A propósito del reciente mensaje presidencial de Piñera, empecemos por recordar que la obligación constitucional consiste en que el jefe de gobierno debe rendir una cuenta anual al Congreso acerca de la marcha de la nación y no contempla de manera alguna la parafernalia del paseíto en coche, ni la presencia física del presidente de […]
A propósito del reciente mensaje presidencial de Piñera, empecemos por recordar que la obligación constitucional consiste en que el jefe de gobierno debe rendir una cuenta anual al Congreso acerca de la marcha de la nación y no contempla de manera alguna la parafernalia del paseíto en coche, ni la presencia física del presidente de la república en los salones del Congreso, ni la sesión estereotipada, ni mucho menos las pantallas gigantes ni que decir de la presencia de supuestos partidarios del gobierno acarreados como borregos con la engañifa de un refresco y un dulce aunque ni sepan adonde los llevan.
Lo cierto es que desde que se instituyó en la Constitución de 1925, con leves modificaciones en la fraudulenta del 80 y los cambios del 2005, se mantiene hasta hoy el mandato legal que no va más allá de que se rinda cuenta administrativa y política el 21 de mayo de cada año al Congreso Pleno. Lo demás – excepción hecha de acarreados y otros detalles novedosos de este año – es sólo una costumbre inveterada, tradición, o lo que llamamos «derecho consuetudinario».
Como sea, una de las imágenes que perdurará en el tiempo no corresponde precisamente a lo que sucedía en el interior del Parlamento, sino en la calle en donde una patota de pacos de tropas especiales pateaba y golpeaba en el suelo a una joven mujer de pantalones y gafas oscuras. Ese retrato del Chile de hoy, acierto del camarógrafo, ha dado la vuelta al mundo y da cuenta de las curiosas características represivas de esta «transición a la democracia».
En cuanto al contenido del discurso del presidente, más allá que comparto la opinión de alguien que opinó que las maravillas que contaba el mensajero de mayo no estaban referidas a nuestro país sino a otro imaginario llamado «Piñerilandia», es preciso hacer otros comentarios.
Desde luego que no se entiende que haya eludido referirse a la conducta del gobierno en el conflicto de Aysén que fue sin duda un asunto de fondo que tiene que ver con el funcionamiento de esta particular forma de gobernar. Ni que haya ignorado el tema de la indispensable descentralización del aparato del Estado con una mirada hacia las regiones. Tampoco se entiende su silencio ante la situación en Freirina y menos ante el conflicto entre Codelco y la empresa Anglo American, asunto crucial porque está en juego nuestra soberanía y la propiedad del cobre chileno y por tanto el pilar de la economía nacional.
Sobre los supuestos avances de la reconstrucción, sería recomendable que se de una vueltecita por ejemplo por Dichato antes de seguir hablando. Y en cuanto al cacareado puente sobre el canal de Chacao, a él y al señor Golborne – amanuense de Paulman – hay que refrescarles la memoria. Todos los estudios técnicos y sociales realizados al más alto nivel indican la inconveniencia de ese monstruoso gasto. Los informes conocidos demuestran que no es rentable ni representa la utilidad que se le atribuye. Lo ha confirmado ahora, entre otros, el ex ministro Eduardo Bitran
Párrafo aparte para el sugestivo olvido de las prometidas reformas políticas. Como denunció el compañero Guillermo Teillier, presidente del PC, no hubo ni una palabra sobre ninguna de ellas ni siquiera sobre reformas al sistema electoral. Está claro que se lo prohibieron los sectores más cavernícolas de la derecha pinochetista que gobierna. Con razón Teillier señaló que los anuncios y promesas de Piñera son sólo pompas de jabón.