poliéticas esparcidas en esta ágora, continúo con un chiste sobre conejos, sobre el sexo de un conejo. ¿Por qué? Porque el resto de mi intervención pueden pensarla como un intento de superación de la disyuntiva, disyuntiva excluyente aparentemente, que en él se nos dibuja. Dice más o menos así: ¿cómo diferenciar al científico del filósofo? Veamos cómo obrarían ambos para determinar el sexo de un conejo. El primero, el científico, observaría el animal, lo trataría con cuidado, palparía, miraría donde hay que mirar, y luego diría: conejo o coneja. El filósofo lo miraría desde la distancia, reflexionaría profundamente sin acercarse ni tocarlo, y luego diría: «si blanco conejo, si blanca coneja».
La solución, ya sé que los chistes no tienen solución, al final de todo.
IV. Definiciones
Viene ahora un movimiento un poco pesado, mucho más bien. No queda otra. Defino y relaciono brevemente, tiene que ser brevemente, algunos conceptos esenciales de nuestro asunto…Pero como queda poco tiempo me lo voy a saltar, sin más, aunque aquí hay mucha cera que guardar.
Empiezo por política. Una definición muy cercana a nosotros sería la de Domenico Moro. En un reciente artículo suyo titulado -«Soberanía, Estado y relaciones entre clases en la época del euro», El Viejo Topo, octubre de 2018- el pensador italiano definía la política en los siguientes términos: «El euro o, más concretamente, la integración económica y monetaria (UEM), no es un mero proyecto económico; es un proyecto político, entendiendo por política la capacidad de orientar y gestionar las relaciones de todas las clases sociales entre sí y con el Estado«.
Hay mucha cera que cortar en esta aproximación pero déjenme remarcar sólo un nudo, el de orientar y gestionar las relaciones de las clases en lucha.
Platón, en el Protágoras, nos da una analogía en la que viene a decir que la política es un don de los dioses otorgado a los hombres para evitar su recíproca aniquilación, visto que, como las bestias, los seres humanos tendemos inevitablemente a entrar en conflicto uno con otros y, además, y a diferencia de aquéllas, la técnica ha puesto en nuestras manos armas de poder destructivo inmensamente superior al de las simples garras y colmillos de las fieras.
Otra definición clásica, de Aristóteles en este caso, del gran lector, dice así: «Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y toda elección libre parecen tender a algún bien. […] Si, por tanto, de las cosas que hacemos hay algún fin que queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él […], es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor. […] Si es así, debemos intentar determinar, al menos esquemáticamente, cuál es este bien y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado sumo. Esta es, manifiestamente, la política«.
Curiosamente este que les he leído es un paso no de Política sino de Ética a Nicómaco, 1094a-b. Gredos, Madrid, 1985. Si mi memoria ha acuñado bien esta moneda, el primer libro publicado por una imprenta de Barcelona fue precisamente una de las Eticas de Aristóteles, traducida al latín, no recuerdo el traductor. Hacia finales del XV, hacia 1473.
Aristóteles, como buen platónico, relaciona el sumo bien con la política. Moro, 24 siglos después, la entiende como la capacidad de orientar y gestionar, de la mejor y más justa forma posible (el añadido es mío, pero debe ser esa la concepción de política justa de Moro), las relaciones de todas las clases entre sí y con el Estado.
Podemos unificarlas: la política, en su sentido más noble, sería el intento de organizar y gestionar la polis, el Estado, las instituciones, los troncos y ramas de ese Estado, también las organizaciones ciudadanas, de la mejor forma posible para el conjunto de la ciudadanía, y, especialmente, añado yo ahora, organizar y gestionar de la mejor forma posible pensando, sobre todo, en los sectores sociales más desfavorecidos, en los más débiles (mucho de ellos con nombre de mujer), «los perdedores» que diría con desdén y desprecio el señor o lo que sea Donald Trump.
Si eso es la política, lo que se suele llamar, tal vez con poca modestia gnoseológica, «ciencias políticas», sería el estudio del conjunto de hipótesis, afirmaciones, descripciones, teorizaciones y prácticas, con mucha historia por detrás y mucha cera que cortar, de la praxis políticas, de las prácticas y teorías políticas a lo largo de la historia de la humanidad.
La filosofía política, una reflexión de segundo grado, podría ser entonces el estudio de algunos conceptos básicos de estas disciplinas -poder, justicia, libertad, fraternidad, Estado, Constitución, derecho, deberes, democracia, ciudadanía, solidaridad, dependencia, Centro-Periferia, colonialismo, desarrollo desigual, participación política, y tantos otros-, estudio de esos conceptos básicos, decía, y también de la fundamentación racional-empírica de las propuestas políticas en liza y de las grandes cosmovisiones políticas: liberalismo, socialismo, republicanismo, ultraliberalismo, teología de la liberación, cristianismo social, el comunismo libertario, el conservadurismo, el pensamiento reaccionario, etc.
Desde este punto de vista, la política entendida y practicada como búsqueda sin miramientos del poder, de todo poder, o como mecanismo de acumulación de capital propio (en nuestro país tenemos ejemplos presidenciales de ello, también ejemplos de exalcaldes de esta ciudad que no supieron-quisieron estar a su altura), estaría fuera del foco descrito. Desviaciones, senderos extraviados, del propósito verdadero. Algo así como un físico que confundiera masa con peso, velocidad con aceleración y trabajo con entropía dijera que lo suyo también es ciencia física, que también lo suyo es parte de la vida cultural de la ciudad, y obtuviera beneficios de todo ello trabajando para una multinacional de la confusión mental.
La otra parte del dueto, el otro término que compone poliética es algo más complicado o cuando menos a mí me lo parece. La aproximación que les dibujo deja muchas cosas en el tintero. Me baso, como les he señalado, en observaciones y reflexiones de Francisco Fernández Buey.
Moral viene de la palabra latina mos, mores, que significa costumbre o costumbres. Lo que llamamos moral tiene que ver, en primera instancia, con los hábitos o costumbres del ser humano. Esto no quiere decir que todos nuestros hábitos o costumbres o hábitos sean morales en el sentido en que habitualmente empleamos hoy esta palabra. Si así fuera, la moral se identificaría con la antropología, la sociología o la etología, con la descripción y análisis de los diferentes comportamientos o costumbres. No es eso.
Hay conductas o comportamientos amorales, no sólo en la acepción de ‘inmorales’ (comerciar con órganos humanos, por ejemplo) sino también en la acepción de ‘extramorales’. Por ejemplo, visitar la UNED de SCG todos los miércoles por la tarde y saludar a los amigos.
En su origen, la delimitación de lo que es moral parece haber tenido que ver con el lugar en que habita el ser humano, con la casa, con la morada, el espacio material de la costumbre en el caso específico de los seres humanos. Lo mismo que economía, oikonomia, que Aristóteles distinguía de la crematística (nuestro concepto de economía, que no es el suyo).Un eco de ese origen queda todavía en nuestra consideración de lo moral como algo que está íntimamente ligado a la privacidad, a las acciones y hábitos característicos de la vida privada del ser humano.
Nuestra cultura greco-judeo-cristiana (que no es la de todos los humanos; humanes, para evitar el sexismo, decía un antiguo profesor mío de lógica y filosofía de la ciencia, Jesús Mosterín, fallecido por un mesotelioma derivado del amianto que inhaló en una fábrica cercana a su lugar de veraneo en Bilbao), nuestra cultura gjc, decía, nos ha impuesto intensamente un matiz importante, a saber: en la medida en que se refieren a esa peculiar cualidad de los actos humanos por la que decimos de ellos que son «buenos» o «virtuosos», moral y moralidad se presentan como nociones que se predican de la morada interior del ser humano, remitiendo a su fuero interno, a la parte que se suele denominar espiritual de su estar en mundo. A nuestra conciencia por decirlo rápido.
En cualquier caso, y en una primera aproximación, sea por historia, por tradición o por convención, se suele decir que moral es el comportamiento o conjunto de comportamientos humanos y normas de conducta que consideramos generalmente como válidos. Cuando juzgamos tal o cual conducta, comportamiento o costumbre como válida, correcta o moralmente adecuada estamos dando por supuesto dos cosas: que en el hacer algo o en el comportarse hay intención manifiesta o una cierta finalidad, y que existe algo así como una norma o criterio con respecto al cual juzgar. Cuando esta norma de las que les hablo es aprehendida con el carácter de una exigencia de obligado cumplimiento se convierte en ley, en ley moral, eso de lo que Kant hablaba, les recuerdo, con palabras inolvidables.
El lenguaje corriente u ordinario, como dirían los analíticos, no distingue entre los términos ‘moral’ y ‘ética’. En la vida cotidiana usamos ambos, indistintamente, para referirnos a conductas y comportamientos del ser humano; también para referirnos, como les decía, a las normas por las que se rigen éstos.
En el griego antiguo existían dos palabras, êthos y éthos, cuyos sentidos, aunque mutuamente vinculados, no son del todo equivalentes: êthos se puede traducir por ‘carácter’, mientras que éthos tiene el sentido de ‘hábito’. Decimos, por ejemplo, que tal o cual conducta o comportamiento es moral o inmoral, ético o contrario a la ética, queriendo significar que es «bueno» o «malo», de acuerdo con un determinado código o conjunto de normas que compartimos con los más próximos o no tan próximos, o que consideramos generalmente aceptadas. Y, tanto si usamos una palabra como la otra, tendemos a suponer en la mayoría de los casos que este código o conjunto de normas es o puede ser universal, o sea, compartido por todos y cada uno de los miembros de la especie humana, con independencia de las diferencias culturales.
Desde un punto de vista técnico-filosófico las palabras ‘moral’ y ‘ética’ no tienen idéntico significado. Se entiende así que moral es el conjunto de comportamientos y normas que solemos aceptar como válidos, y que la ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos, lo cual incluye la comparación con otras morales que tienen personas diferentes. Según esta distinción, lo moral o la moral es el objeto de la ética. La ética hace tema de lo moral, lo tematiza reflexionando sobre ello. Por eso se suele decir que la ética es la filosofía moral o disciplina filosófica que estudia las reglas morales y su fundamentación. O también: la ética es la teoría (el saber o ciencia, entendida en un sentido amplio) del comportamiento moral de los hombres en sociedad.
Conviene señalar algunos apuntes sobre estas distinciones.
Primera: ha habido casi tantas éticas o filosofías morales como morales propiamente dichas y no hay acuerdo entre los filósofos sobre cuál sea la mejor manera de fundamentar las reglas morales. De ahí, la diversidad de éticas. La poliética, en un sentido trivial de la palabra, sería eso, existencia de muchas éticas.
Segunda: que en lo que hace a la reflexión moral y/o ética, los filósofos suelen distinguir varios niveles: a) la reflexión moral: la que atiende a preguntas del tipo: «¿debo hacer X»; b) la ética normativa: la reflexión que se plantea preguntas del tipo «¿por qué debo hacer X»; c)la metaética: la reflexión de segundo grado sobre las grandes palabras de la ética (‘bueno’, ‘bondad’, ‘virtud’) y que versa, por tanto, sobre preguntas del tipo «¿está bien planteada la pregunta anterior?», «¿por qué lo está o deja de estarlo?»; d) la ética descriptiva, que es la que se plantea preguntas del tipo siguiente «¿cree A que debe hacer X?» (donde A refiere a un agente individual, un pueblo, una cultura, un grupo religioso, etc.). Las preguntas de tipo a solicitan un consejo; las de tipo b piden justificación; las de tipo c demandan aclaraciones sobre significados y usos de los términos normativos; y las de tipo d reclaman informaciones descriptivas.
En síntesis, déjenme que se lo resuma un poco a lo bruto, un lío, un buen lío.
Pues bien, esta distinción-separación entre lo que los filósofos analíticos han llamado, con algo o mucho de suficiencia, «lenguaje ordinario» (que suena casi a ordinariez), nuestro uso habitual de la lengua, y la distinción filosófica que les he apuntado, era disuelta por el profesor Francisco Fernández Buey de una forma que comparto. Decía el autor de Ética y filosofía política:
Propongo, por tanto, adoptar como criterio el siguiente: usar las palabras ‘moral’ y ‘ética’ como las usa la mayoría (para evitar, entre otras cosas, la pedantería y la jerga especializada), pero atenerse, cuando haga falta, a algunas precisiones sobre los conceptos que se expresan en estas palabras y que han sido aportadas por la minoría, en este caso, por la minoría que representan los filósofos. Y no dar por supuesta tampoco, al menos de entrada, la adscripción de nadie a una determinada corriente ética en particular para así favorecer la argumentación y el diálogo.
No precipitarse, pues, y mantenerse cercano al usual uso del lenguaje. De acuerdo.
Algunos apuntes más si la paciencia no se ha alejado de ustedes.
El comportamiento moral de tal o cual persona, su comportamiento real, no depende ni se sigue de los discursos o estudios que circulan con el nombre de moral. Esto se sabe desde antiguo. «Los discursos éticos -decía Aristóteles- no tienen eficacia más que sobre las almas bien nacidas». En general, solo los seres humanos ya buenos atienden a los argumentos sobre la bondad y la corrección. Los otros vienen a decir «a mí no me líes, que no soy tonto ni ingenuo; mi interés propio o lo que creo por tal por encima de todo; lo que veo todos los días del año 35.000 veces por minuto en mis alrededores. No soy ni pretendo ser un alma bendita. Para eso ya están los ángeles que son poco sé incluso los angelitos de Machín».
Coincido parcialmente con estas afirmaciones bastante pesimistas. Empero, en mi opinión, los ejemplos morales, los buenos ejemplos morales, la propia reflexión, no tanto los discursos, nos pueden hacer mejor a los demás, si tenemos las mínimas condiciones de posibilidad para ejercer de agentes morales (no es fácil en casos de desesperación o cuando no se tiene lo básico, lo elemental). Y eso aunque no seamos «almas bien nacidas» sino seres nacidos con algunas limitaciones. Lo hemos comentado antes.
De hecho, Albert Camus advirtió en El mito de Sísifo que no se puede disertar sobre la moral. ¿Cómo que no se puede disertar si lo estamos haciendo? Quería decir más o menos que él, como casi todos nosotros, había visto a personas «obrar mal con mucha moral» y había comprobado en más de una ocasión, ustedes también seguramente, que la honradez no necesita reglas.
Yo tengo en mis padres, analfabetos ambos no por elección sino por la dureza de la vida y por eso que llamábamos hace años «la lucha de clases», un ejemplo moral que no necesita reglas, que sale de uno o de una. Sin más. Tussy Marx y su hermano Freddy, el hijo no reconocido por Marx, también estaban hechos de esa pasta. Sin grandes reflexiones, saliendo de dentro. No se necesita leer a Platón, Kant o Hegel para comportarse con decencia. Mi maestro, de nuevo FFB, lo decía en estos términos:
La tesis de que un gran consumo de jabón demuestra una especial limpieza no es aplicable a la moral, donde es más justa la otra proposición: que una exagerada manía de lavarse no indica una conciencia muy limpia. Sería un experimento interesante limitar el uso de la moral (de cualquier clase que sea). Contentarse con ser moral en casos excepcionales, cuando sea aconsejable; en todo lo demás, considerar el propio obrar como la necesaria estandarización de tornillos y lapiceros. Es cierto que entonces no se darían muchas cosas buenas, pero sí algunas mejores.
Empero, afirmaciones como éstas de Camus o de FFB son también reflexiones morales o metamorales, de modo que no han de entenderse como una llamada al inmoralismo o a que suene la música por Antequera o por donde sea. Nada de eso. Son más bien una crítica a la hipocresía que suele acompañar el hablar a todas horas de moral y hacer y vivir inmoralmente. Ustedes lo saben, ustedes habrán vivido ejemplos así en sus alrededores.
Un apunte más sobre estas delimitaciones.
Decir que hay distintas éticas no equivale a afirmar el relativismo moral, o sea, no equivale a decir que, como hay muchas opiniones sobre esto, «todo vale» o que «todo es según el color del cristal con que se mira» o que «todo depende de la cultura, tradición o cosmovisión en que se esté», en que se viva o haya vivido. En absoluto. Cuando se dice que hay distintas éticas (o reflexiones más o menos filosóficas sobre el por qué de nuestros criterios morales), cuando se afirma la existencia de la poliética en ese sentido, lo que se quiere decir es una de estas dos cosas: que también la reflexión ética (como las costumbres y hábitos de las personas, que son su objeto) está afectada por las diferencias entre culturas, o bien que dentro de una misma cultura hay diferentes criterios tanto a la hora de fundamentar las normas morales como a la hora de establecer cuáles son los valores morales preferentes: la felicidad en general, la virtud, la excelencia, el amor al prójimo, el placer individual, la modestia, el ideal incondicionado, la utilidad, la libertad, el beneficio personal, el altruismo, la armonía interior, la docta ignorancia, la prudencia aristotélica, el servir a Dios, el seguir a un determinado líder espiritual y/o político, etc. De casi todo hay en el viña del señor y en este mundo en el que todo o casi todo parece desvanecerse en el aire.
Así, pues, el reconocimiento de la diversidad cultural y, por tanto, del carácter relativo de las conductas o comportamientos humanos no implica, sin más, relativismo moral es algo que se puede argumentar bien en el marco de la historia de las ideas. Bartolomé de las Casas y Michael de Montaigne, que han sido dos de los más importantes descubridores del relativismo cultural en los orígenes de la modernidad europea, no fueron, sin embargo, relativistas morales sino más bien universalistas: explicaron, aceptaron y comprendieron la diferencia de costumbres; criticaron el fundamentalismo o esencialismo de la propia cultura allí donde ésta despreciaba o minusvaloraba tales o cuales hábitos de las otras culturas, pero, al mismo tiempo, afirmaron que el reconocimiento de la diferencia cultural no equivalía a negar la posibilidad de argumentar racionalmente en favor del universalismo.
Un buen ejemplo contemporáneo de que la admisión del relativismo cultural no conduce necesariamente al relativismo moral es la obra de uno de los intelectuales que a mí más me impresionaron desde siempre, el palestino-norteamericano Edward Said, ya fallecido,premio Príncipe de Asturias con su amigo, uno de los músicos y artistas que más merecen nuestro reconocimiento, Daniel Barenboim, el que fuera esposo-compañero de la inigualable Jacqueline Du Pré.
Nos queda hablar de poliética y ya estamos.
Poliética es un término ambivalente. Sugiere al mismo tiempo, de nuevo tomo pie en el profesor Fernández Buey, pluralidad de éticas y fusión de lo ético y lo político. Hemos hablado de ello.
Lo primero, la admisión de la pluralidad de éticas, es algo que se deriva de la insatisfacción ante lasmorales que, en singular, una sola moral, la verdadera, la auténtica, la única admisible, empujan, imponen o intentan dominar en determinadas sociedades. Cuando se habla a veces del estilo de vida occidental, como si fuera único (sin serlo) y, además, el único admisible o el único que vale la pena vivir, se apunta a esta unicidad moral que intenta superar el concepto de poliética entendido en este primer sentido. No hay una ética, hay muchas éticas, sin que ello implique, como hemos visto, un radical relativismo moral o ético (no digo cultural) que personalmente no comparto.
En esta primera acepción del término, nos ubicaríamos en coordenadas descriptivas, no normativas. Las cosas, nos gusten o no, son así, andan de este modo.
La segunda acepción, la necesidad de una fusión o de una entente cordial entre la ética y la política es un desiderata, una vieja aspiración, que nació, señalaba el profesor Fernández Buey, «en la época de la ascensión de las masas a la política y de la manipulación política extrema de las masas». Ni que decir tiene que esta manipulación extrema de amplios sectores de la ciudadanía es pan nuestro de cada día o, si lo prefieren, plato diario en las políticas realmente existentes de muchas sociedades contemporáneas. Desde hace años. Por no hablar de lo más cercano, no desearía herir ningún sentimiento, baste con que piensen en lo sucedido en la primera vuelta de las elecciones brasileñas e incluso en los apoyos otorgados por grandes figuras del fútbol internacional, algunas de ellas ex jugadores del Barça (uno de ellos creo que es su embajador o algo así), a un político profesional de la bajura poliética de Jair Bolsonaro.
Esa aspiración de fusión se mueve entre tradición e innovación: arranca de la necesidad de distinguir analítica y metodológicamente entre ética y política, distinción que conviene tener en cuenta en nuestros análisis teóricos, pero rechaza las consecuencias de la separación absoluta entre lo público y lo privado. Una de las consecuencias de esa separación sería la generalización de la doble moral. En el fondo, hay aquí una crítica a la afirmación, bastante extendida en el interior de la cosmovisión neoliberal, más que en la liberal propiamente, según la cual «los vicios privados producen virtudes públicas». La codicia, por ejemplo, la búsqueda permanente del penique o del euro generaría, milagrosa o azarosamente, el bienestar colectivo, la justicia. El bien común a partir de los males individuales o de los comportamientos poco o éticos. Digan lo que digan es paradójico y no hay garantías.
Entendida como deseo de fundir ética y política, la poliética sería una propuesta normativa, no siempre explícita, que arrancaría de dos observaciones. En primer lugar, de nuevo tomo pie en FFB, «de la observación de que la separación entre ética y política, establecida en los orígenes de la modernidad europea, tiene fundamento metodológico pero ha sido pervertida en la vida práctica de las sociedades». La política se ha convertido en otra cosa, en lucha por el poder, en lucha despiadada y sin muchos miramientos. En general, no digo siempre, aunque estaba a punto de decirlo, es admisible, vale, cuenta, tiene interés, lo que da poder, lo que nos aproxima al poder, lo que nos permite ganar elecciones, mandar más en los partidos u organizaciones o ganar en influencia social por ejemplo. Y en eso, como dijo un físico y filósofo austriaco, Paul Feyerabend, refiriéndose a otros asuntos, los epistemológicos, a temáticas de método y ciencia, todo valdría… O, si quieren, casi todo valdría, añadiendo que la distancia entre el casi y el todo es aquí casi infinitesimal.
La segunda observación en torno a esa fusión señalaría que los principales problemas que llamamos políticos remiten a principios éticos sólidos, fuertes, poco negociables, y, viceversa, que no hay apenas asunto relativo a los comportamientos privados que, en última instancia, no acabe en consideraciones políticas o jurídico-políticas. En el fondo: la recuperación de la totalidad perdida, lo que tiene que ver con los asuntos públicos, con los comportamientos ciudadanos en el ágora una vez que se ha admitido que, por razones analíticas o metodológicas, conviene mantener separados el juicio ético y el juicio político.
Ya está. Lo dejo aquí. La arista de delimitaciones conceptuales sé que ha sido entre pesada y muy pesada. Reitero mis disculpas.
V. Ilustraciones
Permítanme ahora dar algunos ejemplos que pueden ilustrar el asunto que estamos comentando, el de la posibilidad real de esta fusión con restos de ética y política. Como habíamos pensado inicialmente una conferencia sobre educación y valores en una ciudad trabajadora como Santa Coloma daré al final algún ejemplo relacionado con el tema. Pero mi primer ejemplo tiene que ver con un asunto esencial para todas y todos, y además de esencial, urgente. Hemos oído hablar de él mil veces, tal vez más. Me refiero al cambio climático antropogénico y los escenarios dantescos (en plural, no en singular) a los que nos enfrentamos.
Algunos datos para situarnos:
Los incendios forestales de 2017 -un solo año- pusieron más ceniza en la atmósfera que respiramos que 10 años de erupciones volcánicas.
Las intensidades caloríficas emitidas por los incendios de julio y octubre en Portugal en 2017 fueron, respectivamente, 68 y 142 veces la intensidad calorífica de la bomba sobre Hiroshima.
Entre 1901 y 1910 se tuvo constancia de 82 desastres (10 o más muertos, o 100 o más heridos, o decreto de estado de emergencia) asociados al clima; entre 2002 y 2013, 100 años después, también una década, su número es 4.000 (es decir: 49 veces más). Por lo demás, ha habido una media de 355 desastres anuales entre 2005 y 2015. Los desastres, además, son más frecuentes en los países de renta media o baja. Desde 1990 se han duplicado en estos países.
Desde 1870 a 2000 el mar se elevó 20 centímetros de media. Desde 1993 hasta 2017, en apenas 24 años, se ha elevado 8,8 centímetros (a este ritmo, en el período anterior, se hubiera elevado casi medio metro, 47,7 cm).
Para unos 650 millones de personas, todo esto significa vivir en zonas de inundación crónica; para los 51 estados insulares, un desastre.
Países con más riesgos por la elevación del nivel del mar: China, el 4% de su población estaría afectada; en Vietnam, el 26%; en Japón, el 10%; en los Países Bajos, el 47%; en el Reino Unido, el 4%; en Alemania, el 2%. No sigo.
La calidad de vida de las generaciones futuras va a depender de lo que hagamos en las próximas tres décadas, 30 años, no más. Hemos agotado todas las prórrogas. Hemos ido a los penaltis yestamos a punto de lanzar el último, a pesar de tener información sobre ello desde hace más de un siglo y con mayor concreción e información desde más de 35 años. Hemos oído, hemos hablado, hemos criticado, hemos hecho mucha teoría (y mucha teoría de la confusión, del no sabemos, del no es seguro, algunas multinacionales petroleras son especialistas en esto) y hemos hecho muy poco o casi nada. No hemos llegado a saber lo que realmente ya sabíamos. Se puede explicar por razones psicológicas: siempre es difícil asimilar los escenarios que nos perjudican. Hay otras razones que tienen que ver con los privilegios, el poder y el sálvese el último. Por lo demás, el optimismo tecnológico, una tecnofilia exagerada, vertebra las cosmovisiones de muchos de nosotros: ya inventaremos algo que lo resuelva. No somos suicidas, no somos tontos. Somos, al mismo tiempo, la especie de la hybris, de la exageración, de la soberbia… y de la confianza exagerada, sin justificación, en la tecnociencia.
La humanidad está en el umbral de un fracaso de proporciones colosales en su intento por mantener (no hablo de eliminar, ya no podemos) el calentamiento global en un nivel moderado. Si se quiere evitar que el cambio de la temperatura mundial alcance una cota superior a los 1,5 grados Celsius (estamos cerca de un grado), lo que llevaría a un desastre de dimensiones cataclísmicas, se requiere que todas las economías del mundo apliquen medidas sin precedente para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Todas, sin excepción, especialmente las más importantes: Estados Unidos, China, Alemania, Japón, Brasil, Reino Unido, etc.
Esta es la principal conclusión del informe especial del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) dado a conocer el pasado 6 de octubre. El IPCC, como saben, es el brazo científico de Naciones Unidas sobre este tema del calentamiento global.
El contenido del este último informe (en su redacción han intervenido voces no científicas con la intención de que la exposición sea más digerible) relata con todo detalle lo que va a ocurrir, lo que puede ocurrir con alta probabilidad, si nos mantenemos en los 1,5°C de aumento sobre los niveles preindustriales y advierte de lo que ocurrirá si dejamos que se encarame hasta los 2°C. ¿Y más allá? Más allá: monstruos como decían los marineros cuando llegaban a la línea que marcaba el límite del océano en sus cartas de navegación.
En síntesis: nosotros, la especie humana se ha convertido en una verdadera amenaza para la vida en el planeta. Todos los acontecimientos históricos de los humanos modernos, desde el descubrimiento de la agricultura (la población humana apenas superaba los 5 millones), hasta la, digamos, conquista del espacio, han ocurrido en este (breve) período de tiempo: 10.000 años, 10 milenios, 100 siglos (100 humanes de vida prolongada de 100 años, cogidos de la mano, uno tras otro). Hemos destruido casi la mitad de los bosques naturales que cubrían los continentes hace apenas 2.000 años; hemos provocado la desaparición de miles de especies de plantas y animales; hemos contaminado los suelos, el agua y el aire con sustancias tóxicas de nuestra propia invención; hemos llenado los océanos con desechos químicos y plásticos que amenazan la vida marina; hemos generado una peligrosa basura espacial; hemos alterado los ciclos de las precipitaciones y aumentado la intensidad y frecuencia de los huracanes. Y así siguiendo. Como especie, somos con diferencia la más destructiva. No somos ángeles.
Un matiz complementario. El trastorno climático no puede atribuirse sin matices a toda la humanidad, ese hemos que he usado no es correcto, porque significaría desconocer que en cada país la sociedad está atravesada por múltiples mecanismos de división y segmentación, entre ellos los de la clase, el género, la «raza». Considerando esas divisiones, entre las cuales se destaca la de clase, las modificaciones climáticas han sido generadas a nivel mundial por ciertos países (a la cabeza de los cuales se encuentra USA) y por los sectores sociales opulentos y acaudalados del mundo… Los que soportan en forma directa las peores consecuencias del desastre climático y ambiental son los pobres, los trabajadores, los humildes, porque ellos viven en condiciones de pobreza o de miseria, frecuentemente sin lo elemental para enfrentar contingencias como las que representa un huracán.
No tengo tiempo para comentarlo pero convendrá analizar un escrito de Paul Krugman, el Nobel de Economía, en el NYTen el que dada cuenta recientemente de la situación: «Trump y los negacionistas del cambio climático» (https://www.nytimes.com/es/2018/10/18/paul-krugman-cambio-climatico-trump/?rref=collection%2Fsectioncollection%2Fnyt-es). Abría su artículo con estas palabras:
El cambio climático es un engaño. El cambio climático está ocurriendo, pero no es provocado por el hombre. El cambio climático es provocado por el hombre, pero hacer algo al respecto podría destruir empleos y acabar con el crecimiento económico. Estas son las etapas de la negación climática. O tal vez sea incorrecto llamarlas etapas, pues los negacionistas en realidad nunca abandonan un argumento, sin importar qué tan plenamente haya sido refutado por la evidencia. Es mejor describirlas como ideas cucaracha: afirmaciones falsas que uno pensaría de las que ya se deshizo, pero que siguen regresando».
De cualquier modo, prosigue PK, «el gobierno de Trump y sus aliados -a la defensiva por otro huracán mortífero aumentado por el cambio climático y un amenazante informe de las Naciones Unidas – han utilizado todos esos malos argumentos en los últimos días. Diría que fue un espectáculo estremecedor, pero es difícil estremecerse estos días. No obstante, fue un recordatorio de que ahora nos gobierna gente que está dispuesta a poner en peligro la civilización en aras de la conveniencia política, sin mencionar las mayores ganancias para sus amigos del combustible fósil.
Krugman escribe «ahora» pero no logro ver que los gobiernos estadounidenses anteriores obrasen con criterios muy diferentes. Finaliza así tu nota:
En resumen, aunque los argumentos de los negacionistas del cambio climático siempre fueron débiles, se han debilitado aún más. Incluso si realmente te habías dejado convencer por los negacionistas hace cinco o diez años, los acontecimientos posteriores debieron haberte hecho reconsiderar. En realidad, claro está, el negacionismo climático nunca ha tenido mucho que ver ni con la lógica ni con las pruebas; como dije, los que niegan el cambio climático claramente debaten de mala fe. En realidad no creen en lo que están diciendo. Solo buscan excusas que permitan a gente como los hermanos Koch seguir haciendo dinero… Una forma de pensar en lo que está ocurriendo aquí es que es el mejor ejemplo de la corrupción trumpiana: tenemos buenas razones para creer que Trump y sus compinches están vendiendo a Estados Unidos para obtener ganancias personales. Sin embargo, tratándose del clima, no solo están vendiendo a Estados Unidos, están vendiendo al mundo entero.
¿Algo qué decir desde un punto de vista ético ante la situación descrita? Mucho, el resto no puede ser silencio. Una idea básica: se impone una rectificación urgente en nuestra forma de estar en el mundo, en nuestra forma de producir, de consumir y de tratar a la Naturaleza. Sobre todo si tenemos en cuenta aquella ampliación de Hans Jonas del imperativo kantiano: hay que incluir en la Humanidad a las futuras generaciones, tenemos un deber con ellas. Con nosotros no debe finalizar la Humanidad. No basta con pensar en nosotros, aunque ese nosotros seamos todos los de ahora.
No se me ocurre ninguna o casi ninguna posición moral, ninguna ética razonable, sea de nuestro gusto o no en muchas de sus aristas, sea laica, religiosa, semireligiosa, poco o muy fundamentada, que se quede muda ante un problema de estas dimensiones o que diga que no pasa nada, que un ser todopoderoso, X, Y o Z, ya nos ayudará o que en sus manos está nuestro Ser y su creación y ya está, a seguir con lo mismo.
Sólo una muy mala lectura del carpe diem, toma el día y que los de mañana se apañen, podría objetar lo que les acabo de señalar. Sería como la frase que se le atribuye a Luis XIV: «aprés moi, le déluge», después de mi el diluvio. No es eso, no debe ser eso. Nada que ver con la noción de hedoné de Epicuro, si entendemos bien el concepto de placer que vindicaba el gran filósofo atomista de Samos, en una de las primeras escuelas filosóficas en que el papel de la mujer-filósofa contó (Sofía y filosofía son nombres femeninos no lo olvidemos).
¿Y desde un punto de vista político? Pues tampoco parece que se puedan plantear muchas objeciones más allá de tomar conciencia de las enormes dimensiones del asunto, de lo poco que se ha hecho, de nuestra enorme responsabilidad (más de unos que de otros) y de la complejidad para hacer pedagogía de un asunto que toca algo esencial: nuestro forma de vivir, nuestro forma de estar en el mundo.
Etica y política pueden aquí conjuntarse sin choque. Una poliética bien entendida obraría aquí sin generar alarmas pero sin ocultar las enormes dimensiones de la situación la que nos enfrentamos. Pensando en nosotros y pensando en nuestros hijos, nietos y biznietos. Lo que no vale es no decir o decir barbaridades como las que hemos oído recientemente al presidente estadounidense, aunque incluso alguien como él parece que está rectificando o matizando: dice que algo pasa con el tiempo, aunque sostenga que la causa del mismo no es antropogénica.
Tampoco valdría, y esta opción tiene sus partidarios, sus alocados partidarios, jugar al adaptarse sin cambios sustantivos. Esta es la civilización del capital, no hay otra, no hay alternativa, como decía aquella primera ministra que, incomprensiblemente para mí, fue aconsejada por uno de los grandes filósofos del siglo XX, Sir Karl Popper. Y como no hay alternativa, y como el capitalismo es eterno, como es la única forma de producir, distribuir y consumir (y acumular capital la minoría que acumula capital), de lo que se trata es que vivamos o malvivamos con sus consecuencias. A lo hecho, pecho y heridas, muchas heridas.
¿Recuerdan aquella hermosa y dura película que se tituló en castellano «Danzad, malditos, danzad», una película dirigida por Sydney Pollack y protagonizaba por una inolvidable Jane Fonda? Pues lo mismo: adaptaos, malditos, adaptaos, dirán ahora. Y si no, peor para vosotros y, sobre todo, para vosotras.
No se adapten «a lo existente», no podremos adaptarnos a escenarios de destrucción. Nos va una vida digna en ello. Hay que pensar y vivir de otro modo como nos ha recordado recientemente Vandana Shiva. La mentalidad mecánica, de dominio y control, señala esta gran científica y ecologista hindú, «se encuentra en la raíz de la crisis ecológica y del cambio climático. No puede ser el punto de partida para enfrentar el problema del clima mediante mayores manipulaciones (está hablando de la geoingeniería). Como Einstein nos advirtió, no podemos resolver un problema con el mismo esquema mental que lo creó. No podemos someter a nuestra Tierra, frágil, compleja y auto‐organizada, a más manipulaciones violentas. En la agricultura ecológica, que regresa la materia orgánica al suelo, tenemos un ejemplo de solución no violenta y verificada para enfriar al planeta al tiempo que producimos más y mejores alimentos.»
El segundo asunto que me gustaría comentarles muy brevemente es el asunto de malnutrición. José Graziano da Silva [JGS], director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), recordaba recientemente -«Hambre Cero: nuestras acciones de hoy son nuestro futuro»- que hacía solo tres años, en septiembre de 2015, todos los Estados miembros de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible. Los líderes de todo el mundo habían considerado la erradicación del hambre y todas las formas de malnutrición (el objetivo número 2) como fundamental de la Agenda y condición sine quan non para un mundo más seguro, más justo y más pacífico. Pero paradójicamente, señala JGS, el hambre no ha parado de crecer desde entonces.
Según las últimas estimaciones, el número de personas subalimentadas aumentó en 2017 por tercer año consecutivo. El año pasado, 821 millones de personas sufrieron hambre (el 11% de la población mundial, una de cada nueve personas en el planeta), en su mayor parte agricultores familiares y de subsistencia que viven en zonas rurales pobres en el África Subsahariana y en el Sudeste Asiático. Pero el creciente nivel de subalimentación en el mundo no es el único reto al que nos enfrentamos. También van en aumento otras formas de malnutrición. En 2017, al menos 1.500 millones de personas sufrieron deficiencias de micronutrientes que socavan su salud y sus vidas. Al mismo tiempo, la proporción de obesidad entre adultos sigue aumentando, pasando del 11,7 % en 2012 al 13,3% en 2016 (672 millones de personas adultas en total).
En el 2030 habrá 129 millones de niños con problemas de crecimiento a causa de la malnutrición, en la mayoría de los casos provocada por la desnutrición de sus madres adolescentes, ha señalado Save the Children (http://www.ansalatina.com/americalatina/noticia/sociedad/2018/10/22/la-malnutricion-y-el-futuro-de-la-ninez_5b09c9a8-b411-4be6-b5db-43a5c9772580.html), la organización internacional que desde 1919 lucha para salvar la vida de los niños y garantizarles un futuro mejor. Una nota de la entidad subrayó que el ciclo intergeneracional de la malnutrición depende de una serie de causas que, para ser resueltas, deben ser afrontadas de manera integral. Para afrontar esta situación Save the Children promueve entre hoy y mañana en Roma una conferencia internacional sobre el tema en colaboración con el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola y el apoyo de Canadá. «No dejar a nadie atrás: un foco sobre los adolescentes» es el tema de la conferencia.
En el mundo, cada año, son unos 12 millones las muchachas que se casan en forma prematura y 16 millones las adolescentes que se convierten en madres. En una nota, la organización recordó que las jóvenes mujeres juegan un rol esencial para el desarrollo económico y humano de sus familias y sus comunidades, a pesar de estar fuertemente sujetas a fenómenos de exclusión y discriminación, matrimonios o embarazados precoces, violencias y abusos de todo tipo, además de menores acceso a los servicios esenciales. «Las mujeres adolescentes, en especial si están malnutridas, tienen más posibilidad de no sobrevivir al parto y de dar a luz niños con déficit nutricionales, que son por ello más vulnerables y están expuestos a una muerte precoz», indicó Daniela Fatarella, vicedirectora general de Save the Children. Y agregó: «Para interrumpir este círculo vicioso y evitar la transmisión de la malnutrición de una generación a otra es importante invertir en las adolescentes». En ese sentido, enumeró que para alcanzar ese objetivo es esencial mejora su estado nutricional y «en especial ayudarlas en el proceso de empoderamiento». Además Fatarella dijo que a estas mujeres vulnerables se les debe ayudar en todo el mundo con las «competencias necesarias para fortificarlas, así como mejorar su autoestima y rescatarlas social y económicamente».
El hambre se circunscribe principalmente a áreas específicas, sobre todo aquellas azotadas por conflictos, sequías y extrema pobreza; pero la obesidad está en todas partes y sigue creciendo en todo el mundo. Estamos asistiendo a su globalización. Un ejemplo: las tasas de obesidad están aumentando más rápidamente en África que en ninguna otra región -8 de los 20 países con tasas de crecimiento más rápido están en ese continente. Además, en 2017 el sobrepeso infantil afectaba a 38 millones de niños menores de cinco años. Un 46% de estos niños viven en Asia y el 25% en África. Si no tomamos medidas urgentes para parar el aumento de la obesidad, pronto podría haber más gente obesa que malnutrida en el mundo. El crecimiento de la obesidad está teniendo un coste socioeconómico enorme pero, sobre todo, es un factor de riesgo para muchas enfermedades no transmisibles, como las afecciones del corazón, los infartos, la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Las estimaciones indican que el impacto global de la obesidad se sitúa en alrededor de 2 billones anuales (2,8% del PIB mundial). Es un coste igual al del impacto del tabaco y los conflictos armados.
El Día Mundial de la Alimentación, se celebró el pasado 16 de octubre, pretendió recordar a la comunidad internacional su compromiso político de erradicar todas las formas de malnutrición y para recordar que alcanzar el Hambre Cero en el mundo para 2030 (eso es, en 12 años, sólo 12 años), aún es posible. Por ejemplo: según estimaciones de la FAO, el hambre en Brasil se redujo del 10,6% de la población total (unos 19 millones de personas) al inicio de los 2000, a menos de 2,5% en el trienio 2008-2010, que es el valor mínimo por el cual FAO puede hacer inferencias estadísticas fiables. Esta reducción en el número de gente subalimentada fue posible principalmente al firme compromiso del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y de la puesta en marcha de políticas públicas y de programas de protección social que atajaron la extrema pobreza y el impacto de las sequías prolongadas en la parte noreste del país.
Los sistemas alimentarios actuales, concluye el director general de a FAO, actuales han aumentado la disponibilidad y el acceso a alimentos procesados muy calóricos, energéticamente densos, altos en grasas, azúcar y sal. Deben ser transformados de modo que todo el mundo pueda consumir alimentos sanos y nutritivos.
Tenemos que abordar la obesidad como un asunto público, no como un problema individual. Esto requiere la adopción de un enfoque multisectorial que involucre no solo a los gobiernos, sino también a los organismos internacionales, la sociedad civil, el sector privado y los ciudadanos en general. Las dietas saludables deben ser fruto de un esfuerzo colectivo que incluya, por ejemplo, la creación de normas (como el etiquetado y la prohibición de algunos ingredientes dañinos), la introducción de la nutrición en los programas escolares, la adopción de métodos para reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos, y el establecimiento de acuerdos comerciales que no impidan el acceso a comida fresca, nutritiva y cultivada localmente por agricultores familiares.
¿Hay aquí alguna duda que una poliética a la altura de las circunstancias, y con todas sus derivadas concretas, es urgente, necesaria, imprescindible? ¿Podemos seguir sordos y ciegos ante este escenario de desolación que no es imposible erradicar?
El tercerasunto que les quería comentar tiene que ver con el lenguaje, con el lenguaje y de sus usos.
No hace falta leer a Wittgenstein o a Nietzsche para reconocer su importancia. Los límites de mi lenguaje, decía el primero, son los límites del mundo. Sea lo que sea lo que quería decir el ingeniero-filósofo austríaco, tal bien retratado por Thomas Bernhard en Corrección, el lenguaje marca límites y ayuda o confunde.
Tampoco falta recordar aquel bíblico «Y en el principio fue el Verbo», rectificado muy oportunamente por Goethe siglos después: «Y en el principio fue la Acción». Un amigo, un gran amigo que está entre nosotros, me recordaba este fin de semana libros olvidados por mí de Erich Fromm y me explicaba la historia de Marduk y su paralelismo con la concepción cristiana, de la cual ésta, probablemente, es heredera.
He leído estos días pasados un buen libro de Nicolás Sartorius editado por Espasa: La manipulación del lenguaje. Breve diccionario de los engaños. El exdirigente de CCOO no descubre ningún Mediterráneo pero en este breve diccionario, el que fuera vicesecretario general del PCE y dirigente de IU, ahora vicepresidente de la Fundación Alternativas, centra su atención en conceptos o expresiones como las siguientes (no les doy la lista completa): ajuste de cuentas, armas inteligentes, banco malo, brotes verdes, clases medias, «como no puede ser de otra manera», congelación salarial», crecimiento negativo, derecho a decidir, devaluación interna, economía de mercado, emprendedores, España nos roba, Estado español, exiliado político, paraísos fiscales, poderes fácticos, posverdad, riesgo moral, violencia de género, vivir por encima de nuestras posibilidades, etc. Uno de los términos comentados es fascismo y fascista; un apunte sobre él más tarde.
Sartorius saca punta, a veces breve, a veces no tan breve, a este conjunto de términos y expresiones. Con agudeza e inteligencia.
Mi favorita, una que él no cita pero que golpea nuestros ojos y nuestra inteligencia es la expresión: «catástrofes humanitarias». ¿Cómo una catástrofe, la que sea, con muertos, heridos y destrucciones, puede ser una catástrofe «humanitaria»? ¿No será más bien lo contrario?
¿Qué decir de las manipulaciones y deformaciones del lenguaje desde un punto de vista ético? Pues que si a veces conviene hablar por hablar, por el gusto de hablar, es bueno hablar con precisión cuando el asunto tiene densidad. Digámoslo en formulación normativa: «es bueno que los seres humanos hablemos con precisión y veracidad y sin ánimo de engañar ni confundir». Recordemos la definición de verdad de Aristóteles: decir de lo que es, es y de lo que no es, no es, es decir verdad; decir de lo que es, no es, o de lo que no es, es, es decir falsedad. Si se hace conscientemente, como suele ocurrir en muchas discusiones públicas, además de decir falsedades, se miente.
Así, pues, desde un punto de vista ético, todo rigor es poco, todo esfuerzo de precisión no es en balde. El lenguaje, las lenguas humanas, ninguna de ellas, debe usarse para manipular, engañar, deformar, falsear la realidad conscientemente, insultar o golpear,
Vayamos ahora al otro ámbito, al político. Conviene, podrá decirse, desde un punto de vista estrictamente político, no ser tan quisquillosos. La gente, si no, no nos entiende, y ellos, la gente, son los sujetos de la política. Para explicar y convencer muchos métodos son aceptables. No se puede explicar en el ágora la teoría de la relatividad general a palo seco. Hay que simplificar y hay que ir poco a poco.
Pero aun admitiéndolo la cosa tiene sus riesgos: hablamos de mercados libres para hablar de mercados más que regulados; hablamos a veces de estados democráticos para referirnos a estados poco o nada democráticos (el franquismo eran, decían, una democracia orgánica); hablamos de fachas, neofranquistas o términos afines para hablar de todos los adversarios políticos que no coinciden con nuestra posición que nos parece elemental, central, natural casi; hablamos a veces de botiflers para referirnos a personas que no comparten nuestra forma de vivir una determinada identidad nacional. Y así siguiendo.
El político, la política, profesional, puede, debe obrar, sin perder ubicación en la «realidad real»: para avanzar en sus objetivos, se diría en términos convencionales, necesito convencer a la ciudadanía, y cuanta más mejor, y para ello necesito simplificar y en ocasiones caricaturizar un poco, con cortesía, a los adversarios.
¿Vale o no vale? ¿Es admisible o no? ¿Tiene respuesta única desde ambas perspectivas? ¿O lo señalado es válido hablando políticamente, y no lo es, desde una perspectiva ética?
Hay mucha historia que contar aquí pero no sigo, me interrumpo.
Sea como fuere, también aquí, en este ámbito del lenguaje, sin desconocer las situaciones complejas, ética y política podrían conjuntarse en una buena poliética del lenguaje contraria a maldades e incluso a perversidades. Una poliética a la altura de las circunstancias haría todo lo posible, y podría hacer mucho, para conseguir que el lenguaje no fuera un instrumento que mistificara y ocultara la realidad sirviendo a intereses que no suelen ser mayoritarios ni democráticos.
EL último ejemplo. Había pensado en hablarles de los telefonillos, de los móviles, de sus orígenes, sus materiales y sus consecuencias, también de la sinrazón patriarcal, pero no hay tiempo para ello. Me centro en asuntos educativos pensando sobre todo en esta ciudad, en Santa Coloma de Gramenet, una ciudad trabajadora, que YO he hecho muy mía. Yo suelo decir que soy barcemense o colocelonés, en ningún caso barcelonés que es término incompleto en mi caso. He pasado más de media vida en su ciudad y así pienso seguir. Mi suegra, la señora Catalina Serrano, vive aquí, en el barrio del Fondo.
¿Qué encontramos si reflexionamos en el sistema educativo colomense? Uno, por supuesto, es la existencia de la UNED, una de las grandes conquistas educativas de la ciudad. No es peloteo. Pensemos en las personas que en los últimos años han podido cursar estudios universitarios gracias a la UNED… gracias a la UNED y a su esfuerzo por supuesto.
En el ámbito preuniversitario, cabría señalar: la escolarización de los niños y niñas de 0 a 3 años (la media en España es del 37,9% en el curso 2017-2018, 38,6% en Cataluña, 52,4% en el País Vasco; en el caso de Cataluña, 63,2% en la escuela pública, 36,8% en la privada (aquí no hay concertadas), desconozco los datos de la ciudad); también las dificultades que tienen algunos niños/as en los últimos años de la primaria (9, 10, 11 años); la ESO y sus ratios imposibles de más de 30 alumnos por clase; la falta de formación humanista en los ciclos formativos; el nefasto adoctrinamiento que representa la asignatura «EIE», una apología indocumentada de la economía neoclásica y de la ideología neoliberal; la estafa de las horas de formación en empresas no retribuidas (casi 5 meses en el grado medio, y casi lo mismo en los ciclos superiores); la incomprensible apuesta por la formación dual; la imposibilidad que para algunas familias representa las matrículas de los cursos universitarios… Podemos quedarnos aquí.
Hay más puntos pero planeo sobre ellos. Por ejemplo: la mal llamada «inmersión lingüística» (no lo es para la mitad de la población catalana, no lo fue en mi caso, por ejemplo, mi hijo y yo hablamos catalán entre nosotros, ni para la familia Mas o la familia Piqué-Shakira, cuyos hijos han ido y van a escuelas donde no se practica esa mal llamada inmersión), también la forma en que, en algunos casos, se explica Historia en la enseñanza preuniversitaria convertida a veces en un campo de batalla ideológco, la práctica ausencia de la poesía en la formación de nuestro estudiantado, la casi inexistente formación sobre nuestros cuerpos, etc.
Pues bien, antes de comentar dos o tres cosas muy rápidamente, déjenme darles algunos datos que conviene no olvidar. Hablan del país y de nuestra situación:
1. En España, en 2017, el 25,1% de la riqueza total del país pertenecía al 1% más rico. En Europa la cosa no era mejor sino peor: el 1% más rico acapara el 31,8% de la riqueza.
2. Los mega-ricos, los que atesoran un patrimonio superior a los 1.000 millones de dólares USA, son 17 en España (468 en Europa).
3. El número de ultra-ricos en España (las personas que declaran patrimonios superiores a los 30 millones de euros) eran en 2006, antes de la «crisis»,200 personas; en 2016, 579. Un incremento de ultra-ricos en estos años de «crisis» de 379, un incremento porcentual en diez años del 189,5%).
4. En 2002, en España, la mitad de hogares más ricos tenían un patrimonio medio 6 veces superior que la mitad de hogares más pobres. En la actualidad: la diferencia es 12 veces mayor.
5. El porcentaje de ciudadanos españoles en riesgo de pobreza y exclusión social en 2016 era 27,9% (4,5 puntos más que el conjunto de la UE, España es el 7º país por la cola; en peor situación: Bulgaria, Rumania, Grecia, Lituana, Croacia y Letonia): 12,82 millones de personas están así. Si tomamos 2008 como el año del inicio de la crisis-estafa, la tasa de personas en riesgo de pobreza (que entonces estaba en el 23,8%) ha aumentado 4,1 puntos, es decir, el 17,23%. España es el tercer país de la UE donde más aumentado esta tasa, sólo por detrás de Grecia y Chipre (La UE considera un ciudadano en riesgo de pobreza o exclusión cuando sus ingresos no alcanzan el umbral de la pobreza, es decir, el 60% del ingreso nacional medio después de pagar impuestos)
6. El número de ciudadanos-trabajadores que en 1994 cobraban menos que el salario mínimo era de unos 3 millones; actualmente son 6 millones (el 34% de la población ocupada), el doble que hace 24 años.
No todos los pobres proceden de los entornos más extremos de la exclusión. Ni vienen de familias sin recursos. Más de un millón de titulados universitarios están en riesgo de pobreza. Son 320.000 más que hace 10 años, según el estudio que la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN-ES) presentó el martes 16 de octubre con motivo del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. La salida de la crisis ha redibujado el perfil de las personas pobres. La proporción de quienes se encuentran en estas circunstancias (tienen más de 16 años y un nivel de estudios medio o alto) ha pasado del 30% de 2008 al 35,8% de 2017. Si a los que tienen estudios superiores se suman los que han superado bachillerato o formación profesional la cifra de personas que viven en esta situación en nuestro país supera los de 2,7 millones.
Un caso concreto. «He pasado muchísimas noches sin dormir por la angustia», comentaba hace días «Rosa», una trabajadora madrileña de 52 años que prefiere no dar su nombre real. «Rosa» es ingeniera de sistemas informáticos. Trabajó toda su vida en Estados Unidos (otra inmensa estafa económico-educativa) pero en 2006, tras la muerte de su padre, volvió para estar más cerca de su familia. Aquí estuvo empleada en un banco y en una multinacional, hasta que en 2016 la despidieron. Después, el abismo.
«Eché más de 500 currículos. En estos dos años he ido tirando con el paro y el dinero de la indemnización, pero los ahorros se acabaron. En abril empecé a cobrar los 430 euros y tengo una hipoteca de 800», prosigue. Se inscribió en un programa de ayuda de búsqueda de empleo de Acción Contra el Hambre. El mes pasado encontró trabajo. Sus condiciones han mejorado, pero sigue viviendo al límite. «Soy prácticamente mileurista. Estoy en un periodo de prueba. Quién sabe si volveré al paro». Su angustia aún no cesa.
El documento presentado por EAPN-ES, muy extenso, aborda la situación de la pobreza desde distintos puntos de vista. Arroja diferencias por territorios (con Navarra con un 13,5% de la población en riesgo de pobreza o exclusión social frente a un 44,3% de Extremadura), sexo (6,4 millones de mujeres en riesgo frente a 5,9 millones de hombres), edad (casi uno de cada tres menores de 16 años está en riesgo de pobreza o exclusión) o composición del hogar (casi la mitad de las persona que viven en hogares monoparentales está en riesgo). El informe concluye que PIB y pobreza no van de la mano: pese a las mejoras económicas, las cifras de personas en situación de vulnerabilidad no se ha recuperado respecto a 2008. Se han ahondado las desigualdades y los pobres, aunque sean menos que en 2016, son más pobres.
No hace falta seguir.
Bastantes de estas personas de las que les hablo viven en su, en nuestra ciudad, en Santa Coloma de Gramenet. Muchos de mis alumnos han dado testimonio de esto. Cuando se viven estas situaciones, la escuela, los institutos, las universidades, son momentos de liberación, espacios y momentos utópico-reales de libertad. Uno, una, se aleja de la dureza de la vida familiar cuando se ubica en esas instituciones públicas, conquistas ciudadanas en muchos casos. Puedo dar testimonio personal de ello. Pero, por otra parte, el apoyo del que les hablaba cuesta más, es mucho más difícil, sobre todo en familias que, por las razones que sean, los padres, madres o tutores no han podido cursar estudios, más allá de los más básicos, o no tienen tiempo material para atender a sus hijos. Sus horarios de trabajo son infernales.
Cuando se está «severamente privado de medios materiales» (no puede pagar el alquiler, la hipoteca o las facturas, la calefacción, imprevistos, carne o pescado, no tiene lavadora, teléfono o no puede irse de vacaciones ni una semana al año), o cuando vive en un hogar con «muy baja intensidad laboral» (es decir, donde los mayores de 18 años no estudiantes hayan trabajado menos del 20% de su potencial de trabajo en el último año), no parece que las condiciones ayuden a la formación, al estudio, al esfuerzo, a vencer dificultades, de los más jóvenes. La verdad apunta en dirección contraria.
Tratar situaciones desiguales de forma igual no es admisible ni siquiera justo. No hace falta haber leído la Crítica al programa de Gotha de Marx para darse cuento de ello. No puede ser, aunque sea, que estudiantes (pienso en algunas de ellas en concreto, han sido alumnas mías) con vocación y ganas de seguir estudios universitarios no puedan realizarlos porque ni ellas ni sus familias pueden pagar las actuales matrículas universitarias y los gastos complementarios. No es justo, no es razonable, no está bien.
No puede ser que tengamos nuestras clases a tope, con 33 alumnos por curso como les decía en la ESO, cuando hay alumnos y sus circunstancias que exigirían un profesor casi particular para avanzar en algunos casos. No podemos convertir esos años de instrucción pública en un camino directo al fracaso o, como mal menor, a proseguir con estudios de ciclos formativos que no se desean cursar y en los que se está sin ganas ni estímulos.
Y así siguiendo.
Hay que dotar de más medios aunque no todo es cuestión de más medios. Podemos hacer mejor las cosas con medios muy similares.
También aquí, la ética y la política unidas de la mano, fundidas, ayudan a unir esfuerzos. No es éticamente admisible marginar a ningún sector de la población, especialmente en estos años esenciales. No es éticamente admisible no ayudar en la medida de nuestras fuerzas a los sectores más desfavorecidos. No podemos seguir girando, impasibles, la rueda del eterno retorno o de las repeticiones mil veces vistas y vividas. Los hijos/as de R, si trabajan, lo hacen en condiciones magníficas, y los hijos de P hacen trabajos cutres porque sus padres son P, es decir, pobres.
La política, en este caso, debe estar al servicio de lo más básico, de lo más elemental, dotarnos a todos de una buena instrucción pública. Queremos, deseamos, debemos generar ciudadanos formados y críticos, no mano de obra más o menos cualificada en función de los intereses de corporaciones y grupos de poder. Esa no debe ser la aspiración de ningún sistema educativo que se precie de serlo. No debemos generar hombres, seres humanos-máquina, sino mujeres, hombres, seres humanos con alma, con espíritu crítica y con formación y, sobre todo, con deseos de aprender, de saber, de vivir, de amar y de luchar. Y de ayudar y de ser solidarios.
VI. Humanidades
Les decía que tampoco la ética se quedaba vacía al ubicarnos en el campo de la poliética Tampoco la ética se convierte en una muestra del conjunto de vacío. Todo lo contrario. Las cuestiones estrictamente éticas se agolpan. Una de ellas puede ser ésta: su amabilidad, su cortesía, su atención, ¿autorizan moralmente mi abuso, la prolongación de esta charla? La respuesta es evidente: NO, NO y NO, NO a la enésima potencia.
Así que les agradezco su interés y su atención y finalizo señalando que p ensar la ética y la política en la forma en que les he señalado permitiría superar la disyunción de aquel chiste sobre conejos: se trata de pensar y tocar, de reflexionar y hacer, de teorizar y de practicar, de sentir y no olvidar, de plantar cara a las injusticias, de no hacer en el fácil y tentador acomodo.
Digámoslo de nuevo al modo kantiano: la ética sin prolongación práctica puede ser inoperante; la política sin ética puede convertirse en lucha despiadada.
Finalizo, por todo ello, con otro poema que no he logrado aprenderme de memoria. Les pido disculpas porque hubiera sido justo, muy justo, hacerlo.
Todo lo que les he dicho puede ser mucho mejor dicho en la forma que usó uno de los científicos-pensadores-escritores que más me han conmovido y conmueven, Primo Levi, para presentar un libro imprescindible y doloroso a un tiempo que sigue impresionando desde la primera hasta la última letra: Si esto es un hombre, si esto es un ser humano. Gracias por su atención. El poema del que les hablaba:
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
o vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
Gracias. Un honor, un gran honor.