Dos obras en cartel exponen en teatros de la neoyorquina avenida Broadway cómo los medios de comunicación de Estados Unidos manipulan la política para convertir informes noticiosos en apelaciones emocionales. La trama de «Frost/Nixon», del dramaturgo británico Peter Morgan, transcurre en 1977, con el conductor de programas periodísticos David Frost y el ex presidente Richard […]
Dos obras en cartel exponen en teatros de la neoyorquina avenida Broadway cómo los medios de comunicación de Estados Unidos manipulan la política para convertir informes noticiosos en apelaciones emocionales.
La trama de «Frost/Nixon», del dramaturgo británico Peter Morgan, transcurre en 1977, con el conductor de programas periodísticos David Frost y el ex presidente Richard Nixon como agonistas en una entrevista real emitida por la televisión estadounidense.
En la obra, Frost (interpretado por Michael Sheen), con el fin de recuperar su prestigio en baja, adula y soborna al desacreditado Nixon (encarnado por Frank Langella) para que se someta a horas de entrevista cuyo punto alto resulta ser una confesión de los delitos de Watergate.
Ese escándalo, que estalló en junio de 1972, comenzó con el arresto de cinco espías infiltrados en las oficinas del Comité Demócrata Nacional en edificio Watergate, en Washington. El intento de Nixon y su personal por encubrir esa operación culminó con su renuncia, el 8 de agosto de 1974.
Más allá de conocer los hechos, lo estremecedor de la entrevista (y de la obra teatral) es la confesión de Nixon ante millones de espectadores. Como telón de fondo, en el área superior del escenario, una enorme pantalla de televisión muestra la entrevista que la vieron los estadounidenses.
Un periodista estadounidense que trabaja en el programa de Frost quiere dar a Nixon el juicio que nunca tuvo, para abordar el problema de la integridad del sistema político y de la democracia como idea.
Pero Frost prefirió no referirse a la corrupción política. Ni habría podido hacerlo aunque hubiera querido, pues el procedimiento periodístico estuvo viciado desde la propia concertación de la entrevista.
En la obra se ve al codicioso Nixon peleando con su agente de Hollywood, Swifty Lazar, a propósito del pago por aparecer ante las cámaras de televisión.
En otra escena, Nixon le dice a Frost: «Usted debería casarse con esa mujer. Ella viene de Mónaco. Ellos no pagan impuestos.»
El propio Frost no tenía convicciones políticas. Este célebre periodista ni siquiera votó nunca. Y tampoco era un profesional brillante. El diálogo con Nixon es banal, al punto que habla sobre cómo viajó a Europa llevando su propia cama. Ese es el tipo de dato irrelevante en el que se concentra el entrevistador.
Pero Frost comprendía la televisión. Sabía que la historia que quería contar se basaba sobre la explotación de primeros planos que revelaran emociones reales.
Y obtuvo la reveladora respuesta final refiriéndose en su pregunta a una conversación de Nixon con el abogado de la Casa Blanca, John Dean, grabada y transcripta en el marco del escándalo Watergate.
Cuando Dean le informó que comprar el silencio de los intrusos de Watergate podría insumir un millón de dólares, Nixon le contestó: «Podríamos obtener eso… Si usted necesita el dinero, quiero decir, usted puede obtener el dinero… Usted podría conseguir un millón de dólares. Y en efectivo. Yo sé dónde podría conseguirlos.»
Las investigaciones demostrarían que el dinero procedió de cuentas bancarias en el exterior mantenidas por empresas estadounidenses para canalizar sobornos. Esa revelación llevó al gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) a implementar la Ley de Prácticas de Corrupción en el Exterior, que había sido ignorada durante años.
Frost le pregunta a Nixon: «¿Usted está diciendo que el presidente puede decidir?». Es entonces que el espectador comienza a pensar sobre la política estadounidense de hoy.
Y Nixon replica: «Estoy diciendo que, cuando el presidente lo hace, no es ilegal». La frase, en 2007, parece aludir al actual presidente, George W. Bush.
Frost desafía a Nixon a admitir que fue parte del encubrimiento de Watergate. Y cuando el ex presidente finalmente lo confiesa, los ojos del espectador teatral se posan en la gran pantalla para ver los detalles de un rostro hinchado y devastado que expresa soledad, aversión por sí mismo y derrota.
La transmisión televisiva tuvo más que ver con psicología que con política. Obtuvo la mayor audiencia de un programa de noticias en la historia de la televisión estadounidense. Su producción facturó por ese espacio más de un millón de dólares en publicidad.
La política y la psicología son una combinación redituable. Eso se constata en la obra «Talk Radio», del dramaturgo y guionista cinematográfico Eric Bogosian, también centrada en la entrevista de Frost a Nixon.
En este drama, Barry Champlain (interpretado por Liev Schreiber) es el anfitrión de un programa de llamadas telefónicas, «Night Talk», que emite una radio de Cleveland, ciudad mediana del centro de Estados Unidos.
Bogosian escribió la obra en 1988, pero tiene hoy tanta resonancia como entonces. Se basa en la entrevista televisiva de Frost.
Champlain es izquierdista y cínico. «Este país está podrido hasta la médula», dice. «La CIA (Agencia Central de Inteligencia) está ingresando drogas para pagar las guerras», agrega. «La operación Iran-Contra legaliza las drogas», asegura.
La mayoría de los ciudadanos estadounidenses aún ignoran que en los años 80 la CIA canjeó ilegalmente drogas por armas para apoyar a la Contra derechista que luchaba contra el gobierno izquierdista de Nicaragua. El propio Congreso legislativo le había prohibido al gobierno apoyar a la Contra.
El mundo real que disecciona Bogosian no tiene nada que ver con el mundo interior de los escuchas de Champlain, que viven a través de la radio. No parecen muy brillantes. Algunos están confundidos.
Uno de ellos lo acusa en una llamada telefónica abierta de ser «el portavoz de los judíos para Israel». Alguien le envía una caja con una rata muerta y una bandera nazi.
Champlain, en cambio, resulta detestable para su público. Ataca a la audiencia, le grita, la insulta. «Ustedes se revelan en ataques y accidentes automovilísticos. Ustedes son más felices cuando los demás experimentan dolor», les dice.
Su voz va pasando de la calma a la indignación.
«Sus propias vidas se han vuelto su entretenimiento. Ustedes quieren ver cuánto podemos adentrarnos en la mugre. Yo abuso de ustedes, yo los insulto. ¿Por qué siguen devolviendo la llamada? ¿Qué es lo que está mal con ustedes? ¿Son ustedes los que votaron a Nixon y luego a Ronald Reagan?», se pregunta.
Al ejecutivo que controla el programa radial no le gusta mucho su contenido, pero sí las ganancias que produce.
Desde su escritorio, con la vidriada sala de controles como telón de fondo, Champlain siempre está al borde, al contrario que el suave y relajado Frost.
Pero como ocurre en «Frost/Nixon», en «Talk Radio» la política, aun en su mundo mediático, es sobrepasada por la emoción. Ambas obras constituyen una bienvenida crítica al periodismo estadounidense.
*Lucy Komisar es una periodista y crítica teatral de Nueva York. Su trabajo se publica en el sitio web http://thekomisarscoop.com.
La trama de «Frost/Nixon», del dramaturgo británico Peter Morgan, transcurre en 1977, con el conductor de programas periodísticos David Frost y el ex presidente Richard Nixon como agonistas en una entrevista real emitida por la televisión estadounidense.
En la obra, Frost (interpretado por Michael Sheen), con el fin de recuperar su prestigio en baja, adula y soborna al desacreditado Nixon (encarnado por Frank Langella) para que se someta a horas de entrevista cuyo punto alto resulta ser una confesión de los delitos de Watergate.
Ese escándalo, que estalló en junio de 1972, comenzó con el arresto de cinco espías infiltrados en las oficinas del Comité Demócrata Nacional en edificio Watergate, en Washington. El intento de Nixon y su personal por encubrir esa operación culminó con su renuncia, el 8 de agosto de 1974.
Más allá de conocer los hechos, lo estremecedor de la entrevista (y de la obra teatral) es la confesión de Nixon ante millones de espectadores. Como telón de fondo, en el área superior del escenario, una enorme pantalla de televisión muestra la entrevista que la vieron los estadounidenses.
Un periodista estadounidense que trabaja en el programa de Frost quiere dar a Nixon el juicio que nunca tuvo, para abordar el problema de la integridad del sistema político y de la democracia como idea.
Pero Frost prefirió no referirse a la corrupción política. Ni habría podido hacerlo aunque hubiera querido, pues el procedimiento periodístico estuvo viciado desde la propia concertación de la entrevista.
En la obra se ve al codicioso Nixon peleando con su agente de Hollywood, Swifty Lazar, a propósito del pago por aparecer ante las cámaras de televisión.
En otra escena, Nixon le dice a Frost: «Usted debería casarse con esa mujer. Ella viene de Mónaco. Ellos no pagan impuestos.»
El propio Frost no tenía convicciones políticas. Este célebre periodista ni siquiera votó nunca. Y tampoco era un profesional brillante. El diálogo con Nixon es banal, al punto que habla sobre cómo viajó a Europa llevando su propia cama. Ese es el tipo de dato irrelevante en el que se concentra el entrevistador.
Pero Frost comprendía la televisión. Sabía que la historia que quería contar se basaba sobre la explotación de primeros planos que revelaran emociones reales.
Y obtuvo la reveladora respuesta final refiriéndose en su pregunta a una conversación de Nixon con el abogado de la Casa Blanca, John Dean, grabada y transcripta en el marco del escándalo Watergate.
Cuando Dean le informó que comprar el silencio de los intrusos de Watergate podría insumir un millón de dólares, Nixon le contestó: «Podríamos obtener eso… Si usted necesita el dinero, quiero decir, usted puede obtener el dinero… Usted podría conseguir un millón de dólares. Y en efectivo. Yo sé dónde podría conseguirlos.»
Las investigaciones demostrarían que el dinero procedió de cuentas bancarias en el exterior mantenidas por empresas estadounidenses para canalizar sobornos. Esa revelación llevó al gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) a implementar la Ley de Prácticas de Corrupción en el Exterior, que había sido ignorada durante años.
Frost le pregunta a Nixon: «¿Usted está diciendo que el presidente puede decidir?». Es entonces que el espectador comienza a pensar sobre la política estadounidense de hoy.
Y Nixon replica: «Estoy diciendo que, cuando el presidente lo hace, no es ilegal». La frase, en 2007, parece aludir al actual presidente, George W. Bush.
Frost desafía a Nixon a admitir que fue parte del encubrimiento de Watergate. Y cuando el ex presidente finalmente lo confiesa, los ojos del espectador teatral se posan en la gran pantalla para ver los detalles de un rostro hinchado y devastado que expresa soledad, aversión por sí mismo y derrota.
La transmisión televisiva tuvo más que ver con psicología que con política. Obtuvo la mayor audiencia de un programa de noticias en la historia de la televisión estadounidense. Su producción facturó por ese espacio más de un millón de dólares en publicidad.
La política y la psicología son una combinación redituable. Eso se constata en la obra «Talk Radio», del dramaturgo y guionista cinematográfico Eric Bogosian, también centrada en la entrevista de Frost a Nixon.
En este drama, Barry Champlain (interpretado por Liev Schreiber) es el anfitrión de un programa de llamadas telefónicas, «Night Talk», que emite una radio de Cleveland, ciudad mediana del centro de Estados Unidos.
Bogosian escribió la obra en 1988, pero tiene hoy tanta resonancia como entonces. Se basa en la entrevista televisiva de Frost.
Champlain es izquierdista y cínico. «Este país está podrido hasta la médula», dice. «La CIA (Agencia Central de Inteligencia) está ingresando drogas para pagar las guerras», agrega. «La operación Iran-Contra legaliza las drogas», asegura.
La mayoría de los ciudadanos estadounidenses aún ignoran que en los años 80 la CIA canjeó ilegalmente drogas por armas para apoyar a la Contra derechista que luchaba contra el gobierno izquierdista de Nicaragua. El propio Congreso legislativo le había prohibido al gobierno apoyar a la Contra.
El mundo real que disecciona Bogosian no tiene nada que ver con el mundo interior de los escuchas de Champlain, que viven a través de la radio. No parecen muy brillantes. Algunos están confundidos.
Uno de ellos lo acusa en una llamada telefónica abierta de ser «el portavoz de los judíos para Israel». Alguien le envía una caja con una rata muerta y una bandera nazi.
Champlain, en cambio, resulta detestable para su público. Ataca a la audiencia, le grita, la insulta. «Ustedes se revelan en ataques y accidentes automovilísticos. Ustedes son más felices cuando los demás experimentan dolor», les dice.
Su voz va pasando de la calma a la indignación.
«Sus propias vidas se han vuelto su entretenimiento. Ustedes quieren ver cuánto podemos adentrarnos en la mugre. Yo abuso de ustedes, yo los insulto. ¿Por qué siguen devolviendo la llamada? ¿Qué es lo que está mal con ustedes? ¿Son ustedes los que votaron a Nixon y luego a Ronald Reagan?», se pregunta.
Al ejecutivo que controla el programa radial no le gusta mucho su contenido, pero sí las ganancias que produce.
Desde su escritorio, con la vidriada sala de controles como telón de fondo, Champlain siempre está al borde, al contrario que el suave y relajado Frost.
Pero como ocurre en «Frost/Nixon», en «Talk Radio» la política, aun en su mundo mediático, es sobrepasada por la emoción. Ambas obras constituyen una bienvenida crítica al periodismo estadounidense.
*Lucy Komisar es una periodista y crítica teatral de Nueva York. Su trabajo se publica en el sitio web http://thekomisarscoop.com.