Que las organizaciones sindicales «pretenden paralizar el país», protesta indignadamente la ministra del Trabajo. ¿Y por qué no sería así, al tratarse precisamente de quienes, los trabajadores, lo hacen marchar diariamente? Para oponer su «racionalidad» a las movilizaciones y paros que hoy cubren el escenario nacional, desde La Moneda se insiste en los caminos «institucionales». […]
Que las organizaciones sindicales «pretenden paralizar el país», protesta indignadamente la ministra del Trabajo. ¿Y por qué no sería así, al tratarse precisamente de quienes, los trabajadores, lo hacen marchar diariamente?
Para oponer su «racionalidad» a las movilizaciones y paros que hoy cubren el escenario nacional, desde La Moneda se insiste en los caminos «institucionales». Y la gente, ya de vuelta de su letargo o indiferencia, se pregunta cuál institucionalidad: ¿La de un parlamento binominal y «designado»? ¿La de un Código Laboral al que sería hasta eufemístico, débil, calificar de injusto?
Una conclusión que se puede extraer, aunque ello suene a optimismo no suficientemente fundado, es que para los sectores más ultras del gobierno y la llamada «Alianza por Chile», el horno no está hoy para bollos tales como la apelación a las Fuerzas Armadas en la calle o la aplicación «automática» de los recursos más represivos contemplados en la Constitución (pinochetista, no se lo olvide), cuando la Central Unitaria de Trabajadores hace un llamado generoso a la lucha por los derechos de los trabajadores.
El país ha protagonizado y vivido semanas signadas por masividad y «razones» que han dejado en ridículo palabras destempladas y acusaciones sin fundamento.
¿Sonará a exageración el sostener que el panorama social y político de Chile ha cambiado de una manera que puede ser decisiva o, al menos, de vastos y hasta hace poco insospechados alcances? Para apreciar la validez o pertinencia de tal afirmación, es útil inclinarse hacia el estado de conciencia de los millones de chilenos que han vivido y sufrido las inclemencias de decenios signados por los mayores atropellos a sus derechos, su integridad física y aun su vida.
De la indefensión a la resignación, se pasó a transitar una senda de lo que al pueblo se le ofrecía «en la medida de lo posible». Luego, vino la sensación de cansancio -la «fatiga» del material concertacionista- y por allí se filtró la demagogia derechista, fuertemente apoyada en el poder económico y el control comunicacional, personalizada en el dúo Lavín-Piñera, hasta el resultado de las últimas presidenciales que abrió paso a una «nueva forma de gobernar» que se ha denotado falsa, si no simplemente ridícula con sus apelaciones a la «excelencia». Los conflictos necesariamente derivados de la indistinción entre los intereses privados y la función pública, han alcanzado niveles tan altos que ya son muy pocos los que no comparten una evidencia: que en un país como el nuestro, de profunda vocación democrática y en cuya historia han jugado tan altos papeles las organizaciones sindicales, sociales y políticas de signo transformador, es hasta una «irregularidad» o una anomalía la presencia de un gobierno de esta derecha heredera de la dictadura, un sector social que disfraza su apetito insaciable de riquezas y privilegios tras vestuarios ideológicos elevados hasta el altar de las verdades absolutas.
¿Sonará a triunfalismo el afirmar que «ya nada será igual» desde el momento en que «la gente» da señales de una voluntad de abrir su propio camino y transitar por él hasta derribar las barreras que lo niegan y lo oprimen?
¿Tendrán las grandes masas movilizadas e interpretadas por los millones de chilenas y chilenos de los más diversos signos sociales y políticos, la voluntad de alcanzar espacios de unidad, convergiendo con lucidez hacia una democracia digna de su nombre?
Una evidencia puede ser alentadora a los efectos de responder a tales preguntas: el altísimo protagonismo, la inteligencia y la decisión demostrados por los jóvenes y sus dirigentes. De allí derivan tanto su nivel de adhesión y capacidad de convocar y congregar, como de comprender que la lucha es una sola, como es uno el objetivo: derribar las barreras que cierran los caminos a la democracia, la justicia social y, en último término, la felicidad expresada en la satisfacción de las necesidades fundamentales del ser humano y la más libre expansión de la personalidad irrepetible de cada uno de los que habitan esta porción de la tierra.